Amadís de Gaula (74 page)

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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
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Pues, ¿diremos ahora que estas buenas venturas que hubo lo causó ser este rey como lo era muy gracioso, muy humano y muy franco, esforzado? Por cierto en alguna manera se podría creer si en ello se supiera gobernar y con causa tan liviana todo lo más de ello no deshiciera ni derramara, como ahora oiréis, por donde se debe creer que cuando alguno de muchas buenas venturas es abastado y su juicio y discreción para las conservar no basta, que a él no se deben atribuir, mas aquel muy alto y poderoso Señor, que a quien le place las da, con tal secreto que a nosotros sería gran locura procurar de lo saber. Ahora sabed aquí que en esta corte de este rey Lisuarte había dos ancianos caballeros que al rey Falangrís, su hermano, mucho tiempo sirvieron, así que con aquella antigua crianza más que con virtud ni buenas mañas, dándoles autoridad sus crecidos años en el consejo del rey Lisuarte fueron puestos, el uno de ellos había nombre Brocadán y el otro Gandandel. Y este Gandandel tenía dos hijos que por preciados caballeros antes que Amadís y sus hermanos y los de su linaje viniesen eran tenidos, mas la sobrada bondad y fortaleza de éstos había puesto en olvido la fama de aquellos dos caballeros, de lo cual gran angustia en el corazón su padre Gandandel teniendo, pensó tanto que no temiendo a Dios ni mirando la fe que a su señor rey debía, ni a las honras y buenas obras de Amadís y de su linaje recibidas, quiso por honra y provecho particular suyo dañar y oscurecer lo general a que más obligado era, urdiendo y fabricando en sus malas entrañas una gran traición en esta guisa:

Hablando un día el rey, dijo:

—Señor, menester es a vos y a mí que apartadamente me oigáis, que grandes días ha que me sufro de os hablar, pensando que el hecho por otra vía sería remediado, en lo cual conozco que os he errado solamente porque según el mal cada día crece muy necesario os es tomar consejo.

Cuando el rey esto oyó quiso saber qué cosa era, y tomándole consigo le metió en su cámara sin que otro alguno ahí estuviese, y díjole:

—Ahora decid lo que os pluguiere.

Y Gandandel le dijo:

—Señor, siempre hube valor de guardar mi ánima y honra y no hacer ningún mal, aunque pudiese, merced a Dios; así que muy libre y sin pasión estoy para que mi juicio pueda sin entrevalo aconsejar vuestro servicio, y vos, señor, haced aquello que más os cumple, y porque entiendo que erraría a Dios y a vos si lo callase, acordé de os decir esto: Ya sabéis, señor, cómo de grandes tiempos a esta parte grandes discordias siempre hubo en el reino de Gaula y de la Gran Bretaña, y como de razón aquel reino a éste sujeto debía ser, reconociéndole señorío como todos los comarcanos lo hacen, ésta es una dolencia que la salud de ella fin no tiene hasta la justa conclusión en esto viniese. Ahora he visto cómo siendo Amadís no solamente natural de allí, mas señor principal de su linaje, son metidos en vuestra tierra tan apoderadamente y con tanta afición de los vuestros naturales, que otra cosa no parece sino ser en su mano de se alzar con la tierra, como si derecho heredero de ella fuese. Verdad es que de este caballero y de sus hermanos y parientes nunca recibí sino mucha honra y placer, a lo cual les soy obligado con mi persona e hijos y hacienda; pero con lo vuestro que sois, mi señor y rey natural, nunca a Dios plega, antes lo suyo y mío tengo yo de posponer por la menor cosa de lo vuestro, que de otra manera en este mundo caería en mal caso y en el otro mi ánima en los infiernos. Así que, mi señor, dicho os he lo que obligado era, descargando lo que os debo, mandadlo remediar con tiempo antes que la dilación mayor peligro traiga, que según vuestra grandeza más honrada y descansadamente con los vuestros, pasar podéis, que con los ajenos contrarios de los naturales vuestros estar en peligro de vuestro estado, aunque al presente otra cosa parecía.

El rey le dijo sin ninguna alteración que de ello le ocurriese:

—Estos caballeros me han servido tan bien y tanto a mi honra y provecho, que no puedo pensar de ellos sino todo bien.

—Señor —dijo Gandandel—, ésta es la peor señal en que mirar debéis, porque si os desirviesen, guardaros habíais de ellos como de contrarios, mas los grandes servicios tienen en sí oculto y encerrado el engaño en aquéllos que al fin no podrán negar la natural, como os ya dije.

En esto que oís quedó el habla, porque el rey no le replicó más. Pero habló luego este Gandandel con el otro que Brocadán se llamaba, que su cuñado era y conforme a sus malas maneras, y diciéndole todo lo que había con el rey pasado, le puso en la misma negación, así que con lo que el uno y el otro dijeron, atribuyéndolo todo al bien del reino, el rey fue movido a mucha alteración contra aquéllos que en ál no pensaban sino en la servir, olvidando aquel gran peligro de que don Galaor le libró cuando iba preso en poder de los diez caballeros de Arcalaus, y el otro de que por Amadís, llamándose Beltenebros, fue socorrido cuando Madanfabul, el bravo gigante de la Torre Bermeja lo llevaba, sacándolo de la silla so el brazo a las manos, que en cada uno de éstos se puede con gran razón decir serie restituida la vida con todos sus reinos. ¡Oh, reyes, oh, grandes señores que el mundo gobernáis, cuánto es a vosotros anejo y convenible este ejemplo para que de él os acordando pongáis en vuestros secretos hombres de buena conciencia, de buena voluntad que sin engaño y sin malicia las cosas no solamente de vuestro servicio, mas las de vuestro servicio junto con las de vuestra salvación os digan, alejando de vossotros los semejantes que estos Brocadán y Gandandel y otros a ellos conformes, que por vuestras cortes andan pensando y trabajando como con muchas lisonjas, con muchas encubiertas engañosas de os alejar del servicio de aquel vuestro Señor, cuyos ministros sois, solamente porque ellos y sus hijos alcancen honras e intereses, como lo estos malos hombres hicieron. Mirad, mirad por vosotros, catad que los que grandes señoríos son encomendados, muy larga y buena cuenta han de dar a aquel Señor que se los dio y si tal no es, aquella gloria aquel mando y muchos vicios que en este mundo tuvisteis, en el otro donde sin fin de durar habéis de muchas angustias y dolores vuestras ánimas afligidas y atormentadas serán y no solamente en tanta dilación seréis dejados, mas en este siglo donde por vosotros, la honra y la fama tan preciada es, y en tanto cuidado vuestros ánimos por lo sostener son puestos, de aquélla seréis bajados como este rey Lisuarte lo fue, creyendo y dando fe más a las palabras de aquéllos en quien malas obras sabían tener que a lo que por sus propios ojos veía con mucha mengua y deshonra de su corte, sin que remedio alguno de ello en todos los días de su vida hubiese. Y si la fortuna de aquí adelante algunas victorias le otorgó, fue porque de más alto cayendo, de más angustia y dolor su ánimo atormentado fuese.

Pues a la historia tornando, digo que tanta fuerza aquellas palabras al rey dichas tuvieron, que aquel grande y demasiado amor que con mucha causa y razón él a Amadís y a sus parientes tenía, con mucha sinrazón fue, no solamente desafiado, mas aborrecido de tal forma que sin más acuerdo ni consejo, ya no veía la hora que de sí partidos los viese, así que luego fue apartado de la conversación y visitación que Amadís estando en su lecho herido solía hacer, pasando algunas veces por su posada sin haber memoria de saber de su mal, ni de hallar a los caballeros que en su compaña estaban, los cuales viendo una tan nueva y extraña cosa en el rey mucho fueron maravillados y algunas veces en ello delante de Amadís hablaron. Mas él, creyendo que como su pensamiento tan sano en su servicio estuviese, que así él del rey lo estando, otras ocupaciones y negocios a aquéllos daban causa y así lo decía a los que de otra manera lo sospechaban, especialmente a su leal y gran amigo Angriote de Estravaus, que más que otro ninguno de ellos sentido se mostraba.

Estando los negocios en tal estado como oís, el rey Lisuarte mandó llamar a Madasima y a sus doncellas, y al gigante viejo y a sus hijos, y los nueve caballeros que en rehenes tenía, y díjoles que si luego no le hacían entregar la Ínsula de Mongaza, como fuera pleiteado, que les haría cortar las cabezas. Lo cual, oído por Madasima, así como el miedo muy grande fue, así se fueron las lágrimas en grande abundancia a sus ojos venidas, considerando, si la tierra diese, quedar desheredada, y si la no diese pasaría la cruel muerte y no sabiendo qué responder, las carnes con gran ansia fuertemente le tremían. Pero aquel Andaguel, gigante viejo, dijo al rey que si le diese licencia alguna gente que le prometía de le hacer entrega la Ínsula o se volver a aquella prisión. Teniéndolo el rey por bien, y dando la gente, luego de allí fue partido, y volviéndose a Madasima, la prisión de muchos caballeros acompañada fue, entre los cuales era don Galvanes sin Tierra, que viendo aquellas lágrimas por las sus muy hermosas faces de aquella doncella caer, no solamente a gran piedad fue su corazón movido, mas desechando aquella libertad que hasta allí tuviera sin que ninguna mujer de cuantas visto había presa fuese, súbitamente, no sabiendo en qué forma ni cómo sojuzgado y cautivo fue en tanto grado que sin más acuerdo ni dilación en la hora hablando aparte con Madasima, descubriéndole su corazón le dijo si a ella le placía con él casar él tendría tal forma como salvando su vida con la tierra libremente quedase.

Madasima, habiendo ya noticia de la bondad de este caballero y de su gente y alto linaje, otorgándole lo que pedía, hincados los hinojos le quiso por ello besar las manos. Tomada esta certidumbre don Galvanes, siempre en su corazón creciendo aquellas encendidas llamas, tanto más las sentía y con mayor crudeza cuanto más libre de semejante combate hasta tanto tiempo había pasado, y no pasando muchos días que poniendo en efecto lo que prometiera, a la posada de Amadís se fue, y hablando con él y con Agrajes, su sobrino, todo el secreto de su corazón les manifestó, haciéndoles saber que si en aquello remedio no le ponían, que su vida en el extremo de la muerte era llegada. Ellos, siendo maravillados de tan súbito accidente en hombre que tan apartado en su voluntad de lo semejante estaba y tan contrario de aquéllos que en tales cosas sus cuidados y pensamientos dependían, le dijeron que según su valor y los grandes servicios que al rey Lisuarte había hecho, que por muy liviano tenían de acabar que así Madasima con toda su tierra le fuese entregada, especialmente quedando en el rey su señorío y por su vasallo, y cuando Amadís cabalgar pudiese, que se iría a lo despachar con el rey.

En este medio tiempo aquel mezclador Gandandel iba muchas veces a ver a Amadís y mostrábale gran amor, y cada vez que del rey hablaban, siempre le decía algunas cosas de cómo el rey le parecía que estaba en su amor muy resfriado y que mirase no le ocurriese de ello algún enojo, de lo cual habría él muy gran pesar por ser en muchos cargos de sus buenas obras, que él y sus hijos de él habían recibido; mas por muchas cosas y muy sutiles que le decía nunca pudo mover a Amadís a ninguna saña ni sospecha, y tanto en ello le ahincó que le dijo Amadís con alguna ira, que le no hablase más en aquello, que aunque todos los del mundo se lo dijesen, no podría creer que hombre tan cuerdo y de tanta virtud como el rey se moviese contra él, que nunca durmiendo ni velando pensó sino en su servicio.

Pues pasando algunos días que Amadís y Angriote de Estravaus, don Bruneo de Bonamar, de sus lechos levantarse pudieron con el gran mejoramiento de sus llagas, cabalgaron una mañana, ricamente vestidos, y desde que oyeron misa fueron al palacio del rey, donde de todos muy bien recibidos fueron, sino solamente del rey, que ni los miró ni recibió como solía, en que muchos pararon mientes, mas Amadís no miró en ello, que no pensaba que lo hiciese con mal talante, pero Gandandel, aquel mezclador que allí se halló abrazó riendo a Amadís y díjole:

—A las veces dicen a los hombres la verdad y no la quieren creer.

Amadís no le respondió ninguna cosa, mas partiéndose de él, viendo cómo Angriote y don Bruneo estaban muy quejosos como fueran tan mal recibidos, fuese al rey y díjole paso, que ninguno lo oyó:

—¿No veis, señor, el continente que aquellos caballeros ponen contra vos?.

El rey calló, que ninguna cosa le quiso responder, y Amadís, con sana voluntad y estando sin sospecha alguna de aquella trama tan falsamente urdida, llegó al rey con gran humildanza, y llevando consigo a Galvanes y Agrajes, le dijo:

—Señor, queremos, si os pluguiere, hablar con vos y al habla estén los que mandaréis.

El rey dijo que estarían Gandandel y Brocadán. De esto plugo a Amadís, porque en su corazón los tenía por muy grandes amigos. Entonces se fueron todos juntos a una huerta, donde el rey debajo de unos árboles se sentó y ellos cerca de él, y Amadís le dijo:

—Señor, no fue mi ventura de os servir tanto como yo lo tengo en el mi corazón, mas como quiero que os no lo merezca, quiero atrever a os pedir un don de que seréis bien servido y haréis mesura y derecho.

—Ciertamente —dijo Gandandel—, si ello es así, vos pedís hermoso don, si bien es que el rey sepa lo que queréis.

—Señor —dijo Amadís—, lo que pedir queremos yo y Agrajes y dos Galvanes, que os también han servido en la Ínsula de Mongaza, que quedando en el vuestro señorío y vasallaje la deis con Madasima a don Galvanes en casamiento, y en esto, señor, haréis merced a don Galvanes, que es de tan alto lugar y no tiene señorío alguno y servíroslo ha muy bien y usaréis de piedad con Madasima que por nos está desheredada.

Oído esto por Brocadán y Gandandel, miraban al rey y hacían continente que lo no otorgase, mas el rey estuvo una pieza que no respondió, pensando en el gran valor de Galvanes y en lo que le había servido, y cómo Amadís, con tanto peligro de su vida aquella tierra ganara y bien conoció que le pedían razón y cosa justa y honesta, pero como su voluntad dañada estuviese, no dio lugar a la virtud que usase de los que obligada era, y respondió así como aquél que no tenía voluntad de lo hacer, y dijo:

—No es de buen seso aquél que demanda a lo que haber puede; esto digo por vos, que lo que pedís ha bien cinco días que lo di a la reina para su hija Leonoreta.

Esto pensó de responder más por excusarse que por ser así verdad. De esta respuesta fueron Gandandel y Brocadán muy alegres, y hacíanle semblante que respondiera muy bien; mas Agrajes, que muy afortunado de corazón era, como vio respuesta tan desabrida y como con tan poca mesura de ellos se excusaba, no se pudo callar, antes con gran saña dijo:

—Bien nos dais, señor, a entender que si alguna cosa no valemos por nosotros, que nuestros servicios según son agradecidos, poco nos aprovechan, mas si yo fuera creído, de otra vida nuestra vida pasara.

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