Amadís de Gaula (64 page)

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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
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Enil le dijo que así lo haría, y dándole las armas se fue a cumplir su mandado. Beltenebros se fue a la ribera que ya oísteis, y allí estuvo hasta la noche y luego partió para Miraflores, y cuando llegó halló a Durín que le tomó el caballo y él se fue a la entrada de la huerta donde vio estar a su señora Oriana y a las otras, que muy bien lo recibieron, y dándoles sus armas, subió suso. Mabilia le dijo:

—¿Qué es eso, señor primo: más rico venís que de aquí partisteis?.

—¿No lo entendéis? —dijo Oriana—. Sabed que fue a buscar armas con que de esta prisión pueda salir.

—Verdad es —dijo Mabilia—; menester es que hayáis consejo, pues que habéis de combatir con él.

Así se fueron al castillo con mucho placer, donde de comer le dieron, que en todo el día no comiera por no ser descubierto.

Capítulo 57

De cómo Beltenebros y Oriana enviaron la doncella de Dinamarca para saber la respuesta de la corte que del seguro habían enviado a demandar al rey, y de cómo fueron a la prueba.

A la doncella de Dinamarca mandaron otro día que se fuese a Londres y supiese qué respuesta daba el rey a Enil, y que dijese a la reina y a todas las dueñas y doncellas que Oriana se había sentido mal y que no se levantaba. La doncella fue luego a recaudar su mandado y no tornó hasta bien tarde, y su tardanza fue porque el rey salió a recibir a la reina Briolanja, que allí era venida, y que traía cien caballeros para que buscasen a Amadís, como sus hermanos los partiesen. Y traía veinte doncellas vestidas de paños negros como ella los trae, y que no los dejará hasta que sepa nuevas de él; que en otros tales la halló cuando reinar la hizo y que allí quiere estar con la reina hasta que sus caballeros tornen y sepan nuevas de Amadís. Entonces, Oriana le dijo:

—¿Paréceos tan hermosa como dicen?.

—Así Dios me salve —dijo ella—, dejando a vos, señora, es la más hermosa y apuesta mujer de cuantas yo he visto. Y mucho le pesó cuando por bien lo tuviereis.

—Mucho me placerá con ella —dijo Oriana—, porque es la persona del mundo que más ver deseo.

—Honradla —dijo Beltenebros—, que bien lo merece, comoquiera que vos, señora, alguna cosa pensasteis.

—Buen amigo —dijo ella—, dejemos eso, que estoy segura de no ser mi pensamiento verdadero.

—Pues yo entiendo —dijo él— que lo que al presente tenemos de esta prueba se hará más libre de ello y a mí mucho más sujeto.

—Pues si lo pasado —dijo Oriana— fue con sobrado amor que yo os tengo, aquel tocado de las flores fío en Dios que dará de ello testimonio.

Así mismo les dijo la doncella cómo el rey había otorgado a Enil todo el seguro que le demandó.

En esto y en otras cosas en que habían placer pasaron aquel día y los otros, hasta que la prueba se había de hacer. Y esa noche, antes se levantaron a la medianoche y vistieron a Oriana la capa que ya oísteis y pusiéronle los antifaces ante el rostro, y Beltenebros, armado de aquellas nuevas y recias armas que Enil le trajo, descendiendo por la pared de la puerta, cabalgaron, ella en un palafrén que Gandalín trajo, y él en su caballo, y solos se fueron por la floresta, la vía de la Fuente de los Tres Caños, no con poco temor y miedo de Mabilia y de la doncella de Dinamarca que fuesen conocidos, y aquel gran resplandor de alegría en gran tenebrura no se tornase, mas cuando Oriana asi sola se vio con su amigo de noche y en la floresta, hubo tan gran miedo que el cuerpo le temblaba y no podía hablar, y vínole la duda de no acabar aquella aventura, y que su amigo, donde asegurado de sus amores estaba, que le podría ocurrir alguna sospecha y no quisiera por ninguna guisa haberse puesto en aquel camino. Beltenebros, viendo su gran turbación, le dijo:

—Así Dios me salve, señora, si pensara que tanto dudabais esta ida, antes quisiera morir que en ella os haber puesto, y bien será que nos tornemos.

Entonces volvió el caballo y el palafrén donde venían; mas cuando Oriana vio que por ella se estorbaba una tan señalada cosa como lo aquélla era, mudósele el corazón, y díjole:

—Mi buen amigo, no miréis el miedo que como mujer tengo, viéndome en tan extraño lugar para mí, mas a lo que vos, como buen caballero, hacer debéis.

—Mi buena señora —dijo él—, pues que vuestra discreción vence a mi locura, perdonadme, que yo no debería ser osado de decir ni hacer ninguna cosa, salvo aquello que de vuestra voluntad me fuese mandado.

Entonces se fueron como antes, y llegaron a la Fuente de los Tres Caños, antes una hora que el alba viniese, y siendo ya de día claro llegó Enil con que les mucho plugo, y Beltenebros dijo:

—Señora doncella, éste es el escudero que os dije que de mi parte al rey fuese; sepamos lo que trae.

Enil les dijo cómo todo lo traía a su voluntad despachado del rey, y que oyendo misa se comenzaría la prueba. Beltenebros le dio el escudo y la lanza, y no se quitando el yelmo, se fueron por el camino de Londres y anduvieron tanto que entraron la puerta de la villa. Todos los miraban, diciendo:

—Éste es aquel buen caballero Beltenebros que aquí envió a don Cuadragante y a los gigantes; cierto, éste es toda la alteza de las armas. Por bienaventurada se debe tener aquella doncella que en la su guarda viene.

Oriana, que todo esto oía, hacíase lozana en se ver señora de aquél que con su grande esfuerzo a tantos y a tales señoreaba. Así llegaron al palacio del rey, donde él y todos sus caballeros y la reina y sus dueñas y doncellas estaban en una sala juntos para la prueba, y como supieron su venida, salió el rey a los recibir a la entrada de la sala, y como a él llegaron hincaron los hinojos por le besar las manos. El rey no se las dio, y dijo:

—Mi buen amigo, mirad que todo lo que vuestra voluntad fuere haré yo de grado como por aquél que en tan poco tiempo me sirvió mejor que nunca caballero a rey hizo.

Beltenebros se lo agradeció con mucha humildad y no quiso hablar, y se fue con su doncella donde la reina vio estar. A Oriana le tremían las carnes del miedo que hubo en se ver delante su padre y madre, temiendo ser conocida, mas su amigo nunca de la mano la dejó, e hincaron los hinojos ante ella, y la reina los alzó por las manos, y dijo:

—Doncella, yo no sé quién sois, que nunca os vi, mas por los grandes servicios que ese caballero que os trae nos ha hecho, y por lo que vos valéis, a él y a vos haré toda la honra y merced como se le debe.

Beltenebros se lo tuvo en merced, mas Oriana no le respondió ninguna cosa, y tenía la cabeza baja en lugar de humildad. El rey se puso con todos los caballeros a una parte de la sala, y la reina a la otra, con las dueñas y doncellas. Beltenebros dijo al rey que quería estar con su doncella aparte para ser los postreros en aquella aventura probar; el rey lo otorgó. Entonces se fue el rey y tomó la espada que encima de una mesa estaba y sacó una mano de ella y no más. Macandón que así había nombre el escudero de la traía, le dijo:

—Rey, si en vuestra corte no hay otro más enamorado que vos, no iré yo de aquí con lo que deseo.

Y tornó a meter la espada, que así le convenía hacer; cada vez y luego la probó Galaor y no sacó más de tres dedos, y tras él la probaron Florestán y Galvanes y Grumedán y Brandeibas y Ladasín, y ninguno de ellos no sacó tanto como don Florestán, que sacara un palmo. Y luego la probó don Guilán el Cuidador, y sacó la media. Y Macandón le dijo:

—Si dos tantas amarais, ganarais la espada y yo lo que tanto tiempo he buscado.

Y después de él lo probaron más de cien caballeros de muy grande cuenta, y ninguno de ellos no sacaron la espada, y tales hubo que ni poco ni mucho sacaron, y a aquestos decía Macandón que eran herejes de amor. Entonces llegó Agrajes a la probar, y antes que la tomase miró contra donde su señora Olinda estaba y pensó que la espada, según el leal y verdadero amor la tenía, sería suya y sacó tanto de ella que solamente una mano quedó, y pugnó de tirar tanto que lo ardiente de la espada llegó a la ropa y quemóle parte de ella, siendo más alegre por haber más que ninguno de ella sacado la dejó; y se tornó donde estaba, pero antes le dijo Macandón:

—Señor caballero, de cerca os tornasteis de quedar vos alegre y yo satisfecho.

Y luego la probaron Palomir y Dragonís, que un día antes habían a la corte llegado, y sacaron de la espada tanto como don Galaor, y dijoles Macandón:

—Caballeros, sin partís de la espada lo que sacasteis, poco os quedaría con que os defender.

—Verdad decía —dijo Dragonís—; mas si vos, por el cabo de esta prueba os armáis caballero, no seréis tan niño que se os no acuerde.

Todos se rieron de lo que Dragonís dijo, mas ya ninguno quedando en toda la corte de esta aventura probar, levantóse Beltenebros y tomó a su señora por la mano y fuese donde la espada estaba y díjole Macandón:

—Señor caballero extraño, mejor os parecería esta espada que la que traéis, más bien sería en fucia de ella no dejéis esa otra, porque ésta, más por lealtad de corazón que por fuerza de armas, ha de ser conquistada.

Mas él tomó la espada y sacándola toda de la vaina, luego lo ardiente fue tan claro como la otra media, así que toda parecía una. Cuando esto vio Macandón hincó los hinojos ante él, y dijo:

—Oh, buen caballero, Dios te honre, pues que así esta corte has honrado; con mucha razón amado y querido debes ser de aquélla que tú amas, si ella no es la más falsa y la más desmesurada mujer del mundo; quemándote honra de caballería, pues que de si tu mano no de otro alguno haber no la puedo, y darme has tierra y señorío sobre muchos hombres buenos.

—Buen amigo —díjole Beltenebros—, hágase la prueba del tocado y yo haré con vos lo que con derecho debiere.

Entonces santiguó la espada, y dejando la suya a quien la quisiese, la echó a su cuello, y tomando a su señora por la mano se tornó donde antes estaba; mas el loor suyo fue tan grande por todos y todas las que en el palacio estaban de armas y de amores, que a gran saña fueron movidos don Galaor y Florestán, teniendo por gran deshonra que si a su hermano Amadís no, que a otro ninguno en el mundo pusiesen delante de ellos, y luego pensaron que la primera cosa que después de la batalla del rey Lisuarte y del rey Cildadán, si vivos quedasen, sería combatirse con él y morir o dar a todos a conocer la diferencia que de él a su hermano Amadís había.

Acabada la prueba de la espada por Beltenebros, como habéis oído, el rey mandó que la reina y todas las otras que en el palacio estaban probasen el tocado de las flores sin temor que de ello hubiesen, que si dueña la ganase, más amada y querida de su marido sería, y si doncella, que sería gloria para ella ser la más leal de todas. Entonces fue la reina y púsola en su cabeza, mas las flores no hicieron otra mudanza de lo que antes tenían, y díjole Macandón:

—Reina señora, si el rey vuestro marido no ganó mucho en la espada, bien parece que por aquella guisa lo pagasteis.

Ella se tornó con gran vergüenza, sin nada decir y luego, aquella muy hermosa Briolanja, reina de Sobradisa, mas tanto ganó como la reina. Macandón le dijo:

—Señora doncella hermosa, más debéis ser amada, que vos amáis, según lo que aquí mostrasteis.

Y luego llegaron cuatro infantas hijas de reyes, Eluida y Estrelleta, su hermana, que muy lozana y hermosa era, y Aldeva y Olinda, la Mesurada, en la cabeza de la cual las flores secas comenzaron ya cuanto a reverdecer, así que todos cuidaron que ésta la ganaría, mas por gran pieza que la tuvo no hicieron otra mudanza; antes, en que se la quitando, se tornaron tan secas como de antes y después de Olinda la probaron más de ciento, entre dueñas y doncellas; pero ninguna llegó a lo que Olinda, y a todas decía Macandón cosas de burla y de placer, y Oriana, que todo esto viera, hubo gran miedo que la reina Briolanja la ganara, y cuando vio que había faltado hubo muy gran placer, porque su amigo no pensase que los amores que aquélla le había fueran causa de ello, que, según le pareció en extremo hermosa, más que ninguna de cuantas en su vida visto había, no pensaba de le perder si por ella no, y como vio que ya ninguna por probar quedaba, hizo señal a Beltenebros que la llevase, y como llegó pusiéronle el tocado en la cabeza y luego las flores secas se tornaron tan verdes y tan hermosas, de manera que no se podía conocer cuáles fueron las unas ni las otras. Y dijo Macandón:

—¡Oh, buena doncella!, vos sois aquélla que yo demando antes cuarenta años que nacieseis.

Entonces dijo a Beltenebros que le hiciese caballero y rogase a aquella doncella que le diese la espada de su mano.

—Sedlo luego —dijo él—, porque yo no puedo detenerme.

Macandón se vistió unos paños blancos que consigo traía y unas armas blancas, como caballero novel, y Beltenebros le hizo caballero como era costumbre y le puso la espuela diestra, y Oriana le dio una espada asaz rica, que él traía.

Como así le vieron las dueñas y doncellas, comenzaron a reír, y Aldeva dijo, que todos los oyeron:

—¡Ay, Dios, que extremado doncel y qué extremada apostura de todos los noveles; mucho nos debe placer que será novel toda su vida!.

—¿Por dónde lo sabéis vos?, dijo Estrelleta.

—Por aquellos paños —dijo ella— que viste, que no puede durar más tiempo que él.

—Dios lo haga así —dijeron ellas—, y lo mantenga en tal hermosura como ahora está.

—Buenas señoras —dijo él—, yo no daría mi placer por la mesura de vosotras, que mejor estoy yo de mesura y mancebía que vosotras de mesura y vergüenza.

Al rey plugo de lo que él respondiera, que le no parecía bien lo que ellas le dijeron.

Esto así hecho, Beltenebros tomó a su señora y despidióse de la reina, y ella dijo a su hija, que no conocía:

—Buena doncella, pues que vuestra voluntad ha sido que no os conozcamos, ruégoos que desde donde fuereis me hagáis saber de vuestra hacienda y me demandéis mercedes, que de grado os serán otorgadas.

—Señora —dijo Beltenebros—, tanto la conozco yo cuanto vos, aunque ha bien siete días que ando con ella; mas en cuanto he visto, dígoos que es hermosa y de tales cabellos que no ha por qué los encubrir.

Briolanja le dijo:

—Doncella, yo no sé quién sois, mas por cuanto aquí habéis mostrado de vuestros amores, si vuestro amigo así os ama, como vos a él, ésta sería la más hermosa cosa que nunca amor juntó, y si él es entendido, así lo hará.

Oriana hubo gran placer de esto que Briolanja decía. Con esto se despidieron de la reina y cabalgaron como antes venía, y el rey y don Galaor se fueron con ellos, y Beltenebros dijo al rey:

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