Amadís de Gaula (69 page)

Read Amadís de Gaula Online

Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
12.88Mb size Format: txt, pdf, ePub

Amadís, después de se lo haber con mucha cortesía agradecido, teniendo en tanto lo que por él había hecho, prometiendo, si él viviese, de la hacer reina, le dijo:

—Mi señora y buena prima, muy diverso está mi pensamiento de la sospecha que mi señora hubo, porque uno de los, mayores servicios que le yo en cosa de tal cualidad hacer pudiese es éste, en no solamente aconsejar a Briolanja que aquella aventura pruebe, mas ir yo por ella a do quiera que estuviese para ello, y la causa es ésta: en voz de todos Briolanja es tenida por una de las más hermosas mujeres del mundo, tanto que sin duda tienen ser bastante de entrar sin empacho en aquella cámara. Y porque yo tengo lo contrario, que a Grimanesa vi y con gran parte no le iguala en hermosura. Cierto soy que aquella honra que todas las otras ha ganado, aquélla ganará Briolanja, lo que yo no dudo de Oriana, que no está en más de lo acabar de cuanto lo probase, y si esto fuese antes que lo de Briolanja, todos dirían que así como ella, la otra si lo probara, lo pudiera acabar. Y siendo Briolanja la primera, faltando en ello como lo tengo por cierto, quedará después la gloria entera en mi señora. Ésta fue la causa de mi atrevimiento.

Mucho fue contenta Mabilia de esto que Amadís le dijo, y Oriana mucho más después que de ella lo supo, quedando muy arrepentida de aquella pasión alterada que hubo, teniendo en la memoria cómo ya otra vez, por otro semejante accidente, puso en gran peligro a ella y a su amigo, y por enmienda de aquel yerro acordaron que por un caño antiguo que a una huerta salía del aposentamiento de Oriana y de la reina Briolanja, Amadís entrase a holgar y hablar con ella. Esto así concertado, y partido Amadís de Mabilia, llamáronle Briolanja y Oriana, que juntas estaban, y llegando a ellas rogáronle que les dijese verdad de lo que preguntarle querían; él se lo prometió. Díjole Oriana:

—Pues decidnos quién fue aquella doncella que llevó el tocado de las flores cuando ganasteis la espada.

A él peso de aquella pregunta habiendo de decir verdad, pero volvióse a Oriana y díjole:

—Dios no me salve, señora, si más de su nombre ni quien ella es de lo que vos sabéis, aunque siete días en su compañía anduve, mas dígoos que había hermosos cabellos y en lo que le viera asaz hermosa, mas de su hacienda tanto de ella sé como vos, señora, sabéis, que entiendo que nunca la visteis.

Oriana dijo:

—Si mucha gloria alcanzó en acabar aquella aventura, caro le hubiera de costar, que según me dijeron Arcalaus el Encantador y Londoraque su sobrino le querían el tocador tomar y colgarla por los cabellos si no fuera porque la defendisteis.

—No me parece —dijo Briolanja— que él la defendió si él es Amadís, sino aquel valiente en armas, Beltenebros, que no en menos grado que Amadís debe ser tenido, y comoquiera que yo tan gran beneficio de él recibí, ni por eso dejaré de decir sin afición ninguna verdad, y digo que si Amadís, sobrada en gran cantidad la valentía de aquel fuerte Apolidón, ganando la Ínsula Firme, gran gloria alcanzó, que Beltenebros, derribando en espacio de un día diez caballeros de los buenos de la casa de vuestro padre y matando en batalla aquel bravo gigante Famongomadán y a Basagante, su hijo, no la alcanzó menor. Pues si decimos que Amadís, pasando so el arco de los leales amadores haciéndose por él lo que la imagen con la trompa hizo, en mayor grado que por otro caballero alguno dio a entender la lealtad de sus amores. Pues paréceme a mí que no se debe tener en menos haber Beltenebros sacado aquella ardiente espada que por más de sesenta años nunca otro se halló que sacarla pudiera. Así que, mi buena amiga, no es razón que la honra a Beltenebros debida sea falsamente a Amadís dada, pues que por tan bueno el uno como el otro se debe juzgar, y así es mi parecer.

Así como oís estaban estas dos señoras burlando y riendo en quien toda la hermosura y gracia del mundo estaba, así que con mucho placer con aquel caballero estaban, que de ellas tan amado era, y tanto más su ánimo de la gran alegría en ello tomaba cuanto más en la memoria le ocurría aquella gran desventura, aquella cruel tristeza que, estando sin ninguna esperanza, de remedio en Peña Pobre tan cerca de la muerte le había llegado.

Estando, como oísteis, por una doncella de parte del rey, fue Amadís llamado, diciéndole cómo don Cuadragante y Landín, su sobrino, se querían quitar de sus promesas así que le convino, dejando aquel gran placer, ir a donde ellos estaban, y con él don Bruneo de Monamar y Branfil. Llegados donde el rey era con muchos buenos caballeros, don Cuadragante se levantó y dijo:

—Señor, yo he atendido aquí a Amadís de Gaula, así como sabéis, y pues presente está, quiero ante vos quitarme de la promesa que hice.

Entonces contó allí todo lo que con él en la batalla le avino y cómo siendo por él vencido, mucho contra su voluntad, vino a aquella corte a se meter en su poder y le perdonar la muerte del rey Abies, su hermano, y porque quitaba la pasión que hasta allí tuvo que el sentido turbado le tenía, no dejando que el juicio la verdad determinase, hallaba que más con sobrada soberbia que con justa razón él había demandado y procurado de vengar aquella muerte sabiendo que como entre caballeros sin ninguna cosa en que trabarse pudiese había aquella batalla pasado, y pues que así era, que la perdonaba y le tomaba por amigo en tal manera como a él pluguiese. El rey le dijo:

—Don Cuadragante, si hasta ahora con mucho loor vuestros grandes hechos en armas ganando mucha honra son publicados, no en menos éste se debe tener, porque la valentía y el esfuerzo que a razón y consejo sujetos no son, no deben en mucho ser tenidos.

Entonces lo hizo abrazar, agradeciéndole Amadís mucho lo que por él hacía y la amistad que le demandaban, la cual, aunque por entonces por liviana se tuvo, por largos tiempos duró y se conservó entre ellos, así como la historia lo contará. Y por cuanto la batalla que entre FIorestán y Landín estaba puesta era por la misma causa, hallóse por derecho que pues la parte principal, que era Cuadragante, había perdonado, que Landín, con justa causa, lo debía hacer. Lo cual se haciendo, la batalla fue partida, de lo cual no poco placer hubo Landín, habiendo visto la valentía de FIorestán en la batalla pasada de los reyes.

Esto hecho, como oísteis, habiendo el rey Lisuarte algunos días holgado del gran trabajo que en la batalla del rey Cildadán hubo, acordándose de la cruel prisión de Arbán, rey de Norgales, y de Angrite de Estravaus, determinó de pasar en la Ínsula Mongaza, donde estaban, y así lo dijo a Amadís y a sus caballeros, mas Amadís le dijo:

—Señor, ya sabéis qué pérdida en vuestro servicio hace la falta de don Galaor, y si por bien lo tuviereis iré yo a lo buscar en compañía de mi hermano y de mis primos, y placeré a Dios que al tiempo de este viaje, que hacer queréis, os lo traeremos.

El rey dijo:

—Dios sabe, amigo, si tantas cosas de remediar no tuviese con que voluntad yo por mi persona le buscaría, mas pues que yo no puedo, por bien tengo que se haga lo que decís.

Entonces se levantaron más de cien caballeros, todos muy preciados y de gran hecho de armas, y dijeron que también ellos querían entrar en aquella demanda, que si ellos obligados eran a las grandes aventuras, no podía ser ninguna mayor que la pérdida de tal caballero. Al rey plugo de ello y rogó a Amadís que no se partiese, que le quería hablar.

Capítulo 60

Cómo el rey vio venir una extrañeza de fuegos por el mar, y lo que le avino con ella.

Después de haber cenado, estando el rey en unos corredores, siendo ya casi hora de dormir, mirando la mar, vio por ella venir dos fuegos que contra la villa venían, de que todos espantados fueron, pareciéndoles cosa extraña que el fuego con el agua se convinase, pero acercándose más vieron entre los fuegos venir una galera, en el mástil de la cual unos cirios grandes ardiendo venían, así que parecía toda la galera arder. El ruido fue tan grande que toda la gente de la villa salió a los muros por ver aquella maravilla, esperando que, pues el agua no era poderosa de aquel fuego matar, que otra cosa ninguna lo sería, y que la villa sería quemada y la gente en gran miedo era, porque la galera y los fuegos se llegaban. Así que la reina con todas las dueñas y doncellas se fue a la capilla, habiendo temor. Y el rey cabalgó en un caballo y cincuenta caballeros con él, que siempre le aguardaban, y llegando a la ribera de la mar halló todos los más de sus caballeros que allí estaban y vio delante todos a Amadís y Guilán el Cuidador y a Enil, tan juntos a los fuegos, que se maravilló cómo sufrirlo podían, y dando de las espuelas a su caballo, que del gran ruido se espantaba, se juntó con ellos; mas no tardó mucho que vieron salir debajo de un paño de la galera una dueña de paños blancos vestida, y una arqueta de oro en sus manos, la cual, ante todos abriendo, sacando de ella una candela encendida y echada y muerta en la mar aquellos grandes fuegos fueron luego muertos de guisa que ninguna señal de ellos quedó, de que toda la gente fue alegre, perdiendo el temor que de antes tenían, solamente quedando la lumbre de los cirios que en el mástil de la galera ardiendo venían, que era tal que la ribera alumbraba, y quitando el paño que la galera cubría, viéronla toda enramada y cubierta de rosas y flores y oyeron dentro de ella tañer instrumentos de muy dulce son a maravilla, y cesando el tañer salieron diez doncellas ricamente vestidas con guirnaldas en las cabezas y vergas de oro en las manos, y delante de ellas la dueña de la candela en la mar muerto había, llegando en derecho del rey en el borde de la galera humillándose todas, y así lo hizo el rey a ellas, y dijo:

—Dueña, en gran pavor nos metisteis con vuestros fuegos, y si os pluguiere, decidnos; ¿quién sois?, aunque bien creo que sin mucho trabajo lo podríamos adivinar.

—Señor —dijo ella—, en balde se trabajaría el que pensase poner en vuestro gran corazón y de cuantos caballeros aquí están, pavor ni miedo, mas los fuegos que visteis traigo yo en guarda de mí y de mis doncellas, y si vuestro pensamiento es ser yo Urganda la Desconocida, pensáis verdad y vengo a vos como el mejor rey del mundo y a ver a la reina que de virtud y bondad par no tiene.

Entonces dijo contra Amadís:

—Señor, llegad vos acá adelante, y deciros he cómo por vos quitar a vos y a vuestros amigos de trabajo en que por buscar a don Galaor, vuestro hermano, os queríais poner, soy aquí venida, porque todo sería afán perdido, aunque todos los del mundo lo buscasen, y dígoos que él está guarido de sus llagas y con tal vida y tanto placer cual nunca en su vida lo tuvo.

—Mi señora —dijo Amadís—, siempre en mi pensamiento tuve que después de Dios e! remedio vuestro era la salud de don Galaor y el gran descanso mío, que según de la forma me fue pedido, y llevado ante mis ojos, si esta sospecha no tuviera, antes recibiría la muerte con él que de mí apartar. Y las gracias que de esto daros puedo no son otras sino, como vos mejor que yo lo sabéis, esta mi persona que en las cosas de vuestra honra y servicio puesta será sin temer peligro alguno, aunque la misma muerte fuese.

—Pues holgad —dijo ella—, que muy presto lo veréis con tanto placer que gran parte de ello os alcance.

El rey le dijo:

—Señora, tiempo será que salgáis de la galera y os vayáis a mi palacio.

—Muchas mercedes —dijo ella—, mas esta noche aquí quedaré y de mañana haré lo que me mandareis, y venga por mí Amadís, y Agrajes, y don Bruneo de Bonamar, y don Guilán el Cuidador, porque son enamorados y muy lozanos de corazón, así como lo yo soy.

—Así se hará —dijo el rey— en esto y en todo lo que vuestra voluntad fuere.

Y mandando a toda la gente que se fuesen a la villa, despedido de ella se tornó a su palacio y mandó allí dejar veinte ballesteros en guarda que ninguno a la ribera de la mar se llegase.

Otro día de mañana envió la reina doce palafrenes ricamente ataviados para en que Urganda y sus doncellas viniesen, y fueron a las traer Amadís y los tres caballeros que ella nombró, vestidos de muy nobles y preciadas vestiduras, y cuando llegaron hallaron a Urganda y a sus doncellas salidas de las naos en una tienda que de noche hiciera armar, y descabalgando se fueron a ella, que muy bien los recibió, y ellos a ella con mucha humildad. Entonces las pusieron en los palafrenes, y los cuatro caballeros iban en torno de Urganda, y como así se vio dijo:

—Ahora huelga el mi corazón, y es en todo descanso, pues que de aquéllos que a él son conformes cercado se ve.

Esto decía ella porque así como ellos era ella enamorada de aquel hermoso caballero su amigo.

Pues llegados al palacio entraron donde el rey estaba, que muy bien la recibió, y ella le besó las manos, y mirando a uno y otro cabo vio muchos caballeros por el palacio, y miró al rey y díjole:

—Señor, bien acompañado estáis, y no lo digo tanto por el valor de estos caballeros como por el gran amor que os tienen, que ser los príncipes armados de los suyos hace seguros sus estados. Por ende, sabedlos conservar, porque no parezca que vuestra discreción aún no está llena de aquella buena ventura que en ella caber podría. Guardaos de malos consejeros, que aquélla es la verdadera ponzoña que a los príncipes destruye, y si os pluguiere veré a la reina y hablaré con vos, señor, antes que me parta, algunas cosas.

El rey le dijo:

—Mi amiga, agradézcoos mucho el consejo que me dais, y a todo mi poder así lo haré yo, y ved a la reina, que mucho os ama, y creed ciertamente que así hará de grado todo lo que a vuestro placer fuera.

Ella se fue con sus cuatro compañeros para la reina, de la cual y de Oriana y de la reina Briolanja y de todas las otras dueñas y doncellas de gran guisa fue con mucho amor recibida. Ella miró mucho la hermosura de Briolanja, mas bien vio que a la de Oriana con gran parte no igualaba y había gran sabor de las ver, y dijo a la reina:

—Señora, yo vine a esta corte por ver la grande alteza del rey y la vuestra y la alteza de las armas y la flor de la hermosura del mundo, que por cierto creo que en compaña de ningún emperador ni príncipe, con mucha parte, tan cumplida no se hallaría, que esto así se pruebe da de ello testimonio el ganar de la Ínsula Firme, sobrando en valentía aquel esforzado Apolidón, la muerte de los bravos gigantes, la dolorosa y cruel batalla, en que tanta parte de esfuerzo de braveza del rey, vuestro marido, y de todos los suyos, se mostró. ¿Quién sería tan osado y de tan mal conocimiento que quisiese afirmar haber en todo el mundo hermosura que a la de estas dos señoras igualarse pudiese? Ninguno, con verdad. Así que, viendo estas cosas, mi corazón es en todo descanso y holgura puesto, aún más digo, que aquí es mantenido amor en la mayor lealtad que en ninguna sazón lo fue, lo cual se ha mostrado en aquellas pruebas de la ardiente espada y del tocado de las flores que en cabo de sesenta años todo lo más del mundo habiendo rodeado, nunca se halló quien las acabar pudiese; que aquella que las flores ganó bien dio a entender que ella es señalada en el mundo sobre todas en ser leal a su amigo.

Other books

Shadow's Edge by J. T. Geissinger
Conspirata by Robert Harris
Texas rich by Michaels, Fern
Next of Kin by Welfare, Sue
Twist of Gold by Michael Morpurgo