Amadís de Gaula (146 page)

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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
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El rey Perión llegó con la compaña que os digo al rey Lisuarte, y como se vieron salieron entrambos adelante el uno al otro y abrazáronse con buen talante, y cuando el rey Perión le vio así llagado y mal parado y las armas despedazadas, díjole:

—Paréceme, buen señor, que no partisteis del real tan mal tratado como ahora os veo, aunque allá vuestras armas no estuvieran en las fundas ni vuestra persona a la sombra de las tiendas.

—Mi señor —dijo el rey Lisuarte—, así tuve por bien que me vieseis porque sepáis qué tal estaba a la hora que Amadís y estos caballeros me socorrieron.

Entonces le contó todo lo más de la gran afrenta en que ha estado. El rey Perión hubo muy gran placer en saber lo que sus hijos habían hecho, con la buena ventura y honra tan grande que de ello sé les seguía, y dijo:

—Muchas gracias doy a Dios porque así se paró el pleito y porque vos, mi señor, seáis servido y ayudado por mis hijos y de mi linaje, que ciertamente comoquiera que las cosas hayan pasado entre nosotros, siempre fue y es mi deseo que os acaten y obedezcan como a señor y a padre.

El rey Lisuarte dijo:

—Dejemos ahora esto para más espacio, que yo fío en Dios que antes que de en uno nos partamos quedaremos juntos y atados con mucho deudo y amor para muchos tiempos.

Entonces miró y no vio a Agrajes, a quien en mucho tenía, así por su bondad como por el deudo grande de aquellos señores, y porque ya en su voluntad estaba determinado de hacer lo que adelante oiréis, no quiso que rastro de enojo ninguno quedase, que bien sabía cómo Agrajes más que otro ninguno se agraviaba de él y publicaba quererlo mal, y preguntó por él, y el rey Perión le dijo cómo por ruego suyo había quedado con las batallas porque no hubiese el desconcierto que entre la gente mucha suele haber no habiendo persona a quien teman y que los rija.

—Pues hacedle llamar —dijo el rey—, que no partiré de aquí hasta lo ver.

Entonces Amadís dijo a su padre:

—Señor, yo iré por él—, y esto hizo porque bien pensó que si por su ruego no viniese, que otro no le atraería. Y así lo hizo, que luego se fue donde la gente estaba y habló con Agrajes, y díjole todo lo que habían hecho y cómo habían desbaratado y destruido toda aquella gente y los presos que tenían y cómo viniéndose sin hablar al rey Lisuarte había salido tras él y lo que habían pasado, y que pues aquella enemistad iba tanto al cabo para ser amistad quedando su honra tan crecida, que le rogaba mucho se fuese con él, porque el rey Lisuarte no quería partir de allí sin le ver. Agrajes le dijo:

—Mi señor cohermano, ya sabéis vos que ni saña ni placer no ha de durar más de cuanto vuestra voluntad puede, y este acorro que habéis hecho a este rey quiera Dios que os sea mejor agradecido que los pasados, que no fueron pocos; pero entiendo que la pérdida y el daño sobre él ha venido, que así ha placido a Dios que sea, porque su mal conocimiento lo merecía, y así le acaecerá adelante si no muda su condición, y pues a vos place que le vea, hágase.

Y mandó a la gente que estuviesen quedas hasta que su mandado hubiesen.

Así se fueron entrambos, y llegando al rey, Agrajes le quiso besar las manos; mas él no se las dio, antes lo abrazó y túvole así una pieza, y dijo:

—¿Cuál ha sido para vos mayor afrenta, estar ahora conmigo abrazado o cuando estábamos en la batalla? Entiendo que ésta tendréis por mayor.

Todos rieron de aquello que el rey dijo, y Agrajes, con mucha mesura, le dijo:

—Señor, más tiempo será menester para que con determinada verdad pueda responder a esto que me preguntáis.

—Pues luego bien será, que nos vamos a reposar, y vos, mi buen señor —dijo al rey Perión—, iréis a ser mi huésped con estos caballeros que con vos vienen, y vuestra gente entre los que cupieren en la villa, y los otros por estos prados podrán albergar, y nosotros aposentarnos hemos en el monasterio y mandaré que todas las recuas de previsión que de mi tierra vienen al real se vengan aquí porque no falte lo que hubiéremos necesario.

El rey Perión se lo agradeció mucho, y díjole que le diese licencia, pues ya no los había menester, mas el rey Lisuarte no quiso, antes le ahincó tanto y el rey Cildadán con él, que lo hubo de hacer, y así juntos se volvieron al monasterio, donde fueron bien aposentados. Pues allí al rey Lisuarte curaron de sus heridas los maestros que él traía, pero todos no sabían ninguna cosa ante el maestro Helisabad, que éste así al rey como a todos los otros curó y sanó, que fue maravilla de lo ver, y también a Amadís y algunos de su parte que algunas heridas tenían, aunque no grandes. Pero el rey Lisuarte más estuvo de diez días que de la cama no se levantó, y cada día estaban allí con él el rey Perión y todos aquellos señores hablando en cosas de mucho placer, sin tocar a cosa que de paz ni de guerra fuese, sino solamente hablando y riendo de Arcalaus, y como siendo un caballero de baja condición y no de grande estado con sus artes había revuelto tantas gentes como habéis oído, y así se trajo a la memoria de cómo encantó a Amadís y cómo prendió al rey Lisuarte y hubo por grande engaño a su hija Oriana y murió por su causa Barsinán, señor de Sansueña, y cómo después hizo venir a los siete reyes a la batalla contra el rey Lisuarte y cómo tuvo al rey Perión y a Amadís y a don Florestán en la prisión, que fueron engañados por su sobrina Dinarda, y después cómo se escapó de don Galaor y de Norandel llamándose Branfiles, primo cohermano de don Grumedán, y ahora cómo había tomado a traer al rey Arábigo y aquellos caballeros y cómo tenía su hecho acabado si no se estorbara por tan gran ventura de se hallar tanto a mano aquel socorro y otras muchas cosas que de él contaban en burla, que en poco estuvieron de salir de verdad, de las cuales mucho reían. Entonces don Grumedán, que como en esta gran historia se os ha mostrado en todas sus cosas era un caballero muy entendido en todo, dijo:

—Veis aquí, buenos señores, por qué muchos se atreven a ser malos, porque mirando algunas buenas dichas que con sus malas obras el diablo les hace alcanzar con aquella dulzura que en ellas sienten no se curan ni piensan en las caídas tan deshonrosas y peligrosas que de ello a la fin les ocurre, que si mirásemos lo que de este Arcalaus habemos dicho que en su favor contarse puede, a estar ahora preso y viejo, y manco a la merced de sus enemigos, él solo bastaba para ser ejemplo que ninguno se desviase del camino de la virtud por seguir aquello que tanto daño y desventura trae; mas como las virtudes son ásperas de sufrir y hay en ellas muy ásperos senderos y las malas obras al contrario, y como todos naturalmente seamos más inclinados al mal que al bien, seguimos con toda afición aquello que más al presente nos agrada y contenta y descuidámonos de lo que, aunque al comienzo sea áspero, la salida y fin es bienaventurada y siguiendo más el apetito de nuestra mala voluntad que la justa razón, que es señora y madre de las virtudes, venimos a caer cuando más ensalzados estamos, donde ni el cuerpo ni el alma repararse pueden. Como este malo de obras Arcalaus el Encantador lo ha hecho.

Mucho pareció bien al rey Perión lo que este caballero dijo, y por hombre discreto le tuvo, y mucho preguntó después por él, que bien conoció que tal caballero como aquél digno y merecedor era de estar cabe los reyes.

En este medio tiempo llegó el hombre bueno santo Nasciano, con que todos hubieron gran placer, que así como hasta allí con la discordia todas las cosas a los unos y a los otros con grandes sobresaltos y fatigas del espíritu les habían venido, así ahora, tornando todo al revés, con la paz descansaban y reposaban sus ánimos con gran placer, cuando el buen hombre los vio juntas en todo amor donde no había tres días que se mataban con tanta crueldad, alzó las manos al cielo y dijo:

—¡Oh, Señor del mundo, que tan grande es la tu santa Piedad, y cómo la envías sobre aquéllos que algún conocimiento del tu santo Servicio tienen, que estos reyes enjuta de la heridas que se hicieron, causándolo el enemigo malo, y porque yo en el Tu nombre y con Tu gracia les puse en comienzo de buen camino, queriendo ellos haber conocimiento del yerro tan grande en que puestos estaban. Tú, Señor, lo has traído a tanto amor y buena voluntad cual nunca por persona alguna pensarse pudo. Pues así, Señor, te plega que permitiendo el cabo y la fin de esta paz, yo como tu siervo y pecador, antes que de ellos me parta les deje en tanto sosiego que dejando las cosas contrarias al su servicio entiendan en acrecentar en la Tu Santa Fe católica.

Este santo hombre ermitaño nunca hacía sino andar de los unos a los otros poniéndoles delante muchos ejemplos y doctrinas porque siguiesen y diesen buen cabo en aquello que él les había puesto, así que sus duros corazones ponía en toda blandura y razón.

Pues estando un día todos juntos en la cámara, el rey Lisuarte preguntó al rey Perión de quién habían sabido las nuevas de la gente que fue sobre él. El rey Perión le dijo cómo el doncel Esplandián lo había dicho a Amadís y que no sabía más. Entonces mandó llamar a Esplandián y preguntóle cómo fue él sabedor de aquella gente. Él le dijo cómo viniendo por mandado del buen hombre su amo, a él, al real, le halló partido, y que siguiendo su camino había visto descender toda la gente de la montaña a la parte donde él iba y que luego pensó, según la muchedumbre de ella y lo poco y mal parado que él llevaba, que se no podía quitar de ellos sin mucho peligro y que luego él y Sargil, a más correr de sus palafrenes, habían andado toda la noche sin parar y lo hicieron saber a Amadís. El rey Lisuarte le dijo:

—Esplandián, vos me hicisteis gran servicio y yo confío en Dios que de mí os será bien galardonado.

El hombre bueno dijo:

—Hijo, besad las manos al rey, vuestro señor, por lo que os dice.

El doncel llegó e hincó los hinojos y besóle las manos. El rey le tomó por la cabeza y llególe a sí y besóle en la faz y contra Amadís, y como Amadís tenía los ojos puestos en el doncel y en lo que el rey hacía, y vio que a tal sazón le miraba, embermejecióle el rostro, que bien conoció que el rey sabia ya todo el hecho de él y de Oriana y de cómo el doncel era su hijo, y tanto le contentó aquel amor que el rey a Esplandián mostró y así lo sintió en el corazón que le acrecentó su deseo de le servir mucho más, y eso mismo hizo al rey, que la vista y gracia de aquel mozo era tal para su contentamiento que mientras en medio estuviese no podría venir cosa que estorbase de se querer y amar.

Gasquilán, rey de Suesa, había quedado en el real maltratado de la batalla que con Amadís hubo y su gente con él, aquélla que de las batallas había escapado, y cuando el rey Lisuarte se partió de él rogóle mucho que se fuese en andas, y desviando por otro camino a la mano diestra lo más que pudiese de la montaña, y dejó con él personas que muy bien le guiasen, y así lo hizo, que tomó por una vega ayuso ribera de un río, el cual metió entre sí y la montaña, y albergó aquella noche so unos árboles, y otro día anduvo su camino, pero de grande espacio, así que con el rodeo que llevó no pudo ser en Luvaina de esos cinco días, y llegó al monasterio donde los reyes estaban, que no sabía nada de lo pasado, y cuando se lo dijeron fue muy triste por estar en disposición de no se hallar en cosa tan señalada, y como era muy follón y soberbio decía algunas cosas, quejándose con grande orgullo, que los que lo oían no le tenían a bien. Como el rey Perión y el rey Cildadán y aquellos señores supieron de su venida, salieron a él a la puerta del monasterio, donde en sus andas estaba y ayudáronle a descender de ellas y caballeros le tomaron en sus brazos y lo metieron donde el rey Lisuarte estaba echado, que así se lo envió él a rogar, y allí en la cámara donde el rey estaba le hicieron otra cama, donde le pusieron. Estando allí Gasquilán miró a todos los caballeros de la Ínsula Firme y violos tan hermosos y tan bien dispuesto y aderezados de atavíos de guerra que a su parecer nunca había visto gente que tan bien le pareciese, y preguntó cuál de aquéllos era Amadís vio que por él preguntaba, llegóse a él teniendo por la mano al rey Arbán de Norgales, y dijo:

—Mi buen Señor, vos seáis muy bien venido, y mucho me pluguiera de os hallar sano, más que así como estáis, que en tan buen hombre como vos sois mal empleado es el mal, mas placerá a Dios que presto habréis salud y lo que con desamor entre vos y mi hubo, con buenas obras será enmendado.

Gasquilán, como le vio tan hermoso y tan sosegado y con tanta cortesía, si no conociera tanto de su bondad, así por oídas como por le haber probado, no lo tuviera en mucho, que a su parecer más aparejado era para entre dueñas y doncellas que entre caballeros y actos de guerra, que como él fuese valiente de fuerza y corazón, así se preciaba de lo ser en la palabra, porque tenía creído que él muy esforzado había de ser, en todo era necesario que lo fuese, y si algo de ello le faltase, que lo menoscababa en su valor mucho, y por esto no tenía él por tacha ser soberbio, antes de ello se preciaba mucho, en lo cual, si engaño recibía, quien quiera lo pueda juzgar, y respondió a Amadís y díjole:

—Mi buen señor Amadís, vos sois el caballero del mundo que yo más ver deseaba, no para bien vuestro ni mío, antes para me combatir con vos hasta la muerte, y si como ahora con vos me avino os aviniera conmigo, y aquello que de vos recibí recibierais de mí demás de me tener por el más honrado caballero del mundo, cobrara por ello el amor de una señora que yo mucho amo, precio y quiero, por mandamiento de la cual os demandé hasta ahora y así me avino que no sé cómo ante ella parecer pueda, así que mi mal mucho más es lo que no se ve que lo que es claro y público a todos.

Amadís, que esto oyó, le dijo:

—De eso de vuestra amiga os debe mucho pesar asimismo; lo hace a mí, que de todo lo que se ganara en me vencer no debéis tener mucho cuidado, que según los vuestros hechos son tan grandes y famosos por todo el mundo y tan señalados en armas, no ganaréis mucho en cobrar a un caballero de tan poca nombraría como lo soy yo.

Entonces el rey Cildadán dijo al rey Lisuarte, riendo:

—Bien será que echéis el bastón entre estos dos caballeros.

Y fuese en placer para ellos y metiólos en otras burlas. Allí estuvieron estos reyes y caballeros en el monasterio muy servidos de todo lo que habían menester, que como el rey Lisuarte estuviese en su tierra hizo allí traer muchas viandas tan abastadamente que a todos daba grande contentamiento. El rey Perión le rogó muchas veces que le dejase con la gente ir a la Ínsula Firme y que luego haría allí venir los dos caballeros como estaba acordado entre ellos, mas el rey Lisuarte nunca lo quiso hacer, y díjole que pues Dios le había allí traído no le dejaría ir hasta que todo fuese despachado, así que el rey Perión hubo empacho de más se lo rogar y así aguardó a ver en qué pararía aquella tan buena voluntad que el rey Lisuarte mostraba. Arquisil habló con Amadís diciendo qué le mandaba hacer en su prisión, que presto estaba de cumplir la promesa que le tenía hecha. Amadís le dijo que él hablaría con él así en aquello como en otras cosas que había pensado, y que a la mañana, en oyendo misa hiciese traer su caballo, que en el campo le quería hablar; lo cual así hizo, que luego otro día cabalgaron en sus caballos, y saliéronse paseando al derredor de la villa, y cuando de todos fueron alongados, Amadís le dijo:

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