Amadís de Gaula (5 page)

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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
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—Ahora haced con él lo que debéis, que así Dios me salve según el aparato que él traía yo creo que es de muy gran linaje.

Mucho plugo al rey en lo saber y preció al caballero que tan bien lo guardara y dijo a don Gandales:

—Pues que Dios tanto cuidado tuvo en lo guardar, razón es que lo tengamos nos en lo criar y hacer bien cuando tiempo será.

La reina dijo:

—Yo quiero que sea mío si os pluguiere en tanto que es de edad de servir mujeres, después será vuestro.

El rey se lo otorgó. Otro día de mañana se partieron de allí llevando los donceles consigo y fueron su camino. Pero dígoos de la reina que hacía criar al Doncel del Mar con tanto cuidado y honra como si su hijo propio fuese. Mas el trabajo que con él tomaba no era vano, porque su ingenio era tal y condición tan noble, que muy mejor que otro ninguno y más presto todas las cosas aprendía. Él amaba tanto caza y monte que si lo dejasen nunca de ello se apartara, tirando con su arco, cebando los canes; la reina era tan agradada de cómo él servía que lo no dejaba quitar delante su presencia.

El autor aquí torna contar del rey Perión y de su amiga Elisena. Como ya oísteis, Perión estaba en su reino después que hubo hablado con los clérigos que el sueño le soltaron y muchas veces pensó en las palabras que la doncella le dijera, mas no las pudo entender. Pues pasando algunos días, estando en su palacio entró una doncella por la puerta y dióle una carta de Elisena, su amiga, en que le hacía saber cómo el rey Garinter, su padre, era muerto y ella estaba desamparada, que la hubiese piedad, que la reina de Escocia, su hermana, y el rey su marido le querían tomar la tierra. El rey Perión, comoquiera que de la muerte del rey Garinter pesar grande hubiese, fue alegre en pensar de ir a ver a su amiga, donde nunca perdía deseo y dijo a la doncella:

—Ahora os id y decid a vuestra señora que sin me detener un solo día seré luego con ella.

La doncella se tornó muy alegre. El rey, aderezando la gente que era necesaria, partió luego, al derecho camino donde Elisena era, y tanto anduvo por sus jornadas que llegó a la Pequeña Bretaña, donde halló nuevas que Languines había todo el señorío de la tierra, salvo aquellas villas que su padre a Elisena dejara, y sabiendo que ella era en una villa que Arcate se decía, fuese allá, y si fue bien recibido, no es de contar, y por el semejante ella de él que se mucho amaban. El rey dijo que hiciesen llamar todos sus amigos y parientes porque la quería tomar por mujer. Elisena así lo hizo con gran gozo de su ánimo, porque en aquello consistía todo el fin de sus deseos. Sabido por el rey Languines la venida del rey Perión y cómo con Elisena casar quería, mandó llamar todos los hombres buenos de la tierra y llevándolos consigo se fue para él, habiéndose ambos con buen talante saludado y recibido, y las bodas y fiestas celebradas, acordaron los reyes de se volver en sus reinos. Y caminando el rey Perión con Elisena, su mujer, pasando cabe una ribera donde aposentar quería, el rey se fue solo suyo por la ribera pensando cómo sabría de Elisena lo del hijo que los clérigos le dijeran, cuando le absolvieron el sueño, y tanto anduvo en este pensar que llegó a una ermita, donde trabando el caballo a un árbol entró a hacer oración y vio dentro de ella a un hombre viejo vestido de paños de orden y dijo al rey:

—Caballero, ¿es verdad que el rey Perión está casado con la hija del rey nuestro señor?.

—Verdad es, dijo él.

—Mucho me place —dijo el hombre bueno— que yo sé cierto que de ella es muy amado de todo corazón.

—¿Por dónde lo sabéis vos?, dijo él.

—Por su boca, dijo el buen hombre. El rey, pensando saber lo que deseaba, hízosele conocer y dijo:

—Ruégoos que me digáis lo que de ella sabéis.

—Gran yerro haría en ello —dijo el hombre bueno—, y vos me tendríais por hereje, si lo que en la confesión se dijo, yo lo manifestase; baste lo que os digo, que de amor verdadero y leal os ama, pero quiero que sepáis lo que una doncella, al tiempo que a esta tierra vinisteis me dijo, que me parecía muy sabia y no lo puedo entender: que de la Pequeña Bretaña saldrían dos dragones que tendrían su señorío en Gaula y sus corazones en la Gran Bretaña y de allí saldrían a comer las bestias de las otras tierras y que contra unas serían muy bravos y feroces y contra otras mansos y humildes, como si uñas ni corazones no tuviesen y yo fui muy maravillado de lo oír, pero no porque sepa la razón de ello.

El rey se maravilló y aunque al presente no lo entendiese, tiempo fue claro lo conoció ser así verdad. Y así se despidió el rey Perión del ermitaño y tornóse a las tiendas en que su mujer y compañía había dejado, donde aquella noche con gran vicio quedó. Estando en su lecho en gran placer, díjole a la reina lo que los maestros habían declarado de su sueño y que le rogaba le dijese si había parido algún hijo. La reina que esto oyó hubo una tan gran vergüenza que quisiera su muerte, y nególo diciendo que nunca pariera. Así que el rey no pudo aquella vez saber lo que quería. Otro día partieron dende, y anduvieron por sus jornadas hasta que llegaron en el reino de Gaula y plugo a todos de la tierra con la reina que era muy noble dueña y allí holgó el rey algo más que solía y hubo en ella un hijo y una hija, al hijo llamaron Galaor y a la hija Melicia. Cuando el niño hubo dos años y medio fue así que el rey, su padre, era en una villa cabe la mar que Bangil había nombre y estando él a una finiestra sobre una huerta y la reina por ella holgando con sus dueñas y doncellas, teniendo el niño cabe sí, que ya comenzaba a andar, vieron entrar por un postigo que a la mar salía un jayán con una muy gran maza en su mano y era tan grande y desemejado que no había hombre que lo viese que se de él no espantase y así lo hicieron la reina y su compaña, que las unas huían entre los árboles y las otras dejaban caer en tierra atapando los ojos por le no ver; mas el gigante enderezó contra el niño que desamparado y solo le vio y llegando a él tendió al niño los brazos riendo y tomóle entre los suyos diciendo:

—Verdad me dijo la doncella, y tornóse por donde viniera y entrando en una barca se fue por la mar.

La reina, que le vio ido y que el niño le llevaba, dio grandes gritos, mas poco le aprovechó, mas su duelo y de todos fue tan grande que comoquiera que el rey mucho dolor tenía, por no haber podido socorrer su hijo, viendo que remedio no había, bajóse a la huerta para remediar a la reina que se estaba matando que le venía en la memoria el otro hijo que en la mar había lanzado y ahora que con éste pensaba remediar su gran tristeza, verlo perdido por tal ocasión, no teniendo esperanza de jamás lo cobrar, hacía las mayores rabias del mundo. Mas el rey la llevó consigo y la hizo acoger a su cámara y cuando más sosegada la vio, dijo:

—Dueña, ahora conozco ser verdad lo que los clérigos me dijeron que éste era el postrimero corazón y decidme la verdad que según en la sazón que fue no debéis ser culpada.

La reina comoquiera que con gran vergüenza, contóle todo lo que del primer hijo le aconteciera de cómo lo echara en la mar.

—No toméis enojo —dijo el rey—, pues que a Dios plugo que de estos dos hijos poco gozásemos, que yo espero en Él que tiempo vendrá que por alguna buena dicha algo de ellos sabremos.

Este gigante que el doncel llevó era natural de Leonís, que había dos castillos en una ínsula y llamábase él Gandalac y no era tan hacedor de mal como los otros gigantes, antes era de buen talante hasta que era sañudo, mas después que lo era hacía grandes crudezas. Él se fue con su niño hasta en cabo de la ínsula a do había un ermitaño, buen hombre, de santa vida, y el gigante que aquella ínsula hiciera poblar de cristianos mandábale dar limosna para su mantenimiento, y dijo:

—Amigo, este niño os doy que lo criéis y enseñéis de todo lo que conviene a caballero y dígoos que es hijo de rey y reina y defiéndoos que nunca seáis contra él.

El hombre bueno le dijo:

—Di, ¿por qué hiciste esta crudeza tan grande?.

—Esto diré yo —dijo él—. Sábete que queriendo yo entrar en una barca para me combatir con Albadán, el jayán bravo que a mi padre mató y me tiene tomada por fuerza la peña de Galtares, que es mía, hallé una doncella que me dijo: "Eso que tú quieres se ha de acabar por el hijo del rey Perión de Gaula, que habrá mucha fuerza y ligereza más que tú". Y yo le pregunté si decía verdad. "Esto verás tú —dijo ella— en la sazón que los dos ramos de un árbol se juntarán que ahora son partidos".

De esta manera quedó este doncel, llamado Galaor, en poder del ermitaño y lo que de él vino, adelante se contará.

A esta sazón que las cosas pasaban como de suyo habéis oído, reinaba en la Gran Bretaña un rey llamado Falangriz, el cual, muriendo sin heredero, dejó un hermano de gran bondad de armas y de mucha discreción, el cual había nombre Lisuarte, que con la hija del rey de Dinamarca nuevamente casado era, que había nombre Brisena, y era la más hermosa doncella que en todas las ínsulas del mar se hallaba. Y comoquiera que de muchos altos príncipes demandada fuese, su padre con temor de unos no la osaba dar a ninguno de ellos. Viendo ella a este Lisuarte y sabiendo sus buenas maneras y grande esfuerzo, a todos desechando, con él se casó, que por amores la servía. Muerto este rey Falangriz, los altos hombres de la Gran Bretaña, sabiendo las cosas que este Lisuarte en armas había hecho, y por la su alta proeza tan gran casamiento había alcanzado, enviaron por él para que el reino tomase.

Capítulo 4

Cómo el rey Lisuarte navegó por la mar y aportó al reino de Escocia, donde con mucha honra fue recibido.

La embajada oída por el rey Lisuarte, ayudándole su suegro con gran flota en la mar entró, por donde navegando fue aportado en el reino de Escocia, donde con mucha honra del rey Languines recibido fue. Este Lisuarte traía consigo a Brisena, su mujer, y una hija que en ella hubo cuando en Dinamarca morara, que Oriana había nombre, de hasta diez años, la más hermosa criatura que nunca se vio, tanto, que ésta fue la que Sin Par se llamó, porque en su tiempo ninguna hubo que igual le fuese; y porque de la mar enojada andaba, acordó de la dejar allí rogando al rey Languines y a la reina que se la guardasen. Ellos fueron muy alegres de ello y la reina dijo:

—Creed que yo la guardaré como su madre lo haría.

Y entrando Lisuarte en sus naos con mucha prisa, en la Gran Bretaña arribado fue. Y halló a algunos que lo estorbaron, como hacerse suele en semejantes casos y por esta causa no se membró de su hija por algún tiempo y fue rey con gran trabajo que allí tomó, y fue el mejor rey que ende hubo, ni que mejor mantuviese la caballería en su derecho hasta que el rey Artur reinó, que pasó a todos los reyes en la bondad que antes de él fueron, aunque muchos reinaron entre el uno y el otro.

El autor deja reinando a Lisuarte con mucha paz y sosiego en la Gran Bretaña y torna al Doncel del Mar, que en esta sazón era de doce años y en su grandeza y miembros parecía bien de quince. Él servía ante la reina y así de ella como de todas las dueñas y doncellas era mucho amado. Mas desde que allí fue Oriana, la hija del rey Lisuarte, diole la reina al Doncel del Mar que la sirviese diciendo:

—Amiga, éste es un doncel que os servirá.

Ella dijo que le placía. El doncel tuvo esta palabra en su corazón de tal guisa que después nunca de la memoria la apartó, que sin falta, así como esta historia lo dice en días de su vida no fue enojado de la servir y en ella su corazón fue siempre otorgado, y este amor duró cuanto ellos duraron, que así como la él amaba, así amaba ella a él. En tal guisa que una hora nunca de amarse dejaron, mas el Doncel del Mar, que no conocía ni sabía nada de cómo ella le amaba, teníase por muy osado en haber en ella puesto su pensamiento según la grandeza y hermosura suya, sin cuidar de ser osado a le decir una sola palabra. Y ella, que lo amaba de corazón, guardábase de hablar con él más que con otro, porque ninguna cosa sospechasen, mas los ojos habían gran placer de mostrar al corazón la cosa del mundo que más amaba. Así vivían encubiertamente sin que de su hacienda ninguna cosa el uno al otro se disejen. Pues pasando el tiempo, como os digo, entendió el Doncel del Mar en sí que ya podía tomar armas, si hubiese quien le hiciese caballero y esto deseaba él, considerando que él sería tal y haría tales cosas por donde muriese, o viviendo su señora le preciara, y con este deseo fue al rey que en una huerta estaba e hincando los hinojos le dijo:

—Señor, si a vos pluguiese, tiempo sería de ser yo caballero.

El rey dijo:

—¿Cómo, Doncel del Mar, ya os esforzáis para mantener caballería? Sabed que es ligero de haber y grave de mantener. Y quien este nombre de caballería ganar quisiere y mantenerlo en su honra, tantas y tan graves son cosas que ha de hacer que muchas veces se le enoja el corazón y si tal caballero es que por miedo o cobardía deja de hacer lo que conviene, más le valdría la muerte que en vergüenza vivir y por ende tendría por bien que algún tiempo os sufrís.

El Doncel del Mar le dijo:

—Ni por todo eso no dejaré yo de ser caballero, que si en mi pensamiento no tuviese de cumplir eso que habéis dicho no se esforzaría mi corazón para lo ser. Y pues a la vuestra merced soy criado cumplid en esto conmigo lo que debéis, si no buscaré otro que lo haga.

El rey, temiendo que así lo haría, dijo:

—Doncel del Mar, yo sé cuándo os será menester que lo seáis y más a vuestra honra y prométeos que lo haré, y en tanto ataviarse han vuestras armas y aparejos, pero, ¿a quién cuidabais vos ir?.

—Al rey Perión —dijo él—, que me dicen que es buen caballero.

—Ahora —dijo el rey—, estad, que cuando sazón fuere honradamente lo haréis.

Y luego mandó que le aparejasen las cosas a la orden de caballería necesarias e hizo saber a Gandales todo cuanto con su criado le aconteciera, de que Gandales fue muy alegre y envióle por una doncella la espada y el anillo y la carta envuelta en la cera como la hallara en el arca donde a él halló. Y estando un día la hermosa Oriana con otras dueñas y doncellas en el palacio holgando en tanto que la reina dormía era allí con ellas el Doncel del Mar, que sólo mirar no osaba a su señora y decía entre sí:

—¡Ay, Dios, por qué os plugo de poner tanta beldad en esta señora, y en mí gran cuita y dolor por causa de ella, en fuerte punto mis ojos la miraron pues que perdiendo la lumbre con la muerte pagarán aquella gran locura en que al corazón han puesto!.

Y así estando casi sin ningún sentido entró un doncel y díjole:

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