Amadís de Gaula (77 page)

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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
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Oriana, que el corazón tenía desmayado y triste de lo que antes oía, tomó muy alegre y miró a Mabilia y a la doncella de Dinamarca, y ellas a ella, que les mucho placía, y la doncella dijo:

—Aquel día, señora, estuvimos allí, y otro día se partió Briolanja para su reino.

Y desde que las nuevas fueron así contadas partióse la doncella para su señora y llevóle el mandado de la reina Brisena y de Oriana y de las otras dueñas y doncellas.

Amadís y sus compañeros que partieron de la corte del rey Lisuarte, como habéis oído, llegaron a la Ínsula Firme, donde con mucho placer y alegría recibidos fueron de todos los moradores de ella, porque así como con gran tristeza aquél su nuevo señor habían perdido, así en lo haber cobrado con doblado placer sus ánimos fueron. Y cuando aquellos caballeros que con él iban vieron el castillo que tan fuerte era y que la Ínsula otra entrada no tenía sino por él, siendo tan grande y de tierra tan abastada y tan sabrosa, según oído habían, y poblada de tanta y tan buena gente, decían que bastante era para dar guerra desde allí a todos los del mundo. Y luego fueron aposentados en la mayor villa que debajo del castillo era. Y sabed que en esta Ínsula había nueve leguas en luengo y siete en ancho y toda era poblada de lugares y de otras ricas moradas de caballeros de la tierra. Y Apolidón hizo en los más sabrosos lugares cuatro moradas para sí, las más extrañas y viciosas que hombre podía ver. Y la una era la de la Sierpe y de los Leones, y la otra la del Ciervo y de los Canes, y la tercera, que llamaban el Palacio Tornante, que era una casa que tres veces al día y otras tres en la noche se volvía tan recio que los que en él estaban pensaban que se hundía; la cuarta se llamaba del Toro, porque salía cada día un toro muy bravo de un caño antiguo y entraba entre la gente como que los quisiese matar, y huyendo todos ante él quebrada con sus fuertes cuernos una puerta de hierro de una torre y entrábase dentro, mas a poco rato salía muy manso, y un simio viejo sobre él, tan arrugado que los cueros le colgaban de cada parte, y dándole con un azote le hacía tornar a entrar por el caño donde salido había. Mucho placer y deleite habían todos aquellos caballeros en mirar estos encantamientos y otros muchos que Apolidón hiciera por amor de dar placer a Grimanesa, su amiga, así que siempre tenían en qué pasar tiempo y todos estaban muy firmes en el amor de Amadís para lo seguir en todo lo que su voluntad fuese.

Pues a esta sazón que oís llegó allí el ermitaño Andalod, el que en la Peña Pobre habitaba al tiempo que allí Amadís estuvo, el cual vino a dar orden en el monasterio que oísteis, y cuando así vio a Amadís dio muchas gracias a Dios por haber dado a tan buen hombre la vida, y mirábalo y abrazábalo como si nunca lo viera, y Amadís le besaba las manos, agradeciéndole con mucha humildad la salud y la vida que por Dios y por él hubiera y luego fue fundado un monasterio al pie de la Peña, en aquella ermita de la Virgen María donde Amadís, muy desesperado de la vida y con gran dolor de su ánimo por la carta que su señora Oriana le envió, hizo la oración y se fue a perder, como ya se os dijo, en el cual quedó un hombre bueno que Andalod trajo, Sisián llamado, y treinta frailes con él, y Amadís les mandó dar tanta renta con que abastadamente vivir pudiesen, y Andalod se tornó a la Peña Pobre como de antes. Entonces llegó allí Balais de Carsante, aquél que Amadís sacara de prisión de Arcalaus, que se fue a despedir del rey Lisuarte cuando supo que Amadís se iba con él descontento, y también vino con él Olivas, aquél a quien Agrajes y don Galvanes ayudaron en la batalla del duque de Bristoya, y preguntaron a Balais por nuevas de casa del rey Lisuarte, y él dijo:

—Asaz hay que de ellas se puedan- contar.

Entonces les dijo:

—Sabed, señores, que el rey Lisuarte ha enviado a mandar que toda su gente sea luego con él, porque el conde Latine y aquéllos que envió tomar la Ínsula de Monganza le hicieron saber que el gigante viejo les diera todos los castillos que tenían en poder él y sus hijos, mas que Gromadaza no quiere dar el Lago Ferviente, que es el más fuerte castillo que hay en toda la Ínsula, y otros tres castillos muy fuertes, y sabed que ha dicho Gromadaza que nunca en los días de su vida desamparará aquello donde fue ya con su marido Famongomadán y Brasagante, su hijo, y que antes morirá que los entregue y que siempre de ella recibirá muchos enojos que de su hija Madasima y de sus doncellas que haga lo que por bien tuviere, que ella poco daría por ellas ni por su vida, solamente que algún pesar le pueda hacer, por donde digo que así se puede tomar por ejemplo cuán riguroso y cuán fuerte es el corazón airado de la mujer, queriendo salir de aquellas cosas convenientes para que engendrada fue, que como su natural no lo alcanza forzado es que el poco conocimiento, poco en lo que cumple pueda proveer, y si alguna al contrario de esto se halla es por gran gracia del muy alto Señor, en quien todo el poder es que sin ningún entrevalo las cosas puede guiar donde más le pluguiere, forzando y contrariando todas las cosas de la Naturaleza.

Después que Balais les contó estas nuevas, preguntáronle que dijera él lo que quería hacer, y él les dijo:

—Junta todo su poder, así como ya os conté, y juro que si los castillos de Gromadaza tenía no había hasta un mes que haría descabezar a Madasima y a sus doncellas y que luego iría sobre el Lago Ferviente y de él no se alzaría hasta lo tomar, y que si a la giganta vieja a su poder hubiese que la haría echar a sus muy bravos leones.

Oídas por ellos estas nuevas, gran enojo hubieron, e hicieron aposentar aquellos caballeros y ellos hablaron mucho en aquello; mas don Galvanes, a quien no se olvidaba la promesa hecha por él a Madasima y las grandes angustias y dolores de que su corazón por sus amores atormentados era, díjoles:

—Bueno, señores; todos sabéis bien cómo la causa principal porque Amadís y nosotros nos partimos del rey fue por lo de Madasima y por mí, y yo lo ruego mucho a vosotros todos que me seáis ayudadores a que quitar pueda la palabra que allá le dejé, que fue de la defender con derecha razón, y si la razón no me valiese, de la defender por armas, lo cual, con la ayuda de Dios y de vosotros, pienso yo muy bien hacer.

Don Florestán se levantó en pie y dijo:

—Señor don Galvanes, otros están aquí más entendidos y de mejor consejo que yo, los cuales para defender a Madasima tenéis, y si por razón defenderse puede, esto sería mejor, mas si la batalla necesaria es, yo la tomaré en el nombre de Dios para la defender y adelantar vuestra palabra.

—Buen amigo —dijo don Galvanes—, yo os lo agradezco cuanto puedo, porque bien dais a entender que me sois leal amigo, mas si por armas se hubiere de librar, a mí conviene que lo mantenga, que yo lo prometí y yo la pasaré.

—Buenos señores —dijo don Brián de Monjaste—, ambos decís muy bien, pero todos habemos parte en este hecho, porque lo que a Amadís acaeció con el rey fue darnos a entender a nosotros en lo que éramos tenidos, y lo que a él y a vos, señor don Galvanes, acaeció, así pudiera avenir a cada uno de los que allí éramos, y si más sobre este hecho no tomásemos, gran mengua a todos alcanzaría, aunque la causa principal de Amadís sea, que pues juntos salimos así estamos, lo de cada uno de nos, de todos es, así que en esto no hay cosa partida, y dejando aparte lo nuestro, Madasima es una doncella de las buenas del mundo y es en ventura de la vida perder y sus doncellas asimismo, y como lo principal de la orden de caballería sea socorrer las semejantes, dígoos que yo pugnaré que con razón sean defendidas, y cuando ésta faltare, será por armas cuanto mis fuerzas bastaren para ello.

Don Cuadragante dijo:

—Cierto, don Brián; vos lo decís como hombre de tan alto lugar, y así creo yo muy mejor haréis, que este negocio a todos atañe y en tal manera lo debemos tomar que nos tengan por hombres de buen recaudo y luego sin más tardanza, porque muchas veces acaece con la dilación prestar poco la buena voluntad, pues que la obra en efecto venir no puede en tiempo que aprovechar pueda, y acuérdeseos, señor, cómo aquellas doncellas están mezquinas, desamparadas y que no por su voluntad fueron en aquella prisión metidas, sino por aquella obediencia que Madasima a su madre debía, así que, aunque en lo del mundo algo el rey contra ellas tenga, en lo de Dios no ninguna cosa, pues que más por fuerza que por su querer se condenaron.

Amadís dijo:

—Mucho me place, señores, en oír lo que decís, porque las cosas con amor y concordia miradas no se debe esperar sino buena salida, y si así vuestros fuertes y bravos corazones, en lo por venir como en este presente, lo tienen, no solamente el remedio de aquellas doncellas tengo yo en mucho, mas pasar a otras tan grandes cosas que ningunos en el mundo iguales os pudiesen ser, y pues que todos estáis en este socorro, si os pluguiere diré yo mi parecer de aquello que hacerse debe.

Todos le rogaron que lo dijese.

—Las doncellas son doce, yo tendría por bien que por doce caballeros de vosotros sean socorridas por razón y por armas, cada uno la suya, así juntos, si ser pudiere repartidos como la necesidad se ofrezca, y bien cierto soy que todos los que aquí estáis según vuestro gran esfuerzo tomaríais esta afrenta por vicio y placer, mas ser no puede, pues que más de doce no puede ser, y esto quiero yo nombrar, quedando los otros y yo para las cosas de mayor peligro que ocurrimos puedan.

Entonces dijo:

—Vos, señor don Galvanes, seréis el primero, pues que el negocio principalmente vuestro es, y Agrajes, vuestro sobrino, y mi hermano don Florestán, y mis cohermanos Palomir, y Dragonis, y don Brián de Monjaste, y Nicorán de la Torre Blanca, y Orlandín, hijo del conde de Irlanda, y Gavarte de Val Temeroso, e Ymosil, hermano del duque de Borgoña, y Madancil de la Puente de la Plata, y Ledareri de Fajarque, estos doce tengo por bien que a esto vayan, porque entre ellos van hijos de reyes y de reinas y de duques y de condes de tan alto linaje que allá no pueden hallar ningunos que les par sean.

Y a todos plugo mucho de esto que Amadís dijo, y los nombrados se fueron luego a sus posadas para enderezar las cosas convenientes a la partida que otro día de gran mañana había de ser y aquella noche albergaron todos en la posada de Agrajes y a la medianoche fueron armados y a caballo puestos en el camino de Tasilana, la villa donde el rey Lisuarte estaba.

Capítulo 64

Cómo Oriana se halló en gran cuita por la despedida de Amadís y de los otros caballeros, y más de hallarse preñada, y de cómo doce de los caballeros que con Amadís en la Ínsula Firme estaban vinieron a defender a Madasima y a las otras doncellas que con ella estaban puestas en condición de muerte sin haber justa razón por qué morir debiesen.

Contádose os ha cómo Amadís estuvo con su señora Oriana en el castillo de Miraflores sobre espacio de ocho días, según parece, y de aquel ayuntamiento Oriana preñada fue, lo cual nunca por ella sentido fue, como persona que de aquel menester poco sabía, hasta que ya la gran mudanza de su salud y flaqueza de su persona se lo manifestaron, y como lo entendió sacó aparte a Mabilia y a la doncella de Dinamarca, y llorando de los ojos les dijo:

—¡Ay, mis grandes amigas, qué será de mí, que según veo la mi muerte me es llegada, de lo cual yo siempre me recelé!.

Ellas, pensando que por la pérdida de su amigo y la soledad de él lo decía, consoláronla como hasta allí no habían hecho, mas ella dijo:

—Otro mal, junto con ése, me ha sobrevenido, que nos ponen en mayor fortuna y mayor peligro, y esto es que verdaderamente soy preñada.

Entonces les dijo las señales por donde lo debían creer, así que conocieron ser verdad su sospecha, de que muy espantadas fueron, aunque se lo no dieron a entender, y díjole Mabilia:

—Señora, no os espantéis que a todo habrá buen remedio, y siempre me tuve por dicho que de tales juegos habríais tal ganancia.

Oriana, aunque había gran cuita, no pudo estar que de gana no riese, y dijo:

—Mis amigas, menester es que desde ahora hayamos el consejo para nos remediar, y será bien que luego me haga más doliente y flaca y me aparte lo más que ser pudiere de la compaña de todas, salvo de vosotras, y así cuando viniere la necesidad, remediarse ha con menos sospecha.

—Así se haga —dijeron ellas— y Dios lo enderece, y desde ahora sepamos qué se hará de la criatura cuando naciere.

—Yo os lo diré —dijo Oriana—, que la doncella de Dinamarca, si le pluguiere como reparadora de mis angustias y dolores, querrá poner su honra en menoscabo, porque la mía con la vida remediada sea.

—Señora —dijo ella—, no tengo yo vida ni honra más de cuanto vuestra voluntad fuere, por ende mandad, que cumplirse ha hasta la muerte.

—Mi buena amiga —dijo ella—, tal esperanza tengo, yo en vos y la honra que ahora por mí aventuraréis, yo la haré cobrar si vivo con mucha mayor parte.

La doncella hincó los hinojos y besóle las manos. Oriana le dijo:

—Pues, mi buena amiga, haréis así, id algunas veces a ver a Adalasta, la abadesa del mi monasterio de Miraflores, como que a otras cosas vais, y cuando el tiempo del mi parir fuere llegado, iréis a ella y decirle habéis como sois preñada y rogarle que además de os tener secreto ponga remedio en lo que naciere, lo cual vos haréis echar a la puerta de la iglesia, y que lo mande criar como cosa de por Dios, y yo sé que lo hará, porque mucho os ama, y de esta manera será lo mío encubierto y en lo vuestro no se aventura mucho, pues que no será sabido, salvo por aquella honrada dueña que lo guardará.

—Así se hará —dijo la doncella—, y muy bien acuerdo habéis tomado.

Esto queda por ahora hasta su tiempo, y digamos del rey Lisuarte cómo supo que la giganta Gromadaza no le quería entregar el Lago Ferviente y los otros castillos que ya dijimos. Mandó ante sí traer a Madasima y a sus doncellas, por consejo de Gandandel y Brocadán, y venidas en su presencia, dijoles:

—Madasima, ya sabéis cómo entrasteis en mi prisión por pleito que si vuestra madre no me entregase la Ínsula de Monganza con el Lago Ferviente y los otros castillos, que vos y vuestras doncellas fueseis descabezadas. Y ahora, según he sabido de las gentes que yo allá tengo, ha me faltado de lo que me prometió, y pues que así es, quiero que vuestra muerte y de estas doncellas sea ejemplo y castigo para los otros que conmigo contrataren que me no osen mentir.

Oído esto por Madasima, la su gran hermosura y viva color fue en amarillez tornada e hincó los hinojos ante el rey y dijo:

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