Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
Luego movieron las lanzas bajas y cubiertos de sus escudos, y los tres caballeros contrarios vinieron a los recibir, mas Norandel hirió el caballo de las espuelas y enderezó a Gabarte de Val Temeroso, e hiriólo tan fuertemente que lo lanzó del caballo a tierra y la silla sobre él. Éste fue el primer golpe que él hizo, que por todos en muy alto comienzo fue tenido, y don Galaor se juntó con don Cuadragante, e hiriéronse ambos tan fieramente que sus caballos y ellos fueron a tierra, y Cendil se hirió con Elián el Lozano, y comoquiera que las lanzas quebraron y fueron llagados, quedaron en sus caballos. A esta hora fueron las haces juntas, y el ruido de las voces y de las heridas fue tan grande que los añafiles y trompetas no se oían. Muchos caballeros fueron muertos y heridos y otros derribados de los caballos. Gran ira y saña crecía en los corazones de ambas partes, pero la mayor prisa fue sobre defender a don Galaor y a don Cuadragante que se combatían a prisa, trabándose a brazos, hiriéndose con sus espadas por se vencer, que espanto ponían a los que los miraban, y ya eran de un cabo y otro más de cien caballeros apeados con ellos para los ayudar y dar sus caballos, pero ellos estaban tan juntos y se daban tanta prisa que los no podían apartar; mas aquella hora que lo hacían sobre don Galaor, Norandel y Guilán el Cuidador, no se os podría contar, y don Florestán y Angriote, sobre don Cuadragante, que como la gente más que la suya fuese, cargaban sobre ellos; mas de sus golpes eran tan escarmentados que les hacía lugar y se no osaban llegar a ellos, pero en la fin tanto se metieron entre ellos que don Galaor y don Cuadragante hubieron tiempo de tomar sus caballos y, como los leones sañudos, se metieron entre la gente, derribando e hiriendo los que delante se hallaban, ayudando cada uno a los de su parte. Aquella hora hirió el rey Cildadán con su haz tan bravamente, que muchos caballeros fueron a tierra de ambas partes, pero don Galvanes socorrió luego y entró tan bravo hiriendo en los contrarios que bien daba a entender que suyo era el debate y por su causa aquella batalla se había juntado, que ni muerte ni peligro recelaba ni en nada tenía en comparación de hacer daño a aquéllos que tanto desamaba y venían por le desheredar, y los de su haz iban con él teniendo, y como todos eran muy esforzados y escogidos caballeros, hicieron gran daño en los contrarios. Don Florestán, que gran saña traía, considerando ser el cabo de esta cuestión Amadís su hermano, aunque allí no estaba, y si aquellos caballeros de su parte les convenía por su gran valor hacer cosas extrañas que a él, mucho más, andaba como un rabioso can buscando en qué mayor daño hacer pudiese, y vio al rey Cildadán que bravamente se combatía y mucho daño hacían los contrarios, tanto que aquella hora a los suyos pasaba en bien hacer, y dejóse a él por medio de los caballeros, que por muchos golpes que le dieron no le pudieron estorbar y llegó a él tan recio y tan codicioso de lo herir que otra cosa no pudo hacer sino echar en él los sus fuertes brazos y el rey los suyos en él, y luego fueron socorridos de muchos caballeros que les guardaban, mas desviándose los caballos uno de otro, ellos fueron en el suelo de pies, y poniendo mano a sus espadas se hirieron de. duros y mortales golpes; mas Enil, el buen caballero y Angriote de Estravaus, que a don Florestán aguardaban, hicieron tanto que le dieron el caballo, y cuando don Florestán se vio a caballo, metióse por la prisa haciendo maravillas de armas, teniendo en la memoria lo que su hermano Amadís pudiera hacer si allí estuviera, y Norandel, que las armas traía rotas y por muchos lugares salía la sangre, y traía la su espada hasta el puño de muchos golpes que con ella diera, como vio al rey Cildadán a pie, llamó a don Galaor y dijo:
—Señor don Galaor, veis cuál está vuestro amigo el rey Cildadán; socorrámosle, si no muerto es.
—Ahora, mi buen amigo don Galaor, parezca la vuestra gran bondad y démosle caballo, y quedemos con él.
Entonces entraron por la gente, hiriendo y derribando cuantos alcanzaban, y con grande afán le pusieron en su caballo, porque él estaba mal llagado de un golpe de espada que Dragonís le diera en la cabeza, de la que mucha sangre se le iba hasta los ojos, y aquella hora no pudo tanto la gente del rey Lisuarte a la gran fuerza de los contrarios que no fuesen movidos del campo, vueltas las espaldas sin golpe atender, sino don Galaor y algunos otros señalados caballeros que los iban amparando y recogiendo hasta llegar donde el rey Lisuarte estaba. Él, cuando así los vio venir vencidos, dijo a altas voces:
—Ahora, mis buenos amigos, parezca vuestra bondad, y guardemos la honra del reino de Londres, e hirió el caballo de las espuelas diciendo:
—Clarencia, Clarencia, que era su apellido, y dejóse ir a sus enemigos por la mayor prisa, y vio a don Galvanes que bravamente se combatía, y diole tan fuerte encuentro que la lanza fue en piezas e hízole perder las estriberas y abrazóse al cuello del caballo y puso mano a su espada y comenzó a herir a todas partes, así que allí mostró mucha parte de su esfuerzo y valentía y los suyos animosamente tenían y esforzábanse con él, mas todo no valía nada que don Florestán y don Cuadragante y Angriote y Gabarte, que todos juntos se hallaron, hacía tales cosas en armas que por sus grandes fuerzas parecía que los enemigos fuesen vencidos, así que todos pensaron que de allí adelante no les tendrían campo. El rey Lisuarte que así vio su gente retraída y maltratada, fue en todo pavor de ser vencido y llamó a don Guilán el Cuidador, que malherido estaba, y llegóse al rey Arbán de Norgales, y Grumedán de Noruega, y díjoles:
—Veo mal parar nuestra gente y temo me dé Dios, que nunca serví como debía, de me no dar la honra de esta batalla. Ahora, pues, haremos que yo rey vencido, muerto se podría decir a su honra, mas no vencido viva a su deshonra.
Entonces hirió el caballo de las espuelas y metióse por ellos, sin ningún pavor de su muerte, y como vio a don Cuadragante venir para él, él volvió su caballo a él y diéronse con las espadas por encima de los yelmos tan fuertes golpes que se hubieron de abrazar a las cervices de sus caballos mas como la espada del rey era mucho mejor, cortó tanto que lo hizo en la cabeza una llaga, mas luego fueron socorridos el rey de don Galaor de Norandel y de aquéllos que con él iban, y don Cuadragante de don Florestán y de Angriote de Estravaus, y el rey, que vio las maravillas que don Florestán hacía, fue a él y diole con su espada tal golpe en la cabeza de su caballo que lo derribó con el entre los caballeros, mas no tardó mucho que no llevó el pago, que Florestán salió del caballo luego y fue para el rey, aunque muchos le aguardaban, y no lo alcanzó sino en la pierna del caballo, y cortándosela toda dio con él en tierra; el rey salió de él muy ligeramente, tanto que don Florestán fue maravillado, y dio a don Florestán dos golpes de la su buena espada, así que las armas no defendieron que la carne no le cortase, mas Florestán, acordándose de cómo fuera suyo y las honras que de él recibiera, sufrióse de le herir, cubriéndose con lo poco que del escudo le había quedado; mas el rey, con la gran saña que tenía, no dejaba de lo herir cuanto podía, y don Florestán ni por eso le quería herir; mas trabóle a brazos y no le dejaba cabalgar ni apartar de sí. Allí fue gran prisa de los unos y de los otros por les socorrer, y el rey se nombraba porque los suyos lo conociesen, y a estas voces acudió don Galaor y llegó al rey, y dijo:
—Señor, acoged vos a este mi caballo, y ya estaban con él a pie Filispinel y Brandoibás, que le daban sus caballos, y Galaor le dijo:
—Señor, a este mi caballo os acoged.
Mas él, haciéndole que se no apease, se acogió al de Filispinel, dejando a don Florestán bien llagado con aquélla su buena espada, que nunca golpe le dio que las armas y las carnes no le cortase, sin que el otro le quisiese herir como dicho es, y don Florestán fue puesto en un caballo que don Cuadragante le trajo. El rey, poniendo su cuerpo endonadamente a todo peligro, llamando a don Galaor y a Norandel y al rey Cildadán y a otros que le seguían, se metió por la mayor prisa de la gente, hiriendo y estragando cuanto ante sí hallaba, de guisa que a él era otorgada a aquella sazón la mejoría de todos los de su parte y don Florestán y Cuadragante y Gabarte y otros preciados caballeros resistían al rey y a los suyos cuanto podían, haciendo maravillas en armas. Pero como ellos eran pocos y muchos de ellos maltratados y heridos, y los contrarios gran muchedumbre de gente que con el esfuerzo del rey había cobrado corazón, cargaron tan de golpe y tan fuertemente sobre ellos, que así con las muchas heridas como con la fuerza de los caballos los arrancaron del campo hasta los poner al pie de la sierra, donde don Florestán y don Cuadragante y Angriote y Gabarte de Val Temeroso, despedazadas sus armas, recibiendo muchas heridas, no solamente por reparar los de su parte, mas por tornar a ganar el campo perdido, muertos los caballos y ellos casi muertos, quedaron en el campo tendidos en poder del rey y de los suyos y junto con ellos, que asimismo fueron presos por los socorrer, Palomir y Elián el Lozano, y Bransil y Enil, y Sarquiles y Maratros de Lisanda, cohermano de don Florestán, y hubo muchos muertos y heridos de ambas partes. Y don Galvanes se hubiera perder muchas veces si Dragonís no le socorriera con su gente, pero al cabo lo sacó de entre la prisa tan mal llagado que no se podía tener, así era de sentido, e hízole llevar al Lago Ferviente, y él quedó con aquella poca compañía que escapara defendiendo la sierra a los contrarios, así que se puede decir con mucha razón que por la fortaleza del rey y gran simpleza de don Florestán no le queriendo herir ni estrechar teniéndole en su poder, fue esta batalla vencida como oís, que se debe comparar a aquel fuerte Héctor, cuando hubo la primera batalla con los griegos en la sazón que desembarcar querían en el su gran puerto de Troya, que teniéndolos casi vencidos y puestos luego por muchas partes en la flota, donde ya resistencia no había, hallóse acaso en aquella gran prisa su cohermano Ayax Telamón, hijo de Ansiona, su tía. Y conociéndose y abrazándose, a ruego suyo, sacó de la lid a los troyanos, quitándoles aquella gran victoria de las manos, y los hizo-volver a la ciudad, que fue causa que salidos los griegos. en tierra, fortalecido su real de con tantas muertes y tantos fuegos, tan gran destrucción, aquella tan fuerte gente, tan famosa ciudad en el mundo señalada, aterrada y destruida fuese en tal forma que nunca de la memoria de las gentes caerá en tanto que el mundo durare, por donde se da a entender que en las semejantes afrentas la piedad y cortesía no se debe obrar con amigo ni pariente hasta que el vencimiento haya fin y cabo, porque muchas veces acaece por lo semejante a aquella buena dicha y ventura que los hombres aparejada por sí tienen, no la sabiendo conocer ni usar de ella como debían la tornasen en ayuda de aquéllos que teniéndola perdida, quitándola de sí a ellos se la hacen cobrar. Pues al propósito tornando, como el rey Lisuarte vio sus enemigos fuera del campo y acogidos a la sierra, y que el sol se ponía, mandó que ninguno de los suyos no pasase por entonces adelante y puso sus guardar por estar seguro y porque Dragonís, que con la gente a la montaña se acogiera, tenía los más fuertes pasos de ella tomados, mandó levantar sus tiendas de donde antes las tenía, e hízolas asentar en la ribera de una agua que al pie de la montaña descendía, y dijo que llamasen al rey Cildadán y a don Galaor, más fuele dicho que estaban haciendo gran duelo por don Florestán y don Cuadragante, que eran al punto de la muerte llegados, y como él ya apeado fuese, demandó el caballo, mas por los consolar que con sabor de mandar poner remedio a aquellos caballeros por les ser contrarios, comoquiera que algo a piedad fue movido, en se le acordar de cómo don Florestán en la batalla que él hubo con el rey Cildadán, puso su cabeza desarmada delante de él, y recibió aquel gran golpe del valiente Gandacuriel, porque al rey no le diese, y también como aquel día mismo le dejó de herir por virtud, y fuese donde estaban y consolándolos con palabras amorosas y de los hacer curar los dejó contentos, pero esto no tuvo tanta fuerza que antes don Galaor no se amorteciese muchas veces sobre su hermano don Florestán; mas el rey los mandó llamar a una muy buena tienda, y sus maestros, que los curasen, y llevando consigo al rey Cildadán dio licencia a don Galaor que allí con ellos en aquella noche quedase, y llevó consigo a la tienda misma los siete caballeros presos qué ya oísteis, donde los hizo con los otros curar. Así fueron, como oís, en guarda de don Galaor aquellos caballeros heridos desacordados, y los que presos fueron, donde con ayuda de Dios principalmente y de los maestros que muy sabios eran, antes que el alba del día viniese fueron todos en su acuerdo certificando a don Galaor que según la disposición de sus heridas, que se los darían sanos y libres.
Otro día, estando don Galaor y Norandel su amigo y don Guilán el Cuidador con él por le hacer compañía en aquella gran tristeza en que por su hermano y por otros de su linaje estaba, oyeron tocar las trompetas y anafiles en la tienda del rey, lo cual era señal de se armar la gente, y ellos ligaron muy bien las llagas por la sangre que no saliese, y armándose, cabalgando en sus caballos, se fueron luego allá, y hallaron que el rey estaba armado de armas frescas y en un caballo holgado, acordando con el rey Arbán de Norgales, y el rey Cildadán y don Grumedán, que haría en el acometimiento de los caballeros que en la sierra estaban, y los acuerdos eran diversos, que unos decían que según su gente estaba mal parada que no era razón, hasta que reparados fuesen, de acometer a sus enemigos, y otros decían que como para entonces estaban todos encendidos en saña, si para más dilación no dejasen que serían malos de meter en la hacienda, especialmente si Agrajes viniese en aquella sazón que a la pequeña Bretaña fuera por viandas y gente, qué con él tomarían grande esfuerzo, y preguntado don Galaor por el rey qué le parecía que se debía hacer, dijo:
—Señor, si vuestra gente es maltratada y cansada, así lo son vuestros contrarios, pues ellos pocos y nosotros muchos, bien sería que luego fuesen acometidos.
—Así se haga, dijo el rey. Entonces, ordenada su gente, acometieron la sierra, siendo don Galaor el delantero y Norandel su compañero, que le seguía, y todos los otros en pos de ellos. Y como quiera que Dragonís, con la gente que tenía, defendió alguna pieza los pasos y subidas de la sierra, tantos ballesteros y arqueros allí cargaron que, hiriendo muchos de ellos, se los hicieron mal su grado dejar, y subiendo los caballeros a lo llano, hubo entre ellos una batalla asaz peligrosa, mas en la fin, no pudiendo sufrir la gran gente, por fuerza les convino retraer a la villa y castillo y luego el rey llegó, y Mandando traer sus tiendas y aparejos, asentó sobre ellos y cercólos y mandó venir la flota que cercasen el castillo por la mar y porque no atañe mucho a esta historia contar los cosas que allí pasaron, pues que es de Amadís y él no se halló en esta guerra, cesará aquí este cuento. Solamente sabed que el rey los tuvo cercados trece meses por la tierra y por la mar, que de ninguna parte fueron socorridos, que Agrajes fuera doliente y tampoco no tenía tal aparejo que a la gran flota del rey dañar pudiese, y faltando las viandas a los de dentro, se comenzó pleitesía entre ellos que el rey soltase todos los presos libremente, y don Galvanes asimismo los que en su poder tenía; y que entregase la villa, y tuviesen treguas por dos años, y comoquiera que esto fuese ventaja del rey, según el gran rigor suyo, no lo quería otorgar, sino que hubo cartas del conde Argamonte, su tío, que en la tierra quedara, como todos los reyes de las Ínsulas se levantaban contra él viéndole en aquélla guerra que estaba y que tomaban por mayor y caudillo el rey Arábigo, señor de las Ínsulas de Landas, que era el más poderoso de ellos, y que todo esto había urdido Arcalaus el Encantador, que él por su persona anduviera por todas aquellas Ínsulas levantándolos, juntándoles, haciéndoles ciertos que no hallarían defensa ninguna y que podrían partir entre sí aquel reino de la Gran Bretaña, aconsejando aquel conde Argamonte al rey que dejadas todas las cosas se volviese al su reino. Esta nueva fue causa de traer al rey al concierto que él por su voluntad no quisiera sino tomarlos y matarlos todos.