Amadís de Gaula (138 page)

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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
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Amadís y los de su parte, como por ellos quedó el campo, hicieron llevar todos los heridos de los suyos, y su gente despojó todos los otros, y quedaron en el campo los heridos y muertos de la parte de los romanos, que los no quisieron matar, de los cuales muchos murieron por no ser socorridos.

Pues vueltas las gentes, así de un cabo de otro, a sus reales, hubo algunos hombres de orden que en las batallas venían para reparar las ánimas de los que menester lo hubiesen, que como vieron tan gran destrozo y las voces que los heridos daban demandando piedad y misericordia, acordaron así de un cabo como de otro de se poner por servicio de Dios en trabajar, porque alguna tregua hubiese en que los heridos se reparasen y los muertos fuesen enterrados, y así lo hicieron, que éstos hablaron con el rey Lisuarte y con el emperador, y los otros que eran con el rey Perión, y todos tuvieron por bien que la tregua se asentase por el día siguiente.

Aquella noche pasaron con grandes guardas y curaron de los heridos, y los otros descansaron del gran trabajo que habían pasado. Venida la mañana fueron muchos a buscar a sus parientes, y otros a sus señores, y allí vierais los llantos tan grandes de ambas partes, que de oírlo pone gran dolor, cuanto más de lo ver; todos los vivos llevaron al real del emperador, y los muertos, fueron enterrados de manera que el campo quedó desembargado.

Así pasaron aquel día aderezando sus armas y curando de sus caballos, y a don Cuadragante curaron de la herida del brazo y vieron que era poca cosa; pero a un otro caballero que la tuviera que no fuera tal como él, no se pusiera en armas ni en trabajo. Él no quiso por eso dejar de ayudar a sus compañeros en la batalla siguiente. Venida la noche, todos se acogieron a sus albergues, y al alba del día se levantaron al son de las trompetas y oyeron misa, y luego toda la gente fue armada y puesta a caballo, y cada capitán recogió los suyos, y así de la una parte como de la otra fue acordado que las delanteras tomasen las batallas que no habían peleado, y así se hizo.

Capítulo 111

De cómo sucedió en la segunda batalla a cada una de las partes, y por qué causa la batalla se partió.

Puso en la delantera el rey Lisuarte al rey Arbán de Norgales y a Norandel y a don Guilán el Cuidador, y los otros caballeros que ya oísteis, y él con su batalla y el rey Cildadán les hicieron espaldas, y tras ellos el emperador y todos los suyos, cada uno en su haz y con sus capitanes, según y por la orden que tenían.

El rey Perión dio la delantera a su sobrino don Brián de Monjaste, y él y Gastiles, con la seña del emperador de Constantinopla, les hacían espaldas, y todas las otras batallas en su concierto, de manera que las que más desviadas estuvieron el primer día que pelearon ahora iban más cerca. Con esta orden movieron los unos y los otros, y cuando fueron cerca, tocaron las trompetas de todas partes y las haces de Brián de Monjaste y del rey Arbán de Norgales se juntaron tan bravamente que de la primera fueron por el suelo más de quinientos caballeros sueltos por el campo.

Don Brián se halló con el rey Arbán, y diéronse muy grandes encuentros, así que las lanzas fueron quebradas, mas otro mal no se hicieron y metieron mano a sus espadas y comenzáronse a herir por todas las partes que más daño se podían hacer, como aquéllos que muchas veces lo habían hecho y usado. Norandel y don Guilán hirieron juntos en la gente de sus contrarios, y como eran muy valientes y muy esforzados, hicieron mucho daño, y más hicieran si no por un caballero, pariente de don Brián, que con la gente de España había venido, que había nombre Fileno, que tomó consigo muchos de los españoles, que eran buena gente de guerra, e hirió tan recio a aquella parte donde don Guilán y Norandel andaban, que así a ellos como a todos los que delante sí tomaron los llevaron una pieza por el campo, pero allí hacían cosas extrañas Norandel y don Guilán por reparar los suyos al rey Arbán, y a don Brián departieron de su batalla, así los unos como los otros, por la gran prisa que a la otra parte había, y cada uno de ellos comenzó esforzar los suyos, hiriendo y derribando en los contrarios, pero como la gente de España fuese más mejor encabalgados, hubieron tan gran ventaja que si no fuera porque el rey Lisuarte y el rey Cildadán socorrieron con sus haces, no les tuvieran campo y todos fueran perdidos; mas en la llegada de estos reyes fue todo reparado.

El rey Perión, como vio la seña del rey Lisuarte, dijo a Gastiles:

—Ahora, mi buen señor, movamos, y todavía mirad por esta seña, que yo así lo haré.

Entonces fueron derrancadamente contra sus enemigos. El rey Lisuarte lo recibió como aquél a quien nunca falleció corazón ni esfuerzo, que sin duda podéis creer que en su tiempo nunca hubo rey que mejor ni más denodadamente su cuerpo aventurase en las cosas que a su honra tocaban, así como por esta gran historia podéis ver en todas las batallas y afrentas en que se halló. Pues envueltas así estas gentes, en número tan crecido ¿quién os podría contar las caballerías que allí se hicieron? Sería imposible al que verdad quisiese decir que tantos buenos caballeros fueron allí muertos y llagados, que casi los caballos no podían andar sino sobre ellos. De este rey Lisuarte digo que como hombre lastimado, no teniendo su vida tanto como en nada, se metía entre sus enemigos tan esforzadamente que pocos hallaba que le osasen atender. El rey Perión, yendo por otra parte, haciendo maravillas, acaso se encontró con el rey Cildadán, y como se conocieron, no quisieron acometerse, antes pasaron el uno por el otro y fueron herir en los que delante sí hallaron y derribaron muchos caballeros muertos y llagados a tierra.

Como el emperador vio tan gran revuelta y le pareció estar los de su parte en gran peligro, mandó a sus capitanes que con todos sus haces rompiesen lo más denodadamente que ser pudiese, y que él así lo haría, lo cual fue hecho, que todas las batallas juntas con el emperador dieron en los contrarios, mas antes que ellos llegasen las otras de la parte contraria que los vieron venir, asimismo todos juntos derrancaron por el campo, así que todos fueron mezclados unos con otros de manera que no podían haber concierto ni aguardar ninguno a su capitán. Mas andaban tan envueltos y tan juntos que se no podían herir ni aun con las espadas, y trabábanse abrazos y derribábanse de los caballos, y más eran los que murieron de los pies de ellos que de las heridas que se daban. El estruendo y el ruido era tan grande, así de las voces como del reteñir de las armas, que todos aquellos valles de la montaña hacían reteñir, que no parecían sino que todo el mundo era allí asonado, y por cierto así lo podéis creer, que no el mundo, mas todo lo más de la cristiandad y la flor de ella estaba allí donde tanto en ella se recibió aquel día que por muchos y largos tiempos no se pudo reparar.

Así que esto se puede dar por ejemplo a los reyes y grandes señores que antes que las cosas hagan miren y piensen primero con la buena conciencia, mirando mucho los inconvenientes que de ello se pueden seguir, porque no a su cargo y por sus yerros y aficiones laceren y mueran los que culpa no tienen, como muchas veces acaece, que puede ser que la inocencia de estos tales lleve sus ánimas a buen lugar. Así que por mayor muerte y muy más peligrosa se puede contar, aunque al presente las vidas les queden a los causadores de tal destrucción como ésta a que dio ocasión este rey Lisuarte, aunque muy discreto y sabio en todas las cosas era, como oído habéis, pero causólo esto no querer estar a consejo de otro alguno, sino del suyo propio.

Pues dejando todo esto aparte, que según la gran soberbia y la ira que sobre nosotros están muy enseñoreadas, para nos poner en muchas pasiones y en grandes tribulaciones donde creo que los amonestamientos son excusados, tornaremos al propósito y digo que, como las batallas así anduviesen y muriesen muchas gentes, la prisa era tan grande que no se podían valer los unos a los otros, que todos estaban con quien pelear. Agrajes siempre tenía el cuidado de mirar por el rey Lisuarte, y no le había visto con la gran prisa y muchedumbre de gente, y yendo por entre las batallas viole que acababa de derribar de un encuentro a Dragonís, en que quebró la lanza y tenía la espada en la mano por lo herir, y Agrajes fue para él con su espada, y díjole:

—A mí, rey Lisuarte, que yo soy el que más te desama.

Él, como lo oyó, volvió la cabeza y fue para él, y Agrajes a él, y tan recios llegaron el uno al otro que no se pudieron herir, y Agrajes soltó la espada en la cadena con que la traía y abrazóse con él, y como ya es dicho en otras partes de esta historia, este Agrajes fue el más acometedor caballero y de más vivo corazón que en su tiempo hubo, y así la fuerza como el esfuerzo le ayudara, no hubiera en el mundo mejor caballero que él, y así era uno de los buenos que en gran parte se podrían hallar. Pues estando abrazados, cada uno pugnaba por derribar al otro, y Agrajes se viera en gran peligro, porque el rey era más valiente de cuerpo y de fuerza, si no por el buen rey Perión que sobrevino, con el cual vinieron don Florestán y Landín y Enil y otros muchos caballeros, y cuando así vio a Agrajes, pugnó de lo socorrer, y de la otra parte acudió don Guilán el Cuidador, y Norandel, y Brandoibás y Giontes, sobrino del rey, que éstos, aunque en otras partes hacían sus entradas y grandes caballerías, siempre tenían ojo a mirar por el rey, que así lo tenían en cargo. Pues como éstos llegaron, hicieron de las espadas, que las lanzas quebradas eran todas, tan bravamente, que cosa extraña era de ver, y llegábase de entrambas partes por socorrer cada uno al suyo; mas el rey y Agrajes estaban tan asidos que no los podían quitar ni tampoco derribarse el uno al otro, porque los de su parte los tenían en medio y los sostenían que no cayesen. Como aquí fuese la más prisa de la batalla y el mayor ruido de las grandes voces, ocurrieron allí muchos caballeros de cada una de las partes, entre los cuales vino don Cuadragante, y como llegó y vio la revuelta y al rey abrazado con Agrajes, metióse muy recio por todos y echó mano del rey tan bravamente que por poco hubiera derribado a entrambos, que no osó herir al rey por no dar a Agrajes, y aunque le dieron muchos golpes los que al rey defendían, nunca lo soltó. El rey Arbán de Norgales, que venía con el emperador de Roma que había pieza que no había visto al rey, llegó allí, y como lo vio en tan gran peligro, fue muy desapoderado y abrazóse con don Cuadragante muy apretadamente; así estaban todos cuatro abrazados, y alrededor de ellos el rey Perión y los suyos, y de la otra parte Norandel y don Guilán y los suyos, que nunca cesaban de combatir. Pues así estando la cosa en tan gran revuelta y peligro, sobrevino de la parte del rey Lisuarte el emperador y el rey Cildadán con más de tres mil caballeros, y de la otra Gastiles y Grasandor con otras muchas compañas, y llegaron unos y otros tan recios a la prisa y con gran estruendo, que por fuerza hicieron derramar los que se combatían y los que estaban abrazados tuvieron por bien de se soltar y quedaron todos cuatro a caballo, pero muy cansados, que casi en las sillas tener no se podían, y tanta fue la gente que a la parte del rey Lisuarte cargó que en muy poco estuvo el negocio de se perder si no fuera por la grande bondad del rey Perión y de don Cuadragante y de don Florestán y los otros amigos, que como esforzados caballeros sufrieron tanto que fue gran maravilla.

Así estando en esta prisa como oís, llegó aquel muy esforzado caballero Amadís, que había andado a la diestra parte de la batalla y había muerto de un solo golpe a Constancia y desbaratado todo la más de aquella parte y traía en su mano la su buena espada tinta de sangre hasta el puño, y vinieron con él el conde Galtines y Gandalín y Trión, y como vio tanta gente sobre su padre y sobre los suyos, vio estar al emperador delante combatiéndose como en cosa que ya por vencida tenía; puso las espuelas a su caballo, que entonces había tomado a un doncel de los de su padre que venía holgado, y metióse tan recio y tan denodadamente por la gente, que era maravilla de lo ver. Floyán que lo conoció en la sobreseñales, hubo recelo que si al emperador llegase que todos no serian tan poderosos de se lo defender ni amparar, y lo más presto que pudo se puso delante, aventurando su vida por salvar la del emperador. Don Florestán, que a aquella parte se halló, entraba a la parte con Amadís, y como vio a Floyán, fue para él lo más presto que pudo y diéronse muy grandes golpes de las espadas por cima de los yelmos, mas Floyán fue desacordado que se no pudo tener en el caballo, y cayó en tierra, y allí fue muerto, así del grande golpe como de la mucha gente que sobre él anduvo. Amadís no curó de su batalla, antes, como llevaba los ojos puestos en el emperador, y más en el corazón de lo matar si pudiese, que ya entre los suyos estaba, metióse con muy gran rabia entre ellos por le herir, y comoquiera que de todas partes grandes golpes le diesen, por se le defender nunca tanto pudieron hacer los contrarios que le estorbasen de se juntas con él, y como a él llegó, alzó la espada e hirióle de toda su fuerza y dio tan gran golpe por encima del yelmo que le desapoderó de toda su fuerza y le hizo caer la espada de la mano, y como Amadís vio que iba a caer del caballo, diole muy prestamente otro golpe por cima del hombro que le cortó todas las armas y la carne hasta el hueso, de manera que todo aquel cuarto con el brazo le quedó colgando y cayó del caballo tal que desde a poco fue muerto. Cuando los romanos, que muy cerca de él estaban, lo vieron, dieron muy grandes voces, de manera que se llegaron muchos y tornóse a avivar la batalla, que anduvieron allí muy presto Arquisil y Flamíneo y llegaron con otros muchos caballeros donde Amadís y don Florestán estaban, y diéronle muy grandes y fuertes golpes de todas partes; mas el conde Galtines y Gandalín y Trión dieron voces a don Bruneo y Angriote que se juntasen con ellos para los socorrer, y todos cinco, a pesar de todos, llegaron en su ayuda haciendo mucho daño. El rey Perión estaba con don Cuadragante, y Agrajes y otros muchos caballeros a la parte del rey Lisuarte y del rey Cildadán, y otros muchos que con ellos estaban, y combatíanse muy reciamente, así que de allí fue la más brava batalla que en todo el día había sido y mayor mortandad de gente; mas a esta hora sobrevino don Brián de Monjaste y don Gandales, que habían recogido de los suyos hasta seiscientos caballeros, y dieron en los enemigos tan bravamente a la parte donde Amadís y sus compañeros estaban que a mal de su grado los retrajeron una gran pieza a estas grandes voces que entonces se dieron. Arbán, rey de Norgales, volvió la cabeza y vio cómo los romanos perdían el campo, y dijo al rey Lisuarte:

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