Amadís de Gaula (65 page)

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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
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—Señor, tomad esta doncella y honradla, que bien lo merece, pues que así ha honrado vuestra corte.

El rey la tomó por la rienda, y él se fue hablando con don Galaor, el cual no había gana de le oír ninguna cosa de buen amor, porque ya se tenía por dicho de se combatir con él, y cuando anduvieron una pieza, Beltenebros tomó a Oriana, y díjole:

—Señor, de aquí quedad con Dios, y si por bien tuviereis que yo sea uno de los ciento de vuestra batalla, de grado os serviré.

Al rey plugo mucho de ello, y abrazándole se lo agradeció, diciéndole que gran parte del pavor perdía en lo tener en su ayuda. Así se tornaron él y Galaor, y Beltenebros se metió por la floresta con su amiga y con Enil, que las armas le llevaba, muy alegre que sus aventuras tan bien acabaran y llevando aquella verde espada al cuello, y ella, en la cabeza llevando el tocado de flores. Así llegaron a la Fuente de los Tres Caños, y de una montaña que ende había vieron venir un escudero a caballo, y llegando dijo:

—Caballero, Arcalaus os manda que llevéis esta doncella ante él, y que si os detenéis y le hacéis cabalgar, que os quitará las cabezas.

—¿Adónde está Arcalaus el Encantador?, dijo Beltenebros. El hombre se lo mostró debajo de unos árboles, y otro con él, y estaban armados y sus caballos cabe sí.

Oído esto por Oriana, fue tan espantada que apenas se pudo en el palafrén tener. Beltenebros se llegó a ella, y díjole:

—Señora doncella, no temáis, que si esta espada no me fallece, yo os defenderé.

Entonces tomó sus armas, y dijo al escudero:

—Decid a Arcalaus que yo soy un caballero extraño que no lo conozco ni tengo por qué hacer su mandado.

Cuando esto Arcalaus oyó, fue sañudo, y dijo al caballero que con él estaba:

—Mi sobrino Lindoraque, tomad aquel tocado que aquella doncella lleva y será para vuestra amiga Madasima, y si el caballero os lo defendiera, cortadle la cabeza, y a ella colgadla por los cabellos de un árbol.

Lindoraque cabalgó y fue luego a lo hacer, mas Beltenebros, que lo había oído, se le paró delante, y comoquiera que lo vio muy grande, así como hijo que era de Cartada, el gigante de la montaña Defendida, y de una hermana de Arcalaus, no lo tuvo en nada por la gran soberbia con que venia, y díjole:

—Caballero, no paséis más adelante.

—Por vos no dejaré yo de hacer lo que Arcalaus, mi tío me mandó.

—Pues ahora —dijo Beltenebros— parecerá lo que vos, como soberbio y él como malo, hacer podéis.

Entonces se fueron herir de grandes encuentros, así que las lanzas fueron quebradas y Lindoraque fue fuera de la silla y llevó un trozo de la lanza metido por el cuerpo, mas levantándose luego con la gran valentía suya, y viendo venir a Beltenebros a lo herir y queriéndose guardar del golpe tropezó y cayó en el suelo, de manera que el hierro de la lanza le salió por las espaldas y luego murió. Arcalaus, que así lo vio, cabalgó presto por lo socorrer, mas Beltenebros fue para él e hízole perder el encuentro de la lanza, y al pasar dióle con la espada tal golpe, que la lanza, con la mitad de la mano, le hizo caer en el suelo, así que no le quedó sino sólo el lugar. Como así se vio, comenzó a huir, y Beltenebros tras él; mas Arcalaus echó el escudo que llevaba del cuello, y con la grande ligereza de su caballo alongóse tanto que no lo pudo alcanzar. Entonces se volvió a su señora y mando a Enil que tomase la cabeza de Lindoraque y la mano y escudo de Arcalaus y se fuese al rey Lisuarte y le contase por cuál razón le acometieron.

Esto hecho tomó a su señora y fuese por su camino, y después que algún poco holgaron cabe una fuente, siendo ya la noche venida llegaron a Miraflores, donde hallaron a Gandalín y Durín, que les tomaron las bestias, y a Mabilia y la doncella de Dinamarca, que con gran gozo de sus ánimos los recibieron a la pared de la entrada de la huerta, como aquéllas que si algún entrevalo les viniera otra cosa si la muerte no esperaban. Mabilia les dijo:

—Hermosos dones traéis, mas bien os digo que con gran congoja de nuestros ánimos y muchas lágrimas de nuestros corazones los hemos comprado, a Dios merced, que tan bien lo hizo.

Y entráronse al castillo, donde cenaron y holgaron con mucho gozo y alegría.

El rey Lisuarte y don Galaor, tornándose a la villa después que de Beltenebros se partieron, llegó a ellos una doncella y dio al rey una carta, diciendo ser Urganda la Desconocida, y otra a don Galaor, y sin más decir se volvió por el camino do antes viniera. El rey tomó la carta y leyóla, la cual decía así:

—A ti, Lisuarte, rey de la Gran Bretaña, yo Urganda la Desconocida, te envío a saludar y hágote saber que en aquella cruel y peligrosa batalla tuya del rey Cildadán, aquel Beltenebros en que tanto te esfuerzas, perderá su nombre y gran nombradía, aquél que por un golpe que hará serán todos sus grandes hechos puestos en olvido, y en aquella hora será tú en la mayor cuita y peligro que nunca fuiste, y cuando la aguda espada de Beltenebros esparcirá la tu sangre, serás en todo peligro de muerte. Aquélla será batalla cruel y dolorosa, donde muchos esforzados y valientes caballeros perderán las vidas, será de gran saña y de gran crudeza, sin ninguna piedad; pero, al fin, por los tres golpes que aquel Beltenebros en ella hará, serán los de su parte vencedores. Cata, rey, lo que harás, que lo que te envío decir se hará sin duda ninguna.

Leída la carta por el rey, comoquiera que él de gran hecho fuese y de recio corazón en todos los peligros, considerando esta Urganda ser tan sabedora, que por la mayor parte todas las cosas que profetizaba verdaderas salían, algo espantoso fue, teniendo creído que Beltenebros, a quien él mucho amaba, allí perdería la vida y la suya de él sin gran peligro no quedaba, mas con alegre semblante se fue a don Galaor, que ya su carta leído había y estaba pensando, y díjole:

—Mi buen amigo, quiero haber con vos consejo, sin que otro alguno lo sepa, en esto que Urganda escribe.

Entonces le mostró la carta, y don Galaor le dijo:

—Señor, según lo que en la mía viene, más me conviene ser aconsejado que consejo dar; pero con todo, si algún medio se hallase que con honra esta batalla excusarse pudiese, esto tendría yo por bueno, y si esto ser no puede, a lo menos, que vos, señor, no fueseis en ella, porque yo veo aquí dos cosas muy graves: la una, que 'por el brazo y la espada de Beltenebros será vuestra sangre esparcida, y la otra, que por tres golpes que él dará serán los de su parte vencedores. Esto ya no sé cómo lo entienda, porque él es ahora de vuestra parte, y según la carta dice, será de la otra.

El rey le dijo:

—Mi buen amigo, el gran amor que me tenéis hace que de vos sea no bien aconsejado, que si yo perdiese la esperanza de aquel Señor que en tan gran alteza me puso, pensando que a la voluntad el saber de ninguna persona estorba, podría con mucha causa y razón siendo por él permitido debería ser bajada de ella, porque el corazón y discreción de los reyes se debe conformar con la grandeza de sus estados y haciendo lo que deben, así con los suyos como en defensa de ellos, y el remedio de las cosas que miedos y espantos les ponen dejarlos aquel Señor en quien es el poder entero. Así que, mi buen amigo, yo seré en la batalla, y aquella aventura que Dios a los míos diere, aquélla quiero que a mí dé.

Don Galaor, tornado de otro acuerdo y viendo el gran esfuerzo del rey, le dijo:

—No sin causa sois loado por el mayor y más honrado príncipe del mundo, y si los reyes así esquivasen los flacos consejos de los suyos, ninguno sería osado de les decir sino aquello que verdaderamente su servicio fuese.

Entonces le mostró su carta, que decía así:

—A vos, don Galaor de Gaula, fuerte y esforzado. Yo, Urganda, os saludo como aquél que aprecio y amo, y quiero que por mí sepáis aquello que en la dolorosa batalla, si en ella fuereis, os acaecerá, que después de grandes cruzadas y muerte por ti vistas en la postrimera prisa de ella, el tu valiente cuerpo y duros miembros fallecerán al tu fuerte y ardiente corazón, y al partir de la batalla la tu cabeza será en poder de aquél que los tres golpes dará, por donde ella será vencida.

Cuando el rey esto vio, díjole:

—Amigo, si lo que esta carta dice verdad sale, conocido está ser vuestra muerte llegada si en aquella batalla entraseis. Y según las grandes cosas en armas por vos han pasado, muy poca falta dejando ésa os seguirá. Así que yo daré orden como cumpliendo con mi servicio y con vuestra honra de ella podáis ser excusado.

Don Galaor le dijo:

—Bien parece, señor, que del consejo que os di recibisteis enojo, pues que siendo sano y en libre poder me mandáis que en tan gran yerro y menoscabo de mi honra caiga. A Dios plega que no me dé lugar a que en tal cosa os haya de ser obediente.

El rey dijo:

—Don Galaor, vos decís mejor que yo, y ahora nos dejemos de hablar más en esto, teniendo esperanza en aquel Señor, que tenerse debe, y guardemos estas cartas, porque según las temerosas palabras que en ellas vienen, si sabidas fuesen, gran causa de temor podrían en las gentes poner.

Con esto se fueron contra la villa, y antes que en ella entrasen vieron dos caballeros armados en sus caballos, lasos y cansados, y las armas cortadas por algunos lugares, que bien parecía no haber estado sin grandes afrentas, los cuales habían nombre don Bruneo de Bonamar y Branfil, su hermano, y venían por ser en la batalla, si el rey los quisiese recibir, y don Bruneo supo de la prueba de la espada y quejóse mucho por llegar a tiempo de la probar, como aquél que ya so el arco de los leales amadores fue, como ya oísteis, y según el gran y leal amor que había a Melicia, hermana de Amadís, bien pensaba que la espada de otra cualquiera cosa por grave que fuese, que por grande amor se hubiese de ganar, que él lo acabara, y pesóle mucho por ser aquella ventura acabada, y como vieron al rey, fueron a él con mucha humildad. Y él los recibió con muy buen talante, y don Bruneo le dijo:

—Señor, hemos oído de una batalla que aplazada tenéis, en que así como el número de la gente será poco, así convendrá que sea escogida, y si habiendo noticia de nosotros que nuestro valor en de nosotros que nuestro valor en ella merezca ser, serviros hemos de grado.

El rey, que ya de don Galaor informado estaba de la bondad de estos dos hermanos, especial de la de don Bruneo, que era, aunque mancebo, uno de los señalados caballeros que en gran parte hallarse podría, hubo muy gran placer con ellos y con su servicio y mucho lo agradeció. Entonces, don Galaor se le hizo conocer y rogóle que con él posase y hasta ser dada la batalla en uno estuviesen, haciéndole memoria de Florestán, su hermano, y de Agrajes y don Galvanes, que éstos eran siempre de una compañía. Don Bruneo se lo tuvo en mucho, diciéndole que él era el caballero del mundo a quien más amor tenía fuera de Amadís, su hermano, por quien él mucho afán en lo buscar había pasado después que supo cómo se partiera de tal forma de la Ínsula Firme y que no dejara de la demanda sino por en aquella batalla y que le otorgaba aquello que le decía.

Así quedó don Bruneo y su hermano Branfil en compañía de don Galaor y en servicio del rey Lisuarte, como oís. Acogido el rey a su palacio, llegó Enil, escudero de Beltenebros, con la cabeza de Lindoraque colgada de los cabellos del petral de su rocín y con el escudo y la mitad de la mano de Arcalaus el Encantador, y antes que en el palacio entrase, venían, por saber qué sería aquello, tras él mucha gente de aquella villa. Llegando al rey, y díjole lo que Beltenebros le mandara, de que el rey fue muy alegre y maravillado del gran hecho de este valiente y esforzado caballero, y estúvole loando mucho y así lo hacían todos, mas esto crecía más en la saña de don Galaor y don Florestán, y no veían la hora en que con él combatirse pudiesen y morir o dar a conocer a todos que sus hechos no podrían igualar con los de Amadís, su hermano.

A esta sazón llegó Filispinel, el caballero que por su parte del rey Lisuarte fuera para desafiar los gigantes, como ya oísteis, y contó todos los más que habían de ser en la batalla, en que había muchos gigantes bravos y otros caballeros de gran hecho y que ya eran pasados de Irlanda a se juntar con el rey Cildadán y que antes de cuatro días desembarcarían en el puerto de la Vega, donde la batalla aplazada estaba. Y también contó cómo había hallado en el lago Ferviente, que es en la Ínsula de Mongaza, al rey Arbán de Norgales y Angriote de Estravaus en poder de Gromadaza, la giganta brava, mujer de Mamongomadán, la cual los tema en una cruel prisión, donde de muchos azotes y otros grandes tormentos cada día eran atormentados, así que las carnes, de muchas llagas afligidas, continuamente corrían sangre, y con él traía una carta escrita para el rey, la cual decía así:

—Al gran señor Lisuarte, rey de la Gran Bretaña, y a todos nuestros amigos de su señorío: Yo, Arbán, cautivo, rey que fui de Norgales, y Angriote de Estravaus, metidos en dolorosa prisión, os hacemos saber cómo nuestra gran desventura, mucho más cruel que la misma muerte, nos ha puesto en poder de la brava Gromadaza, mujer de Famongomadán, la cual, en venganza de su muerte de su marido e hijo, nos hace dar tales tormentos y tan crueles penas cuales nunca se pudieron pensar, tanto que muchas veces demandamos la muerte, que gran holganza nos sería; mas ella, queriendo que cada día la hayamos, nácenos sostener las vidas, las cuales ya por nosotros desamparadas serían si el perdimiento de nuestras ánimas no lo estorbase, mas porque ya somos llegados al cabo de no poder vivir, quisimos enviar esta carta escrita de nuestra sangre y con ella nos despedir, rogando a nuestro Señor quiera daros la victoria de la batalla contra estos traidores que tanto mal nos han hecho.

Muy gran pesar hubo el rey de la pérdida de aquellos dos caballeros y mucho dolor hubo en su corazón, mas viendo que con ello poco les aprovechaba, hizo buen semblante, consolando a los suyos, poniéndoles delante otras muchas graves cosas que los que las honran y proezas alcanzar quieren, habían pasado y esforzándolos para la batalla, la cual vencida, era el verdadero remedio para sacar de la prisión a aquellos caballeros. Y luego mandó a todos aquellos que con él habían de ser en la batalla que para otro día se aparejasen, que quería partir contra sus enemigos, y así se hizo, que con aquel gran esfuerzo que en todas las afrentas siempre tuvo, movió con sus caballeros para les dar batalla.

Capítulo 58

De cómo Beltenebros vino a Miraflores y estuvo con su señora Oriana después de la victoria de la espada y tocado, y de allí se fue para la batalla que estaba aplazada con el rey Cildadán, y de lo que en ella acaeció.

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