Amadís de Gaula (86 page)

Read Amadís de Gaula Online

Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
3.16Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Viste lo que este niño tiene en el cuerpo?

—No —dijo ella—, que estoy ocupada y tanto tengo que hacer en socorrer a él y a su madre para que lo pariese, que no miré a otra parte.

—Pues ciertamente —dijo la doncella— algo tiene en los pechos que las otras criaturas no han.

Entonces encendieron una vela, y desenvolviéndolo vieron que tenía debajo de la teta derecha unas letras tan blancas como la nieve y so la teta izquierda siete letras tan coloradas como brasas vivas, pero ni las unas ni las otras no supieron leer ni qué decían, porque las blancas eran de latín muy oscuro y las coloradas en lenguaje griego muy cerrado, y de que esto vieron tornáronlo a envolver y pusiéronlo cabe su madre y acordaron que luego fuese llevado donde lo criasen, así como lo concertaran, y así se hizo, que la doncella de Dinamarca se salió del palacio encubiertamente y rodeó por fuera a la parte donde la finiestra que a la cámara salía estaba su hermano Durín con ella en sus palafrenes, y Mabilia, en tanto, había puesto el niño en una canasta, y liado con una venda por encima y colgándolo por una cuerda lo bajó hasta lo poner en las manos de la doncella, la cual lo soltó y fuese con él a la vía de Miraflores, donde como su hijo propio de ella se había de criar secretamente; mas a poco rato, dejando el derecho camino, tomaron un sendero que Durín sabía que por la floresta muy espesa de árboles guiaba, y esto hicieron por ir más encubiertos, y Durín iba delante y la doncella lo seguía. Así llegaron a una fuente que en un llano desombrado de árboles estaba, pero luego ende había un valle tan espeso y tan esquivo que ninguna persona a mala vez en él podría entrar, según la braveza y espesura de la montaña, y allí criaban leones y otras fieras animatías, y en el lomo de este valle había una pequeña ermita antigua en que moraba aquel Nasciano ermitaño que por muy santo y devoto hombre de todos era tenido y acatado en tanto que era opinión de las gentes comarcanas que algunas veces era de celestial manjar gobernado, y cuando el comer le faltaba, íbalo a buscar por la tierra, sin que el león ni otra animalia alguna mal le hiciese, aunque muchos de ellos, yendo en su asno, continuamente encontraba; antes semejaba que humildanza le hiciesen, y cerca de esta ermita había una cueva entre unas peñas, donde una leona sus hijos pequeñuelos criaba y muchas veces el hombre bueno los visitaba y daba de comer, cuando lo tenía, sin temer la leona; antes ella, cuando con ellos lo veía, se apartaba dende hasta que él se iba, con estos leoncillos, después que había sus horas rezado, pasaba su tiempo, habiendo placer de los ver trabajar por la cueva. Y cuando la doncella de Dinamarca y su hermano llegaron a aquella fuente, ella traía gran sed de trabajo de la noche y del camino, y dijo a su hermano:

—Descendamos y tomad este niño, que quiero beber.

Él tomó el niño así envuelto en sus ricos paños y púsolo en un tronco de un árbol que ahí estaba, y queriendo descender a su hermana, oyeron unos grandes bramidos de león que en el espeso valle sonaban, así que aquellos palafraneros fueron tan espantados, que comenzaron de huir a más correr, sin que la doncella el suyo tener pudiese; antes pensó que la mataría entre los árboles e iba llamando a Dios que la socorriese, y Durín, corriendo tras ella, pensando tomarla del freno y detener el palafrén. Tanto corrió, que le salió delante y lo detuvo y halló a su hermana tan maltrecha y desacordada que a duro podía hablar, e hízola descender y dijo:

—Hermana, estad aquí, y yo iré en este palafrén por el mío.

—Mas id por el niño —dijo ella— y traédmelo, no le acaezca alguna cosa.

—Así lo haré —dijo él—, y tened este palafrén por la rienda, que miedo he si lo llevase de le no poder llevar a la fuente.

Y así se fue a pie. Pero antes acaeció una extraña aventura, que aquella leona que criaba a sus hijos que ya oísteis y diera el bramido, continuaba mucho venir cada día aquella fuente por tomar el rastro de los venados que en ella bebían, y como allí llegó, anduvo al derredor rastreando a un cabo y a otro, y así andando oyó llorar el niño que en el tronco del árbol estaba, y fue para él y tomólo con su boca entre aquellos muy agudos dientes suyos por los paños, sin que en la carne lo tocase, que fue porque así plugo a Dios, y conociendo ser vianda para sus hijos, se fue con él, y esto era ya a tal sazón que el sol salía, mas aquel Señor del mundo, piadoso con aquéllos que misericordia le demandan y con los inocentes que edad ni sentido para la demandar no tienen, acorrióle en esta guisa, que habiendo aquel santo Nasciano cantado misa al alba del día y yéndose a la fuente por holgar, ya que la noche había sido muy calurosa, vio cómo la leona llevaba el niño en su boca, el cual lloraba con flaca voz, como de esa noche nacido, y conoció ser criatura, de lo cual fue muy espantado a donde tomándolo había, y luego alzó la mano y santiguólo y dijo a la leona:

—Vete, bestia, mala, y deja la criatura de Dios, que la no hizo para tu gobierno.

Y la leona, blandeando las orejas como que la halagaba, se vino a él muy mansa y puso el niño a sus pies, y luego se fue. Y Nasciano hizo sobre él la señal de la vera cruz, después tomólo en sus brazos y fuese con él a la ermita, y pasando cabe la cueva donde la leona criaba a sus hijos, viola que les daba la teta, y díjole:

—Yo te mando de parte de Dios, en cuyo poder son todas las cosas, que quitando las tetas a tus hijos las des a este niño y como a ello lo guardes de todo mal.

La leona se fue a echar a sus pies y el hombre bueno puso el niño a las tetas, y echándole de la leche en la boca le hizo tomar la teta, y mamó, y de allí adelante venía con mucha mansedad a darle a mamar todas las veces que era menester. Mas el ermitaño envió luego a un su mozuelo que a las misas le ayudaba, que era su sobrino, que muy presto fuese y llamase a su madre y a su padre, que luego fuesen con él sin otra compañía alguna, porque mucho los había menester. El mozo fue luego a un lugar donde moraban, que era la salida de la floresta; pero porque el padre allí en el lugar no estaba, no pudieron venir hasta diez días pasados, en los cuales el niño fue muy bien gobernado de la leche de la leona y de una cabra y una oveja que pariera un cordero; éstas lo mantenían en tanto que la leona iba a cazar para sus hijos.

Cuando Durín de su hermana se partió, como ya oísteis, se fue a pie lo más presto que pudo a la fuente donde el niño dejara, y cuando no lo halló fue muy espantado y cantó a todas partes, mas no halló sino el rastro de la leona, por donde creyó verdaderamente que ella lo comiera, y con muy gran pesar y tristeza se tornó a su hermana, y como se lo dijo, ella se hirió con sus palmas en el rostro e hizo un gran llanto, maldiciendo su ventura y la hora en que naciera, que así por tal caso había perdido todo su bien, no sabiendo cómo ante su señora pareciese. Durín la consolaba llorando, mas consuelo no era menester, que su pasión y su tristeza era tan demasiada que por más de dos horas estuvo como fuera de sentido. Durín le dijo:

—Mi buena señora hermana, esto que haces es sin provecho, y de ello podría recrecer gran daño a vuestra señora y a su amigo que algo de su hacienda se supiese.

Ella vio que le decía verdad y díjole:

—Pues, ¿qué haremos, que mi sentido no basta para lo saber?

—Paréceme —dijo él— que mi palafrén es perdido, que nos debemos ir a Miraflores y estar allí tres o cuatro días por dar a entender que alguna causa allí os trajo, y volviendo a Oriana no decirle cosa de esto, sino que el niño queda a buen recaudo, hasta que sea sana, y después tomaréis consejo con Mabilia de lo que hacerse debe.

Ella dijo que lo tenía por bien, y cabalgaron entrambos en su palafrén se fueron a Miraflores y en cabo de tres días se tornaron a Oriana y, mostrando la doncella buen semblante, le dijo cómo todo quedaba hecho según lo había concertado.

Pues tornando al ermitaño que el niño criaba, sabed que a los diez días llegaron a él su hermana y su marido, y díjoles cómo hallara aquel niño por gran ventura y Dios le amaba, pues así le quiso guardar, y que le rogaba lo criasen en su casa hasta que hablar supiese y se lo trajesen para lo enseñar. Ellos dijeron que así como él lo mandaba lo harían.

—Pues quiérole bautizar, dijo el hombre bueno. Y así se hizo, mas cuando aquella dueña lo desenvolvió cabe la pila, viole las letras blancas y coloradas que tenía y mostrólas al hombre bueno, que mucho de ello se espantó, y leyéndolas vio que decían las blancas, en latín,
Esplandián,
y pensó que aquél debía ser su nombre, y así se lo puso, pero las coloradas, aunque mucho se trabajó no las supo leer ni entender lo que decían, y luego fue bautizado con el nombre de Esplandián, con el cual fue conocido en muchas tierras extrañas en grandes cosas que por él pasaron, así como adelante será contado. Esto así hecho, el ama lo llevó, con mucho placer, a su casa, y con esperanza que por él había de ser bien librada, no solamente ella, mas todo su linaje, y con mucha diligencia le criaba como quien tenía su esperanza en él.

Y al tiempo que el ermitaño mandó, se lo trajeron, muy hermoso y bien criado, que todos los que le veían holgaban mucho de lo ver.

Capítulo 67

Era el que se recita la cruda batalla que hubo entre el rey Lisuarte y su gente con don Galvanes y sus compañeros, y de la liberalidad y grandeza que hizo el rey después del vencimiento, dando la tierra a don Galvanes y a Madasima quedando por sus vasallos en tanto que en ella habitase.

Como habéis oído, el rey Lisuarte desembarcó en el puerto de la Ínsula de Mongaza, donde halló al rey Arbán de Norgales y la gente que con él eran retraídos en un real metido en unas peñas, la cual mandó salir luego a los llanos y se juntase con la que él traía, y supo cómo don Galvanes y sus compañeros, que en el Lago Hirviente estaban, pasaron las sierras que en medio tenían aparejados para darle batalla, y luego él movió con todos los suyos contra ellos, esforzándose cuanto podía, como aquel que lo había con los mejores caballeros del mundo, y tanto anduvo que llegó a una legua de ellos ribera de un río, y allí paró aquella noche, y cuando el alba del día apareció oyeron todos misa y armáronse e hizo el rey de ellos tres haces. La primera hubo don Galaor, de quinientos caballeros, y con él iba su compañero Norandel y don Guilán el Cuidador y su cohermano Ladasín, y Grimeo el valiente, y Cendil de Ganota, y Nicorán de la Puente Medrosa, el muy buen justador; la segunda haz dio al rey Cildadán, con setecientos caballeros, e iban con él Ganides de Ganota, y Acedís el sobrino del rey, y Guadasonel Fallistre, y Brandoibás, y Tasián, y Filispinel, que todos éstos eran caballeros de gran cuenta, y en medio de esta haz iba don Grumedán de Noruega y otros caballeros que iban con el rey Arbán de Norgales, que tenían cargo de guardar al rey sin tener que ver en otra cosa. Así movieron por el campo, que en gran manera parecía hermosa gente y bien armada, que tantos añafiles y trompas sonaban que apenas se podía oír, y pusiéronse en un campo llano y a las espaldas del rey iban Baladán y Leonís, con treinta caballeros. Sabido por don Galvanes y por los altos hombres que con él estaban la hacienda del rey Lisuarte y la gente que traía, comoquiera que hubiese para cada uno de ellos cinco hombres, no desmayares y les hiciese gran mengua la prisión de don Brián de Monjaste y la ida de Agrajes para les traer viandas que les faltaron, no desmayaron por eso, antes con gran esfuerzo animaba su gente, que era poca para la batalla, como aquéllos que eran de alto hecho de armas, según esta historia ha contado, y acordaron de hacer de si dos haces, la una fue de ciento seis caballeros y la otra de ciento nueve. En la primera iban don Florestán, y don Cuadragante, y Angriote de Estravaus, y su hermano Grovadán, y su sobrino Sarquiles, y su cuñado Gasinán, el cual llevaba el pendón de las doncellas, y cerca del pendón iban Bransil y el bueno de Gavarte de Val Temeroso, y Olivas y Balais de Carsante, y Enil, el buen caballero, que Beltenebros metió en la batalla del rey Cildadán. En la otra haz iban don Galvanes y con él los dos buenos hermanos Palomir y Dragonís, y Listorán de la Torre, y Dandales de Sadoca, y Tantalis el Orgulloso; y cabe estas haces iban algunos ballesteros y arqueros. Con esta compaña tan desigualada del gran número de la gente del rey fueron a entrar en el campo llano, donde los otros los atendían, y don Florestán y don Cuadragante llamaron a Elián el Lozano, que era uno de los más apuestos caballeros y que mejor parecía armado, que en gran parte se hallaba, y dijéronle que fuese al rey Lisuarte él y otros dos caballeros con él, que eran sus primos, y le dijesen que si mandaba quitar los ballesteros y arqueros de en medio de las haces de los caballeros, que habrían una de las más hermosas batallas que él viera.

Estos tres fueron luego a lo cumplir, arredrados de las batallas, pareciendo también que mucho de todos fueron mirados, y sabed que este Elián el Lozano era sobrino de don Cuadragante, hijo de su hermana y del conde Liquedo, primo cohermano del rey Perión de Gaula, y llegados a la primera haz de don Galaor, demandaron seguranza que venían al rey con mandado. Don Galaor los aseguró y envió con ellos a Cendil de Ganota, porque de los otros seguros fuesen, y llegados ante el rey, dijéronle:

—Señor, envíaos decir don Florestán y don Cuadragante y los otros caballeros que ahí están para defender la tierra de Madasima, que hagáis, si os place, apartar los ballesteros y arqueros de entre vos y ellos, y veréis una hermosa batalla.

—En el nombre de Dios —dijo el rey—, tirad los vuestros, y Cendil de Ganota apartar ha los míos.

Esto fue luego hecho, y aquellos tres caballeros se fueron a su compañía, y Cendil se fue a don Galaor por le contar con lo que aquellos habían al rey venido; y luego movieron los haces unos contra otros, tan de cerca que no había tres trechos de arco, y don Galaor conoció a su hermano don Florestán por la sobrevista de las armas, y a don Cuadragante y a Gabarte de Val Temeroso que adelante los suyos venían y dijo contra Norandel:

—Mi buen amigo, veis allí do están tres caballeros juntos, los mejores que hombre podía hallar; aquél de las armas coloradas y leones blancos es don Florestán, y el de las armas indias y flores de oro y leones cárdenos es Angriote de Estravaus, y aquel que tiene el campo indio y flores de plata es don Cuadragante, y este delantero de todos, de las armas verdes, es Gabarte de Val Temeroso, el muy buen caballero que mató la sierpe, por donde cobró este nombre. Ahora vámoslos herir.

Other books

Naked Flame by Desiree Holt
Love and Summer by William Trevor
The Captive by Joanne Rock
Right Before His Eyes by Wendy Etherington
Billionaire Erotic Romance Boxed Set: 7 Steamy Full-Length Novels by West, Priscilla, Davis, Alana, Gray, Sherilyn, Stephens, Angela, Lovelace, Harriet
The Loner: Crossfire by Johnstone, J.A.
Die for the Flame by William Gehler
The Rehearsal by Eleanor Catton