Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
El hombre bueno tuvo que decía bien y así lo hizo, que luego se partió de la tienda de Amadís con sus donceles y compaña y fuese a la del rey Perión, del cual sabido quien era fue con mucho amor y voluntad recibido.
Miró el rey a Esplandián, que le nunca viera, y fue mucho maravillado en ver criatura tan hermosa y tan graciosa y preguntó al santo hombre ermitaño quién era. El santo hombre le dijo cómo era su criado, que Dios se lo diera por muy gran maravilla. El rey Perión le dijo:
—Cuanto más, padre, si es éste el doncel que traía la leona con que cazaba y que vos criasteis en el bosque donde es vuestra morada de quien muchas cosas y extrañas la grande sabedora Urganda la Desconocida ha enviado decir que le avendrían, si Dios vivir los deja, y paréceme, según me dicen, que envió decir al rey Lisuarte por un escrito que este doncel pondría mucha paz y concordia entre él y mi hijo Amadís. Y si así es, todos le debemos mucho amar y honrar, pues que por su causa tanto bien puede venir como vos, padre, veis.
El santo hombre bueno Nasciano le dijo:
—Mi señor, verdaderamente éste es el que vos decís. Y si ahora tenéis razón de le amar, y mucho más le tendréis adelante cuando más de su hecho supiereis.
Entonces dijo a Esplandián:
—Hijo, besadle las manos al rey, que bien lo merece.
El doncel hincó los hinojos por le besar las manos, mas el rey le abrazó y le dijo:
—Doncel, mucho debéis agradecer a Nuestro Señor Dios la merced que os hizo en daros tanta hermosura y buen donaire, que sin conocimiento que de vos se tenga atraéis a todos, así los que os conocen que os amen y os precien, y pues a Él plugo de os dotar de tanta gracia y hermosura si le fuereis obediente mucho más os tiene prometido.
El doncel no le respondió ninguna cosa, antes con gran vergüenza de se oír loar de tal príncipe se le encendió el rostro en color, lo cual pareció muy bien a todos el lo ver con tanta honestidad como su edad lo demandaba. Y mucho se maravillaban de persona tan señalada que no se conocía padre ni madre. El rey preguntó al santo hombre Nasciano si sabía cuyo hijo fuese; el buen hombre le dijo:
—De Dios, que hace todas las cosas, aunque de hombre y mujer mortales nació y fue engendrado, pero según su comienzo y el cuidado que de guardarlo tuvo y criar bien parece que como a hijo lo ama. Y a él placerá por su santa clemencia y piedad que antes de mucho tiempo sabréis más de su hacienda.
Entonces le tomó por la mano y se apartó, y díjole:
—Rey bienaventurado en todas las cosas de este mundo y en el otro, si a Dios temiereis y miraseis por todas las cosas que sean de su servicio. Yo soy venido a estas partes con esta persona tan flaca y cansada de sobrada vejez, con propósito que Dios, mi Señor, me dará gracia que yo le pueda servir en quitar tanto mal como aparejado está, y mis dolencias y grandes fatigas no dieron lugar a que antes viniese y he hablado con el rey Lisuarte, el cual, como siervo de Dios, querrá venir en paz si con honra de las partes se puede hacer, y de él he venido a vuestro hijo Amadís y remitiéndome a vos y a seguir vuestro mandamiento se excusó de responder a lo que le dije, de manera que en vos, mi señor, queda la paz o la guerra, pues cuando seáis obligado a desviar las cosas contrarias al servicio de aquel muy alto señor, todos lo saben, según de los bienes de este mundo, así de mujer como hijos y reinos os ha proveído, y ahora es tiempo que él conozca cómo se lo agradecéis y deseáis servir.
El rey, como siempre estuviese inclinado a la paz y sosiego, por la parte del daño que de la guerra se podría seguir, así como aquél que allí tenía a Amadís, que era la lumbre de sus ojos y don Florestán y Agrajes y otros muchos caballeros de su linaje, le respondió y dijo:
—Padre Nasciano, Dios es testigo de la voluntad que en esta tan gran rotura yo he tenido, y cómo lo hubiera excusado si camino para ello pudiera hallar, mas el rey Lisuarte ha dado ocasión a que ningún medio en ella se pudiese hallar, porque mucho contra Dios y su conciencia quiso desheredar a su hija Oriana, como todo el mundo sabe, la cual, como habéis sabido, fue reparado. Y aun después ha sido amonestado y rogado, que quería venir en lo que justo sea y que todo se haría a su ordenanza, pero él, como príncipe poderoso y más en este caso soberbio que razonable, pensando que teniendo el emperador de Roma todo el mundo le había de ser sujeto, nunca quiso, no solamente ponerse en justicia, mas ni oírla; pues lo que de esto se le ha seguido y ganado Dios lo sabe y todos lo ven. Mas si ahora quiere haber el conocimiento que hasta aquí no ha tenido, yo fío en estos caballeros que de mi parte están que harán y seguirán mi parecer, que no es otro sino que estos males sean atajados. Y porque, vos, padre, veáis en cuán poco la porfía está, solamente que en lo de Oriana su hija se diese medio, era el remedio para todo.
El buen hombre le dijo:
—Mi buen señor, Dios le dará y yo en su nombre, por ende hablad con vuestros caballeros y nombrad personas que el bien quieran, que por el rey Lisuarte así será hecho y yo estaré con ellos como siervo de Jesucristo, Dios verdadero, para soldar y reparar lo que se rompiese.
El rey Perión lo tuvo por bien, y díjole:
—Eso luego se hará, que yo haré dos caballeros que con todo amor y voluntad se lleguen a lo que justo fuere.
El hombre bueno con esto se tornó muy contento y pagado al real del rey Lisuarte.
El rey Perión mandó llamar a su tienda todos los más principales caballeros, y juntos así les dijo:
—Nobles príncipes y caballeros, así como todos somos muy obligados en defendimiento de nuestras honras y estados a poner las personas en todo peligro por las defender y mantener justicia, así lo somos para sin toda saña y soberbia de nos volver y recoger en la razón cuando manifiesta nos fuera. Porque, aunque el comienzo con justa justicia sin ofensa de Dios las cosas se pueden tomar, pero procediendo en la causa si con fantasía y mal conocimiento no nos llegásemos a lo razonable, lo justo primero con lo postrimero injusto se haría igual, así que conviene que la honra y estima estando por la mayor parte en su perdición si camino de concordia como al presente parece se descubriese, que dejando las cosas pasadas aparte, se tome por servicios del alto Señor y reparo de nuestras ánimas, a quien tan tenidos somos. Ahora sabréis cómo a mí es venido este santo hombre ermitaño y siervo de Dios, y según dice, nuestros contrarios querrán paz, mas conforme a buena conciencia que a puntos de honra, si así la queremos: solamente demanda para el efecto de ellos se nombren personas de ambas las partes que con buena voluntad, apartada la injusta pasión, lo determinen. Parecióme cosa muy justa que lo sepáis y deis el voto que mejor os pareciere porque aquél se siga.
Todos callaron por una gran pieza. Angriote de Estravaus se levantó y dijo:
—Pues que todos calláis, diré yo mi parecer—, y dijo al rey: —Señor, así por vuestra dignidad real y gran valor de vuestra persona y más por el muy gran amor que estos príncipes y caballeros tienen, tuvieron por bien de os tomar en esta jornada por su mayor, para que las cosas de la guerra y la paz sean por vuestro consejo guiadas, conociendo que ningún temor ni afición tendrá parte de os sojuzgar, y yo confío, por su virtud, que lo que por vos se determinase por ninguno de ellos sería contradicho, así que para lo uno y otro es vuestro poder bastante; pero pues que a vuestra merced place de oír lo que cada uno decir querrá, quiero que mi voto se sepa, el cual es que pues por nosotros se tiene la princesa Oriana con todo lo que con ella se hubo que sería gran sinrazón queriendo nuestros contrarios la paz, estando nuestras honras tan crecidas, habérsela de negar en esta demanda que tan poco aventuramos, y pues que al comienzo fueron nombrados don Cuadragante y don Brián de Monjaste, que así ahora lo deben ser, que su discreción y virtud es tan crecida que en la hora en que ahora lo tomaren en aquélla, y aun más allende lo dejaran, con asiento de paz o rotura de guerra.
Así como este caballero lo dijo se concertó por el rey y por aquellos señores, que estos dos caballeros, con acuerdo y consejo del rey, determinasen lo que habían de hacer en adelante.
Cómo el santo hambre Nasciano tornó con la respuesta del rey Perión al rey Lisuarte, y lo que se concertó.
Tomó el hombre bueno Nasciano al rey Lisuarte, como oísteis, y díjole lo que había hablado con el rey Perión y cómo todos por él se mandaban, que le parecía que la obra debería seguir y concertar con las palabras tan buenas que le había dicho. Como ya el rey determinado estuviese y muy ganoso de no dar más parte al enemigo malo de la que hasta allí había tenido, donde tanto daño redundado había, díjole:
—Padre, pues por mí no quedará, así como lo veréis, y quedad vos aquí con vuestra compaña en esta mi tienda y yo iré a hablar con estos reyes que tanto mal y peligro han recibido por sostener mi honra.
Entonces se fue a la tienda de Gasquilán, rey de Suesa, que aún en la cama estaba de la batalla que con Amadís hubo, como ya oísteis, e hizo llamar al rey Cildadán y a todos los mayores caballeros, así de los suyos como de los romanos, y díjoles lo que aquel hombre bueno ermitaño le había dicho, así al comienzo de su venida como ahora en la respuesta que del rey Perión traía, guardando lo que tocaba de Amadís y su hija, que no quiso que por entonces fuese manifiesto. Y rogóles mucho que le dijesen su parecer, porque si la salida de aquel concierto buena fuese o al contrario a todos su parte alcanzase. En especial quería saber el voto de los romanos, porque según la gran perdida que en perder a su señor habían habido, mucho le obligaban a él negando su propia voluntad la suya seguir. El rey Cildadán le dijo:
—Mi señor, gran razón es que a estos caballeros de Roma se les dé la parte que decís y tenéis por bien y el buen comedimiento vuestro les obliga en la fin seguir lo que vuestra voluntad fuere, así como yo y todos los otros que somos en vuestra obediencia lo habemos de hacer, juntos con este noble rey de Suesa, que para esto su querer no será diverso del nuestro, y ahora dirán ellos lo que quisieren.
Entonces habló aquel buen caballero Arquisil, se levantó y dijo:
—Si el emperador mi señor fuese vivo, así por su grandeza como por haber sido a causa suya esta contienda, a él convenía según su querer y voluntad tomar la paz o dar la guerra, mas pues que nosotros, los que de su sangre somos, y todos sus vasallos, a quien mandar y gobernar habemos, no somos ya más parte de aquélla que vos, mi buen señor rey Lisuarte, como su igual en la misma causa quisiereis tomar, para lo cual ya se os dijo y ahora se os dice que hasta que uno de nosotros vivo no quede nunca dejaremos de seguir el propósito que vuestra voluntad fuere, así que para lo uno y lo otro a vos, como más principal y que ya más esto presente toca que a ninguno, dejamos el cargo que hacerse debe.
Mucho fue el rey pagado de este caballero y todos cuantos allí eran, porque su respuesta fue muy conforme a toda discreción con gran esfuerzo, lo cual pocas veces en una concuerda, y díjole:
—Pues que en mí lo dejáis, yo lo tomo; si en algo se errase, mía sea la parte mayor, así como acertando la de la honra.
Con esto se fue a una tienda y mandó al rey Arbán de Norgales y a don Guilán el Cuidador que ellos tomasen cargo de hablar con los que el rey Perión nombrase y con su consejo se diese orden en la determinación, y luego dijo al ermitaño:
—Padre, paréceme pues que el negocio es llegado a tal punto que será bueno que tornéis al rey Perión y le digáis cómo yo tengo señalados estos dos caballeros para que con los suyos contraten, y que sería bien, porque las cosas semejantes siempre traen dilación, y estando en estos reales los heridos no pueden ser curados ni los mantenimientos para las gentes y bestias habidos, que los reales a un punto se levanten y él con todos los suyos se retraiga una jornada por donde vino y yo otra, que será a la mil villa de Luvania para dar orden en el reparo de esta gente que maltratada está, y hacer llevar al emperador a su tierra y que nuestros mensajeros hablen en lo que hacerse debe, y él y yo vendremos en lo mejor, y que él diga su voluntad a los suyos, yo así haré a los míos, y vos estaréis en medio para ser testigo de aquél que a la razón no se llegare, y que si menester fuere él y yo, con mi gente, nos podremos ver donde a vos os pareciere.
Al ermitaño plugo mucho de esto, porque bien vio que, el peligro estaba más alejado estándolo las gentes, que comoquiera que este santo hombre fuese de orden y de tan estrecha vida en lugar tan esquivo, primero fue caballero, y muy bueno, en armas en la corte del rey Lisuarte, y después de su hermano, el rey Falangrís, de manera que así como en lo divino tan acabado fuese, no dejaba por ende de entender bien lo temporal, que mucho lo había usado, y dijo al rey:
—Mi buen señor, bien me parece lo que decís, solamente queda que a día cierto sean vuestros mensajeros y los suyos aquí en este lugar, que es el medio camino, y podrá ser que con ayuda de aquel Señor, que sin Él ninguna cosa puede ser ayudada, se dará tal forma entre ellos que vos y el rey Perión os veáis cómo habéis dicho y se atajen las dilaciones que por las terceras personas suelen acaecer, y yo me volveré luego y os enviaré decir a la hora y sazón que el real podéis mandar levantar, que por aquélla se levante el otro.
Así se tomó el buen hombre al rey Perión y le dijo el concierto, que nada faltó. Al rey plugo de ello, pues que a tan gran ventaja suya los reales se alzaban, y con acuerdo de don Cuadragante y de don Brián de Monjaste mandó a pregonar que otro día bien de mañana fuesen todos prestos en quitar sus tiendas y otros aparejos para levantar de allí. El buen hombre así lo envió decir al rey Lisuarte y a lo más presto que él pudiese sería con él.
Pues la mañana venida, las trompetas fueron sonadas por los reales y alzadas las tiendas, y con mucho placer de los unos y de los otros movieron los reales cada uno donde debía ir. Mas ahora los dejaremos ir por sus caminos y contaros hemos del rey Arábigo, que suso en la montaña estaba, como ya oísteis.
De cómo, sabida por el rey Arábigo la partida de estas gentes, acordó de pelear con el rey Lisuarte.
Ya os hemos contado cómo el rey Arábigo y Barsinán, señor de Sansueña, y Arcalaus el Encantador y sus companas estaban metidos en lo más bravo y más fuerte de la montaña, aguardando el aviso de las escuchas que continuamente muy secreto sobre los reales tenían, las cuales vieron muy bien las batallas pasadas y asimismo la fortaleza de reales, donde ninguna de las partes podía recibir de noche ningún daño, y como hasta allí no hubiese vencimiento ninguno, antes siempre los reales parecían estar enteros, no se atrevió el rey Arábigo a salir de allí, pues que no había disposición para contentar a su deseo, y siempre su pensamiento fue de esperar a lo postrimero, que bien cuidaba que, aunque alguna pieza se detuviesen los unos con los otros, que al cabo la una parte había de ser vencida y mucho placer consigo porque de la primera no se mostraba el vencimiento, que durando la porfía más se acrecentaba el daño, que a la fin quedarían tales que con poco trabajo y menos peligro despacharía a los que quedasen, y quedaría señor de toda la tierra sin haber en ella quien se lo contradijese, y con mucho placer abrazaba a Arcalaus, loándole y agradeciéndole aquello que había pensado y prometiéndole grandes mercedes, diciéndole que ya no se podía errar de no ser restituido en los daños pasados con mucho más acrecentamiento que lo perdido. Pues así estando con mucho placer y alegría, vinieron las escuchas y dijéronle cómo las gentes habían alzado los reales y armados se volvían por los caminos que habían allí venido, que no podían pensar qué cosa fuese. Oído esto por el rey Arábigo, luego pensó que sobre alguna avenencia se podrían partir, acordó de antes acometer al rey Lisuarte que a Amadís, porque aquél, muerto o preso, Amadís tendría poco cuidado del bien ni del mal del reino, y que así lo podría todo ganar, pero dijo que no sería bien acometerlos hasta la noche, porque los tomarían más descuidados y a su salvo, y mandó a un sobrino suyo, que había nombre Esclavor, hombre muy sabido de guerra, que con diez de caballo muy encubiertamente siguiese el rastro y mirase bien dónde se aposentaban, el cual así lo hizo, que por lo más encubierto de aquella sierra iba mirando la gente que por el llano iba.