Amadís de Gaula (33 page)

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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
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—Señora, veis aquí el caballero que me enviasteis a buscar.

—Mucho soy de ello alegre, dijo ella, y alzándolo por la mano lo abrazó, y luego a don Galaor. El rey le dijo:

—Dueña, quiero que partáis conmigo.

—¿Y qué?, dijo ella.

—Que me deis a Galaor —dijo él—, pues que Amadís es vuestro.

—Cierto, señor —dijo ella—, no me pedís poco, que nunca tan gran don se dio en la Gran Bretaña, mas así es derecho, pues que vos sois el mejor rey que en ella reinó, —dijo contra Galaor:

—Amigo, ¿qué os parece que haga que me os pide el rey mi señor?.

—Señora —dijo él—, paréceme que toda cosa que tan gran señor pida se le debe dar si haberse puede y vos habéis a mí para os servir en esto y en todo, fuera la voluntad de mi hermano y mi señor, Amadís, que yo no haré ál sino lo que él demandare.

—Mucho me place —dijo la reina— de hacer mandado de vuestro hermano que luego habré yo parte en vos, así como en el que es mío.

Amadís le dijo:

—Señor, hermano, haced mandado de la reina, que así os lo ruego yo y así me place ahora.

Entonces Galaor dijo a la reina:

—Señora, pues que yo soy libre de esta voluntad ajena que tanto poder sobre mí tienes, ahora me pongo en vuestra merced que haga de mí lo que más le pluguiere.

Ella le tomó por la mano y dijo contra el rey:

—Señor, ahora os doy a Galaor que me pedisteis y dígoos que lo améis según la gran bondad que en él hay, que no será poco.

—Así me ayude Dios —dijo el rey—, yo creo que a duro podría ninguno amar a él ni a otro tanto, que el amor a la su gran bondad alcanzase.

Cuando esta palabra oyó Amadís, paró mientes contra su señora y suspiró no teniendo en nada lo que el rey decía, considerando ser mayor el amor que tenía a su señora que la bondad de si mismo ni de todos aquéllos que armas traían.

Pues así como oís quedó Galaor por vasallo del rey en tal hora que nunca por cosas que después vinieron entre Amadís y el rey dejó de lo ser, así como lo contaré más adelante. Y el rey se sentó cabe la reina y llamaron a Galaor que fuese ante ellos para le hablar. Amadís quedó con Agrajes, su cohermano. Oriana y Mabilia y Olinda estaban juntas aparte de las otras todas, porque eran más honradas y que más valían. Mabilia dijo contra Agrajes:

—Señor hermano, traednos ese caballero que hemos deseado mucho.

Ellos se fueron para ellas, y como ella sabía muy bien con qué medicina sus corazones podían ser curados, metióse entre ellas ambas y puso a la parte de Oriana Amadís, y a la de Olinda Agrajes, y dijo:

—Ahora estoy entre las cuatro personas de este mundo que yo más amo.

Cuando Amadís se vio ante su señora el corazón le saltaba de una parte a otra guiando los ojos a que mirasen la cosa del mundo que él más amaba, y llegóse a ella con mucha humildad y ella lo saludó y teniendo las manos por entre las puntas del manto tomóle las suyas de él y apretóselas ya cuanto en señal de le abrazar y díjole:

—Mi amigo, qué cuita y que dolor me hizo pasar aquel traidor que las nuevas de vuestra muerte trajo. Creed que nunca mujer fue en tan gran peligro como yo. Cierto, amigo, señor, esto era con gran razón porque nunca persona tan gran pérdida hizo como yo perdiendo a vos, que así como soy más amada que todas las otras, así buena ventura quiso que lo fuese de aquél que más que todos vale.

Cuando Amadís se oyó loar de su señora, bajó los ojos en tierra, que sólo mirar no la osaba y parecióle tan hermosa que el sentido alterado, la palabra en la boca le hizo morir, así que no respondió. Oriana, que los ojos en él hincados tenía, conociólo luego y dijo:

—¡Ay, amigo, señor!, cómo os no amaría más que a otra cosa que todos los que os conocen os aman y aprecian y siendo yo aquélla que vos más amáis y apreciáis en mucho más que todos ellos es gran razón que yo os tenga.

Amadís, que ya algo su turbación amansaba, le dijo:

—Señora, de aquella dolorosa muerte que cada día por vuestra causa padezco, pido yo que os doláis, que de la otra que se dijo antes si me viniese, sería en gran descanso y consolación puesto y si no fuese, señora, este mi triste corazón con aquel deseo, que de serviros tiene, sostenido, que contra las muchas y amargas lágrimas que de él salen con gran fuerza, la su gran fuerza resiste, ya en ellas sería del todo deshecho y consumido, no porque deje de conocer ser los sus mortales deseos en mucho grado satisfechos en que solamente vuestra memoria de ellos se acuerde, pero como a la grandeza de su necesidad se requiere mayor merced de la que él merece para ser sostenido y preparado, si esto presto no viniese, muy presto será en la su cruel fin caído.

Cuando estas palabras Amadís decía, las lágrimas caían a filo de sus ojos por las haces sin que ningún remedio en ellas poner pudiese, que a esta sazón era él tan cuitado, que si aquel verdadero amor que en tal desconsuelo le ponía, no le consolara con aquella esperanza que en los semejantes estrechos a los sus sojuzgados suele poner, no fuera maravilla de ser en la presencia de su señora su ánima de él despedida.

—¡Ay, mi amigo!, por Dios, no me habléis —dijo Oriana— en la vuestra muerte, que el corazón me fallece como quien una hora sola después de ella vivir no espero, y si yo del mundo he sabor, por vos, que en él vivís, lo he. Esto que me decís, sin ninguna duda lo creo yo por mí misma, que soy en vuestro estado, y si la vuestra cuita mayor que la mía parece, no es por ál sino porque siendo en mí el querer, como lo es en vos, y falleciéndome el poder que a vos no fallece para traer a efecto aquello que nuestros corazones tanto desean, muy mayor el amor y el dolor en voz más que en mí se muestra. Mas comoquiera que avenga yo os prometo que si a la fortuna o mi juicio alguna vía de descanso no nos muestra que la mi flaca osadía la hallará, que si de ella peligro no ocurriese sea antes con desamor de mi padre y de mi madre y de otros, que con el sobrado amor nuestro nos podría venir, estando como ahora suspensos padeciendo y sufriendo tan graves y crueles deseos como de cada día se nos aumentan y sobrevienen.

Amadís, que esto oyó, suspiró muy de corazón y quiso hablar, mas no pudo, y ella, que le pareció ser todo transportado, tomóle por la mano y llegóse a sí y díjole:

—Amigo, señor, no os desconortéis, que yo haré cierta la promesa que os doy y en tanto no os partáis de estas Cortes que el rey, mi padre, quiere hacer, que él y la reina os lo rogarán, que saben cuánto con vos serán más honradas y ensalzadas.

Pues a esta sazón que oís la reina llamó a Amadís e hízolo sentar cabe don Galaor, y las dueñas y las doncellas los miraban diciendo:

—Asaz obrará Dios en ambos, que los hiciera más hermosos que otros caballeros y mejor en otras bondades y semejábanse tanto, que a duro se podían conocer, sino que don Galaor era algo más blanco y Amadís había los cabellos crespos y rubios y el rostro algo más encendido y era membrudo algún tanto.

Así estuvieron hablando con la reina una pieza, hasta que Oriana y Mabilia hicieron señal a la reina que les enviase a don Galaor, y ella le tomó por la mano y dijo:

—Aquellas doncellas os quieren, que las no conocéis, pero sabed que la una es mi hija y la otra es vuestra prima hermana.

Él se fue para ellas y cuando vio la gran hermosura de Oriana muy espantado se fue, que no pudiera pensar que ninguna en tanta perfección la pudiera alcanzar y sospechó que según la gran bondad de Amadís, su hermano, y la afición de morar en aquella casa más que en otra ninguna que en él había visto, no le venía sino porque a él y no a otro ninguno era dado de amar, persona era tan señalada en el mundo. Ellas le saludaron y recibieron con muy buen talante diciéndole:

—Don Galaor, vos seáis muy bien venido.

—Cierto, señoras, yo no viniera aquí en estos cinco años, si no fuera por aquél que hace venir aquellos todos que armas traen así por fuerza como por buen talante, que lo uno y otro es en él más cumplidamente que en ninguno de cuantos hoy viven.

Oriana alzó los ojos y mirando a Amadís suspiró, y Galaor, que la miraba, conoció ser su sospecha más verdadera de lo que antes pensaba, pero no porque otra cosa sintiese sino parecer que con más razón su hermano había de ser amado de aquélla que otro ninguno. Pues hablando con ellas en muchas cosas llegó el rey y estuvo allí con gran alegría hablando y riendo, porque su placer a todos cupiese parte, y tomándolos consigo, se salió al gran palacio donde muchos altos hombres y caballeros de gran prez estaban, y hallando puestas las mesas se sentaron a comer. Y el rey mandó sentar a una de ellas Amadís y Galaor y Galvanes Sin Tierra y Agrajes, sin que otro caballero alguno con ellos estuviese, y así como estos cuatro caballeros se hallaron en aquel comer juntos, así después en muchas partes lo fueron, donde sufrieron grandes peligros y afrentas en armas, porque éstos se acompañaron mucho con el gran deudo y amor que se habían y aunque don Galvanes no tuviese deudo sino con sólo Agrajes, Amadís y Galaor nunca lo llamaban sino tío, y él a ellos sobrinos, que fue gran causa de acrecentar mucho en su honra y estima según adelante se contará.

Capítulo 31

Cómo el rey Lisuarte fue a hacer Cortes a la ciudad de Londres.

Como a este rey Lisuarte, Dios por su merced, de infante desheredado por fallecimiento de su hermano el rey Falangris a él rey de la Gran Bretaña hizo, así puso en voluntad (como por Él sean permitidas y guardadas todas las cosas) a tantos caballeros, tantas infantas hijas de reyes y otros muchos de extrañas tierras de gran guisa y alto linaje que con gran afición a le servir viniesen, no se teniendo ya ninguno en su voluntad por satisfecho si suyo no se llamase y porque las semejantes cosas según nuestra flaqueza grandes soberbias atraen y con ellas muy mayor el desagradecimiento y desconocimiento de aquel Señor que las da, por él fue otorgado a la fortuna que poniéndole algunos duros entrevalos que oscureciesen esta gloria tan clara en que estaba el su corazón amollentado y en toda blandura puesto fuese, porque siguiendo más el servicio del dador de las mercedes, que el apetito dañado que ellos acarrean en aquel grande estado y mucho mayor fuese sostenido y haciéndolo al contrario con más alta y peligrosa caída le atormentase. Pues queriendo este rey que la gran excelencia de su estado real a todo el mundo fuese notoria, con acuerdo de Amadís y Galaor y Agrajes y de otros preciados caballeros de su corte, ordenó que dentro de cinco días todos los grandes de sus reinos en Londres, que a la sazón como un águila encima de lo más de la Cristiandad estaba, a Cortes viniesen, como de antes lo había pensado y dicho para dar orden en las cosas de la caballería, como con más excelencia que en ninguna casa otra de emperador ni rey los autos de ella en la suya sostenidos y aumentados fuesen, mas allí donde él pensaba que todo el mundo se le había de humillar, allí le sobrevinieron las primeras asechanzas de la fortuna, que su persona y reinos pusieron en condiciones de ser partidos, como ahora os será contado.

Partió el rey Lisuarte de Vindilisora, con toda la caballería y la reina con sus dueñas y doncellas, las Cortes, que en la ciudad de Londres se habían de juntar. La gente pareció en tanto número, que por maravilla se debía contar. Había entre ellos muchos caballeros mancebos ricamente armados y ataviados y muchas infinitas hijas de reyes y otras doncellas de gran guisa, que de ellos muy amadas eran, por las cuales grandes justas y fiestas por el camino hicieron. El rey había mandado que le llevasen tiendas y aparejos porque no entrasen en poblado y se aposentasen en las vegas cerca de las riberas y fuentes de que aquella tierra muy bastada era. Así, por todas las vías se les aparejaba la más alegre y más graciosa vida que nunca hasta allí tuvieron, porque aquel tan duro y cruel contraste venido sobre tanto placer con mayor angustia y tristeza de sus ánimos sentido fuese.

Pues así llegaron a aquella gran ciudad de Londres, donde tanta gente hallaron, que no parecía sino que todo el mundo allí asonado era. El rey y la reina con toda su compaña fueron a descabalgar en sus palacios, y allí en una parte de ellos mandó posar a Amadís y a Galaor y Agrajes y don Galvanes y otros algunos de los más preciados caballeros, y las otras gentes en muy buenas posadas que los aposentadores del rey de antes les habían señalado. Así holgaron aquella noche y otros dos días, con muchas danzas y juegos que en el palacio y fuera en la ciudad se hicieron, en los cuales Amadís y Galaor eran de todos tan mirados y tanta era la gente que por los ver acudían donde ellos andaban, que todas las calles eran ocupadas, tanto que muchas veces dejaban de salir de su aposentamiento. A estas Cortes que oís vino un gran señor, más en estado y señoría, que en dignidad y virtudes, llamado Barsinán, señor de Sansueña, no porque vasallo del rey Lisuarte fuese, ni mucho su amigo, ni conocido, mas por lo que ahora oiréis. Sabed que estando este Barsinán en su tierra llegó allí Arcalaus el Encantador y díjole:

—Barsinán, señor, si tú quisieses yo daría orden cómo fueses rey, sin que gran afán ni trabajo en ello hubiese.

—Cierto —dijo Barsinán—, de grado tomaría yo cualquier trabajo que ende venirme pudiese, con tal que rey pudiese ser.

—Tú respondes como sesudo —dijo Arcalaus— y yo haré que lo seas, si creerme quisieres y me hicieres pleito que me harás tu mayordomo mayor y no me lo quitarán todo el tiempo de tu vida.

—Eso haré yo muy de grado —dijo Barsinán—, y decidme: ¿por cuál guisa se puede hacer lo que me decís?.

—Yo os lo diré-—dijo Arcalaus—. Idos a la primera corte que el rey Lisuarte hiciere y llevad gran compaña de caballeros, que yo prenderé al rey en tal forma que de ninguno de los suyos pueda ser socorrido, y aquel día habré a su hija Oriana que os daré por mujer y en cabo de cinco días enviaré a la corte del rey su cabeza. Entonces pugnad por vos por tomar la corona del rey, que siendo él muerto y su hija en vuestro poder, que es la derecha heredera, no habrá persona que os contrariar pueda.

—Cierto —dijo Barsinán—, si vos eso hacéis, yo os haré el más rico y poderoso hombre de cuantos conmigo fueren.

—Pues yo haré lo que digo, dijo Arcalaus.

Por esta causa que oís vino a la corte este gran señor de Sansueña, Barsinán. Al cual el rey salió con mucha compaña a lo recibir creyendo que con sana y buena voluntad era su venida, y mandóle aposentar y a toda su compaña y darle las cosas todas que menester hubiesen; mas dígoos que viendo él tan gran caballería y sabido el leal amor que al rey Lisuarte habían, mucho fue arrepentido de tomar aquella empresa, creyendo que a tal hombre ninguna adversidad le podía empecer. Pero pues que ya en ello estaba, acordó de esperar el cabo, porque muchas veces lo que imposible parece aquello, no con pensado consejo, muy más presto que lo posible en efecto viene. Y hablando con el rey, le dijo:

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