Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
—Señor, éstos están malparados para los conocer, pero bien creemos que ninguno lo es.
Entonces, Galaor se bajó por la escalera de la torre y entrando en un palacio vio una doncella hermosa que estaba diciendo:
—Palingues, ¿por qué huyes si eres tan esforzado que a mi padre matases en batalla como lo dices?... Atiende este caballero que viene.
Galaor miró adelante y vio un caballero muy armado de todas armas que quería abrir una puerta de otra torre y no podía y por las palabras de la doncella hermosa conoció ser aquél el que él buscaba y hubo placer, y dijo:
—Palingues, no te cales que huyas, ni que tomes esfuerzo, que aunque le tomes no escaparás en ninguna parte.
Entonces fue para él y el otro, que más no pudo, tornó a sí mismo a lo herir y diole un gran golpe por cima del brocal del escudo que entró la espada por la una mano, así que no la podía sacar y Galaor lo hirió en descubierto en el brazo derecho que le cortó la manga de la loriga y el brazo cabe el codo y se lo echó en tierra y Palingues que así lo vio quiso huir a una cámara y cayó a la puerta atravesado. Galaor lo tomó por la pierna y trajólo arrastrando y quitóle el yelmo de la cabeza e hiriólo con su espada, diciendo:
—Toma esto por la traición que hiciste en matar a Antebón, y hendióle hasta los dientes; otrosí, metió la espada en la vaina y la doncella hermosa que aquellas palabras oyera vino a contra él y díjole:
—¡Ay, buen caballero!, Dios te haga vivir en honra, que vengaste a mi padre y la fuerza que a mí se hizo.
Galaor la tomó por la mano y dijo:
—Cierto, amiga hermosa, bien debía haber vergüenza quien a tan hermoso parecer hiciese pesar, que así Dios me ayude mucho más valéis para ser servida que enojada; otrosí dijo:
—Amiga señora, ¿hay algunos en el castillo de que me tema?.
—Señor —dijo ella—, no quedan aquí sino gente de servicio y todos serán en la vuestra merced.
—Mas vamos —dijo él— a hacer entrar dos doncellas de vuestra madre que por su mandato me guiaron aquí.
Entonces la tomó por la mano y llegando a la puerta del castillo la abrieron y las doncellas que atendían y la una le traía el caballo e luciéronlos entrar y cuando descabalgaron abrazaron a su señora con gran placer y preguntáronle si era vengada la muerte de su padre.
—Sí —dijo ella—, merced a Dios y a este buen caballero que la vengó, lo que otro ninguno no pudiera hacer, y luego se fueron juntas adonde Galaor estaba, que ya se quitara el escudo y el yelmo y viéronle tan niño y tan hermoso que mucho fueron maravilladas y la doncella a quien él acorrió, se pagó de él mucho más que de ninguno otro que jamás viera y fuelo a abrazar diciendo:
—Amigo señor, yo os debo más amar que a otra persona alguna, y de grado querría saber, si os pluguiere, quién sois.
—Soy natural —dijo él— de donde era vuestro padre.
—Pues decidme vuestro nombre.
—A mí llámanme don Galaor, dijo él.
—A Dios merced —dijo ella—, que de tal caballero fue vengado mi padre, que él os mentaba muchas veces y a otro buen caballero, vuestro hermano, que se llama Amadís, y decía que sois hijos del rey de Gaula, cuyo vasallo él fue.
A esta sazón andaban las doncellas por el castillo buscando con las otras mujeres para les dar de comer y estaban don Galaor y la doncella, que Brandueta había nombre, solos hablando en lo que oís y como ella era muy hermosa y él codicioso de semejante vianda, antes que la comida viniese, ni la mesa fuese puesta, descompusieron ellos ambos una cama. que en el palacio era donde estaba, siendo dueña aquélla que de antes no lo era, satisfaciendo a sus deseos, que en tan pequeño espacio de tiempo, mirándose el uno al otro la su floreciente y hermosa juventud, muy grandes se habían hecho.
Las mesas puestas y todo aderezado salieron Galaor y la doncella al corral y debajo de un árbol que allí estaba les dieron de comer, y Brandueta le contó allí cómo Palingues, con miedo suyo y de su hermano Amadís, ponía tan gran guarda en aquel castillo, pensando que pues Antebón su padre era su natural, que a ellos antes que a otros ningunos era dado la venganza de su muerte. Después que allí holgaron con mucho placer y porque Brandueta se acongojaba por salir del castillo e ir a ver a su madre, Galaor, teniéndolo por bien, acordaron de se ir luego y aunque ya era tarde y luego cabalgaron en sus palafrenes y metidos al camino llegaron a casa de la dueña, su madre, a dos horas andadas de la noche, la cual ya por una de las doncellas que adelante fuera, sabía todo lo que pasara y así ella como toda la otra gente, hombres y mujeres los aguardaban en el corral donde Antebón muerto yacía, haciendo grandes alegrías, porque tan cumplida y honradamente fuera su muerte vengada. Galaor descendió en los brazos de la señora, diciendo:
—Señor, este castillo es vuestro y todos haremos lo que mandareis.
Entonces lo hizo desarmar y lleváronlo a una rica cámara donde había un lecho de hermosos paños. Allí albergó aquella noche mucho a su placer, porque Brandueta, considerando que dejándolo solo era cumplida la gran honra que él merecía, cuando vio tiempo aparejado se fue para él y a las veces durmiendo y otras veces hablando y holgando estuvieron de consuno hasta cerca del día, que ella a su cámara se tomó.
Cómo recuenta lo que acaeció a Amadís yendo en requesta de la doncella que el caballero maltratada la llevaba.
Amadís, que iba tras el caballero que a la doncella por fuerza llevaba y la iba hiriendo, anduvo por lo alcanzar, y antes que lo alcanzase encontróse con otro caballero armado en su caballo que le dijo:
—¿Qué cuita habéis tan grande que con tanta prisa os hace venir?.
—¿A vos qué hace —dijo Amadís— de yo ir aína, mi paso?.
—¿Si huís ante alguno ampararos he yo?.
—No he ahora menester vuestra defensa, dijo Amadís. El caballero le tomó por el freno y dijo:
—Conviene que me lo digáis, si sois en la batalla.
—Más me place de eso —dijo Amadís—, porque más tardaré de os lo decir, que de me quitar de vos por esa vía, que según vuestra desmesura no os podría decir tanto que más no quisiese de saber.
El caballero se tiró afuera y vino para él al más ir de su caballo y Amadís a él, y el caballero le encontró reciamente en el escudo que la lanza fue en piezas y Amadís le hirió tan fuertemente que lo derribó en tierra y el caballo sobre él y el caballero se hirió tan mal en la una pierna que apenas se pudo levantar; pasando por él, fue adelante su camino y éste fue el caballero que soltó el caballo a don Galaor y Amadís se aquejó tanto de andar que alcanzó al caballero que la doncella llevaba y dijo:
—Gran pieza ha que huísteis, desmesurado, y ahora os ruego que lo no seáis.
—¿Y qué desmesura hago yo?, dijo el caballero.
—La mayor que podíais —dijo Amadís—, que lleváis la doncella forzada y además heríaisla.
—Parece —dijo el caballero— que me queréis castigar.
—No os castigo —dijo él—, mas dígoos lo que es vuestra pro.
—Entiendo que lo será más vuestra en vos tornar por do vinisteis.
Amadís hubo saña y fue para el escudero y díjole:
—Dejad la doncella; si no, muerto sois.
El escudero con miedo púsola en el suelo. El caballero dijo:
—Don caballero, gran locura tomasteis.
—Ahora lo veremos, dijo Amadís, y bajando las lanzas se hirieron de tal manera que fueron quebradas y el caballero fue en tierra y tanto que cayó. Levantóse aína y Amadís fue a él por lo herir con los pechos del caballo, el otro le dijo:
—Estad, señor, que por ser yo desmesurado no lo seáis vos y habed de mí merced.
—Pues jurad —dijo Amadís— que a dueña ni a doncella no forzaréis contra su voluntad ninguna cosa.
—Muy de grado, dijo el caballero. Amadís, que llegó a él para le tomar la jura, y el otro, que la espada tenía en la mano, hiriólo con ella en el vientre del caballo que lo hizo caer con él. Amadís salió luego de él y poniendo mano a la espada se dejó a él correr tan sañudo que maravilla era y el caballero le dijo:
—Ahora os haré ver que en mal punto aquí vinisteis.
Amadís, que gran ira llevaba, no le respondió, mas hiriólo en el yelmo so la visera y cortóle de él tanto que la espada llegó al rostro, así que las narices con la mitad de la cara le cortó y cayó el caballero, mas él no contento, cortóle la cabeza y metiendo su espada en la vaina se fue a la doncella a tal hora que ya era noche cerrada y el lunar hacía claro, ella le dijo:
—Señor caballero, Dios os dé honra por el acorro que me hicisteis y más si le diereis fin, que es llevarme a un castillo donde yo quería ir, que no hay cosa porque a tal hora cometiese ningún camino.
—Doncella —dijo él—, yo os llevaré de grado.
Estando en esto, llegó Gandalín, y Amadís le dijo:
—Dame aquel caballo del caballero, pues que el mío me mató, y toma tú la doncella en el palafrén, y vamos adelante donde nos ella guiare.
Así fueron dejando aquel camino a tomar otro que la doncella sabía. Amadís le preguntó si sabía el nombre del caballero muerto del árbol de la encrucijada, ella dijo que sí, y contóle toda su hacienda y la razón de su muerte, que lo bien sabía. En esto, llegaron a una ribera, siendo ya la medianoche y porque a la doncella le tomaba gran sueño, a ruego de ella, acordaron de allí dormir alguna pieza y descendiendo de las bestias pusieron el manto de Gandalín en que ella durmiese, y Amadís acostado en su yelmo se echó cerca de ella, y Gandalín de la otra parte. Pues durmiendo todos, como oís, llegó a caso un caballero que venía por la ribera de él contra suso y como así los vio púsose con su caballo encima de ellos y metió el cuento de la lanza entre los brazos de la doncella e hízola despertar, y como vio el caballero armado cuidó que era el que la aguardaba, levantóse soñolienta y dijo:
—¿Queréis, señor, que andemos?.
—Quiero, dijo el caballero.
—En el nombre de Dios, dijo ella. El caballero se bajó y tomándola por el brazo la puso ante sí y comenzó de ir su camino.
—¿Qué es eso? —dijo ella—, mejor me llevara el escudero.
—No llevará —dijo él—, pues quisisteis vos ir conmigo.
Ella miró ante sí y vio a Amadís que muy fuerte dormía y dio voces:
—¡Ay, señor, acorredme, que me lleva no sé quién!.
El caballero dio de las espuelas al caballo y fue con ella cuanto más pudo. Amadís despertó a las voces de la doncella y vio cómo el caballero la llevaba, de que mucho pesar hubo y llamó aprisa a Gandalín que le diese el caballo, y en tanto, enlazó el yelmo y tomó el escudo y la lanza, y cabalgando se fue por donde el otro viera ir, y no anduvo mucho que se halló entre unos árboles muy espesos, donde perdió la carrera, que no sabía dónde ir y aunque él era el caballero del mundo más sufrido crecióle gran saña contra si, diciendo:
—Ahora digo que la doncella puede bien decir, que tanto le hice de tuerto como de amparamiento, que si de un forzador la defendí, dejéla en poder de otro, y así anduvo una gran pieza por el campo, haciendo a su caballo más mal que merecía, y a poco de rato oyó sonar un cuerno y fuese yendo contra aquella parte cuidando que allí había acudido el caballero, y no tardó que halló ante sí una hermosa fortaleza en un otero alto y velábanla muy fuerte, y llegándose a ella, vio el muro alto y las torres fuertes, mas la puerta había bien cerrada. Los veladores que le vieron preguntáronle qué hombre era que a tal hora andaba armado.
—Soy un caballero, dijo él.
—¿Qué demandáis?, dijeron ellos.
—Demando —dijo él— un caballero que me tomó una doncella.
—No lo vimos, dijeron los de suso. Amadís se fue en derredor del castillo, y de la otra parte halló un postigo abierto y vio al caballero que llevara la doncella a pie y sus hombres que le desensillaban el caballo, que no cabía por el postigo de otra manera. Amadís cuidó que él era y dijo:
—Señor caballero, atended un poco y no os acojáis, antes me decid si sois vos el que me tomó una mi doncella.
—Sí, la yo tomé —dijo él—, mal la guardasteis vos.
—Forzásteismela por engaño —dijo Amadís—, que de otra manera no fuera tan ligero de lo hacer, y cierto no fuisteis ahí cortés ni ganasteis ahí prez de caballero.
El caballero le dijo:
—Amigo, yo tengo la doncella que de su voluntad quiso venirse conmigo y tengo que le no hice fuerza.
—Señor caballero —dijo Amadís—, mostrádmela, y si ella eso dice dejaré de la demandar.
—Yo os la mostraré mañana acá dentro, si quisiereis entrar con la costumbre del castillo.
—¿Y qué costumbre es ésa?.
—Mañana os la dirán y no la tendréis en poco si a ella os aventuráis,
—Si ahora la quisiere ver, ¿acogerme habían dentro?.
—No —dijo el caballero—, por ser de noche, mas si al día aguardáis veremos lo que ahí haréis, y cerrando el postigo se acogió dentro y Amadís se tiró afuera so unos árboles, donde descendió del caballo y estuvo con Gandalín hablando en muchas cosas hasta la mañana, y el sol salido vio abrir la puerta, y cabalgando en su caballo llegóse a ella y vio estar un caballero todo armado en un gran caballo y el portero que guardaba le dijo:
—Señor caballero, ¿queréis acá entrar?.
—Quiero —dijo Amadís—, que por eso vengo aquí.
—Pues antes os diré —dijo el portero— la costumbre porque, vos no os quejéis, y dígoos de tanto que antes que entréis vos habéis de combatir con aquel caballero, y si os vence juraréis de hacer mandado de la señora de este castillo, si no echaros han en una esquiva prisión, y aunque vos venzáis no os dejaremos salir y habéis de ir adelante donde hallaréis a otra puerta otros dos caballeros. Y más adentro otros dos caballeros y con todos os habéis de combatir por tal pleito como el del primero, y si fuereis tan bueno que a vuestra honra lo paséis, además de ganar gran prez de armas, haceros han derecho de lo que demandareis.
—Cierto —dijo Amadís—, si vos verdad decís, caramente lo comprará quien de aquí la llevare, mas comoquiera que ello sea, todavía quiero ver la doncella que acá me tienen, si puedo.
Entonces se metió por la puerta del castillo, y el caballero le dio voces que se guardase y dejóse a él correr y Amadís a él e hiriéronse de las lanzas en los escudos, y el caballero quebrantó su lanza y Amadís le echó en tierra tan bravamente que le quebrantó el brazo diestro y tornó sobre él y poniéndole la lanza en los pechos dijo:
—Muerto sois si no os otorgáis por vencido.