Amadís de Gaula (93 page)

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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
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En tanto que ellos hablaban, estuvo Dinarda con su doncella y supo cómo no quisiera consentir en el ruego de Norandel y cómo la había descubierto, de que mucho le pesó, y dijo:

—Amiga, en tales tiempos es menester la discreción para negar nuestras voluntades, que de otra guisa seríamos en gran peligro, ruégoos que hagáis mandado de aquel caballero y mostrémoles amor hasta que veamos tiempo de ser de ellos partidas.

Ella dijo que así lo haría.

Don Galaor y Norandel, desde que una pieza hablaron, tornando a las doncellas y estuvieron parte de la noche hablando y jugando con ellas en risa y placer. Entonces, tomando cada uno la suya, se acostaron en camas de hierba que los escuderos habían hecho, y allí durmieron y holgaron toda aquella noche.

Don Galaor preguntó entonces a Dinarda cómo había por nombre aquel caballero malo que los quería matar, y decíalo por el que matara, y entendió que por el de las andas, y díjole:

—¿Cómo no supisteis al allegar de las andas que era Arcalaus? Y los caballeros que desbaratasteis suyos eran.

—¿Es cierto —dijo don Galaor— que aquél era Arcalaus?

—Sí, verdaderamente, dijo ella.

—¡Oh, Santa María! —dijo él—. ¡Cómo escapó de la muerte con tales sotilezas!

Cuando Dinarda oyó que no lo habían muerto fue la más alegre del mundo; pero no lo mostró y dijo:

—Hora fue hoy que pusiera yo mi vida por la suya, mas ahora que soy en vuestro amor y en la vuestra merced y mesura, quiera que fuera de mala muerte muerto, porque sé yo que os desama en mucho grado, y lo cual os desea y a vuestro linaje, a Dios plega que presto sobre él caía, y abrazándose con él le mostraba todo el amor que podía.

Así como oís albergó aquella noche, y venido el día armáronse y tomaron sus amigas y sus escuderos, que les llevaban las armas, y fuéronse la vía de Gaula a entrar en la mar.

Arcalaus llegó a la medianoche a su castillo, con gran espanto de lo que le aviniera, y mandó cerrar las puertas y que persona no entrase sin su mandado e hízose curar con intención de ser peor que no de ante y hacer mayores males qué de antes, como hacen los malos, que, aunque Dios en ellos espera, no quieren ni desear ser desatados de aquellas fuertes cadenas que el enemigo malo les tiene echadas, antes con ella son llevados al fondo del infierno, como se debe creer que este malo lo fue.

Don Galaor y Norandel y sus amigas anduvieron dos días contra un puerto para pasar en Gaula, y al tercero día llegaron a un castillo, en el cual acordaron de albergar, y hallando la puerta abierta metiéronse dentro sin hallar persona alguna; mas luego salió de un palacio un caballero, que era el señor del castillo, y cuando dentro los vio hizo mal semblante contra los suyos porque dejaran la puerta abierta, mas hízolo bueno con los caballeros y recibiólos muy bien e hízoles hacer mucha honra, pero contra su voluntad: porque este caballero había nombre Ambades y era primo de Arcalaus el Encantador, y conoció a Dinarda, que era su sobrina, y supo de ella cómo la traían forzada, y la madre de este Ambades lloró con ella encubiertamente y quisiera hacerlos matar, mas Dinarda le dijo:

—No entre en vos ni en mi tío tal locura.

Entonces les contó cómo desbarataran a los siete caballeros de Arcalaus y todo lo que con él pasaron y dijo:

—Señora, hacedles honra, que son muy esforzados caballeros y a la mañana yo y mis doncellas quedaremos zagueras, y como ellos salieren echen la puerta colgadiza y allí quedaremos en salvo.

Esto así concertado con Ambades y su madre, dieron de cenar a don Galaor y a Norandel y a sus escuderos y buenas camas en que durmiesen, y Ambades no durmió en toda la noche, tanto estaba espantado en tener tales hombres en su castillo, y como fue a mañana levantóse y armóse y fuese a sus huéspedes y dijo:

—Señores, quiero haceros compañía y mostraros el camino, que éste es mi oficio: andar armado buscando las aventuras.

—Huésped —dijo don Galaor—, mucho os lo agradecemos.

Entonces se armaron e hicieron cabalgar a sus amigas en sus palafrenes, y salieron del castillo, mas el huésped y las doncellas quedaron atrás, y como ellos y sus escuderos eran fuera, echaron la puerta colgadiza, de manera que el engaño hubo efecto. Ambades descendió del caballo con mucho placer y subióse al muro y vio a los caballeros que aguardaban si verían alguno para les pedir las doncellas, y dijo:

—Id vos, malos huéspedes y falsos, a quien Dios confunda y dé mala noche, como a mí vosotros la disteis, que las dueñas que gozar pensabais conmigo quedan.

Don Galaor le dijo:

—Huésped, ¿qué es ello que decís? No seréis vos tal que habiéndonos hecho en esta vuestra casa tanto servicio y placer, en la fin hagáis tan gran deslealtad en nos tomar nuestras dueñas por fuerza.

—Si así fuese —dijo él—, más placer habría, porque el enojo sería mayor; más de su grado las tomé, porque andaban forzadas con sus enemigos.

—Pues parezcan ellas —dijo don Galaor—, y veremos si es así como decís.

—Hacerlo he —dijo él—, no por os dar placer, mas porque veáis cuán aborrecidos de ellas sois.

Entonces se puso Dinarda en el muro, y don Galaor le dijo:

—Dinarda, mi señora, ese caballero dice que quedáis aquí de vuestro grado, y no lo puedo creer según el gran amor que es entre nosotros.

Dinarda dijo:

—Si yo os mostré amor fue con sobrado miedo que tenía, pero sabiendo vos ser yo hija de Ardán Canileo y vos hermano de Amadís, ¿cómo se podía hacer que os amase?, especialmente en me querer llevar a Gaula en poder de mis enemigos; idos, don Galaor, y si algo por vos hice, no me lo agradezcáis ni se os acuerde de mí, sino como enemiga.

—Ahora quedad —dijo Galaor— con la mala ventura que Dios os dé, que de tal raíz como Arcalaus no podía salir sino tal pimpollo.

Norandel, que muy sañudo estaba, dijo contra su amiga:

—Y vos, ¿qué haréis?

—La voluntad de mi señora, dijo ella.

—Dios confunda su voluntad —dijo él— y la de ese mal hombre que así nos engañó.

—Si yo soy malo —dijo Ambades—, aunque no sois tales vosotros que me tuviese por honrado de vencer tales dos hombres.

—Si tú eres caballero, como te alabas —dijo Norandel—, sal fuera y combátete conmigo, yo a pie y tú a caballo, y si me matas, cree que quitas un enemigo mortal de Arcalaus, y si yo te venciese, danos las dos doncellas.

—Como eres necio —dijo Ambades—, a entrambos no tengo en nada, pues que haré a ti solo a pie estando y yo a caballo, y en esto que dices de Arcalaus, mi señor, por tales veinte como tú ni como ese otro tu compañero, no daría él una paja.

Y tomando un arco turquí les comenzó a tirar con flechas. Ellos se tiraron afuera y tornaron al camino que de antes iban, hablando como la maldad de Arcalaus alcanzaba a todos los de su linaje y riendo mucho uno con otro de la respuesta de Dinarda y de su huésped y de la gran saña de Norandel y de cómo el huésped, estando a salvo, en cuán poco la tenía. Así anduvieron tres días albergando en poblados y a su placer, y al cuarto, día llegaron a una villa que era puerto de mar, que había nombre Alfial, y hallaron dos barcas que pasaban a Gaula, y entrando en ellas aportaron sin entrevalo alguno dónde era el rey Perión, y Amadís, y Florestán.

Así acaeció que estando Amadís en Gaula aderezando para se partir a buscar las aventuras, por enderezar y cobrar el tiempo que en tanto menoscabo de su honra allí estuvo, continuando cada día de cabalgar por la ribera de la mar, mirando la Gran Bretaña, que allí eran sus deseos y todo su bien, andando un día él y don Florestán paseando, vieron venir las barcas y fueron allá por saber nuevas, y llegando a la ribera venían ya don Galaor y Norandel en un batel por salir en tierra. Amadís conoció a su hermano y dijo:

—¡Santa María, aquél es nuestro hermano don Galaor!, él sea muy bien venido.

Y dijo a don Florestán:

—¿Conocéis vos al otro que con él viene?

—Sí —dijo él—; aquél es Norandel, hijo del rey Lisuarte, compañero de don Galaor, y sabed que es muy buen caballero y por tal en tal batalla se mostró que con su padre habimos en la Ínsula de Mongaza, pero entonces no era conocido por su hijo, hasta ahora, cuando fue la gran batalla de los siete reyes, que al rey plugo que se divulgase por la bondad que en sí tiene.

Mucho fue alegre Amadís con él, por ser hermano de su señora, y que sabía que ella lo amaba, según Durín se lo había dicho. En esto, llegaron los caballeros a la ribera y salieron en tierra, donde hallaron a Amadís y Florestán, apeados, que los recibieron y abrazaron muchas veces, y dándoles sendos palafrenes se fueron al rey Perión, que quería cabalgar para los recibir. Y cuando a él llegaron, quisiéronle besar las manos, mas éste no las dio a Norandel, antes lo abrazó e hizo mucha honra, y llevólo a la reina, donde no recibieron menos. Amadís, como ya os dije, tenía aderezado para partir allí al cuarto día, antes habló con el rey y con sus hermanos, diciéndoles cómo le convenía partir de ellos y que otro día entraría en su camino. El rey le dijo:

—Mi hijo, Dios sabe la soledad que de ello yo siento, pero ni por eso seré en vos estorbar, que vais a ganar honra y prez, como siempre lo hicisteis.

Don Galaor dijo:

—Señor hermano, si no fuese por una demanda de que con derecho no nos podemos partir, en que Norandel y yo somos metidos, haceros habríamos compañía; pero conviene que la acabemos o pase primero año y un día como es costumbre en la Gran Bretaña.

El rey dijo:

—Hijo, qué demanda es ésa, puédese saber?

—Sí, señor —dijo él—, que sea sabido que en la batalla que hubimos con los siete reyes de las ínsulas, fueron de la parte del rey Lisuarte tres caballeros con unas armas de sierpes de una manera, mas los yelmos eran diferentes, que el uno era blanco y el otro cárdeno y el otro dorado, éstos hicieron maravillas, tanto que todos somos maravillados, en especial el que traía el yelmo dorado, que a la bondad de éste no creo que ninguno se podrá igualar. Ciertamente se cree que si por éstos no fuera que el rey Lisuarte no hubiera la victoria que hubo, y como la batalla fue vencida partieron todos tres del campo tan encubiertos que no pudieron ser conocidos, y por lo que de ellos se habla hemos prometido de los buscar y conocer.

El rey dijo:

—Aquí nos han dicho de esos caballeros, y Dios os dé de ellos buenas nuevas.

Así pasaron aquel día hasta la noche. Y Amadís apartó a su padre y a don Florestán y díjoles:

—Señor, yo me quiero partir de mañana y paréceme que después de ido yo, se debe decir a don Galaor la verdad de esto en que anda, porque su trabajo en vano sería, que si por nosotros, no por ninguno lo puedo saber y mostradle las armas, que bien las conocerá.

—Bien decís —dijo el rey—, y así se hará.

Esa noche estuvieron con la reina y su hija y con muchas dueñas y doncellas suyas holgando con gran placer, mas todas sentían gran soledad de Amadís, que se quería ir y no sabían dónde. Pues despedidos de todas ellas se fueron a dormir, y otro día oyeron todos misa y salieron con Amadís, que iba armado en su caballo, y Gandalín y el Enano, sin otro alguno que le hacían compañía, al cual dio la reina tanto haber que por un año bastase a su señor. Don Florestán le rogó muy ahincadamente que lo llevase consigo, mas no lo pudo con él acabar por dos cosas: la una por ser más desembargado para pensar en su señora. Y la otra porque las cosas de grandes afrentas porque él esperaba pasar, pasándolas solo, así sólo la muerte o la gloria alcanzase. Y cuanto una legua anduvieron, despidióse Amadís de ellos, entrando en su camino, y el rey y sus hijos se volvieron a la villa, donde habló aparte con don Galaor, su hijo, y con Norandel, y díjoles:

—Vosotros sois metidos en una demanda que si aquí no, en todo el mundo no hallaréis recaudo de ellas, de lo cual doy gracias a Dios, que a esta parte os guió, por os haber quitado de gran trabajo sin provecho; ahora sabed que los tres caballeros de las armas de las sierpes que demandáis somos yo y Amadís y don Florestán, y yo llevaba el yelmo blanco y don Florestán el cárdeno, y Amadís el dorado con que hizo las grandes extrañezas que visteis.

Y contóle el concierto que para aquella ida tuvieron y cómo Urganda les enviara las armas.

—Y porque enteramente los creáis y tengáis vuestras ventura por acabada, venid conmigo.

Y llevándolos a otra cámara de las armas les mostró las de las sierpes, por muchas partes de grandes golpes horadadas, las cuales fueron muy bien de ellos conocidas, porque mucho en la batalla las miraron, algunas veces placiéndoles ser en su ayuda y otras habiendo grande envidia de lo que sus señores hacían con ellas. Don Galaor dijo:

—Señor, mucha merced nos ha hecho Dios y vos en nos quitar de este afán, porque nuestro pensamiento era de con todas nuestras fuerzas buscar los caballeros de estas armas, y si no nos cayeran en parte que sin gran vergüenza no nos pudiéramos de su enojo partir, de combatirnos con ellos hasta la muerte y dar a entender a todos que aunque allí a lo general más que todos hicieron, en lo participar de otra manera se juzgara o morir sobre ello.

—Mejor lo ha hecho Dios —dijo el rey— por su merced.

Norandel le demandó aquellas armas con ahincamiento, mas con mucha más gravedad por el rey le fueron otorgadas. Entonces les contó el rey cómo fueron metidos en la prisión de Arcalaus y por cuál ventura fueron della salidos. A Galaor le vinieron las lágrimas a los ojos habiendo duelo de tan gran peligro, y contó lo que les aviniera a é1 y a Norandel con Arcalaus y cómo llamándose Granfiles se les había escapado y todo lo que con Dinarda pasaron y cómo se les quedó en el castillo y lo que con Ambades el huésped les acometió. Así estuvieron despedidos del rey y reina, entraron en una barca llevando consigo aquellas armas de las sierpes. Con buen tiempo pasaron en la Gran Bretaña, y llegados a la villa donde el rey Lisuarte y la reina eran, desarmándose en su posada, se fueron al palacio por mostrarle cómo su demanda habían acabado, y llevaron consigo las armas de las sierpes, y fueron bien recibidos del rey y de todos los de la corte. Galaor dijo al rey:

—Señor, si os pluguiere mandarnos oír ante la reina.

—Sí, dijo él. Y fuéronse luego a su aposentamiento, y todos con ellos, por ver lo que traían. La reina hubo placer con su venida y ellos le besaron las manos. Galaor dijo:

—Señores, ya sabéis cómo Norandel y yo salimos de aquí con demanda de buscar los tres caballeros de las armas de las sierpes que en vuestra batalla y servicio fueron, y, loado Dios, sin trabajo cumplido lo hemos, así como Norandel lo mostrará.

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