Amadís de Gaula (29 page)

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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
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—No sin gran causa, está de tal guisa aquí este caballero muerto, y si tardásemos, no tardaría de venir alguna ventura.

Galaor dijo:

—Yo lo juro por la fe que de caballería tengo de no partir de aquí hasta saber quién es este caballero y por qué fue muerto, y de lo vengar si la razón y justicia me lo otorgaren.

Amadís, que con gran deseo aquel camino hacía esperando ver a su señora, a quien prometiera de se tornar tanto que a don Galaor hallase, pesóle de esto y dijo:

—Hermano, mucho me pesa de lo que prometisteis, que he recelo de se os hacer aquí gran detenencia.

—Hecho es, dijo Galaor. Y descendiendo del caballo se sentó cabe el lecho y los otros dos asimismo que lo no habían de dejar solo. Esto sería ya entre nona y vísperas, y estando catando el caballero y diciendo Amadís que pusiera así las manos por sacar el trozo de la lanza en tanto que huelgo tenía y que espirando así se le había quedado, no tardó mucho que vieron venir por uno de los caminos un caballero y dos escuderos, y el uno traía una doncella ante sí en un caballo y el otro le traía su escudo y yelmo, y la doncella lloraba fuertemente y el caballero la hería con la lanza en la cabeza que llevaba en la mano. Así pasaron cabe el lecho donde el caballero muerto yacía y cuando la doncella vio los tres compañeros dijo:

—¡Ay, buen caballero que ende muerto yaces!, si tú vivo fueras no me consintieras de tal guisa llevar, que el tu cuerpo fuera puesto en todo peligro y más valiera la muerte de esos tres que la tuya sola.

El caballero que la llevaba con más saña la hirió de la asta de la lanza, así que la sangre por el rostro le corría y pasaron tan presto adelante que era maravilla.

—Ahora os digo —dijo Amadís— que nunca vi caballero tan villano como éste en querer herir la doncella de tal guisa y si Dios quisiere esta fuerza no dejaré yo pasar, y dijo a Galaor:

—Hermano, si yo tardo, id vos a Vindilisora que yo allí seré, si puedo, y Balais os hará compañía.

Entonces cabalgando en su caballo tomó sus armas y dijo a Gandalín:

—Vete en pos de mí, y fuese a más andar tras el caballero que ya lueñe iba. Galaor y Balais quedaron allí hasta que fue noche cerrada, entonces llegó un caballero que por el camino venía por donde Amadís fuera, y venía gimiendo de una pierna y armado de todas armas y dijo contra Galaor y Balais:

—¿Sabéis vos quién es un caballero que por este camino que vengo ya corriendo?.

—¿Por qué lo preguntáis?, dijeron ellos.

—Porque sea de mala muerte —dijo él—, que así va bravo que parece que todos los diablos van con él;

—¿Y qué braveza os hizo?, dijo Galaor.

—Porque me no quiso decir —dijo él— dónde tan recio iba, trabéle del freno y dije que me lo dijese o se combatiese conmigo, él me dijo con saña que pues le no dejaba que más tardaría en me lo decir que en se librar de mí por batalla, y apartándose de mí corrimos uno contra otro e hirióme tan duramente que dio conmigo y con el caballo en tierra e hízome esta pierna tal como veis.

Ellos comenzaron a reír y dijo don Galaor:

—Sufríos otra vez mejor en no querer saber hacienda de ninguno contra su grado.

—¿Cómo —dijo el caballero—, reís vos de mí?.

—Cierto, yo haré que seáis de peor talante.

Y fue donde estaban los caballeros y dio con la espada un gran golpe al de Galaor en el rostro que le hizo enarmonar y quebrar las riendas y huir por el campo, y el caballero quiso hacer lo semejante al de Balais, mas él y Galaor tomaron sus lanzas e iban contra él y se lo estorbaron. El caballero se fue diciendo:

—Si al otro caballero hice desmesura y la pagué, así lo pagaréis vos en os reír de mí.

—No me ayude Dios —dijo Balais— si no dais vuestro caballo por aquél que soltasteis, y cabalgó presto diciendo a don Galaor que otro día sería allí con él. Galaor quedó solo con el caballero muerto, que a su escudero mandó ir tras el caballero, y estuvo aguardando hasta que de la noche pasaron más de cinco horas. Entonces, del sueño vencido, puso su yelmo a la cabecera y el escudo encima de sí, adormecióse y así estuvo una gran pieza, mas cuando recordó no vio lumbre ninguna de los cirios que antes ardían, ni halló el caballero muerto, de que mucho pesar hubo y dijo contra sí:

—Cierto, yo no me debía trabajar en lo que los otros hombres buenos, pues que no sé hacer sino dormir y por ello dejé de cumplir mi promesa, mas yo me daré la pena que mi negligencia merece, que habré de buscar a pie aquello que estando quedo saber sin ningún trabajo pudiera, y pensando cómo podría tomar el rastro de los que allí vinieran, oyó relinchar un caballo y fuese para allá, y cuando aquella parte llegó donde lo oyera no halló nada; mas luego tornó a oír más lejos otros caballos y siguió todavía aquel camino y cuando anduvo una pieza, rompía el alba y vio ante sí dos caballeros armados y el uno de ellos apeado y estaba leyendo unas letras que en una piedra eran escritas y dijo al otro:

—En balde me hicieron venir aquí, que esto, poco recaudo me parece, y cabalgando en su caballo se iban entrambos y Galaor los llamó y dijo:

—Señores caballeros, ¿saberme habíais decir quién llevó un caballero muerto que yacía so el árbol de la encrucijada?.

—Cierto —dijo el uno de ellos—, no sabemos ál sino que pasada la media noche vimos ir tres doncellas y diez escuderos que llevaban unas andas.

—¿Pues contra dónde fueron?, dijo Galaor. Ellos le mostraron el camino y partiéndose de él, él se fue por aquella vía y a poco rato vio contra si venir una doncella y díjole:

—Doncella, ¿por ventura sabéis quién llevó un caballero muerto de so el árbol de la encrucijada?.

—Si me vos otorgáis de vengar su muerte, que fue gran dolor a muchos y a muchas según su gran bondad, decíroslo he.

—Yo lo otorgo —dijo él—, que según en vos parece juntamente se puede esta venganza tomar.

—Eso es muy cierto —dijo ella—, y ahora me seguid y cabalgad en este palafrén y yo a las ancas.

Y ella quisiera que él fuera en la silla, mas por ninguna guisa lo quiso hacer y cabalgando en pos de ella fueron por do la doncella guiaba y siendo alejados cuanto dos leguas de allí, vieron un muy hermoso castillo, y la doncella dijo:

—Allí hallaremos lo que demandáis, y llegando a la puerta del castillo dijo la doncella:

—Entrad vos y yo me iré y decidme cómo habéis nombre y dónde os podré hallar.

—Mi nombre —dijo él— es don Galaor y cuido que en casa del rey Lisuarte antes que en otra parte me hallaréis.

Ella se fue y Galaor entró en el castillo y vio yacer el caballero muerto en medio del corral, y hacían muy gran duelo sobre él y llegándose a un caballero viejo de los que allí estaban le preguntó quién era el caballero muerto.

—Señor —dijo él—, era tal, que todo el mundo con mucha razón le debería doler de él.

—¿Cómo había nombre?, dijo Galaor.

—Antebón —dijo él—, y era natural de Gaula.

Galaor hubo más piedad de él que antes y dijo:

—Ruégoos que me digáis la causa por qué fue muerto.

—De grado os lo diré —dijo él—. Este caballero vino en esta tierra, y por su bondad fue casado con aquella dueña que sobre él llora que es señora de este castillo y hubieron una muy hermosa hija, que fue amada de un caballero que cerca de aquí mora en otra fortaleza, mas ella desamábalo a él más que otra cosa. Y el caballero muerto acostumbraba de salir muchas veces al árbol de la encrucijada, porque allí siempre acuden muchas aventuras de caballeros andantes y con deseo de enmendar aquéllas que contra razón pasasen en que hizo tanto en armas que en estas tierras era muy loado, y siendo allí un día pasó acaso aquel caballero que a su hija amaba y pasando por él se fue al castillo donde la doncella con ésta, su madre, quedara, que por este corral con otras mujeres jugaba y tomándola por el brazo se salió fuera antes que la puerta le pudiese cerrar y la llevó a su castillo. La doncella no hacía sino llorar y el caballero le dijo: "Amiga, pues que yo soy caballero y os mucho amo, ¿por cuál razón no me tomaréis en casamiento teniendo más riqueza y estado que vuestro padre?". "No —dijo ella—, por mi grado, antes tendré una jura que a mi madre hice". "¿Y qué jura es?". "Que no casase ni hiciese amor sino con caballero loado en armas, como aquél con quien ella casara que es mi padre". "Por esto no lo dejaréis, que yo no soy menos esforzado que vuestro padre y antes de tercero día lo sabréis". Entonces, salió armado de su caballo del castillo y fuese al árbol de la encrucijada donde a la sazón halló a este caballero apeado de su caballo y sus armas cabe sí y llegándose a él sin le hablar hiriólo con la lanza por la garganta así como veis, antes que él pudiese tomar sus armas y cayó en tierra por ser el golpe mortal y el caballero descendió entonces y diole con la espada todos aquellos golpes que veis que tiene, hasta que lo mató.

—Así Dios me ayude —dijo Galaor—, el caballero fue muerto a gran sin razón y todos se deberían de doler, y ahora, decid: ¿por qué lo ponen de tal guisa so el árbol de la encrucijada?.

—Porque pasan por ahí muchos caballeros andantes y cuéntanles esto que os yo he dicho, si por ventura viniese ahí, tal que lo vengase.

—¿Pues por qué lo dejan así solo?, dijo Galaor.

—Siempre estaban —dijo el caballero— con él cuatro escuderos hasta la noche que huyeron dende porque el otro caballero los envió amenazar, y por esto lo trajimos.

—Mucho me pesa —dijo don Galaor— que os no vi.

—¿Cómo —dijo el otro—, sois vos el que allí dormíais acostado a su yelmo?.

—Sí, dijo él.

—¿Y por qué quedasteis ahí?, dijo el caballero.

—Por vengar aquel muerto, si con razón lo pudiese hacer, dijo Galaor.

—¿Estáis en aquel propósito ahora?.

—Sí, cierto, dijo él.

—¡Ay, señor! —dijo el caballero—, Dios por su merced os lo deje acabar a vuestra honra, y tomándolo por la mano lo llegó al lecho e hizo callar a todos los que el duelo hacían y dijo contra la dueña:

—Señora, este caballero dice que a su poder vengará la muerte de vuestro marido.

Y ella se cayó a los pies por se los besar y dijo:

—¡Ay!, buen caballero, Dios te dé el galardón, que él no ha en esta tierra pariente ni amigo que de ello se trabaje, que es de tierra extraña, pero cuando era vivo muchos se lo mostraban.

Galaor dijo:

—Dueña, por ser él de la tierra que yo soy tengo más sabor de le vengar, que yo soy natural de donde era él.

—Amigo, señor —dijo la dueña—, ¿por ventura sois vos el hijo del rey de Gaula que decía mi señor que era en casa del rey Lisuarte?.

—Nunca fui en su casa —dijo él—; mas decidme, ¿quién lo mató, dónde lo podré hallar?.

—Buen señor —dijo ella—, decíroslo he y haceros he allá guiar, mas he gran recelo según el peligro que dudéis de lo cometer, como otros, que allá he enviado, lo hicieron.

—Dueña —dijo él—, por eso se extreman los buenos de los malos.

La dueña mandó a dos doncellas que lo guiasen.

—Señora —dijo Galaor—, yo vengo a pie, y contóle cómo el caballo perdiera y dijo:

—Mandadme dar en qué vaya.

—De grado lo haré —dijo ella— a tal pleito que si lo no vengareis que me volváis el caballo.

—Yo lo otorgo, dijo Galaor.

Capítulo 25

Cómo Galaor fue a vengar la muerte del caballero que había hallado malamente muerto al árbol de la encrucijada.

Diéronle un caballo y fuese con las doncellas y anduvieron tanto que llegaron a una floresta y vieron en ella una fortaleza que estaba sobre una peña muy alta y las doncellas le dijeron:

—Señor, allí habéis de vengar al caballero.

—Vamos allá —dijo él—, y decidme, ¿qué nombre ha el que lo mató?.

—Palingues, dijeron ellas. En esto, llegaron al castillo y vieron la puerta cerrada. Galaor llamó y viniendo un hombre armado sobre la puerta dijo:

—¿Qué queréis?.

—Entrar allá, dijo Galaor.

—Esta puerta —dijo el otro— no es, sino para salir los que acá están.

—Pues, ¿por dónde entraré?, dijo él.

—Yo os lo mostraré —dijo el otro—, mas yo he miedo que trabajaré en vano y no osaréis entrar.

—Así me ayude Dios —dijo Galaor—, ya querría ser allá dentro.

—Ahora veremos —dijo él— si vuestro esfuerzo es tal como el deseo y descended del caballo y llegaos a pie a aquella torre.

Galaor dio el caballo a las doncellas y púsose donde le dijeron y no tardó mucho que vieron al caballero y otro más grande en somo de la torre, bien armado, y comenzaron a desenvolver una devanadera y echaron de suso un cesto grande atado en unas recias cuerdas y dijeron:

—Caballero, si acá queréis entrar, éste es el camino.

—Si yo en el cesto entrare —dijo Galaor—, ¿ponerme habéis allá suso en salvo?.

—Sí, verdaderamente —dijeron ellos—, mas después no os aseguramos.

Entonces, entró en el cesto y dijo:

—Pues tirad que en vuestra palabra me aseguro.

Ellos comenzáronlo a subir y las doncellas que le miraban dijeron:

—¡Ay!, buen caballero. Dios os guarde de traición, que cierto, hay en el tu corazón grande esfuerzo.

Así tiraron los caballeros a Galaor de encima de la torre y siendo suso salió muy ligero del cesto y metióse con ellos en la torre, ellos le dijeron:

—Caballero, conviene que juréis de ayudar al señor de este castillo contra los que demandaren la muerte de Antebón o no saldréis de aquí.

—¿Es alguno de vos el que lo mató?, dijo Galaor.

—¿Por qué lo preguntáis?, dijeron ellos.

—Porque querría hacerle conocer la gran traición que en ello hizo.

—¿Cómo sois tan loco —dijeron los caballeros—, estáis en nuestro poder y amenazaisle? Pues ahora compraréis vuestra locura, y poniendo mano a sus espadas fueron para él muy airadamente y Galaor metió mano a su espada y diéronse grandes golpes por cima de los yelmos y escudos, que los dos caballeros eran valientes y Galaor, que se veía en aventura, pugnaba por los llegar a la muerte. Las doncellas que abajo eran oían las heridas que se daban y decían:

—¡Ay, Dios!, que puede ser del buen caballero que ya se combate, y la una dijo:

—No nos partamos de aquí hasta ver la cima de este hecho.

Galaor se combatía tan bravamente que en mucho espanto ponía a los caballeros, y dejóse correr al uno y diole un golpe de toda su fuerza por encima del yelmo que la espada llegó a la cabeza y entró bien por ella dos dedos, y tirándola contra sí dio con él de hinojos en tierra. Otrosí comenzóle a cargar de tan duros golpes que por heridas que el otro el diese nunca lo dejó hasta que lo mató y tornó luego sobre el otro, y como se vio con él solo quiso huir, mas alcanzólo y trabándolo por el brocal del escudo lo tiró tan recio contra sí que lo derribó ante sus pies y diole tales golpes de la espada que no hubo menester maestro. Esto así hecho puso la espada en la vaina y echó los caballeros de la torre diciendo a las doncellas que mirasen si alguno de aquéllos era Palingues. Ellas dijeron:

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