Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
—Amigo, vos seáis muy bien venido y sabed que en vos he yo grande esfuerzo, tanto que no dudo ya mi guerra, pues os he en mi compañía.
—Señor —dijo—, en la vuestra ayuda me habréis vos cuanto mi persona durare y la guerra haya fin.
Así hablando llegaron a la reina, y Agrajes le fue a besar las manos y ella fue con él muy alegre. Y el rey le dijo:
—Dueña, veis aquí el muy buen caballero de que yo os hablé y que me sacó del mayor peligro en que nunca fui; éste os digo que améis más que a otro caballero.
Ella se vino a abrazar y él hincó los hinojos ante ella y dijo:
—Señora, yo soy criado de vuestra hermana y por ella os vengo a servir, y como ella misma me podéis mandar.
La reina se lo agradeció con mucho amor y catábalo como era tan hermoso y membrándose de sus hijos, que había perdido, viniéronle las lágrimas a los ojos, así que lloraba por aquél que ante ella estaba y no lo conocía y el Doncel del Mar le dijo:
—Señora, no lloréis, que presto seréis tornada en vuestra alegría con la ayuda de Dios y del rey y de este caballero vuestro sobrino y yo, que de grado os serviré.
Ella dijo:
—Mi buen amigo, vos que sois caballero de mi hermana, quiero que poséis en mi casa y allí os darán las cosas que hubiereis menester.
Agrajes lo quería llevar consigo, pero rogáronle el rey y la reina tanto que lo hubo de otorgar, así quedó en guarda de su madre, donde le hacían mucha honra.
El rey Abies y Daganel su primo supieron las nuevas de éstos que llegaron al rey Perión, y dijo el rey Abies, que era a la sazón el más preciado caballero que sabían:
—Si el rey Perión ha corazón de lidiar y es esforzado, ahora querrá batalla con nos.
—No lo haré yo —dijo Daganel—, porque se recela mucho de vos.
Galaín, el duque de Normandía, que era, dijo:
—Ya os diré cómo lo hará: cabalguemos esta noche yo y Daganel, y al alba apareceremos cabe la su villa con razonable número de gente y el rey Abies quede con la otra gente en la floresta de Galpano escondido, y de esta guisa le daremos esfuerzo a que osará salir y nosotros mostrando algún temor trabajaremos de los meter en la floresta hasta donde el rey estuviere y así se perderán todos.
—Bien decís —dijo el rey Abies— y así se haga.
Pues luego fueron armados con toda la gente y entraron en la floresta Daganel y Galaín, que el consejo diera, y pasaron bien adelante donde el rey quedaba y así estuvieron toda la noche, mas la mañana venida fueron el rey Perión y su mujer a ver qué hacía el Doncel del Mar y halláronlo que se levantaba y lavaba las manos y viéronle los ojos bermejos y las haces mojadas de lágrimas, así que bien parecía que durmiera poco de noche y sin falta, así era, que membrándose de su amiga, considerando la gran cuita que por ella le venía sin tener ninguna esperanza de remedio, otra cosa no esperaba, sino la muerte. La reina llamó a Gandalín y díjole:
—Amigo, ¿qué hubo vuestro señor que me parece en su semblante ser en gran tristeza; es por algún descontentamiento que aquí haya habido?.
—Señora —dijo él—, aquí recibe él mucha honra y merced, mas él ha así de costumbre que llora durmiendo, así como ahora veis que en él parece.
Y en cuanto así estaban vieron los de la villa muchos enemigos bien armados cabe sí y daban voces:
—¡Armas, armas!.
Y el Doncel del Mar, que vio la vuelta, se fue muy alegre. Y el rey le dijo:
—Buen amigo, nuestros enemigos son aquí.
Y el dijo:
—Armémonos y vamos a lo ver.
Y el rey demandó sus armas y el Doncel las suyas y desde que armados fueron y a caballo fueron a la puerta de la villa donde hallaron a Agrajes que mucho se quejaba porque no lo abrían, que éste fue uno de los caballeros del mundo más vivo de corazón y más acometedor en todas las afrentas, y así la fuerza como esfuerzo le ayudara, no hubiera otro ninguno, que de bondad de armas le pasara, y como llegaron, dijo el Doncel del Mar:
—Señor, mandadnos abrir la puerta, y el rey, a quien no placía menos de se combatir, mandó que la abriesen y salieron todos los caballeros y como vieron sus enemigos, tantos ahí hubo que decían ser locura acometerlos. Agrajes hirió el caballo de las espuelas diciendo:
—Ahora haya mala ventura el que más se sufriere.
Y moviendo contra ellos vio ir delante al Doncel del Mar y movieron todos de consuno.
Daganel y Galaín, que contra sí los vieron venir, aparejáronse de recibirlos, así como aquéllos que mucho los desamaban. El Doncel del Mar le hirió con Galaín, que delante venía y encontróle tan fuertemente que a él y al caballo derribó en tierra y hubo la una pierna quebrada y quebró la lanza y puso luego mano a su espada y dejóse correr a los otros como león sañudo, haciendo maravillas en dar golpes a todas partes, así que no quedaba cosa ante la su espada que a la tierra derribarlos hacía, a unos muertos y a otros heridos, mas tantos le hirieron que el caballo no podía salir con él a ninguna parte, así que estaba en gran priesa. Agrajes, que lo vio, llegó a él con algunos de los suyos e hizo gran daño en los contrarios. El rey Perión llegó con toda la gente muy esforzadamente, como aquél que con voluntad de herir los gana tenía, y Daganel los recibió con los suyos muy animosamente. Así que fueron los unos y los otros mezclados en uno. Allí veríais al Doncel del Mar haciendo cosas extrañas, derribando y matando cuantos ante sí hallaba, que no había hombre que lo osase atender y metíase en los enemigos, haciendo de ellos corro, que parecía un león bravo. Agrajes, cuando le vio estas cosas hacer, tomó consigo muy más esfuerzo que de antes tenía y dijo a grandes voces por esforzar su gente:
—Caballeros: mirad al mejor caballero y más esforzado que nunca nació.
Cuando Daganel vio cómo destruía su gente, fue para el Doncel del Mar como buen caballero y quísole herir el caballo porque entre los huidos cayese, mas no pudo, y diole el Doncel tal golpe por cima del yelmo, que por fuerza quebraron los lazos y saltóle de la cabeza. El rey Perión, que en socorro del Doncel del Mar llegaba, dio a Daganel con su espada tal herida que lo hendió hasta los dientes. Entonces se vencieron los de la sierra y de Normandía, huyendo do el rey Abies estaban y muchos decía:
—¡Ay, rey Abies!, ¿cómo tardas tanto que nos dejas matar?.
Y yendo así hiriendo en los enemigos el rey Perión y su compaña no tardó mucho que pareció al rey Abies de Irlanda con todos los suyos y venía diciendo:
—¡Ahora a ellos, no quede hombre que no matéis y trabajad de entrar con ellos en la villa!.
Cuando el rey Perión y los suyos vieron, sin sospecha, aquéllos de que no sabían parte, mucho fueron espantados, que eran ya cansados y no tenían lanzas y sabían que aquel rey Abies era uno de los mejores caballeros del mundo y el que más temían, mas el Doncel del Mar les comenzó a decir:
—Ahora, señores, es menester de mantener vuestra honra, y ahora aparecerán aquéllos en que hay vergüenza, e hízolos todos recoger que andaban esparcidos y los de Irlanda vinieron herir tan bravamente que fue maravilla cómo aquéllos que holgados llegaban y con gran corazón de mal hacer. El rey Abies no dejó caballero en la silla cuanto le duró la lanza y desde que la perdió echó mano a su espada y comenzó a herir con ella tan bravamente que a sus enemigos hacía tomar espanto y los suyos fueron temiendo con él, hiriendo y derribando en los enemigos. De manera que los del rey Perión no lo podiendo ya sufrir, retraíanse contra la villa. Cuando el Doncel del Mar vio que la cosa se paraba mal, comenzó de hacer con mucha saña mejor que antes, porque los de su parte no huyesen con desacuerdo y metíase entre la una gente y la otra e hiriendo y matando en los de Irlanda daba lugar a los suyos que las espadas del todo no volviesen. Agrajes y el rey Perión, que lo vieron en tan gran peligro y tanto hacer, quedaron siempre con él. Así que todos tres eran amparo de los suyos y con ellos tenían harto que hacer los contrarios que el rey Abies metía adelante su gente viendo el vencimiento, porque a vueltas de ellos encontrase en la villa, donde esperaba ser su guerra acabada. Y con esta prisa que oís llegaron a las puertas de la villa, donde, si por estos tres caballeros no fuera, junto los unos y los otros entraran, mas ellos sufrieron tantos golpes y tantos dieron que por maravilla fue poderlo sufrir. El rey Abies que creyó que su gente dentro con ellos era, pasó adelante y no le vino así, de que mucho pesar hubo y más de Daganel y Galaín, que supo que eran muertos y llegó él un caballero de los suyos y díjole:
—Señor, ¿veis aquel caballero del caballo blanco?, no hace sino maravillas y él ha muerto vuestros capitanes y otros muchos.
Esto decía por el Doncel del Mar, que andaba en el caballo blanco de Galpano. El rey Abies se llegó más y dijo:
—Caballero, por vuestra venida es muerto el hombre del mundo que yo más amaba. Pero yo haré que lo compréis caramente si queréis más combatir.
—De me combatir con vos —dijo el Doncel del Mar— no es hora, que vos tenéis mucha gente y holgados y nos muy poca y está muy cansada, que sería maravilla de os poder resistir, mas si vos queréis vengar como caballero eso que decís y mostrar la gran valentía de que sois loado, escoged vuestra gente los que más os contentaren y yo en la mía, y siendo iguales podríais ganar más honra, que no con mucha sobre de gente y soberbia demasiada venir y tomar lo ajeno sin causa ninguna.
—Pues ahora, decid —dijo el rey Abies—, ¿de cuántos queréis que sea la batalla?.
—Pues que en mi lo dejáis —dijo el Doncel—, moveros he otro partido y podrá ser que más os agrade; vos tenéis saña de mí por lo que he hecho y yo de vos por lo que en esta tierra hacéis, pues, en nuestra culpa no hay razón por qué ningún otro padezca y sea la batalla entre mí y vos y luego si quisieres, con tal que vuestra gente asegure y la nuestra también, de se no mover hasta en fin de ella.
—Así sea dijo el rey Abies, e hizo llamar diez caballeros, los mejores de los suyos, y con otros diez que el Doncel del Mar dio, aseguraron el campo que por mal ni por bien que les aconteciese no se moverían. El rey Perión y Agrajes le defendían que no fuese la batalla hasta la mañana, porque lo veían malherido, mas estorbárselo no pudieron, porque él deseaba la batalla más que otra cosa, y esto era por dos cosas: una por se probar con aquél que tan loado por el mejor caballero del mundo era, y la otra, porque si lo venciese seria la guerra partida, y podría ir a ver a su señora Oriana, que en ella era todo su corazón y sus deseos.
Cómo el Doncel del Mar hizo la batalla con el rey Abies sobre la guerra que tenían con el rey Perión de Gaula.
La batalla concertada entre el rey Abies y el Doncel del Mar, como habéis oído, los de la una parte y de la otra viendo que todo lo más del día era pasado, acordaron, contra la voluntad de ellos ambos, que para otro día quedase. Así para ataviar sus armas, como para remediar las heridas que tenían, y porque todas las gentes de ambas partes estaban así maltratadas y cansadas, deseaban la holganza para su reposo, cada uno fue cogido a su posada. El Doncel del Mar entró por la villa con el rey Perión y Agrajes y llevaba la cabeza desarmada y todos decían:
—¡Ay, buen caballero, Dios te ayude y dé honra que puedas acabar lo que has comenzado! ¡Ay, qué hermosura de caballero, en éste es caballería bien empleada, pues que sobre todos la mantiene en la su grande alteza!.
Y llegando al palacio del rey vino una doncella que dijo al Doncel del Mar:
—Señor, la reina os ruega que os no desarméis, sino en vuestra posada, donde os atiende.
Esto fue por consejo del rey y dijo:
—Amigo, id a la reina y vaya con vos Agrajes que os haga compañía.
Entonces se fue el rey a su aposentamiento y el Doncel y Agrajes al suyo, donde hallaron la reina y muchas dueñas y doncellas que los desarmaron, pero no consintió la reina que en el Doncel ninguna mano pusiese, sino ella, que lo desarmó y le cubrió de un manto. En todo esto llegó el rey y vio que el Doncel era llagado y dijo: ¿Por qué no alongabais más el plazo de la batalla?.
—No era menester —dijo el, Doncel—, que no he llaga porque de hacer la deje.
Luego lo curaron de las llagas y les dieron de cenar. Otro día de mañana la reina se vino a ellos con todas sus damas y hallólos hablando con el rey y comenzóse la misa y, dicha, armóse el Doncel del Mar, no de aquellas armas que en la lid el día antes trajera, que no quedaron tales que pudiesen algo aprovechar, mas de otras muy más hermosas y fuertes, y despedido de la reina y de las dueñas y doncellas, cabalgó en un caballo holgado que a la puerta le tenían, y el rey Peñón le llevaba el yelmo y Agrajes el escudo, y un caballero anciano que se llamaba Aganón, que muy preciado fuera en armas, la lanza, que por la su gran bondad pasada, así en esfuerzo como en virtud, era el tercero con el rey y con hijo de rey. Y el escudo que llevaba hacía el campo de oro y dos leones en él azules, el uno contra el otro como si se quisiesen morder. Y saliendo por la puerta de la villa vieron al rey Abies sobre un gran caballo negro todo armado, sino que aún no enlazara su yelmo. Los de la villa y los de la hueste todos se ponían donde mejor la batalla ver pudiesen y el campo era ya señalado y el palenque hecho con muchos cadalsos en derredor de él. Entonces enlazaron sus yelmos y tomaron los escudos, y el rey Abies echó un escudo al cuello que tenía el campo indio y en él un gigante figurado y cabe él un caballero que le tornaba la cabeza. Estas armas traía porque se combatiera con un jayán que su tierra le entraba y se la destruía toda y así como la cabeza le cortó, así la traía figurada en su escudo y desde que ambos tomaron sus armas salieron todos al campo, encomendando a Dios cada uno al suyo, y se fueron a acometer sin ninguna detenencia y gran correr de los caballos, como aquéllos que eran de gran fuerza y corazón y a las primeras heridas fueron todas sus armas falsadas y quebrando las lanzas juntáronse uno con otro, así los caballos, como ellos, tan bravamente que cada uno cayó a su parte y todos creyeron que eran muertos y los trozos de las lanzas tenían metidos por los escudos, que los hierros llegaban a las carnes, mas como ambos fuesen muy ligeros y vivo de corazón, levantáronse presto y quitaron de sí los pedazos de las lanzas y echando mano a las espadas se acometieron tan bravamente, que los que al derredor estaban habían espanto de los ver, pero la batalla parecía desigual, no porque el Doncel del Mar no fuese bien hecho, y de razonable altura, mas el rey Abies era tan grande que nunca halló caballero que él no fuese mayor un palmo y sus miembros no parecían sino de un gigante, había en sí todas buenas maneras, salvo que era soberbio, más que debía. La batalla era entre ellos tan cruel y con tanta prisa sin dejar holgar y los golpes tan grandes, que no parecía sino de veinte caballeros. Ellos cortaban los escudos, haciendo caer en el campo grandes rajas y abollaban los yelmos y desguarnecían los arneses. Así que bien hacía el uno al otro su fuerza y ardimiento conocer, y la su gran fuerza y bondad de las espadas hicieron sus arneses tales que eran de poco valor, de manera que lo más cortaban en sus carnes, que en los escudos no quedaba con qué cubrir ni ampararse pudiesen y salía de ellos tanta sangre que sostenerse era maravilla, mas tan grande era el ardimiento que consigo traían que casi de ella no se sentían. Así duraron en esta primera batalla hasta hora de tercia, que nunca se pudo conocer en ellos flaqueza ni cobardía, sino que con mucho ánimo se combatían, más el sol que las armas les calentaba puso en ellos alguna flaqueza de cansancio y a esta sazón el rey Abies se tiró un poco afuera y dijo: