Amadís de Gaula (150 page)

Read Amadís de Gaula Online

Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
11.55Mb size Format: txt, pdf, ePub

Amadís dijo:

—Vuestro padre es muy cuerdo, y aunque otra cosa en lo secreto tuviese, en lo que a todos pareció muy contento queda y así se partió de nosotros. Ya señora sabréis cómo ha de venir aquí y la reina y vuestra hermana.

—Ya lo sé —dijo ella—, y el placer que mi corazón siente no lo puedo decir; a Nuestro Señor plega que así como está asentado se cumpla sin que en ello haya alguna mudanza, que podéis mi señor creer que después de vos no hay en el mundo persona que yo tanto ame como a él, aunque su gran crueldad debiera dar causa que con mucha razón tuviera lo contrario. Y ahora me decid de Esplandián, qué tal queda, y qué os parece de él.

—Esplandián —dijo Amadís—, en su parecer y costumbres es vuestro hijo, que no se puede más decir y mucho quisiera el santo hombre Nasciano traérosle, el cual será ahora aquí, que no quiso venir con la gente, mas el rey vuestro padre le rogó que se lo dejase llevar a la reina para que lo viese y que él se lo traería.

En estas y en otras cosas estuvieron hablando hasta que fue hora de cenar. Que el rey Perión se levantó y tomó al emperador y fuéronse a Oriana y dijéronle:

—Señora, tiempo es que nos acojamos a nuestras posadas.

Ella les dijo que se hiciese como más les contentase. Así se salieron todos y ellas quedaron tan alegres y contentas que maravilla era.

Todos cenaron aquella noche en la posada del rey Perión, que Amadís mandó que allí lo aparejasen, donde fueron muy bien servidos y abastados de todo lo que a tal menester convenía, donde tantos y tan grandes señores estaban. Después que cenaron vinieron juglares, que hicieron muchas maneras de juegos, de que hubieron gran placer, hasta que fuera ya tiempo de dormir, que se fueron todos a sus posadas, salvo Amadís, a quien el rey su padre mandó quedar, porque le quería hablar algunas cosas. Pues todos idos, el rey se acogió a su cámara y Amadís con él, y estando solos le dijo:

—Hijo Amadís, pues que a Dios Nuestro Señor plugo que con tanta honra tuya estas afrentas y grandes batallas pasaseis, que aunque en ellas muchos príncipes de gran valor y grandes caballeros hayan puesto sus personas y estados, a ti por la bondad de Dios se refiere la mayor gloria y fama, así como de lo contrario tu honra y gran fama aventuraba el mayor peligro, como conocido lo tienes. Ya otra cosa no nos queda sino que con aquel cuidado y tan gran diligencia que al comienzo de esta tan crecida afrenta constriñéndote tan gran necesidad allegaste y animaste a ti todos estos honrados caballeros, que ahora estando fuera de ella lo tengas mayor para te mostrar a ellos muy agradecido, remitiendo a sus voluntades lo que hacer se debe; así en estos presos que son tan grandes príncipes y señores de grandes tierras como pues que tú ya tienes mujer que ellos las hayan juntamente contigo, porque parezca que como en los males y peligros te fueron ayudadores, que así en los bienes y placeres te sean compañeros, y para esto yo remito a tu querer mi hija Melicia, que la des a aquél en quien bien empleada sea su virtud y gran hermosura, y lo semejante hacer puedes de Mabilia tu cohermana, pues bien entiendo que la reina Briolanja no saldrá ni seguirá sino tu parecer, también te acordarás de poner con éstas a tu amiga Grasinda y aun a la reina Sardamira, pues aquí está el emperador que mandarla puede, si a ellas les agrada casar en esta tierra no faltará igualdad de caballeros a sus estados y linaje, y acuérdate de tus hermanos, que son ya en disposición de haber mujeres en que puedan dejar generación que sostenga la vida y remembranza de sus memorias, y esto se haga luego, porque las buenas obras que con pena y dilación se hacen, muy gran parte pierden de su valor.

Amadís hincó los hinojos ante él y besóle las manos por lo que le dijo, que así como lo él mandaba se haría. Con este acuerdo se fue Amadís a su posada, y en la mañana se levantó, e hizo juntar todos aquellos señores en la posada de su cohermano Agrajes, y así juntos les dijo:

—Mis buenos señores, las grandes fatigas pasadas y la honra y prez que con ellas habéis ganado os dan licencia para que con mucha causa y razón a vuestros afanados espíritus algún descanso y reposo deis, y pues Dios ha querido que con vuestro deudo y amor las cosas que yo más en este mundo deseaba alcanzase, así quería que los que por vosotros se desean si algo en mi mano se os fuesen restituidas, por ende mis señores no hayáis empacho que vuestra voluntad manifiesta me sea así en lo que a vuestros amores y deseos toca, si alguna de estas señoras amáis y por mujeres las queréis, como en lo que hacerse debe de estos presos que por la gran virtud y esfuerzo de vuestros corazones vencisteis, porque cosa muy aguisada es, que como por causa suya muchas heridas con gran afrenta recibisteis, que ahora ellos padeciendo gocéis y descanséis en aquellos grandes señoríos que ellos poseyeron.

Mucho agradecieron todos aquellos señores lo que por Amadís se les profería, y muy contentos fueron de él y en lo que a sus casamientos tocaba; luego allí se señalaron Agrajes el primero, que tomaría a Olimpia su señora. Y don Bruneo de Bonamar le dijo que bien creía que sabía él que toda su esperanza de buena ventura tenía en Melicia su señora. Grasandor dijo que nunca su corazón fuera otorgado a ninguna mujer de cuantas viera, sino a la infanta Mabilia, y que aquélla amaba y preciaba y la demandada por mujer. Don Cuadragante le dijo:

—Mi buen señor, el tiempo y la juventud hasta aquí me han sido muy contrarios a ningún reposo, ni tener otro cuidado sino de mi caballo y armas, mas ya la razón y edad me convidan a tomar otro estilo y si a Grasinda le pluguiere casa en estas partes, yo la tomaré por mujer.

Don Florestán le dijo:

—Señor, como quiera que mi deseo fuese acabadas estas cosas en que hemos estado de luego pasar en Alemania, donde de parte de mi madre natural soy, así por la ver como a todo mi linaje, que según el gran tiempo que de allá salí apenas los conocería, si acá se puede ganar la voluntad de la reina Sardamira, podríase mudar mi propósito. Los otros caballeros le dijeron que le agradecían mucho su voluntad, pero que así porque por entonces sus corazones estaban libres de ser sujetos a ningunas de aquellas señoras ni a otras algunas, como por ser mancebos y no de mucho nombre, que la edad no les había dado más lugar para ganar más honra, de propósito estaban de no se entrometer en otras ganancias ni reposo sino en buscar las venturas donde sus cuerpos ejercitar pudiesen, y que así en lo de aquellas señoras que aquellos caballeros demandaban como en lo que de los presos les decía ellos se desistían de todo ello y él lo repartiese por ellos, pues que ya vida de más reposo y costa les placía tomar, y a ellos en las cosas de las armas y afrentas los pusiese donde él pensase que más fama y prez podrían ganar.

Amadís les dijo:

—Mis buenos señores, yo confío en Dios que esto que pedís será su servicio, y con su ayuda se hará, y pues estos caballeros mancebos en vos todo lo dejan, yo quiero luego repartirlo como mi juicio lo tiene determinado, y digo que vos, señor don Cuadragante, que sois hijo de rey y hermano de rey, y vuestro estado no iguala con gran parte con vuestro linaje y gran merecimiento, que hayáis el señorío de Sansueña, que pues el señor en vuestro poder está, sin mucho trabajo lo podéis haber, y vos, mi buen señor don Bruneo de Bonamar, demás de os otorgar desde ahora a mi hermana Melicia, habréis el reino del rey Arábigo con ella, y el señorío que del marqués vuestro padre esperáis lo traspaséis en Branfil vuestro hermano. Don Florestán mi hermano habrá a esta reina que pide y de más de lo que ella posee, que es la isla de Cerdeña, el emperador a mi ruego le dará todo el señorío de Calabria que fue de Salustaquidio. Vosotros, mis señores Agrajes y Grasandor, contentaos por el presente con los grandes reinos y señoríos que después de las vidas de vuestros padres esperáis, y yo con este rinconcillo de esta Ínsula Firme, hasta que Nuestro Señor traiga tiempo en que podamos haber más.

Todos otorgaron y loaron mucho lo que Amadís determinó y mucho le rogaron que así se hiciese como lo señalaba y porque si se hubiesen de contar las cosas que sobre estos casamientos pasaron con aquellas señoras y con el emperador en lo de la reina Sardamira, sería a la escritura gran prolijidad. Solamente sabréis que así como aquellos caballeros lo dijeron así a Amadís, lo cumplió todo, y el emperador lo que para don Florestán le pidió, y mucho más adelante, como la historia lo contará y fueron luego desposados por mano de aquel santo hombre Nasciano, quedando las bodas para el día que Amadís y el emperador las hiciesen.

Capítulo 121

Cómo don Bruneo de Bonamar y Angriote de Estravaus y Branfil fueron en Gaula por la reina Elisena y por don Galaor, y la ventura que les avino a la venida que volvieron.

Amadís dijo al rey su padre:

—Señor, bien será que enviéis por la reina, mi señora, y por don Galaor, mi hermano, para el cual tengo yo guardada a la hermosa reina Briolanja, con que siempre será bienaventurado, porque cuando el rey Lisuarte venga, como queda acordado, se hallen aquí.

—Así se haga —dijo el rey—, y yo escribiré a la reina y envía tú los que quisieres.

Don Bruneo se levantó y dijo:

—Yo quiero este viaje, si la vuestra merced pluguiere, y llevaré conmigo a mi hermano Branfil.

—Pues ese camino no se hará sin mí —dijo Angriote de Estravaus.

El rey Perión dijo:

—En vos, Angriote, Branfil, consiento, que don Bruneo no lo dice de verdad, que bien de cabe su amiga le quitare; no sería su amigo, y porque yo siempre lo he sido por no le perder no le daré la licencia.

Don Bruneo le respondió riendo:

—Señor, aunque ésta es la mayor merced de cuantas de vos he recibido, todavía quiero servir a la reina mi señora, porque de allí viene el contentamiento a todo lo otro.

—Así sea —dijo el rey—, y quiera Dios, mi buen amigo, que halléis a don Galaor, vuestro hermano, en disposición de poder venir.

Ysanjo, que allí estaba, dijo:

—Señor, bueno está, que yo lo supe de unos mercaderes que venían de Gaula e iban a la Gran Bretaña y por se asegurar vinieron por aquí, que hubieron miedo de la guerra que a la sazón había y yo les pregunté por don Galaor y me dijeron que lo vieron levantado y andar por la ciudad, pero harto flaco.

Todos hubieron mucho placer con aquellas nuevas, y el rey más que ninguno, que siempre su corazón traía afligido y acongojado con el mal de aquel hijo y tenía gran temor según la dolencia era larga de. le perder.

Pues luego otro día estos tres caballeros que oísteis mandaron aderezar una nao de todo lo que hubieron menester para aquel camino e hicieron en ella meter sus armas y caballos, y con sus escuderos y marineros que los guiasen se metieron en la mar, y como el tiempo hacía bueno y enderezado, y en poco espacio pasaron en Gaula, donde fueron de la reina muy bien recibidos, mas de don Galaor os digo que cuando los vio, tan grande fue el placer, que así flaco como estaba fue corriendo a los abrazar a todos tres, así los tuvo una pieza y las lágrimas le vinieron a los ojos y díjoles:

—¡Oh, mi señores y grandes amigos! ¿Cuándo querrá Dios que yo ante en vuestra compañía tornando a las armas, que tanto tiempo por mi desventura tengo desamparadas?

Angriote le dijo:

—Señor no os acongojéis, que Dios lo cumplirá todo como vos lo deseáis, y dejaos de todo sino solamente de saber las grandes nuevas y de mucha alegría que os traemos.

Entonces contaron a la reina y a él todas las cosas que habéis oído que pasaron, así el comienzo como la buena fin que en ello se daba. Cuando don Galaor lo oyó fue muy turbado y dijo:

—¡Ay, Santa María! ¿Y es verdad que todo eso ha pasado por el rey Lisuarte mi señor, sin que yo con él me hallase? Ahora puede decirse que Dios me ha hecho señalada merced en me dar en tal sazón tan gran dolencia, que por cierto aunque de la otra parte estaba el rey mi padre y mis hermanos, no pudiera excusar de no poner por su servició este mi cuerpo hasta la muerte, y cierto que si hasta aquí lo supiera, según mi flaqueza de congoja fuera muerto.

Don Bruneo le dijo:

—Señor, mejor está así, que con honra de todos y vos, ganando por mujer aquella muy hermosa reina Briolanja que vuestro hermano Amadís os tiene; está la paz hecha como lo veréis cuando allá llegaréis.

Entonces dieron la carta a la reina y dijéronle cómo su venida era para la llevar, porque fuese presente a las bodas de todos sus hijos y viese a la reina Brisena y a Oriana y a todas aquellas grandes señoras que allí estaban. Como esta reina fuese muy noble y amase a su marido y a sus hijos, y de tan grande afrenta y peligro los viese en tanto sosiego de paz, dio muchas gracias a Dios y dijo:

—Mi hijo don Galaor, mira esta carta y toma esfuerzo y ve a ver al rey tu padre y a tus hermanos, que según me parece allí hallarás al rey Lisuarte con más honra de tu linaje que él deseaba.

Angriote le dijo:

—Señora, eso podéis vos muy bien decir, que vuestro hijo Amadís es hoy toda la flor y fama del mundo, y en su voluntad y querer está la de todos los grandes que en el mundo viven y más valen, lo cual, buena señora, veréis por vuestros ojos, que en su casa y a su mandar son juntos emperadores y reyes y otros príncipes y grandes caballeros, que muchos le aman y le tienen en aquel grado que su valor merece, y por esto es menester que lo más presto que ser pueda sea vuestra ida que bien creemos que ya será allí el rey Lisuarte y la reina Brisena, su mujer, con su hija Leonoreta, para la entregar por mujer al emperador de Roma; al cual vuestro hijo Amadís ha puesto en aquel gran señorío que ya por suyo tiene.

Ella le dijo con muy grande alegría:

—Mis buenos amigos, luego se hará como lo decís y mandaré aderezar naos en que vaya.

Así se detuvieron aquellos caballeros con la reina ocho días, en cabo de los cuales las fustas fueron aparejadas de todas las cosas necesarias al viaje, y luego entraron en ellas con muy grande alegría de sus amigos, y comenzaron a navegar la vía de la Ínsula Firme.

Pues yendo por la mar, como os digo, con muy buen tiempo que les hacía, al tercero día vieron venir a su diestra un navío a vela y remos, y acordaron de lo esperar por saber quién dentro venía y también porque derechamente venía a la parte donde ellos iban, y cuando cerca llegó salió a ella un escudero de don Galaor en un batel y preguntó quién venía en el navío; uno de los que dentro estaban le dijo muy cortésmente, que una dueña que iba a la Ínsula Firme con muy gran prisa. El escudero cuando esto oyó, díjole:

Other books

The Mist by Carla Neggers
Indonesian Gold by Kerry B. Collison
Secrets by Erosa Knowles
City of Secrets by Stewart O'Nan
Brighter Buccaneer by Leslie Charteris
Before We Go Extinct by Karen Rivers