Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
El emperador de Roma, que la batalla miraba, como le vio muerto, que así él como todos los otros lo pensaron, y, Amadís, a pie, dio voces a Floyán, que la delantera tenía, que socorriese con su batalla, y así lo hizo, y como don Cuadragante esto vio, puso las espuelas a su caballo y dijo a los suyos:
—Heridlos, señores, y no dejéis ir ninguno a vida.
Entonces fueron los unos y otros a su encuentro, mas Gandalín, como vio a su señor Amadís a pie y que las haces rompían, hubo gran recelo de él y fue delante todos; una pieza por le acorrer, y vio venir a Floyán delante todos los suyos y fuese para él y encontráronse ambos de recios golpes, y Floyán cayó del caballo y Gandalín perdió las estriberas ambas, mas no cayó. Entonces llegaron muchos romanos por socorrer, y Floyán, y don Cuadragante a Amadís, y cada uno puso al suyo a caballo, que en otra cosa no entendieron; pero como los romanos llegaron muchos y muy presto cobraron a Gasquilán, que algo más acordado estaba, y sacáronlo de la prisa a gran trabajo. Don Cuadragante, en su llegada, antes que la lanza perdiese, derribó a tierra cuatro caballeros, y del primero que derribó fue tomado el caballo por Angriote de Estravaus y se lo trajo prestamente a Amadís, y Gavarte de Val Temeroso y Landín siguieron la vía de don Cuadragante e hicieron mucho daño en los enemigos, como aquéllos que en tal menester eran usados. Éstos que os digo llegaron delante de su haz, pero cuando la una y la otra batalla se juntaron, el ruido y las voces fueron tan grandes que no se oían unos a otros, y allí veríais caballos sin señores y los caballeros de ellos muertos y de ellos heridos, y pasaban sobre ellos los que podían, y Floyán, como era valiente y deseoso de ganar honra y de vengar la muerte de Salustanquidio, su hermano, como a caballo se vio, tomó una lanza y fue contra Angriote, que le vio hacer cosas extrañas en armas, y encontróle por un costado tan reciamente qué por muy poco no lo derribó del caballo y quebró la lanza y puso mano a su espada y fue herir a Enil, que delante sí halló, y diole por encima del yelmo tan gran golpe que las llamas salieron de él, y pasó tan recio por entrambos al través de las batallas que ninguno de ellos le pudo herir, tanto que se maravillaron de su ardimiento y gran prez, antes que a los suyos llegasen topó con un caballero de Irlanda, criado de don Cuadragante, y diole tal golpe por cima del hombro que le cortó hasta la carne y los huesos y fue tan maltratado que le fue forzado de salir de la batalla. Amadís, en este tiempo, tomó consigo a Balais de Carsante y a Gandalín, y con gran saña, viendo que los romanos también se defendían, entró lo más recio que pudo por el un costado de la haz y aquéllos que le seguían, y dio tan grandes golpes de espada que no había hombre que lo viese que mucho no fuese espantado y mucho más lo fueron aquéllos que le esperaban, que tan gran miedo les puso que ninguno le osaba atender, antes se metían entre los otros, como hace el ganado cuando de los lobos son acometidos, y yendo así, sin hallar defensa, salió al encuentro un hermano bastardo de la reina Sardamira, que Flamíneo había nombre, muy caballero en armas, y como vio a Amadís hacer tales maravillas y que ninguno lo osaba esperar, fue para él y encontróle en el escudo con su lanza que se lo falló, y la lanza fue quebrada en piezas, y al pasar Amadís le cuidó herir en el yelmo, mas como pasó recio no pudo, e hirió al caballo en el lomo, junto con los arzones de zaga, y cortóle todo lo más del cuerpo y dio con él en el suelo gran caída, tanto que pensó que le había abierto por las espaldas. Don Cuadragante y los otros caballeros que por la otra parte se combatían, apretaron tanto los contrarios que si no fuera porque llegó Arquisil con la segunda haz en su socorro todos fueran destrozados y vencidos, mas como éste llegó todos fueron reparados y cobraron gran esfuerzo y por su llegada cayeron a tierra de los caballos más de mil caballeros de los unos y de los otros. Este Arquisil se encontró con Landín, sobrino de don Cuadragante, y diéronse tan grandes golpes de las lanzas y los caballos uno con otro que ambos cayeron en tierra. Floyán, que a todas partes andaba, había socorrido con cincuenta caballeros a Flamíneo, que estaba a pie, y le diera un caballo, que Amadís, después que lo derribó, no miró por él, porque vio venir la segunda haz, y por ser el primero en la recibir dejólo en poder de Gandalín y de Balais, los cuales pensaron que muerto quedaba, y fueron herir en la haz de Arquisil, porque los suyos en su llegada no recibiesen daño, que llegaban muy holgados, y como Floyán vio a pie a Arquisil, que se combatía con Landín, dio muy grandes voces diciendo:
—¡Oh, caballeros de Roma, socorred a vuestro capitán!
Entonces él arremetió muy bravo, y más de quinientos caballeros con él, y si no fuera por Angriote, y por Enil, y Gavarte de Val Temeroso, que lo vieron y dieron voces a don Cuadragante, que con mucha prisa socorrieron y muchos caballeros de los suyos con ellos, Landín fuera aquella hora muerto o preso, mas como éstos llegaron hirieron tan reciamente que era maravilla de lo ver. Flamíneo, que como dicho es, estaba ya a caballo, tomó los más que pudo y socorrió como buen caballero a los suyos. ¿Qué os diré? La prisa fue allí tan grande y tantos muertos y derribados que todo aquel campo donde ellos se combatían estaba ocupado de los muertos y de los heridos; mas los romanos, como eran muchos, tomaron a Arquisil, a pesar de sus enemigos, y don Cuadragante y sus compañeros a Landín, y así salvó cada uno al suyo y los hicieron cabalgar en sendos caballos, que muchos había por allí sin señores.
Amadís andaba a la otra parte, haciendo maravillas de armas, y como ya lo conocían todos, los más le dejaban la carrera por donde quería ir; pero todo era menester, que como los romanos eran mucho más, si no fuera por los caballeros señalados de la otra parte, a su voluntad los trajeran. Mas luego socorrió a Agrajes y don Bruneo de Bonamar con su haz, y llegaron tan recios y tan juntos que como los romanos anduviesen todos barajados muy prestamente, los hicieron dos partes, de manera que ningún remedio tenían si el emperador con su batalla, en que traía cinco mil caballeros, no socorriera. Esta gente, como era mucha, dio tan gran esfuerzo a los suyos que muy prestamente cobraron todo lo que habían perdido.
El emperador llegó en su gran caballo y armado como es dicho, y como era grande de cuerpo y venía delante de los suyos, pareció tan bien a todos los que lo veían que era maravilla y fue mucho mirado, y al primero que delante halló fue Balais de Carsante, y encontróle en el escudo tan reciamente, que quebró la lanza y topóle con el caballo que venía muy holgado, y como el de Balais cansado anduviese, no pudo sufrir el duro golpe y cayó con su señor de tal manera que fue muy quebrantado. El emperador, cuando tal encuentro hizo, tomó en sí gran orgullo y metió mano a la espada y comenzó a decir a grandes voces:
—¡Roma! ¡Roma! ¡A ellos, mis caballeros, no os escape ninguno!
Y luego se metió por la prisa dando muy grandes y fuertes golpes a todos los que delante sí hallaba, a guisa de buen caballero, y yendo así haciendo gran daño encontróse con don Cuadragante, que asimismo andaba con la espada en la mano, hiriendo y derribando cuantos alcanzaba. Y como se vieron, fue el uno contra el otro muy recio, las espadas altas en las manos, y diéronse tales golpes por cima de los yelmos que el fuego salió de ellos y de las espadas; mas como don Cuadragante era de más fuerza, el emperador fue tan cargado del golpe que perdió las estriberas y húbose de abrazar al cuello del caballo y quedó ya cuanto desacordado.
Acaeció que aquella hora se halló allí Constancio, hermano de Brondajel de Roca, que era buen caballero mancebo, y como vio al emperador su señor en tal guisa, hirió al caballo de las espuelas y fue para don Cuadragante con la lanza sobre mano y dióle una gran lanzada en el escudo que se lo falsó e hiriólo un poco en el brazo, y en tanto que don Cuadragante volvió a lo herir con la espada, el emperador hubo lugar de se tornar a la parte donde los suyos estaban. Constancia, como vio que era en salvo, no paró más antes, como llegaba holgado, él y su caballo, salióse muy presto y fue a la parte donde Amadís andaba, y cuando vio las cosas extrañas que hacía y los caballeros que dejaba por el suelo por doquier que iba, fue tan espantado que no podía creer que fuese sino algún diablo que allí era venido para los destruir. Y estándole mirando, vio cómo salió a él un caballero que fue gobernador del principado de Calabria por Salustanquidio, e hirióle de la espada en el cuello del caballo, y Amadís le dio por cima del yelmo tal golpe, que así el yelmo como la cabeza le hizo dos partes y luego cayó muerto en el suelo, de que Constancio hubo gran dolor, porque muy buen caballero era, y luego llamó a Floyán a grandes voces, y dijo:
—¡A éste, a éste tullid o matad, que éste es el que nos destruye sin ninguna piedad!
Entonces, ambos juntos, viniéronle a él y diéronle grandes golpes de las espadas. Mas Amadís a Constancia, que delante halló, dio tal golpe en el brocal del escudo que se lo hizo dos pedazos, y no se detuvo allí la espada, antes llegó al yelmo, y el golpe fue tan grande que Constancia fue aturdido que cayó del caballo abajo.
Como los romanos, que a Floyán aguardaban, lo vieron con Amadís, y a Constancio en el suelo, juntáronse más de veinte caballeros y dieron en él, mas no le pudieron derribar del caballo y no osaban parar con él, que al que alcanzaba no había menester más de un golpe.
Estando así la batalla en que los romanos, como eran muchos en demasía, tenían algo de la ventaja, socorrió Grasandor y el esforzado de don Florestán, y llegaron a tiempo, que los romanos tenían cercados a Agrajes y a don Bruneo y a Angriote, que les habían muerto los caballos y habíanlos socorrido Lasindo y Gandalín y Gavarte de Val Temeroso y Branfil, que acaso se hallaron juntos, mas la muchedumbre de la gente que sobre ellos estaba era tanta, que éstos que digo, aunque muchos caballeros derribaron y mataron y pasaron mucho peligro, no pudieron llegar a ellos, y como don Florestán llegó y vio allí tan gran prisa, bien cuidó que no sería sin mucha causa, y como llegó conoció aquellos caballeros que socorrían a Agrajes y a sus compañeros, y como Lasindo lo vio, dijo:
—¡Oh, señor don Florestán, socorred aquí, sino perdidos son vuestros amigos!
Como él esto oyó, dijo:
—Pues llegaos a mí e hiramos los que no osaran atender.
Entonces se metió por la gente derribando y matando cuantos alcanzaba, hasta que la lanza quebró y puso mano a su espada, y dio tan grandes golpes con ella que espanto ponía a todos los que allí estaban, y aquellos caballeros que os dije fueron teniendo con él hasta que llegaron donde Agrajes y sus compañeros estaban a pie, como habéis oído. ¿Quién os podría decir lo que allí pasaron en aquel socorro y lo que habían hecho los que estaban cercados? Por cierto no se puede contar, que tan pocos como ellos eran se pudiesen defender a tantos como los querían matar, pero aun con todo, todos ellos estaban en muy gran peligro de sus vidas si la aventura no trajera allí a Amadís, al cual Floyán y los suyos habían dejado, porque de los veinte caballeros que os dije que socorrieron a Constancio, había él muerto y derribado los seis, y como vio que lo dejaban y se apartaban de él y oyó las grandes voces que en aquella prisa se daban, acudió allí, y como llegó luego los conoció en las armas y comenzó a llamar a los suyos, y juntáronse con él más de cuatrocientos caballeros, y como allí fuese la mayor prisa que en todo el día había sido, acudieron también de la parte de los romanos Floyán y Arquisil y Flamíneo, con la más gente que pudieron, y comenzóse la más brava batalla y más peligrosa que hombre vio. Allí vierais hacer maravillas a Amadís, las cuales nunca fueron vistas ni oídas que caballero pudiese hacer, tanto que así a los contrarios como a los suyos hacía mucho maravillar, así de los que mataba como de los que derribaba.
Como las voces eran muchas y el ruido muy grande, así el emperador como todos los más que en la batalla andaban, acudieron allí. Don Cuadragante, que a otra parte andaba, fuele dicho por un ballestero de caballo la cosa cómo estaba, y luego a gran prisa, juntó consigo más de mil caballeros que le aguardaban de su haz, y dijoles:
—Ahora, señores, parezca vuestra bondad y seguidme, que mucho es menester nuestro socorro.
Todos fueron con él, y él delante, y cuando llegaron a la prisa había tanta gente de un cabo y del otro que apenas podían llegar a los enemigos, y como esto él vio, con su gente, como la traía junta, que era muy buena y de buenos caballeros, dio por el un costado tan reciamente que en su llegada fueron por el suelo más de doscientos caballeros, y bien os digo que los que a él derecho golpe alcanzaba, que no había menester maestro Amadís, cuando vio a don Cuadragante, lo que él y su gente hacían, fue maravillado, y metióse tan desapoderadamente por los contrarios, dando tales golpes y tan pesados, que no dejaba hombre en silla. Pero aquella hora, Arquisil y Floyán y Flamíneo y otros muchos con ellos se combatían tan esforzadamente que pocos había que mejor lo hiciesen, y pugnaban cuanto podían de llegar a la muerte de Agrajes y sus compañeros que con él a pie estaban, y a don Florestán, y a los otros que os dijimos que cabe ellos estaban para los defender. Que después que pasaron la gran prisa de la gente y llegaron a ellos, nunca por gente que viniese ni por golpes que les diesen los pudieron de allí quitar, y como vieron éstos lo que los suyos hacían y a tan gran daño en sus enemigos apretaron tan recio a los romanos, así por la parte de don Cuadragante como de la de Amadís y de don Gandales que sobrevino con hasta ochocientos caballeros de los que traía encargo, que, a mal de su grado, aunque el emperador daba muy grandes voces, que después de don Cuadragante le dio aquel gran golpe de la espada, más atendió en gobernar la gente que en pelear, los hicieron perder el campo de manera que Agrajes y Angriote y don Bruneo, que mucho afán y peligro habían pasado, pudieron cobrar caballos en que cabalgaron y luego se metieron en la prisa contra los romanos que iban de vencida, y así los llevaron hasta dar en la batalla del rey Arbán de Norgales, tal hora que era ya puesto el sol, y por esto el rey Arbán los recogió consigo y no quiso romper, que así se lo envió mandar el rey Lisuarte por ser la hora tal y porque de sus contrarios quedaba mucha gente por entrar en la vuelta y hubo recelo de recibir de ellos algún revés, que bien cuidaba que para los primeros bastaba el emperador con los suyos, y así por esto como por la noche, que sobrevino, que fue la causa más principal, recogieron a los romanos y los contrarios se detuvieron, que los no siguieron más, de manera que la batalla se partió, con mucho daño de ambas partes, aunque los romanos recibieron la mayor.