Amadís de Gaula (95 page)

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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
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—Cierto, señor, eso no haré yo —dijo él—, antes con vuestros hombres buenos os aconsejad sobre ello, y tomad lo que mejor fuere, y a mí mandadme en qué os sirva, que de otra guisa con mucha razón serían quejosos de mí, y yo tomaba a cargo aquello que en mi discreción no cabía; pero todavía digo, señor, que debéis ver el recaudo que don Garadán trae para lo hacer firme.

Cuando don Garadán esto oyó, dijo:

—Comoquiera que vos, don caballero por vuestras razones mostráis en alargar la guerra, yo quiero mostrar lo que pedís, por atajar vuestras dilaciones.

El Caballero del Enano le respondió:

—No os maravilléis, don Garadán, de eso, porque más sabrosa cosa es la paz que entrar en las batallas y peligrosas; pero la venganza trae y acarrea lo contrario, y ahora despreciáisme, que no me conocéis, mas tanto que el rey os dé la respuesta, yo fío en Dios que de otra guisa me juzgaréis.

Entonces don Garadán, llamando a un escudero que traía una arqueta, sacó de ella una carta en que andaban treinta sellos colgados de cuerdas de seda y todos eran de plata fina, el que en medio andaba que era de otro y del emperador, y los otros, de los grandes señores del Imperio, y diola al rey, y él se apartó con sus hombres buenos leyéndola halló ser cierto lo que Garadán decía, y que sin duda podía tomar cualquiera de las batallas y demandóles que le aconsejasen. Pues hablando en ello hubo algunos que tenían por mejor la batalla de los ciento por ciento, y otros la de los doce por doce, diciendo que en menor cantidad el rey podría mejor escoger en sus caballeros, y otros decían que sería mejor mantener la guerra como hasta allí y no poner su reino en ventura de una batalla.

Así que los votos eran muy diversos. Entonces el conde de Galtines dijo:

—Señor, remitíos al parecer de Caballero de la Verde Espada, que por ventura habrá visto muchas cosas y tiene gran deseo de os servir.

El rey y todos se otorgaron en esto e hiciéronle llamar, que él y Grasandor hablaban con don Garandán, y el Caballero de la Verde Espada lo miraba mucho, y como le veía tan valiente de cuerpo y que por razón debía haber en sí gran fuerza, algo le hacía dura su batalla, mas por otra parte veíala decir tantas palabras vanas y soberbiosas que le ponían en esperanza que Dios le daría lugar a que la soberbia le quebrantase, y como oyó el mandato del rey, fuese allá. Y el rey le dijo:

—Caballero del Enano, mi gran amigo, mucho os ruego que os no excuséis de dar aquí vuestro consejo sobre lo que hemos hablado.

Entonces le contaron en las diferencias que estaban. Oído todo por él, dijo:

—Señor, muy grande es la determinación de tan gran cosa, porque la salida está en las manos de Dios, y no en el juicio de los hombres, pero como quiera que sea, hablando en lo que yo, si el caso mío fuese, haría; digo, señor, que si yo tuviese un castillo sólo y cien caballeros y otro mi enemigo teniendo diez castillos y mil caballeros me lo quisiese tomar, y Dios guiase por alguna vía que esto se partiese por una batalla de iguales partes de gente, haría cuenta que era gran merced que me hacía, y por esto que yo digo, vosotros, caballeros, no dejéis de aconsejar al rey lo que más su servicio sea, que de cualquier guisa que lo determinareis tengo de poner mi persona en ello—, y quiso se ir, mas el rey lo tomó por la punta del manto e hizo sentar cabe sí y díjole:

—Mi buen amigo, todos nos otorgamos en vuestro parecer, y quiero que la batalla de los doce caballeros, y Dios, que sabe la fuerza que se me hace, me ayudará.

Así como lo hizo el rey Perión de Gaula no ha mucho tiempo, que teniéndole entrada su tierra el rey Abies de Irlanda con gran poder y estando en punto de la perder, fue remediado todo por una batalla que un caballero sólo hubo con el mismo rey Abies, que era a la sazón uno de los más valientes y bravos caballeros del mundo, y el otro tan mancebo que no llegaba a dieciocho años, en la cual el rey de Irlanda murió y fue el rey Perión restituido en todo su reino. Y desde ha pocos días por una ventura maravillosa le conoció por su hijo, y entonces se llamaba el Doncel del Mar, y desde allí se llamó Amadís de Gaula, aquel que por todo el mundo es nombrado por el más esforzado y valiente que se halla hasta ahora, no sé si le conocéis.

—Nunca le vi —dijo el Caballero de la Verde Espada—, pero yo moré algún tiempo en aquellas partes y oí mucho decir de ese Amadís de Gaula y conozco a dos hermanos suyos, que no son peores caballeros que él.

El rey le dijo:

—Pues teniendo fucia en Dios como aquel rey Perión la tuvo, yo acuerdo de tomar la batalla de los doce caballeros.

—En el nombre de Dios —dijo el Caballero de la Verde Espada—, ése me parece a mí el mejor acuerdo, porque, aunque el emperador sea mayor que vos y tenga más gente para doce caballeros, tan buenos se hallaban en vuestra casa como en la suya, y si pudieres hacer con Garadán que aún fuese de menos, por bien lo tendría yo hasta venir de uno por uno, y si él quisiere ser, yo seré el otro, que fío en Dios, según vuestra gran justicia y su demasiada soberbia, que os daré venganza de él y partiré la guerra que con su señor tenéis.

El rey se lo agradeció mucho, y fuéronse para donde Garadán estaba, quejándose porque tardaban tanto en le responder. Y como llegaron a él dijo el rey:

—Don Garadán, no sé si será vuestro placer, pero otórgome en tomar la batalla de los doce caballeros y sea luego de mañana.

—Así Dios me salve —dijo Garadán—, vos habéis respondido a mi voluntad y mucho soy ledo de tal respuesta.

El de la Verde Espada dijo:

—Muchas veces son los hombres alegres con el comienzo, que la fin les sale de otra guisa.

Garadán le cató de mal semblante y díjole:

—Vos, don caballero, en cada pleito queréis hablar, bien parecéis extraño, pues tan extraña y corta es vuestra discreción, y si supiese que fueseis uno de los doce, daros habría yo estas lúas.

El de la Verde Espada las tomó mientras decía.

—Yo os prometo que estaré puntual en la batalla, y de esta manera como ahora aquí tomo estas lúas de vos, así en ella entiendo tomar y llevar vuestra cabeza, que vuestra gran soberbia y desmesura me la ofrecen.

Cuando le oyó ésto, Garadán fue tan sañudo que tornó como fuera de sesos, y dijo a una voz alta:

—¡Ay, de mí, sin ventura!, fuese ya mañana y estuviésemos en la batalla porque todos viesen, don Caballero del Enano, cómo vuestra locura castigada sería.

El de la Verde Espada le dijo:

—Si de aquí a mañana, por luengo plazo tenéis, aún el día es grande, en que el que hubiere ventura podrá matar al otro, y armémonos si vos quisiereis y comencemos la batalla por tal pleito, que el que vivo quedare puede ayudar mañana a sus compañeros.

Don Garadán le dijo:

—Cierto, don caballero, si como lo habéis dicho lo osáis hacer, ahora os perdono lo que contra mí dijisteis, y comenzó a pedir armas a gran prisa. El Caballero del Enano mandó a Gandalín que le trajese las suyas, y así lo hizo. Y a don Garadán armaron sus companeros, y al de la Verde Espada el rey y su hijo, y tiráronse afuera, dejándolos en el campo donde se habían de combatir.

Don Garadán cabalgó en un caballo muy hermoso y grande, y arremetiólo por el campo muy recio y volviéndose a sus compañeros les dijo:

—Tened buena esperanza, que de esta vez quedará este rey sujeto al emperador y vosotros sin herir golpe con mucha honra, esto os digo porque toda la esperanza de vuestros contrarios está en este caballero, el cual si esperarme osa venceré luego, y éste, muerto, no osarán mañana entrar en campo conmigo ni con vosotros.

El Caballero de la Verde Espada le dijo:

—¿Qué haces, Garadán, por qué pones tan poco cuidado que dejas pasar el día en alabanzas, pues cerca está de parecer quién será cada uno, que las lisonjas no han de hacer el hecho?

Y poniendo las espuelas a su caballo fue para él, y el otro vino contra él, e hiriéronlo con las lanzas en los escudos, que, aunque muy fuertemente eran, salieron falsados, tan grandes le dieron los golpes, y las lanzas, quebradas, mas juntáronse uno con otro de los escudos y de los yelmos tan bravamente, que el caballo del de la Verde Espada se retrajo desacordado atrás, pero no cayó, y Garadán salió de la silla y dio tan fuerte caída en el suelo que fue casi salido de su memoria, y el de la Verde Espada, que lo vio revolver por el campo por se levantar y no podía, quiso ir a él, mas el caballo no pudo moverse, tanto era cansado, y él era herido en el brazo siniestro de la lanza, que el escudo le había pasado, y apeóse luego como aquel que con. gran saña estaba, y poniendo mano a la su ardiente espada fue contra Garadán, que estaba asaz maltratado, pero más acordado, que tenía ya la espada en su mano esgrimiéndola y bien cubierto de su escudo, mas no tan bravo como antes, y fuéronse herir tan bravamente y de tan notables golpes, que mucho se maravillaban los que lo veían, mas el de la Verde Espada, como le tomó mal parado de la caída y él estaba con gran saña, cargóle de tantos golpes y tan pesados que no le pudiendo el otro sufrir, tiróse ya cuanto a fuera y dijo:

—Cierto, Caballero de la Verde Espada, ahora os conozco más que antes y más que antes os desamo, y como quiera que mucha de vuestra bondad me sea manifiesta, ni por eso la mía no es en tal disposición que sepa determinar cuál de nosotros será vencedor, y si os parece que debemos alguna pieza holgar, sino venid a la batalla.

El de la Verde Espada le dijo:

—Cierto, don Garadán, el holgar mujer mejor partido me sería a mí que de combatirme, lo que a vos, según vuestra gran bondad y alta proeza de armas, sería al contrario, según las palabras hoy habéis dicho, y porque tan buen hombre como vos no quede avergonzado no quiero dejar la batalla hasta que haya fin.

A don Garadán pesó mucho que se veía muy maltratado, y las armas y la carne cortada por muchos lugares, de que le salía mucha sangre, y hallábase muy quebrantado de la caída. Entonces le vino a la memoria la soberbia suya, especialmente contra aquel que delante de sí tenía, pero mostrando buen esfuerzo, trabajó de llegar al cabo de la mala ventura, haciendo todo su poder, y luego se acometieron como de primero, mas no tardó mucho que el Caballero del Enano lo traía a toda su guisa y voluntad, de manera que todos los que allí estaban veían que, aunque dos tanto bueno fuesen, no le tendría pro según su esfuerzo, y andando ambos a dos así revueltos, cayó Garadán sin sentido en el campo, maltratado de un gran golpe que el Caballero del Enano le diera encima del yelmo, que apenas la espada de él podía sacar, y fue luego sobre él con esfuerzo, y quitándole el yelmo de la cabeza, vio que de aquel golpe se la hendiera tanto que los meollos eran esparcidos, por ello de lo cual le plugo mucho por el pesar del emperador y por el placer del rey que él deseaba servir, y limpiando su espada y poniéndola en la vaina hincó los hinojos y dio gracias a Dios porque aquella honra y merced le hiciera.

El rey, como allí lo vio descendió del palafrén, y con otros dos caballeros se puso cabe el de la Verde Espada y viole las manos tintas en sangre, así de la suya como la de su contrario, y díjole:

—Mi buen amigo, ¿cómo os sentís?

—Muy bien —dijo él—, merced a Dios que aún yo seré de mañana con mis compañeros en la batalla.

Y luego le hizo cabalgar y lleváronlo a la villa con muy gran honra, donde fue en su cámara desarmado y curado de sus heridas. Los caballeros romanos llevaron a Garadán así muerto a las tiendas, y allí hicieron gran duelo sobre él, que mucho lo amaban, y hallábanlo mengua en la batalla que otro día esperaban tanto que mucho les hacía dudar, creyendo que faltando él y quedando en contra del Caballero de la Verde Espada, que no eran para en ninguna sostener, y hablando en lo que harían, hallaban dos cosas muy grandes. La primera ésta que oís, ser muerto aquel valiente companero suyo y quedar su enemigo en guisa de se poder combatir. La otra, que si la batalla dejasen el emperador quedaba deshonrado, y ellos a ventura de muerte, pero acogiéronse a no hacer la batalla y excusarse delante del emperador con las soberbias de Garadán, y cómo contra la voluntad de ellos había tomado la batalla en que muriera. Todos los más eran en este voto y los otros callaban.

Era allí entre ellos un caballero mancebo de alto linaje, Arquisil llamado, así como aquel que venía de la sangre derecha de los emperadores, y tan cerca que si el Patín muriese, sin hijo, éste heredaba todo el señorío, y por esta causa era desamado de él y lo traía alongado de sí, como vio el mal acuerdo de sus compañeros, y hasta allí por ser en tan poca edad que no pasaba de veinte años, no osaba hablar, díjoles:

—Ciertamente, señores, yo soy maravillado de caer tan buenos hombres como vos en tan gran yerro que si alguno hoy lo aconsejase lo deberíais tener por enemigo, y no tomarlo de vuestra voluntad, que si la muerte dudáis muy mayor es la que vuestra flaqueza y desaventura os acarrea, ¿qué es lo que dudáis o teméis, es gran diferencia de once a diez? Si lo hacéis por la muerte de don Garadán, antes os debo placer, que hombre tan soberbio y tan desconcertado sea fuera de nuestra compañía, porque de su culpa nos pudiera redundar a nosotros la pena. Pues si es por aquel caballero que tanto teméis, aquél yo lo tomo a mi cargo, que yo os prometo que nunca hasta la muerte de él me partir. Pues aquel ocupado alguna pieza de tiempo, mirad la diferencia que queda entre vosotros y los contrarios. Así que, mis señores, no deis causa de tan gran temor a vuestros ánimos, pues que de vuestro propósito se os seguirá muerte perpetua deshonrada.

Tantas fuerzas tuvieron estas palabras de Arquisil, que el propósito de sus compañeros fue mudado, y dándole muchas gracias fue y loando su consejo se determinaron con gran esfuerzo a tomar la batalla.

El Caballero de la Verde Espada, después que fue curado de sus llagas y le dieron de comer, dijo al rey:

—Señor, bien será que hagáis saber a los caballeros que han de ser mañana en la batalla, porque se aderecen y sean aquí al alba del día a oír misa en vuestra capilla, porque salgamos juntos al campo.

—Así se hará —dijo el rey—, que mi hijo Grasandor será el uno y los otros serán tales que, con ayuda de Dios y vuestra, ganaremos la victoria.

—No plega a Dios —dijo él— que en tanto que yo armas pueda tener, vos ni vuestro hijo las vistáis, pues que los otros serán tales que a él y aun a mí podrán excusar.

Grasandor le dijo:

—Señor Caballero de la Verde Espada, no seré yo excusado donde vuestra persona se pusiera así en esta batalla como en todas las otras que en mi presencia se hiciesen, y si yo fuese tan digno, que de tal caballero como vos me fuese un don otorgado, desde ahora os demandaría en que en vuestra compañía me trajeseis. Así que por ninguna guisa yo dajaré de ser mañana en esta afrenta, siquiera por aprender algo de vuestras grandes maravillas.

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