Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
—Tan hermosa espada convenía a tan hermoso caballero y cierto que os no desama quien de tan luengo tiempo os la guardó.
Galaor fue de ella muy contento y dijo al de las armas de los leones:
—Señor, a mí conviene ir a un lugar que excusar no puedo. Mucho deseo vuestra compañía, más que de otro caballero ninguno, si a vos pluguiese y decidme dónde os hallaré.
—En casa del rey Lisuarte —dijo él— donde seré alegre de os ver, porque es razón de ir allí, porque ha poco que fui caballero y tengo en tal casa de ganar alguna honra como vos.
Galaor fue de esto muy alegre y dijo a Urganda:
—Señora doncella, mucho os agradezco esta espada que me disteis, acordaos de mí como de vuestro caballero, y, despedido de ellos, se tornó a donde dejara al gigante que escondido quedara en una ribera de un río.
En este medio tiempo, que esto pasó, hablaba una doncella de Galaor con la otra de Urganda, y de ella supo cómo aquel caballero era Amadís de Gaula, hijo del rey Perión, y cómo Urganda, su señora, le hizo venir allí, que a su amigo de aquel castillo sacase por fuerza de armas, que el su gran saber no le aprovechaba para ello, porque la señora del castillo que de aquella arte mucho sabía, lo tenía, primero, encantado y no se temiendo del saber de Urganda quisiéronse asegurar de la fuerza de las armas con aquella costumbre que el caballero de los leones venció, y pasó la puente como se os ha contado. Y por esto le tenían allí su amigo, que allí trajera una doncella, sobrina de la señora del castillo, aquélla que ya oísteis, que en el agua se quería ahogar. Así quedaron Urganda y el caballero hablando una parte de aquel día y ella dijo:
—Buen caballero, ¿no sabéis a quién armasteis caballero?.
—No, dijo él.
—Pues razón es que lo sepáis, que él es de tal corazón y vos asimismo, que si os topaseis, no os conociendo, sería gran mala ventura. Sabed que es hijo de vuestro padre y madre; y éste es el que el gigante les tomó siendo niño de dos años y medio, y es tan grande y hermoso como ahora veis y por amor vuestro y suyo guardé tanto tiempo para él aquella espada, y dígoos que hará con ella el mejor comienzo de caballería que nunca hizo caballero en la Gran Bretaña.
Amadís se le hincharon los ojos de agua de placer y dijo:
—¡Ay, señora!, decidme dónde lo hallaré.
—No es ahora menester —dijo ella— que lo busquéis, que todavía conviene que pase lo que está ordenado.
—¿Pues podré lo ver aína?.
—Sí —dijo ella—, mas no os será tan ligero de conocer como pensáis.
Él se dejó de preguntar más en ello y ella con su amigo se fue su vía. Y Amadís con su escudero por otro camino con intención de ir a Vindilisora, donde era a la sazón el rey Lisuarte.
Galaor llegó donde el gigante y díjole:
—Padre, yo soy caballero. Loores a Dios y al buen caballero que lo hizo.
Dijo él:
—Hijo, de eso soy muy alegre y demándoos un don.
—Muy de grado —dijo él— lo otorgo con tanto que no sea estorbo de ir yo a ganar honra.
—Hijo —dijo el gigante—, antes, si a Dios pluguiere, será en gran acrecentamiento de ella.
—Pues pedidlo —dijo él—, que yo lo otorgo.
—Hijo —dijo él—, algunas veces me oísteis decir cómo Albadán el gigante mató a traición a mi padre y le tomó la peña de Galtares, que debe ser mía. Demándoos que me deis derecho de él, que otro ninguno como vos me lo puede dar, y acordaos de la crianza que en vos hice y cómo ponía yo mi cuerpo a la muerte por vuestro amor.
—Ese don —dijo Galaor— no es de pedirle vos a mí, antes le demando yo a vos que me otorguéis esa batalla, pues tanto os cumple y si de ella vivo saliere, todas las otras cosas que más vuestra honra y provecho sea hasta que esta vida pague aquella gran deuda en que vos es, yo estoy aparejado de hacer; y luego vamos allá.
—En el nombre de Dios, dijo el gigante. Entonces entraron en el camino de la peña de Galtares y no anduvieron mucho que encontraron con Urganda la Desconocida y saludáronse cortésmente y dijo a Galaor:
—¿Sabéis quién os hizo caballero?.
—Sí —dijo él—, el mejor caballero de que nunca oí hablar.
—Verdad es —dijo ella—, y más vale que vos pensáis, y quiero que sepáis quién es.
Entonces llamó a Gandalaz el gigante y dijo:
—Gandalaz, ¿no sabes tú que ese caballero que criaste es hijo del rey Perión y de la reina Elisena y por las palabras que yo te dije le tomaste y lo has criado?.
—Verdad es, dijo él. Entonces dijo a Galaor:
—Mi amado hijo, sabed que aquél que os hizo caballero es vuestro hermano y es mayor que vos dos años y cuando le vieres, honradle como al mejor caballero del mundo y trabajad de le parecer en el ardimiento y buen talante.
—¿Es verdad —dijo Galaor— que el rey Perión es mi padre y la reina mi madre, y que soy hermano de aquel tan buen caballero?.
—Sin falta, dijo ella.
—A Dios merced —dijo él—, ahora os digo que soy puesto en mucho mayor cuidado que antes y la vida en mayor peligro, pues me conviene ser tal esto que vos, doncella, decís, así ellos como todos los otros con razón lo deban creer.
Urganda se despidió de ellos y el gigante y Galaor anduvieron su vía como antes. Y preguntando Galaor al gigante quién era aquella tan sabida doncella y él contándole cómo era Urganda la Desconocida, y que se llamaba así porque muchas veces se transformaba y desconocía; llegaron a una ribera y por ser el calor grande acordaron en ella holgar en una tienda que armaron y no tardó que vieron venir una doncella por un camino, otra por otro, así que se juntaron cabe la tienda y cuando vieron al gigante quisieron huir, mas don Galaor salió a ellas e hízolas tornar asegurándolas y preguntó dónde iban. La una le dijo:
—Voy por mandato de una mi señora a ver una batalla muy extraña de un solo caballero que se ha de combatir con el fuerte gigante de la peña de Galtares, para que le lleve las nuevas a ella.
La otra doncella dijo:
—Maravíllome de lo que decís que haya caballero que tan gran locura osase acometer y, aunque mi camino a otra parte es, ir quiero con vos por ver cosa tan fuera de razón.
Ellas, que se iban, díjoles Galaor:
—Doncellas, no os quejéis de ahí llegar, que nosotros vamos a ver esa batalla e id en nuestra compañía.
Ellas se lo prometieron y mucho holgaban de le ver tan hermoso con aquellos paños de novel caballero que muy apuesto le hacían, y todos juntos allí comieron y holgaron y Galaor sacó aparte al gigante y díjole:
—Padre, a mí placería mucho que me dejéis ir a hacer mi batalla y sin vos llegaré más aína.
Esto decía porque no supiesen que él era el que la había de hacer y no sospechasen que con su esfuerzo quería acometer tan gran cosa. El gigante le otorgó contra su voluntad y Galaor se armó y entró en el camino y las doncellas ambas con él y tres escuderos del gigante que mandó ir con él, que llevaban las armas y lo que había menester, y así anduvo tanto que llegó a dos leguas de la peña de Galtares y allí le anocheció en una casa de un ermitaño y, sabiendo que era de orden, se confesó con él. Y cuando le dijo que iba a hacer aquella batalla fue muy espantado y díjole:
—¿Quién os pone en tan gran locura como ésta?, que en toda esta comarca no hay tales diez caballeros que le osasen acometer, tanto es bravo y espantoso y sin ninguna merced, y vos siendo en tal edad poneros en tal peligro, perder queréis el cuerpo y aun el alma, que aquéllos que conocidamente se ponen en la muerte pudiéndole excusar, ellos mismos se matan.
—Padre —dijo don Galaor—, Dios hará de mí su voluntad, pero la batalla no la dejaré por ninguna vía.
El hombre bueno comenzó a llorar, y díjole:
—Hijo, Dios os acorra y esfuerce, pues en esto otra cosa no queréis hacer y pláceme en os hallar de buena vida; y Galaor le rogó que rogase a Dios por él. Allí se aposentaron aquella noche y otro día habiendo oído misa armóse caballero Galaor y fuese contra la peña, que ante si veía muy alta y con muchas torres fuertes que hacían el castillo parecer muy hermano a maravilla. Las doncellas preguntaron a Galaor si conocía el caballero que la batalla había de hacer. Él les dijo:
—Creo que ya le vi.
Galaor preguntó a la doncella que le dijese quién era.
—Esto no puede saber otro, sino el caballero que se ha de combatir, y hablando en esto llegaron al castillo y la puerta hallaron cerrada. Galaor llamó y parecieron dos hombres sobre la puerta y díjoles:
—Decid a Albadán que está aquí un caballero de Gandalaz que viene a se combatir con él y que si allá tarda, que no saldrá hombre ni entrará que le yo no mate, si puedo.
Los hombres se rieron y dijeron:
—Este rencor durará poco, porque o tú huirás o perderás la cabeza.
Y fuéronlo a decir al gigante, y las doncellas se llegaron a Galaor y dijeron:
—Amigo señor, ¿sois vos el lidiador de esta batalla?.
—Sí, dijo él.
—Ay, señor —dijeron ellas—, Dios os ayude y lo deje acabar a vuestra honra, que gran hecho comenzáis y quedad en buena hora, que no osaremos atender al gigante.
—Amigas, no temáis y ved, por lo que vinisteis, o vos tornad a casa del ermitaño que yo ahí seré, si aquí no muero.
La una dijo:
—Cualquier mal que avenga, ver quiérolo, por que vine.
Apartándose del castillo se metieron en una orilla de una floresta donde esperaban de huir si mal fuese el caballero.
De cómo Galaor se combatió con el gran gigante, señor de la peña de Galtares.
Al gigante fueron las nuevas y no tardó mucho, que luego salió en un caballo y él parecía sobre él tan gran cosa que no hay hombre en el mundo que mirar lo osase, y traía unas hojas de hierro tan grandes que desde la garganta hasta la silla que cubría y un yelmo muy grande y muy claro y una gran maza de hierro muy pesada con que hería. Mucho fueron espantados los escuderos y las doncellas de lo ver, y Galaor no era tan esforzado que entonces gran miedo no hubiese. Mas cuanto más a él se acercaba más le perdía. El jayán le dijo:
—¡Cautivo caballero, cómo osas atender tu muerte, que no te verá más el que acá te envió y aguarda y verás cómo sé herir de maza.
Galaor fue sañudo y dijo:
—¡Diablo!, tú serás vencido y muerto con lo que yo traigo en mi ayuda, que es Dios y la razón.
El jayán movió contra él, que no parecía, sino una torre. Galaor fue a él con su lanza baja al más correr de su caballo y encontróle en los pechos de tal fuerza que la una estribera le hizo perder y la lanza quebró. El jayán alzó la maza por lo herir en la cabeza y Galaor pasó tan aína que no lo alcanzó sino en el brocal del escudo y quebrando los brazales y el tiracol se lo hizo caer en tierra y a pocas Galaor hubiera caído tras él y el golpe fue tan fuerte dado, que el brazo no pudo la maza sostener y dio en la boca de su mismo caballo, así que lo derribó muerto y él quedó debajo; y queriéndose levantar, habiendo salido de él a gran afán, llegó Galaor y diole de los pechos del caballo y pasó sobre él bien dos veces antes que se levantase y a la hora tropezó el caballo de Galaor en el del gigante y fue a caer de la otra parte. Galaor salió del suelo, que se veía en aventura de muerte, y puso mano a la espada que Urganda le diera, y dejóse ir contra el jayán que la maza tomaba del suelo y diole con la espada en el palo de ella y cortóle todo que no quedó sino un pedazo, que le quedó en la mano, y con aquél lo hirió el jayán de tal golpe por encima del yelmo que la una mano le hizo poner en tierra, que la maza era fuerte y pesada, y él, que hería de gran fuerza, y el yelmo se le torció en la cabeza, mas el como muy ligero y de vivo corazón fuese, levantóse luego y tomó al jayán, el cual le quiso herir otra vez, pero Galaor, que mañoso era, y ligero andaba, guardóse del golpe y diole en el brazo con la espada tal herida que se lo cortó cabe el hombro y descendiendo la espada a la pierna, le cortó cerca de la mitad. El jayán dio una gran voz y dijo:
—¡Ay, cautivo!, escarnido soy por un hombre solo, y quiso abrazar a Galaor con grande saña, mas no pudo ir adelante por la gran herida de la pierna y sentóse en el suelo. Galaor tornó a lo herir y como el gigante tendió la mano por lo trabar diole un golpe que los dedos le echó en tierra con la mitad de la mano; y el jayán, que por lo trabar se había tendido mucho, cayó y Galaor fue sobre él y matóle con su espada y cortóle la cabeza. Entonces vinieron a él los escuderos y las doncellas y Galaor les mandó a los escuderos que llevasen la cabeza a su señor; ellos fueron alegres y dijeron:
—¡Por Dios!, señor, él hizo en vos buena crianza, que vos ganasteis el prez y él la venganza y el provecho.
Galaor cabalgó en un caballo de los escuderos y vio salir del castillo diez caballeros en una cadena metidos que le dijeron:
—Venid a tomar el castillo, que vos matasteis el jayán, y nos, los que le guardaban.
Galaor dijo a las doncellas:
—Señoras, quedemos aquí esta noche.
Ellas dijeron que les placía. Entonces hizo quitar la cadena a los caballeros y acogiéronse todos al castillo donde había hermosas casas y en una de ellas se desarmó y diéronle de comer y a sus doncellas con él. Así, holgaron allí con gran placer, mirando aquella fuerza de torres y muros, que maravillosas cosas les parecían. Otro día fueron allí asonados todos los de la tierra en derredor, y Galaor salió a ellos, y ellos lo recibieron con gran alegría diciéndole que pues él ganara aquel castillo matando al jayán que por fuerza y grande premia los mandaba, que a él querían por señor. Él se lo agradeció mucho; pero dijoles que ya sabían cómo aquella tierra era de derecho de Gandalac y que él como su criado había venido allí a la ganar para él, que le obedeciesen por señor como eran obligados y que él los trataría mansa y honradamente.
—Y sea bien venido —dijeron ellos—, que como nuestro natural y como cosa suya propia tendrá cuidado de nos hacer bien que este otro que matasteis como ajenos y extraños nos trataba.
Galaor tomó homenaje de dos caballeros, los que más honrados le parecieron, para que venido Gandalac le entregasen el castillo y tomando sus armas y las doncellas y un escudero de los dos que allí trajo entró en el camino de la casa del ermitaño, y allí llegado, el hombre bueno fue muy alegre con él y díjole:
—Hijo, bienaventurado, mucho debéis amar a Dios, que Él os ama, pues quiso que por vos fuese hecha tan hermosa venganza.
Galaor, tomando de él su bendición y rogándole que le hubiese memoria en sus oraciones, entró en su camino. La una doncella le rogó que le otorgase su compañía y la otra dijo: