Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
El rey conoció muy bien a Olivas que era de los de su corte y dijo:
—Amigo Olivas, mucho ha que os no vi, cierto tan buen caballero como vos sois no querría que de mí fuese partido.
—Señor —dijo él—, las cosas que por mí han pasado sin voluntad, me dieron causa de os no haber visto ni servido, y ahora no vengo tan fuera de ellas que no convenga tomar mucha afrenta y trabajo.
Entonces le contó cómo el duque de Bristoya le matara a su primo, de que el rey hubo pesar, porque fuera buen caballero, y dijo a Olivas:
—Amigo, yo oigo lo que decís, y así me lo decid en mi corte y darán plazo al duque que venga a responder, y tomándolos consigo, dejando la caza, se fue con ellos a la villa y por el camino supo cómo aquella doncella que traían la habían librado de la muerte que por causa de don Galaor le querían dar. El rey les dijo cómo Amadís le había ido a buscar y el gran sobresalto que Arcalaus les pusiera, diciendo que lo había muerto. Agrajes fue muy maravillado de lo oír y dijo al rey:
—Señor, ¿sabéis cierto ser vivo Amadís?.
—Sélo cierto —dijo, y contóle cómo lo supiera de Brandoibas y de Grindalaya—, y no lo debéis dudar, pues que yo en mi voluntad estoy satisfecho, que no daría a ninguno ventaja de desear su vida y honra.
—Así lo creemos —dijo Agrajes—, que según su gran valor bien merece vuestro ser querido y amado con aquella afición que los buenos lo bueno desean.
Llegando el rey con estos caballeros al su palacio las nuevas de la su venida fueron luego en la casa de la reina sabidas, de que muchas hubieron placer; mas sobre todas, la hermosa Olinda, amiga de Agrajes, que lo amaba como a sí misma, y después la fue Mabilia, su hermana, que, como de su venida supo, salióse a la cámara de la reina y encontróse con Olinda y díjole:
—Señora, ¿no os place mucho de la venida de vuestro hermano?.
—Sí place —dijo Mabilia—, que lo mucho amo.
—Pues pedid a la reina que lo haga venir y verlo habéis, porque de vuestro placer redundará parte a los que bien os queremos.
Mabilia se fue a la reina y díjole:
—Señora, bien será que veáis a Agrajes, mi hermano, y a don Galvanes, mi tío, pues que a vuestro servicio vienen, y yo tengo deseo de las ver.
—Amiga —dijo la reina—, eso haré yo de grado, que muy alegre estoy de ver tales caballeros en casa del rey, mi señor, y luego mandó a una doncella que de su parte rogase al rey que se los enviase para los ver. La doncella se lo dijo y el rey les dijo a ellos:
—La reina os quiere ver, bien será que allá vayáis.
Cuando Agrajes lo oyó mucho fue ledo, porque esperaba ver aquella señora a quien él tanto amaba, donde todo su corazón y sus deseos eran. También le plugo a don Galvanes por ver la reina y sus dueñas y doncellas, no porque ninguna de extremado amor amase. Así que fueron luego ante la reina que los muy bien acogió y haciéndolos sentar ante sí, hablaban con ellos en muchas cosas, mostrándoles amor como aquélla que sin falta, era una de las dueñas del mundo que más sesudamente hablaba con hombres buenos, por causa de lo cual muy preciada y amada era, no solamente de aquéllos que la conocían, más aún de los que la nunca vieran, que esta tal preeminencia la humanidad en los grandes tiene sin que otro gasto en ello ponga, mas de lo que la virtud y nobleza a ello les obliga y a los que al contrario hacen, al contrario les viene aquello que en las cosas temporales, por peor se debe contar, que es ser desarmados y aborrecidos.
Olinda se llegó a Mabilia considerando que Agrajes allí acudiría, mas él, que con la reina hablaba, no podía partir los ojos de aquella donde su corazón era. La reina, que pensó que a su hermana Mabilia miraba con deseo de la hablar, díjole:
—Buen amigo, id a vuestra hermana, que os tiene mucho deseado.
Agrajes se fue a ella y recibiéronse con aquel verdadero amor de hermanos que se mucho aman, que pocas veces con el nombre concuerda, y Olinda lo saludó mucho más con el corazón que con el semblante, retrayendo la razón a la voluntad, que asimismo duramente se puede hacer, si no es en medio de la gran discreción de que esta doncella dotada era. Agrajes hizo sentar a su hermana entre él y su amiga, porque en tanto que allí estuviese nunca los ojos de ella apartase, que gran consuelo y descanso su vista le daba. Así estuvo con ella hablando, mas como el su pensamiento y los ojos en su señora puestos eran, muy poco el juicio entendía de lo que su hermana le hablaba. Así que no le daba respuesta ni recaudo a sus preguntas. Mabilia, que muy cuerda era, sintiólo luego, conociendo amar su hermano más que a ella a Olinda y Olinda a él, según lo que antes ella le había dicho y se haber sentado con ella, razón de la hablar, y, como a este hermano como a sí misma amase, pensó que pues en todo le había de buscar placer, que más en aquello que otra cosa ninguna le podría agradar y díjole:
—Señor, hermano, llamad a mi tío, que de grado querría hablarle.
A Agrajes plugo mucho de ello y dijo contra la reina:
—Señora, sea la vuestra merced de nos enviar acá ese caballero para que su sobrina le hable.
La reina le mandó ir y Mabilia fue contra él y quísole besar las manos, mas él las tiró a sí y la abrazó y dijo:
—Sobrina, señora, sentémonos y preguntaros he cómo os halláis en esta tierra.
—Señor —dijo ella—, vámonos aquella fenestra que no quiero que mi hermano oiga la mi poridad, y Galvanes dijo riendo:
—Cierto, mucho me place que no es él tal que deba oír tan buena poridad como es la vuestra y la mía, y fuéronse para la fenestra, y Agrajes quedó con su señora como él deseaba y viéndose solo con ella dijo:
—Señora, por cumplir lo que me mandasteis y porque en otra parte mi corazón reposo no hallaba, soy venido aquí os servir, que vuestra vista será para mí galardón de las cuitas y mortales deseos que continuo padezco.
—¡Ay!, amigo, señor —dijo ella—, el placer que con vuestra venida mi corazón siente, aquel Señor que todo lo sabe es de ello testigo, que siendo vos de mí ausente, no podría haber bien ni vicio, aunque todas las cosas del mundo hubiese a mi voluntad. Yo cuido que no vinisteis a esta tierra sino por mí y yo debo trabajar de os dar ende el galardón.
—¡Ay!, señora —dijo Agrajes—, todo lo que hiciereis en lo vuestro se hace, que esta vida nunca cesará de ser puesta contra todos los del mundo en vuestro servicio y a todos ellos, teniendo a vos por señora, tendrá por extraños.
—Amigo, señor —dijo ella—, vos sois tal que a todos ellos ganaréis y a mí que os nunca falleceré, que así Dios me ayude mucho soy alegre de cómo os veo loar a todos aquéllos que de vuestras grandes cosas noticia tienen.
Agrajes bajó los ojos con vergüenza de se oír loar, y ella se dejó de ello y díjole:
—Amigo, pues aquí sois, ¿cómo haréis?.
—Como vos mandaréis —dijo él—, que yo no vengo a esta tierra sino por hacer vuestro mandado.
—Pues yo quiero —dijo ella— que andéis aquí con vuestro primo Amadís, que yo sé que os ama de grande amor y si él os aconsejare que seáis de la mesnada del rey, hacedlo.
—Señora —dijo él—, en todo me hacéis gran merced, que dejando lo vuestro aparte no hay cosa en que más placer yo sienta que en poner mi hacienda en consejo de mi primo.
Pues allí hablando en esto que oís, llamólos la reina y fueron los caballeros ambos ante ella, y la reina conoció bien a don Galvanes, del tiempo que fuera infanta morando en el reino de Dinamarca, donde era natural, que así allí como en el reino de Noruega muchas caballerías él había hecho, por donde era tenido en reputación de muy buen caballero. En tanto que la reina hablaba con don Galvanes, Oriana habló con Agrajes, que mucho lo conocía y lo amaba, así por saber que Amadís lo quería y preciaba, como por se tener ella por cosa de su padre y madre que la criaron con mucha honra al tiempo que el rey Lisuarte en su poder la dejó, como os hemos contado, y díjole:
—Mi buen amigo, gran placer nos habéis dado con vuestra venida, especial a vuestra hermana que tanto lo había menester, que si supieses lo que con ella pasé de las nuevas de la muerte de Amadís, vuestro primo, por maravilla lo tendríais.
—Cierto, señora —dijo él—, con gran razón mi hermana de tal cosa se debía sentir, y no solamente ella, mas todos los que de su linaje somos, pues que él muriendo, moría el principal caudillo de nosotros y el mejor caballero que nunca escudo echó al cuello, ni tomó lanza en la mano, y su muerte fuera vengada o acompañada de otras muchas.
—Mala muerte muera —dijo Oriana— aquel traidor de Arcalaus que mucho nos supo hacer gran pesar.
Hablando en esto, los llamaron de parte del rey y fueron allá y halláronlo que quería comer e hízolo sentar a una mesa donde estaban otros caballeros de gran cuenta, y poniendo los manteles entraron por la puerta del palacio dos caballeros e hincaron los hinojos ante el rey; él los saludó. El uno de ellos dijo:
—Señor, ¿es aquí Amadís de Gaula?.
—No —dijo el rey—, mas mucho nos placería que lo fuese.
—Cierto, señor —dijo el caballero—, y yo mucho sería alegre de lo hallar como quien por él atiende de cobrar la alegría de que ahora soy muy apartado.
—¿Y cómo habéis nombre?, dijo el rey.
—Angriote de Estravaus —respondió él—, y este otro es mi hermano.
El rey Arbán de Norgales, que oyó ser aquél Angriote, levantóse de la mesa y fue a él, que aún de hinojos ante el rey estaba, levantándolo por la mano y dijo:
—Señor, ¿conocéis a Angriote?.
—No —dijo el rey—, que nunca lo vi.
—Cierto, señor, pues los que lo conocen le tienen por uno de los mejores caballeros en armas de toda la tierra.
El rey se levantó y díjole:
—Buen amigo, perdonadme si no os hice la honra que vuestro valor merece, la causa de ello fue no os conocer y pláceme mucho con vos.
—Muchas mercedes —dijo Angriote—, y así me placería a mí en os servir.
—Amigo —dijo el rey—, ¿dónde conocéis vos a Amadís?.
—Señor, yo lo conozco, más no ha mucho, y cuando lo conocí mucho me costó caro hasta ser llagado al punto de la muerte, mas el que el daño me hizo me puso la medicina, que para lo ganar más conveniente era, como aquél que es el caballero del mundo de mejor talante.
Entonces, contó allí cuanto con él le aviniera, como el cuento lo ha mostrado. El rey dijo a Arbán que llevase consigo Angriote, y él así lo hizo y lo sentó a la mesa cabe sí, y habiendo ya comido, hablando en muchas cosas, entró Ardián, el enano de Amadís, y Angriote, que lo vio, dijo:
—¡Ay, enano!, tú seas bien venido, ¿dónde dejas tu señor Amadís con quien yo te vi?.
—Señor —dijo el enano—, donde quiera que yo le dejo mucho os ama y os aprecia.
Entonces se fue el rey y todos callaron por oír lo que diría y dijo:
—Señor, Amadís se os manda mucho encomendar y manda saludar a todos sus amigos.
Cuando ellos oyeron las nuevas de Amadís en gran manera fueron alegres. El rey dijo:
—Enano, así Dios te ayude, dinos dónde dejas a Amadís.
—Señor —dijo él—, déjole donde queda sano y con salud y si más de él queréis saber ponedme ante la reina y decirlo he.
—Ni por eso se quedará de las no saber, dijo el rey, y mandó venir hasta allí a la reina, la cual luego vino con hasta quince de sus dueñas y doncellas, y tales ahí hubo que bendecían al enano, porque fuera causa que ellos a sus amigas viesen. El enano fue ante ella y dijo:
—Señora, el vuestro caballero Amadís os manda besar las manos y envíaos decir que halló a don Galaor, que él demandaba.
—¿Es verdad?, dijo la reina.
—Señora, es verdad —dijo el enano—, sin duda, mas en su conciencia hubiera de haber gran desventura, si Dios a la sazón no trajera por allí un caballero que Balais se llama.
Entonces, les contó cuanto aviniera y cómo Balais matara la doncella que los había juntado para que se matasen, de que fue del rey y de todos muy loado. La reina dijo al enano:
—Amigo, ¿dónde los dejaste tú?.
—Yo los dejé en un castillo de aquel Balais.
—¿Qué tal te pareció Galaor?, dijo la reina.
—Señora —dijo él—, es uno de los más hermosos caballeros del mundo, y si junto con mi señor lo veis a duro podríais conocer cuál es el uno o el otro.
—Cierto —dijo la reina—, mucho me placería que ya fuesen aquí.
—Tanto que guaridos sean —dijo el enano— se vendrán aquí, y aquí los tengo de atender, y contóles entonces todo cuanto le aviniera a Amadís en tanto que él le aguardara. Mucho fueron alegres el rey y la reina y los caballeros todos con estas buenas nuevas; mas, sobre todo, lo fue Agrajes, que no quedaba de preguntar al enano. El rey rogó y mandó a los que allí eran que no se partiesen de la corte hasta que Amadís y Galaor viniesen, porque tenía pensado de hacer unas cortes muy honradas y ellos se lo otorgaron y loaron mucho, y mandó a la reina que enviase por las más hermosas doncellas y de mayor guisa que haber pudiese, porque además de ser ella bien acompañada, por causa de ellas vendrían muchos caballeros de gran valor a la servir a quien él haría mucha honra y grandes partidos y mercedes.
De cómo Amadís y Galaor y Balais se deliberaron partir para el rey Lisuarte, y de las aventuras que ende les avinieron.
Amadís y Galaor estuvieron en casa de Balais de Carsante hasta que fueron guaridos de sus llagas y acordaron de se ir a casa del rey Lisuarte antes que en otras aventuras se entremetiesen, y Balais, que de aquella casa mucho deseaba ser, especial teniendo conocimiento con estos dos tales caballeros, rogóles que lo llevasen consigo, lo cual de grado le fue por ellos otorgado y, oyendo misa, armáronse todos tres y entraron en el derecho camino de Vindilisora, donde el rey era, y anduvieron tanto por él que en cabo de cinco días llegaron a una encrucijada de caminos, donde había un árbol grande, y vieron debajo de él un caballero muerto en un lecho asaz rico y a los pies tenía un cirio ardiendo y otro a la cabecera, y eran por guisa hechos que ningún viento por grande que fuese no los podía matar. El caballero muerto estaba todo armado y sin ninguna cosa cubierto, y había muchos golpes en la cabeza y tenía metido por la garganta un trozo de lanza con el hierro que al pescuezo le salía, y ambas las manos en él puestas como aquél que lo quería sacar. Mucho fueron maravillados de ver el caballero de tal forma y preguntaran por su hacienda de grado, mas no vieron persona ninguna ni lugar al derredor dónde lo supiesen. Amadís dijo: