Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
Gandalín, cuanto esto le oyó, le dijo:
—Mi señor, todo se hará como mandáis en cuanto yo pudiere y el saber me alcanzare, a Dios le plega que así sea, que harto será para mi ponerme en los lugares donde vuestro socorro haya menester.
Así llegaron donde el rey Perión estaba, y Amadís le dijo:
—Señor, Gandalín quiere ser caballero, y mucho me pluguiera que fuera de vuestra mano; pero pues él place de lo ser de la mía, vengo os a suplicar que de vuestra mano haya la espada, porque cuando le fuere menester haya memoria de esta grande honra que recibe y de quién se la da.
El rey miró a Gandalín y conoció el caballo de don Galaor, su hijo, y las lágrimas le vinieron a los ojos y dijo:
—Gandalín, amigo, que tal dejaste a don Galaor cuando de él te partiste.
Y él le dijo:
—Señor, mucho mejorado de su dolencia, mas con dolor y pesar de su corazón, que por mucho que se le encubrió vuestra partida, bien la supo, aunque no la causa de ella, y a mí me conjuró que le dijese la verdad si lo sabía, y yo le dije, señor, que lo que yo aprendiera de ello que ibais a ayudar al rey de Escocia, padre de Agrajes, que tenía cuestión con unos vecinos suyos, y no le quise decir la verdad, porque en tal caso y en tal afrenta como es ésta, pensé que aquello era lo mejor.
El rey suspiró muy de corazón como aquél a quien amaba y en sus entrañas tenía, y pensaba que después de Amadís no había en el mundo mejor caballero que él, así de esfuerzo como de todas las otras maneras que buen caballero debía tener, y dijo:
—¡Oh, mi buen hijo!, a Nuestro Señor plega que no vea yo la tu muerte, y con honra te vea quitado de esta gran afición que con el rey Lisuarte tienes, porque quedando libremente puedas ayudar a tus hermanos y a tu linaje.
Entonces Amadís tomó una espada que le traía Durín, hermano de la doncella de Dinamarca, a quien había mandado que le aguardase, y diola al rey y le hizo caballero a Gandalín, besándole y poniéndole la espuela diestra y el rey le ciñó la espada, y así se cumplió su caballería por la mano de los mejores caballeros que nunca armas trajeron, y tomándole consigo se volvió a don Cuadragante, y cuando a él llegaron salió a abrazar a Gandalín por le dar honra, y díjole:
—Mi amigo, a Dios plega que vuestra caballería sea en vos también empleada como hasta aquí ha sido la virtud y buenas maneras que buen escudero debía tener, y creo que así será, porque el buen comienzo todas las más veces traen buena fin.
Gandalín se le humilló, teniéndole en merced la honra que le daba.
Lasindo fue caballero por la mano de su señor y Agrajes le dio la espada. Y podéis creer que estos dos noveles hicieron en su comienzo tanto en armas en esta batalla y sufrieron tantos peligros y trabajos, que para todos los días de su vida ganaron honra y gran prez, así como la historia os lo contará más largamente adelante. Yendo las batallas como digo, no anduvieron mucho, que vieron a sus enemigos contra ellos venir en aquella orden que de suso oísteis, y cuando fueron cerca los unos de los otros, Amadís conoció que la seña del emperador de Roma traía la delantera, y hubo gran placer, porque con aquéllos fuesen los primeros golpes, que comoquiera que al rey Lisuarte desamase, siempre tenía en la memoria haber sido en su corte y de las grandes honras que de él había recibido, y sobre todo lo que más temía y dudaba, ser padre de su señora, a quien él tanto temor tenía de dar enojo, y en el su corazón llevaba puesto, si hacerlo pudiese sin mucho peligro suyo, de se apartar de donde el rey Lisuarte anduviese, por no topar con él ni dar ocasión de lo enojar. Aunque él bien sabia; según las cosas pasadas, que aquella cortesía no la esperaba de él, sino que como a mortal enemigo le buscaría la muerte. Pero de Agrajes os digo que su pensamiento estaba muy alejado del de Amadís, que nunca rogaba a Dios sino que le guiase para que él pudiese llegarlo a la muerte y destruir todos los suyos, que siempre tenía delante sus oídos la descortesía y poco conocimiento que les había hecho en lo de la Ínsula de Mongaza y lo que contra su tío, don Galvanes, y los de su parte había hecho, que aunque la misma ínsula le había dado, más por deshonra que por honra quedaba con él. Y si él en aquel tiempo así se hallara no la consintiera tomar a su tío, antes le diera otro tanto en el reino de su padre, y con esta gran rabia que tenía muchas veces se hubiera de perder en aquella batalla, por se meter en las mayores prisas, por matar a prender al rey Lisuarte, mas como el otro fuese esforzado y usado en aquel menester no daba mucho por él ni dejaba de se combatir en todas las otras partes donde convenía, como adelante se dirá.
Estando las batallas para romper unas con otras, solamente esperando el son de las trompetas y añafiles, Amadís, que en la delantera estaba, vio venir un escudero en un caballo a más andar de la parte de los contrarios, y a grandes voces preguntaba si estaba allí Amadís de Gaula. Amadís le dio de la mano que se llegase a él. El escudero así lo hizo, y llegando a él le dijo:
—Escudero, ¿qué queréis?, que yo soy el que vos demandáis.
El escudero lo miró y a su parecer en toda su vida había visto caballero que así pareciese armado ni a caballo, y díjole:
—Buen señor, yo creo bien lo que me decís, que vuestra presencia da testimonio de vuestra gran fama.
—Pues ahora decid lo que queréis —dijo Amadís.
El escudero le dijo:
—Señor, Gasquilán, rey de Suesa, mi señor, os hace saber cómo en el tiempo pasado, cuando el rey Lisuarte tenía guerra con vos y con don Galvanes y otros muchos caballeros que de vuestra parte y de la suya estaban sobre la Ínsula de Mongaza, que él vino a la parte del rey Lisuarte con pensamiento y deseo de se combatir con vos, no por enemistad que os tenga, sino por la gran fama que oyó de vuestras grandes caballerías, en la cual guerra estuvo, hasta que mal herido se volvió a su tierra, sabiendo que vos no estabais en parte donde este su deseo efecto pudiese haber, y que ahora el rey Lisuarte le hizo saber de esta guerra en que estáis, donde según la causa de ella no se podrá excusar gran cuestión o batalla, y que él es venido a ella con aquél la misma gana, y díceos, señor, que antes que las batallas se junten rompáis con él dos o tres lanzas, que él de grado lo hará, porque si las batallas se juntan no os podrá topar a su voluntad, que habrá estorbo de otros muchos caballeros.
Amadís le dijo:
—Buen escudero, decid al rey vuestro señor que todo lo que por vos me envía decir yo lo supe en aquel tiempo que en aquella guerra no pudo ser, y que esto que él quiere, antes lo tengo a grandeza de esfuerzo que otra enemistad ni mal querencia, y que, aunque mis obras no sean tan cumplidas como la fama de ellas, yo me tengo por muy contento en que hombre de tan gran guisa y de tanto nombre me tenga en tan buena posesión, y que pues esta demanda es más voluntaria que necesaria, querría, si a él pluguiese, que mi bien o mi mal lo probase en cosa de más su honra y provecho; pero si a él lo que me envía a decir más le agrada, que yo lo haré como lo pide.
El escudero dijo:
—Señor, el rey . mi señor, bien lo sabe lo que os acaeció con Madarque el Jayán de la Ínsula Triste, su padre, y cómo le vencisteis por salvar al rey Cildadán y a don Galaor, vuestro hermano, y que comoquiera que esto le tocase como cosa de padre a quien tanto deudo es, que sabiendo la gran cortesía que con él usasteis, antes sois digno de gracias que de pena, y que si él a gana de se probar con vos, no es a salvo la grande envidia que de vuestra bondad tiene, que hace cuenta que si os vence será un loor y fama sobre todos los caballeros del mundo, y si él fuere vencido, que no le será de nuestro grande ni vergüenza serlo por mano de quien tantos caballeros y gigantes y otras cosas fieras fuera de la naturaleza de los hombres ha vencido.
—Pues que así es —dijo Amadís—, decidle que si, como he dicho, esto que pide más le contenta, que yo estoy presto de lo hacer.
Cómo da cuenta por qué causa este Gasquilán, rey de Suesa, envió a su escudero con la demanda que oído habéis a Amadís.
Cuenta la historia por qué este caballero vino dos veces a buscar a Amadís por se combatir con él, que sin razón sería que un tan gran príncipe como éste que con tal empresa viniese de tan lueñe tierra como lo era su reino, no fuese sabido y publicado su buen deseo. Ya la historia tercera os ha contado cómo este Gasquilán es hijo de Madarque el Jayán de la Ínsula Triste y de la hermana de Lancino, rey de Suesa, por parte del cual allí tomado por rey, porque él murió sin heredero, y como éste fuese valiente de cuerpo, como hijo de jayán, y de gran fuerza, en muchas cosas dé armas que se probó las pasó todas a su honra, tan enteramente que en todas aquellas partes no se hablaba de ninguna bondad de caballero tanto como de la suya, aunque era mancebo. Éste fue enamorado en gran manera de una princesa muy hermosa, llamada la hermosa Pinela, que después de la muerte del rey, su padre, por señora de la Ínsula Fuerte quedó que con el reino de Suesa confinaba, y por su amor emprendió grandes cosas y afrentas y pasó muchos peligros de su persona para la atraer a que le amase; mas ella, conociendo ser de linajes de gigantes y muy follón y soberbio, nunca fue otorgada a le dar esperanza ninguna de sus deseos, pero alguno de los grandes de su señorío, temiendo la grandeza y soberbia de este Gasquilán, que viendo no tener remedio en sus amores y el gran amor no se tomase en desamor y enemistad, como algunas veces acaece, y que donde estaban en paz no se les volviese en cruel guerra, tuvieron por bien de aconsejarle que no así esquivase tan crudamente sus embajadas y con alguna infintosa esperanza le detuviese lo más que pudiese ser, pues con este acuerdo cuando esta señora se vio muy aquejada de él, envióle decir que pues Dios le había hecho señora de tan gran tierra su propósito era, y así lo había prometido a su padre, al tiempo de su finamiento, de no casar sino con el mejor caballero que se pudiese hallar en el mundo, aunque de gran estado no fuese, y que ella había procurado mucho por saber quién lo fuese, enviando sus mensajeros a muchas tierras extrañas, los cuales le habían traído nuevas de uno que se llamaba Amadís de Gaula, que éste era extremado entre todos los del mundo por el más esforzado y valiente caballero, acabando y emprendiendo las cosas peligrosas que los otros acometer no osaban, y que si él, pues tan valiente y tan esforzado era, con este Amadís se combatiese y lo venciese, que ella cumpliese su deseo y la promesa que a su padre hizo, le daría su amor y le haría señor de sí y de su reino, que bien creía que después de aquél rio le quedaría par de bondad. Esto respondió esta hermosa princesa que se quitar de sus recuestas, y también porque, según de los suyos que Amadís vieron y oyeron sus grandes hechos, supo que no era igual la bondad de Gasquilán a la suya con gran parte. Como esto fuele dicho a Gasquilán, así por el gran amor que a esta princesa tenía como la presunción y soberbia suya, le pusieron en buscar manera como esto que le era mandado pudiese poner en obra, y por esta causa que oís vino estas dos veces de su reino a buscar Amadís. La primera a la guerra de la Ínsula de Mongaza, donde volvió herido de un gran golpe que don Florestán le dio en la batalla que con él y con el rey de Arbán de Norgales hubieron; la segunda, ahora en esta cuestión del rey Lisuarte, porque hasta allí nunca pudo saber nuevas de Amadís, porque él anduvo desconocido, llamándose el Caballero de la Verde Espada por las ínsulas de Romania y por Alemania y Constantinopla, donde hizo las extrañas cosas en armas que la parte tercera de esta historia cuenta.
El escudero de este Gasquilán tornó a él con la respuesta de Amadís, tal cual la habéis oído y como se la dijo, díjole:
—Amigo, ahora traes aquello que yo mucho tengo deseado, y todo viene a mi voluntad y yo entiendo ganar el amor de mi señora si yo soy aquel Gasquilán que tú conoces.
Entonces demandó sus armas, las cuales eran de esta manera: el campo de las sobreseñales y sobrevistas, pardillo y grifos dorados por él, el yelmo y escudo eran limpios como un espejo claro, y en medio del escudo, clavado con clavos de oro, un grifo guarnecido de muchas piedras preciosas y perlas de gran valor. El cual tenía en sus uñas un corazón, que con ellas le atravesaba todo, dando a entender por el grifo y su gran fiereza la esquiveza y gran crueldad de su señora, que así como tenía aquel corazón atravesado con las uñas, así el suyo le estaba de los grandes cuidados y mortales deseos que de ella continuamente le venía, y estas armas pensaba él traer hasta que a su señora hubiese, y también, porque considerando traerlas en su rememoranza, le daba esfuerzo y gran descanso en sus cuidados.
Pues armado como oís, tomó una lanza en la mano, gruesa y de hierro grande y limpio, y fuese donde el emperador estaba y pidióle por merced que mandase a su gente que no rompiese hasta que él hubiese una justa que tenía concertada con Amadís y que no le tuviese por caballero si del primer encuentro no se lo quitase de su estorbo. El emperador, que mejor que él lo conocía y le había probado, aunque no lo mostró, bien tenía creído que más duro le seria de acabar de lo que pensaba. Así se partió de él y pasó por las batallas, todos estuvieron quedos por mirar la batalla de estos dos tan famosos caballeros y tan señalados. Así llegó Gasquilán a la parte donde Amadís estaba aparejado para lo recibir, y aunque él sabía que éste fuese un valiente caballero, teníalo por tan follón y soberbio que no tenía mucho su valentía, porque a estos tales en el tiempo que más piensan hacer y más menester lo han, allí Dios les quebranta su gran soberbia, porque los semejantes tomen ejemplo, y como lo vio venir enderezó su caballo contra él y cubrióse de su escudo lo mejor que supo y diole de las espuelas y fue lo más recio que pudo ir contra él, y Gasquilán, allí mismo, iba muy desapoderado cuanto el caballo lo podía llevar, y encontráronse en los escudos de manera que las lanzas fueron en pedazos por el aire, y al juntar uno con otro fue el golpe tan duro, que todos pensaron que ambos eran hechos piezas, y Gasquilán fue fuera de la silla, y como era valiente de cuerpo y el golpe fue muy grande, dio tan gran caída en el campo duro que quedó tan desacordado que no se pudo levantar y hubo el brazo diestro sobre que cayó quebrado, y allí quedó en el campo, tendido como muerto; el caballo de Amadís hubo la una espalda quebrada y no se pudo tener, y Amadís fue ya cuanto desacordado, pero no de manera que de él no saliese luego antes que cayese con él, y así a pie se fue donde Gasquilán yacía por ver si era muerto.