Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
—Padre —dijo él—, en eso será mi voluntad del todo cumplida.
Entonces le hizo cabalgar en un caballo para lo llevar. Pero antes se despidió del hombre bueno, hincados los hinojos ante él, rogándole que de él hubiese memoria. El hombre bueno lloraba y besábale muchas veces y dándole su bendición se fue con el gigante. Y llegados a su castillo hízole armas a su medida y hacíale cabalgar y bohordar por el campo, y diole dos esgrimidores que le desenvolviesen y le soltasen con el escudo y la espalda, e hízole aprender todas las cosas de armas que a caballero convenían; en esto le detuvo un año que el gigante vio que le bastaba para que sin empacho podría ser caballero.
Aquí deja el autor de contar de esto porque en su lugar mención se hará de lo que este Galaor hizo, y torna a contar de lo que sucedió al Doncel del Mar después que el rey Perión y de la doncella de Dinamarca y del castillo del viejo se partió. Anduvo dos días sin aventura hallar, y el tercero día a la hora de mediodía llegó a vista de un muy hermoso castillo que era de un caballero que Galpano había nombre, que era el más valiente y esforzado en armas que en todas aquellas partes se hallaba, así que mucho dudado y temido de todos era; y junta su gran valentía con la fortaleza del castillo tal costumbre mantenía, cual hombre muy soberbio debía mantener, siguiendo más el servicio del enemigo malo, que de aquel alto Señor que tan señalado entre todos los otros le hiciera que era lo que ahora oiréis. Las dueñas y doncellas que por allí pasaban hacíalas subir al castillo y naciendo de ellas su voluntad por fuerza habíanle de jurar que en tanto que él viviese no tomasen otro amigo, y si lo no hacían, descabezábalas; y a los caballeros por el semejante, que se habían de combatir con dos hermanos suyos y si era tal que los vencidos, se combatiese con él. Y él era de tanta bondad en armas que se no osaban en el campo atender. Y hacíales jurar que se llamasen el vencido de Galpano, o les cortaba las cabezas, o tomándoles cuanto traían se habían de ir a pie. Mas ya Dios enojado, que tan gran crudeza tanto tiempo pasase, otorgó a la fortuna que precediendo contra él aquéllos que en muchos tiempos con gran soberbia con deleites demasiados, tanto a su placer y a pesar de todos sostenido había, en pequeño espacio de tiempo tornado fuese al contrario, pagando aquellos malos su maldad y a los otros como ellos, dando temeroso ejemplo con que se enmendasen, como ahora os será contado.
Cómo el Doncel del Mar se combatió con los peones del caballero que Galpano se llamaba, y después con sus hermanos del señor del castillo y con el mismo señor.
Pues llegando el Doncel del Mar cerca del castillo vio venir contra él una doncella haciendo muy gran duelo y con ella un escudero y un doncel, que la guardaban. La doncella era muy hermosa y de hermosos cabellos e íbalos mesando. El Doncel del Mar le dijo:
—Amiga, ¿qué es la causa de tan gran cuita?.
—¡Ay, señor —dijo ella—, es tanto el mal que os lo no puedo decir!.
—Decídmelo —dijo él— y si con derecho os puedo remediar, hacerlo he.
—Señor —dijo ella—, yo vengo con mandado de mi señora a un caballero mancebo de los buenos que ahora se saben y tomáronme allí cuatro peones y llevándome al castillo fui escarnecida de un traidor y, sobre todo, hízome jurar que no haya otro amigo en tanto que él viva.
El Doncel la tomó por el freno y díjole:
—Venid conmigo y daros he derecho, si puedo; y tomándola por la rienda se fue con ella hablando, diciéndole quién era el caballero a quién mandado llevaba.
—Saberlo habéis —dijo ella—, si me vengáis, y dígoos que es él tal, que habrá mucha cuita cuando mi deshonra él supiere.
—Derecho es, dijo el Doncel del Mar.
Así llegaron donde los cuatro peones eran y díjoles el Doncel del Mar:
—Malos traidores, ¿por que hicisteis mal a esta doncella?.
—Por cuanto no hubimos miedo —dijeron ellos— de le os dar derecho.
—Ahora lo veréis, dijo él, y metió mano a la espada y dejóse ir a ellos y dio a uno, que alzaba un hacha para le herir, tal golpe que el brazo le cortó y le echó en tierra. Él cayó dando voces, después hirió a otro por las narices al través que le cortó hasta las orejas. Cuando los dos esto vieron, comenzaron de huir contra un río por una jara espesa. Él metió su espada en la vaina y tomó la doncella por el freno y dijo:
—Vamos adelante.
La doncella le dijo:
—Aquí cerca hay una puerta donde vi dos caballeros armados.
—Sea —dijo él—, que verlos quiero.
Entonces dijo:
—Doncella, venid en pos de mí y no temáis.
Y entrando por la puerta del castillo, vio un caballero armado ante si, que cabalgaba en un caballo y salido fuera echaron tras él una puerta colgadiza. Y el caballero le dijo una gran soberbia:
—Venid, recibiréis vuestra deshonra.
—Dejemos eso —dijo el Doncel— al que saberlo puede, mas pregúntoos si sois el que hizo fuerza a esta doncella.
—No —dijo el caballero—, mas que lo fuese, ¿qué sería por ende?
—Vengarlo yo —dijo él— si pudiese.
—Pues ver quiero yo cómo combatís.
Y dejóse él ir cuanto el caballo llevarlo pudo y falleció de su golpe y el Doncel del Mar lo hirió con su lanza en el escudo tan fuertemente que ninguna arma que trajese le aprovechó y pasóle el hierro a las espadas y dio con él muerto en tierra y sacando la lanza de él se fue a otro caballero que contra él venía, diciendo:
—En mal punto acá entraste, y el caballero lo hirió en el escudo que se lo pasó, mas detúvose el hierro en el arnés que era fuerte, mas él le hirió de guisa con su lanza en el yelmo y derribósele de la cabeza y el caballero fue a tierra sin detenencia ninguna y, como así se vio, comenzó a dar grandes voces y salieron tres peones armados de una cámara y dijoles:
—Matad este traidor.
Ellos le hirieron el caballo de manera que le derribaron con él; mas levantándose muy sañudo de su caballo, que le mataran, fue a herir al caballero con su lanza en la cara, que el hierro salió entre la oreja y el pescuezo y cayó luego y tornó a los de pie que le herían y lo habían llagado en la una espalda donde perdía mucha sangre, mas tanta era su saña que no lo sentía, e hirió con su espada a aquél que lo llagara por la cabeza, de manera que la oreja le cortó y la faz y cuando le alcanzó y la espada descendió hasta los pechos, y los otros dos fueron contra el corral, diciendo a grandes voces:
—Venid, señor, venid, que todos somos muertos.
El Doncel del Mar cabalgó en el caballo del caballero que matara y fue en pos de ellos y vio a una puerta un caballero desarmado que le dijo:
—¿Qué es eso, caballero, vinisteis aquí a me matar mis hombres?
—Vine —dijo él— por vengar esta doncella de la fuerza que le hicieron, si hallare aquél que se la hizo.
La doncella dijo:
—Señor, ése es por quien yo soy escarnida.
El Doncel del Mar le dijo.
—¡Ay, caballero soberbio, lleno de villanía, ahora compraréis la maldad que hicisteis! Armaos luego, si no mataros he así desarmado, que con los malos como vos no se debía tener templanza.
—¡Ay, señor —dijo la doncella—, matadle a ese traidor y no deis lugar a que más mal haga, que ya todo sería a vuestro cargo!.
—Ay, malo —dijo el caballero—, en punto malo él os creyó y con vos vino, y entróse en un gran palacio y dijo:
—Vos, caballero, atendedme y no huyáis que en ninguna parte me podréis guarecer.
—Yo os digo —dijo el Doncel del Mar— si os yo de aquí huyere, que me dejéis en ningún lugar de los más guardados.
Y no tardó mucho que lo vio venir encima de un caballo blanco, y él todo armado, que le no fallecía nada y venía diciendo:
—Ay, caballero mal andante, en mal punto visteis la doncella, que aquí perderéis la cabeza.
Cuando el Doncel se oyó amenazar fue muy sañudo y le dijo:
—Ahora guarde cada uno la suya y el que no la amparare piérdala.
Entonces se dejaron correr al gran ir de los caballos e hiriéronse con sus lanzas en los escudos que luego fueron falsados y los arneses asimismo y los hierros metidos por la carne y juntáronse de los cuerpos y escudos y yelmos, uno con otro, tan bravamente que ambos fueron a tierra. Pero tanto le vino bien al Doncel que llevó las riendas en la mano. Galpano se levantó muy maltrecho y metieron mano a sus espadas y pusieron los escudos ante sí e hiriéronse tan bravo que espanto ponían a los que los miraban. De los escudos caían en tierra muchas rajas, de los arneses muchas piezas y los yelmos eran abollados y rotos, así que la plaza donde lidiaban era tinta de sangre. Galpano, que se sintió de una herida que tenía en la cabeza, que la sangre le caía sobre los ojos se tiró afuera por los limpiar, mas el Doncel del Mar, que muy ligero andaba y con gran ardimiento, díjole:
—¿Qué es eso, Galpano? No te conviene cobardía, ¿no te miembras que te combates por tu cabeza y si mal la guardares la perderás?.
Galpano le dijo:
—Súfrete un poco y holguemos, que tiempo hay para nos combatir.
—Eso no ha menester —dijo el Doncel—, que yo no me combato contigo por cortesía, mas por dar enmienda a aquella doncella que deshonraste.
Y fuelo luego a herir tan bravamente por cima del yelmo que las rodillas ambas le hizo hincar y levantóse luego y comenzóse a defender, pero no de guisa que el Doncel no le trajese a toda su voluntad, que tanto era ya cansado, que apenas la espada podía tener y no entendía sino en se cubrir de su escudo, el cual en el brazo le fue todo cortado, que nada de él no le quedó. Entonces, no teniendo remedio, comenzó de huir por la plaza acá y allá ante la espada del Doncel del Mar, que no lo dejaba holgar, y Galpano quiso huir a la torre, donde había hombres suyos, mas el Doncel del Mar lo alcanzó por unas gradas y tomándole por el yelmo le tiró tan recio que le hizo caer en tierra extendido y él y el yelmo le quedó en las manos y con la espada le dio tal golpe en el pescuezo, que la cabeza fue del cuerpo apartada, y dijo a la doncella:
—De hoy más podéis haber otro amigo si quisieres, que éste a quien jurasteis despachado es.
—Merced a Dios y a vos —dijo ella— que lo matasteis.
Él quisiera subir a la torre; mas vio alzar la escalera y cabalgó en el caballo de Galpano, que muy hermoso era, y dijo:
—Caballero, yo llevaré la cabeza de éste que me deshonró y darla he a quien el mandado llevó de vuestra parte.
—No la llevéis —dijo él— que os será enojo, mas llevad el yelmo en lugar de ella.
La doncella lo otorgó y mandó a su escudero que lo tomase, y luego salieron del castillo y hallaron la puerta abierta de los que por ahí habían huido. Pues estando en el camino, dijo el Doncel del Mar:
—Decidme, ¿quién es el caballero a quien el mandado lleváis?.
—Sabed —dijo ella— que es Agrajes, hijo del rey de Escocia.
—¡Bendito sea Dios —dijo él— que yo pude tanto que él no recibiese este enojo, y dígoos, doncella, que es el mejor caballero mancebo que yo ahora sé, y si por él tomasteis deshonra él la hará volver en honra! Y decidle que se le encomienda un su caballero, el cual en la guerra de Gaula hallará, si allí él fuere.
—¡Ay, señor —dijo ella—, pues lo amáis tanto, ruégoos que me otorguéis un don!.
Él dijo:
—Muy de grado.
—Pues —dijo la doncella— decidme vuestro nombre.
—Doncella —dijo—, mi nombre no queráis ahora saber y demandad otro don que yo cumplir pueda.
—Otro don —dijo ella— no quiero yo.
—Si Dios me ayuda —dijo él— no sois en ello cortés en querer de ningún hombre saber nada contra su voluntad.
—Todavía —dijo ella— me decid si queréis ser quito.
Cuando él esto vio que no podía él hacer dijo:
—A mí me llaman el Doncel del Mar, y partiéndose de ella lo más presto que pudo entró en su camino. La doncella fue muy gozosa en saber el nombre del caballero.
El Doncel del Mar fue muy llagado y salíale tanta sangre, que la carrera era tinta de ella, el caballo que era blanco parecía bermejo por muchos lugares, y andando hasta la hora de las vísperas vio una fortaleza muy hermosa y venía contra él un caballero desarmado y, como a él llegó, díjole:
—Señor, ¿dónde tomasteis estas llagas?.
—En un castillo que acá dejé, dijo el Doncel.
—¿Y ese caballo cómo lo hubisteis?.
—Húbelo por el mío que me mataron, dijo el Doncel.
—Y el caballero cuyo era, ¿qué fue de él?.
—¡Ay, perdió la cabeza!, dijo el Doncel. Entonces descendió del caballo por le besar el pie y el Doncel lo desvió de la estribera y el otro besóle la falda del arnés y dijo:
—¡Ay, señor, vos seáis muy bien venido que por vos he cobrado toda mi honra.
—Señor caballero —dijo el Doncel—, ¿sabéis dónde me curasen de estas llagas?.
—Sí sé —dijo él—, que en esta mi casa os curará una doncella, mi sobrina, mejor que otra que en esta tierra haya.
Entonces descabalgaron y fueron a entrar en la torre y el caballero le dijo:
—Ay, señor, que ese traidor que matasteis me ha tenido año y medio muerto y escarnido, que no tomé armas, que él me hizo perder mi nombre y jurar que no me llamase sino el su vencido y por vuestra causa soy a mi honra tornado.
Allí pusieron al Doncel del Mar en un rico lecho, donde fue curado de sus llagas por mano de la doncella, la cual le dijo que le daría sano tanto que de caminar se excusase algunos días, y él dijo que en todo su consejo seguiría.
Cómo al tercero día que el Doncel del Mar se partió de la corte del rey Languines, vinieron aquellos tres caballeros que traían un caballero en unas andas y a su mujer alevosa.
Al tercero día que el Doncel del Mar se partió de casa del rey Languines, donde fue armado caballero, llegaron ahí los tres caballeros que llevaban la dueña falsa y al caballero su marido mal llagado en unas andas y los tres caballeros pusieron en la mano del rey la dueña de parte de un caballero novel y contáronle cuanto de él aviniera. El rey se santiguó muchas veces en oír tal traición de mujer y agradeció mucho al caballero que la enviara, que ninguno no sabía que el Doncel del Mar era caballero, sino su señora Oriana y las otras que ya oísteis, antes cuidaban que era ido a ver a su amo Gandales. El rey dijo al caballero de las andas:
—Tan alevosa mujer como es la vuestra no debe vivir.
—Señor —dijo él—, vos haced lo que debéis, mas yo nunca consentiré matar la cosa del mundo que más amo, y despedido del rey se hizo llevar en sus andas. El rey dijo a la dueña: