Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
Así que, el concierto hecho, el rey, acompañado de muchos hombres buenos, se fue a la villa, que las puertas hallo abiertas, y de allí al castillo, y salió con Galvanes y aquellos caballeros que con él estaban, y Madasima, cayéndole las lágrimas por sus hermosas faces, y llegó al rey y diole las llaves y dijo:
—Señor, haced de esto lo que vuestra voluntad fuere.
El rey las tomó, y las dio a Brandoibás. Galaor se llegó a él, y díjole:
—Señor, mesura y merced, que menester es, y si yo os serví, miémbreseos a esta hora.
—Don Gadaor —dijo el rey—, si los servicios que me habéis hecho yo mirase, no se hallaría galardón, y aunque yo mil tanto de lo que valgo valiese y lo que aquí haré, no será contado en lo que a vos debo.
Entonces dijo don Galvanes:
—Esto es por fuerza contra mi voluntad me tomaste, y por fuerza lo torné a ganar, quiero yo de mi grado, por lo que vos valéis y por la bondad de Madasima, y por don Galaor, que ahincadamente me lo ruega, que sea vuestro, quedando en él mi señorío, y vos en mi servicio, y los que de vos vinieren que como suyo lo harán.
—Señor —dijo don Galvanes—, pues que mi ventura no me dio lugar a lo que yo hubiese por aquella vía que mi corazón deseaba, como quien ha cumplido todo lo que debía sin faltar ninguna cosa, lo recibió en merced a tal condición que en tanto que lo poseyese sea vuestro vasallo, y si otra cosa mi corazón se otorgare, que dejándooslo libre, libre quede yo para hacer lo que quisiese.
Luego los caballeros del rey que allí estaban le besaron las manos por aquello que hiciese, y don Galvanes y Madasima por sus vasallos. Acabada esta guerra, el rey Lisuarte acordó de tornarse luego a su reino, y así lo hizo, que él holgando allí quince días, en que así él como los otros que heridos estaban fueron reparados, tomando consigo a don Galvanes, y de los otros los que con él ir quisieron, entró en la flota y navegando por la mar aportó en su tierra, donde halló nuevas de aquellos siete reyes que contra él venían, y aunque en mucho lo tuviese no lo daba a entender a los suyos antes mostraba lo que tenía en tanto como nada, y salido de la mar fuese donde la reina estaba, de la cual fue recibido con aquel verdadero amor que de ella amado era; y allí sabiendo las nuevas ciertas cómo aquellos reyes venían, no dejando de holgar y haber placer con la reina y su hija y con sus caballeros, aparejaba las cosas necesarias para resistir a aquella afrenta.
Que recuenta cómo Amadís y don Bruneo quedaron en Gaula, y don Bruneo estaba muy contento y Amadís triste, y como se acordó de apartar don Bruneo de Amadís, yendo a buscar aventuras, y. Amadís y su padre, el rey Perión, y Florestán acordaron de venir a socorrer al rey Lisuarte.
Como el rey Cildadán y don Galaor partieron de Gaula, quedaron allí Amadís y don Bruneo de Bonamar; mas, aunque se amaban de voluntad, eran muy diversos en las vidas, que don Bruneo estando allí donde su señora Melicia era y hablando con ella, todas las otras cosas del mundo eran huidas y apartadas de su memoria; pero Amadís, siendo alejado de su señora Oriana sin ninguna esperanza de poder ver, ninguna cosa presente le podía ser sino causa de gran tristeza y soledad, y así acaeció que cabalgando un día por la ribera de la mar, solamente llevando consigo a Gandalín, fuese poner encima de unas peñas por mirar desde allí si vería algunas fustas que de la Gran Bretaña viniesen por saber nuevas de aquella tierra donde su señora estaba, y en cabo de una pieza que allí estuvo, vio venir de aquella parte que él deseaba una barca, y como al puerto llegó, dijo a Gandalín:
—Ve a saber nuevas de aquéllos que allí vienen y apréndelas bien porque me las sepas contar, y esto hacía él más por cuidar en su señora, de que siempre Gandalín le estorbaba, que por otra cosa alguna, y como de él se partía, apeóse de su caballo, y atándolo a unos ramos de un árbol, se asentó en una peña por mejor mirar a la Gran Bretaña, y así estando trayendo a su memoria los vicios y placeres que en aquella tierra hubiera en presencia de su señora, donde por su mandato todas las cosas hacía, tener aquello tan alongado y tan sin esperanza de lo cobrar, fue en tan gran cuita puesto que nunca otra cosa miraba sino la tierra, cayendo de sus ojos en mucha abundancia las lágrimas.
Gandalín se fue a la barca, y mirando los que en ella venían, vio entre ellos a Durín, hermano de la doncella de Dinamarca, y descendió presto, y llamólo aparte, y abrazáronse mucho como aquéllos que se amaban, y tomándole consigo, llevólo a Amadís, y llegando cerca donde él estaba, vieron una forma de diablo de hechura de gigante que tenía las espaldas contra ellos, y estaba esgrimiendo un venablo y lanzólo contra Amadís muy recio y pasóle por encima de la cabeza, y aquel golpe erró por las grandes voces que Gandalín dio, y recordando Amadís, vio cómo aquel gran diablo le lanzó otro venablo; mas él, dando un salto, le hizo perder el golpe, y poniendo mano a su espada fue para él por lo herir, mas violo ir corriendo tan ligeramente que no había cosa que alcanzarle pudiese. Y llegó al caballo de Amadís y, cabalgando en él, dijo en una voz alta:
—¡Ay, Amadís, mi enemigo! Yo soy Andandona, la giganta de la Ínsula Triste, y si ahora no acabé lo que deseaba, no faltará tiempo en que me vengue.
Amadís, que en pos de ella quisiera ir en el caballo de Gandalín, como vio que era mujer dejóse de ella, y dijo a Gandalín:
—Cabalga en ese caballo, y si aquel diablo pudieses cortar la cabeza, mucho bien sería.
Gandalín, cabalgando, se fue al más ir que pudo tras ella, y Amadís, cuando a Durín vio, fuelo a abrazar con mucho placer, que bien creía traer las nuevas de su señora. Llevándolo a la peña donde antes estaba, le preguntó de su venida; Durín le dio una carta de Oriana, que era de creencia, y Amadís le dijo:
—Ahora me di lo que te mandaron.
Él le dijo:
—Señor, vuestra amiga está buena y saludaos mucho, y os ruega que no toméis congoja, sino que os consoléis como ella hasta que Dios otro tiempo traiga, y haceos saber cómo parió un hijo, el cual, mi hermana y yo, llevamos a Adalas a la abadesa de Miraflores, que por hijo de mi hermana lo crie, mas no le dijo cómo le perdiera. Y ruégaos mucho por aquél grande amor que os ha, que no os apartéis de esta tierra hasta que hayáis su mandado.
Amadís fue ledo en saber de su señora y del niño, pero de aquel mandado que allí estuviese no le plugo, porque con ella menoscabaría su honra, según lo que las gentes de él dirían, mas comoquiera que fuese, no pasaría el su mandado. Y estando allí una pieza sabiendo nuevas de Durín vio venir a Gandalín, que tras aquel diablo fuera, y traía el caballo de Amadís y la cabeza de Andandona atada al petral por los cabellos, luengos y canos, de que Amadís y Durín tuvieron mucho placer, y preguntóle cómo la matara y él dijo que yendo tras ella por la alcanzarla y queriendo ella descabalgar del caballo en que iba para se meter en un barco que enramado tenía, que con la prisa hizo enarmonar el caballo y la tomó debajo, así que la quebrantó.
—Y yo llegué y atropolléla de manera que cayó en el suelo tendida y entonces le corté la cabeza.
Luego cabalgó Amadís y se fue a la villa y mandó llevar la cabeza de Andandona a don Bruneo para que la viese, y dijo a Durín:
—Mi amigo, vete a mi señora y dile que le beso las manos por la carta que me envió, y por lo que tú de su parte me dijiste, que le pido por merced halla mancilla de mi honra en no me dejar holgar aquí mucho, pues no tengo de pasar su mandado que los que en tanta holganza me vieren, no sabiendo la causa de ello atribuirle han a cobardía y poquedad de corazón, y como la virtud muy dificultosamente se alcance y con pequeño olvido y estorbo sea dañada aquella gran gloria y fama que hasta aquí he procurado de ganar con su membranza y favor, si mucho oscurecerla dejase como todos los hombres, naturalmente, sean más inclinados a dañar lo bueno que abogados tener con sus malas lenguas, muy presto quedaría en tanta mengua y deshonra que la misma muerte no sería a ello igual.
Con esto se tornó Durín por donde viniera, y don Bruneo de Bonamar, como ya muy mejorado de la llaga corporal estuviese y de la del espíritu más fuerte herido, como aquel que veía a su señora Melicia, muchas veces, que era causa de ser su corazón encendido en mayores dolores, considerando que aquello alcanzar no se podía sin que gran afán tomase, y mayor el peligro, haciendo tales cosas que por su gran valor de tan alta señora querido y amado fuese, acordó de se apartar de aquel gran vicio por seguir aquello por lo cual efecto de lo que el más deseado alcanzar podría, y siendo en disposición de tomar armas estando en el monte con Amadís que otra vida no tenía sino cazar, le dijo:
—Señor, mi edad y lo poco de honra que he ganado me mandan que dejando esta tan holgada vida vaya a otra, donde con más loor y prez sea ensalzado, y si vos estáis en disposición de buscar las aventuras aguardaros he y si no demándoos licencia que mañana quiero andar mi camino.
Amadís que esto le oyó de gran congoja fue atormentado, deseando él con mucha afición aquel camino y por el defendimiento de su señora no lo poder hacer y dijo:
—Don Bruneo, yo quisiera ser en vuestra compañía, porque mucha honra de ella me podría ocurrir, pero el mandamiento del rey mi padre me lo defiende, que me dice haberme menester para el reparo de algunos de sus reinos, así que por el presente no puedo ál hacer sino encomendaros a Dios que os guarde.
Tornados a la villa esa noche, habló don Bruneo con Melicia y certificado de ella que siendo voluntad del rey, su padre, y de la reina le placería casar con él. Se despidió de ella. Y así se despidió del rey y de la reina, teniéndoles en mucha merced el bien que le hicieran, y que siempre en su servicio sería, se fue a dormir, y al alba del día, oyendo misa y armado en su caballo, saliendo con él el rey y Amadís, y con gran humildad de ellos despedido entró en su camino donde la ventura lo guiaba, en el cual hizo muchas cosas y extrañas en armas que sería largo de las contar, mas por ahora no se dirá más de él hasta su tiempo. Amadís quedó en Gaula como oís, donde moró trece meses y medio, en tanto que el rey Lisuarte tuvo el castillo del Lago Ferviente cercado, andando a caza y monte, que a esto más que otras cosas era inclinado, y en este medio tiempo aquélla su gran fama y alta proeza era oscurecida y tan avietada de todos que bendiciendo a los otros caballeros que las venturas de las armas seguían a él muchas maldiciones daban, diciendo haber dejado en el mejor tiempo de su edad aquello de que Dios tan cumplidamente sobre todos los otros ornado le había, especialmente las dueñas y las doncellas que a él con grandes tuertos y desaguisados venían para que remedio les pusiese, y no hallándolo como solían, iban con gran pasión por los caminos publicando el menoscabo de su honra, y como quiera que todo o la mayor parte de sus oídos viniese, y por gran desventura suya lo tuviese, ni por eso ni por otra cosa más grave no osaba pasar, ni quebrantar el mandamiento de su señora. Así estuvo este dicho tiempo que oís disfamado y avietado de todos, esperando lo que su señora le mandase, hasta tanto que el rey Arábigo y los otros seis reyes eran ya con todas sus gentes en la península Leónida para pasar en la Gran Bretaña y Arcalaus el Encantador, que con mucha acucia los movía, haciéndoles seguros que no estaba en más ser señores de aquel reino de cuanto en él pasasen, y otras muchas cosas por traerles que otro medio no tomasen, aderezaba toda cuanta más gente podría para resistirlos, y aunque él con su fuerte corazón y gran discreción en poco aquella afrenta mostraba tener, no lo hacía así la reina, antes con mucha angustia decía a todos la gran pérdida que el rey hizo en perder a Amadís y su linaje, que si ellos así fuesen, en poco tendría lo que aquella gente pudiese hacer. Pero aquellos caballeros que en la Península de Mongaza desbaratados fueron, aunque el bien del rey no deseasen, viendo de su parte a don Galaor y a don Brián de Monjaste que por mandado del rey Ladasán de España venían con dos mil caballeros que en su ayuda envió, de que él había de ser caudillo, y que le había de seguir don Galvanes, que era su vasallo, acordaron de ser en su ayuda en aquella batalla donde gran peligro de armas se esperaban, y los que se hallaron allí, eran don Cuadragante, Listorán de la Torre Blanca, e Ymosil de Borgoña, y Mandasiel de la Puente de la Plata, y otros sus compañeros que por amor de ellos allí quedaron. Todos ponían acucia en aderezar sus armas y caballos y lo necesario, esperando que en saliendo aquellos reyes de aquella península, moviera el rey Lisuarte contra ellos. Mabilia habló un día con Oriana diciéndole que era mal recaudo en tal tiempo no tomar acuerdo de lo que Amadís debía hacer, que si por ventura fuese contra su padre, podría recrecer peligro a algunos de ellos, que si la parte de su padre fuese vencida de más del gran daño que a ella venía perdiéndose la tierra que suya había de ser, según su esfuerzo cierto estaba que allí quedaría muerto, y por el semejante si la parte donde Amadís se hallase vencida fuese. Oriana, conociendo que verdad decía, acordó de tomar por partido de escribir a Amadís que no fuese en aquella batalla contra su padre, pero que a otra parte que le contentase pudiese ir o estar en Gaula si le agradase. Esta carta de Oriana fue metida en otra de Mabilia, y llevada por una doncella que a la corte era venida con dones de la reina Elisena a Oriana y a Mabilia, la cual, despedida de ellas y pasando en Gaula, dio la carta a Amadís, del cual mensaje que después de haberla leído fue tan alegre, que cierto más ser no podía, así como aquel que le parecía salir de la tiniebla a la claridad. Pero fue puesto en grande cuidado, no sabiéndose determinar en lo que haría, que por su voluntad no tenía gana de ser en la batalla a la parte del rey Lisuarte y contra él no podía hacer, porque su señora se lo defendía, así que estaba suspenso sin saber qué hiciese y luego se fue al rey su padre con el continente más alegre que hasta allí lo tuviera, y hablando entrambos se partieron a la sombra de unos olmos que en una plaza cabe la playa de la mar estaba, y allí hablaron en algunas cosas y todo lo más en aquellas grandes nuevas que de la Gran Bretaña oyeran del levantamiento de aquellos reyes con tan grandes compañías contra el rey Lisuarte. Pues así estando como oís, el rey Perión y Amadís vieron venir un caballero en un caballo laso y cansado, y las armas que un escudero le traía cortadas por muchos lugares, así que las sobreseñales no mostraban de quién fuesen, y la loriga rota y mal parada, en que poca defensa había. El caballero era grande y parecía muy bien armado, ellos se levantaron de donde estaban e iban a recibirlo por hacerle toda honra como a caballero que las venturas demandaba, y siendo más cerca conociólo Amadís que era su hermano don Florestán, y dijo al rey: