Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
Entonces el hombre bueno se lo contó todo, como ya habéis oído, que al rey Lisuarte lo dijera en el real en su tienda.
Cuando el doncel Esplandián, que el hombre bueno por la mano cabe sí tenía, oyó cómo aquellos dos reyes eran sus abuelos y Amadís su padre, si de ello le plugo no es de preguntar, y luego el ermitaño se hincó con él de hinojos ante ambos reyes y ante su padre y le hizo que les besase las manos, y ellos que le diesen su bendición. Amadís dijo al rey Lisuarte:
—Señor, así como de aquí adelante me place y conviene que os sirva, así será forzado de vos demandar mercedes, y la primera sea que pues el emperador de Roma no tiene mujer y es en disposición de la haber, que os plega darle a la infanta Leonoreta, vuestra hija; y a él ruego yo que las reciba, porque sus bodas y mías sean juntas y juntos quedemos por vuestro hijos.
El rey lo tuvo por bien de lo tomar en su deudo, y luego le otorgó a Leonoreta por mujer, y el emperador la recibió con mucho contentamiento.
El rey Lisuarte preguntó al rey Perión si había sabido algunas nuevas de don Galaor, su hijo. Él le dijo que después de su venida viniera Gandalín, que lo dejara algo mejor y que estaba con mucho cuidado de su mal y con gran temor de algún peligro.
—Yo os digo —dijo el rey— que aunque él es vuestro hijo, que no lo tengo yo en menos si no fuera por las diferencias que a tal sazón vinieron, yo por mi persona lo hubiera visitado, y mucho os ruego que enviéis por él si estuviese en disposición de venir, porque yo me partiré luego a Vindilisora, donde la reina mandé venir, y quiero por honra de Amadís con ella y con Leonoreta, mi hija, volverme luego a vosotros a la Ínsula Firme, donde se harán las bodas suyas y del emperador, y veremos las cosas extrañas que allí Apolidón dejó y si a don Galaor ende hallo, mucho placer me dará su vista, que gran tiempo le he deseado.
El rey Perión le dijo que así se haría luego como lo quería. Amadís besó las manos al rey Lisuarte por la merced y honra que le daba, y Agrajes le pidió mucho ahincado que enviase por don Galvanes, su tío, y por Madasima y los trajese consigo. El rey Lisuarte dijo que le placía de ello y que así se haría sin falta, y que luego, de mañana se quería partir, por se tornar presto, que ya era tiempo que aquellos caballeros y sus gentes se volviesen a sus tierras a descansar que bien menester les era, según los trabajos por ellos habían pasado y que todos hiciesen llevar sus navíos al puerto de la Ínsula Firme porque de allí embarcasen todos para sus caminos. El emperador rogó mucho al rey Lisuarte que mandase venir su flota a la Ínsula Firme y que pues él y la reina habían de volver allí que le diese licencia que se quería ir con Amadís que le había de hablar mucho en su hacienda. El rey se lo otorgó que así lo hiciese.
Cómo el rey Lisuarte llegó a la villa de Vindilisora, donde la reina Brisena, su mujer, estaba, y cómo con ella y con su hija acordó de se volver a la Ínsula Firme.
Consigo tomó el rey Lisuarte al rey Cildadán y a Gasquilán, rey de Suesa, y toda su gente y volvióse a la villa de Vindilisora, donde había enviado de mandar a la reina Brisena su mujer que le esperase. Pues no se cuenta más de cosa que le acaeciese, sino que a los cinco días llegó a la villa, mostrando mejor semblante que alegría llevaba en el corazón, que bien conocía que aunque Amadís quedaba por su hijo muy honrada su hija con él, y que así de él, como del emperador de Roma y del rey Perión y de todos los otros grandes señores quedaban por mayor y ellos todos a su ordenanza, no estaba en su voluntad satisfecho, porque toda esta honra y ganancia le vino sobre ser vencido y estrechado como se os ha contado y que Amadís contra quien él iba como contra enemigo mortal, se llevaba toda la gloria y tan gran tristeza se le había asentado en el corazón que en ninguna manera se podría alegrar, mas como ya en edad crecida fuese y estuviese muy cansado y enojado de ver tantas muertes y grandes males y todo entre cristianos y que las causas por donde venían eran mundanales perecederas y que a él como príncipe muy poderoso era dado de las quitar a su poder, aunque algo de su honra se menoscabase, lo cual había siempre seguido todo al contrario, teniendo en tanto la honra del mundo, que de todo punto le había hecho olvidar el reparo de su ánima y que con justa causa Dios le había dado tan grandes azotes, especial el postrimero que ya oísteis, consolábase y disimulaba como hombre de gran discreción, porque ninguno sintiese que su pensamiento estaba en al, sino en se tener por señor y mayor de todos y que con mucha honra lo había ganado. Pues con esta alegría fingida y con gesto muy apagado llegó donde la reina estaba con sus dueñas y doncellas muy ricamente vestidas, llevando por la mano al doncel Esplandián que las cosas pasadas así de peligro como de placer ya ella las sabía por Brandoibás, que de parte del rey del monasterio delante había venido a le dar placer. Como el rey entró en la sala, la reina vino a él e hincó los hinojos y quiso besar las manos, mas él las tiró a sí y levantándola con mucho amor la abrazó como aquélla a quien todo corazón amaba, y en tanto que las dueñas y doncellas llegaron a besar las manos al rey, la reina tomó entre sus brazos al doncel Esplandián que de hinojos delante de ella estaba y comenzóle de besar mucha veces y dijo:
—¡Oh, mi hermoso hijo bienaventurado! ¡Bendita sea aquella hora en que naciste! Y la bendición de Dios hayas y la mía que tanto bien por tu causa me ha venido y a Él plega por la su santa piedad que me dé lugar que este servicio tan grande, que al rey mi señor hiciste en ser causa después de Dios de la dar la vida yo lo pueda satisfacer.
Entonces llegaron el rey Cildadán y Gasquilán, rey de Suesa, a hablar a la reina, y ella los recibió con mucha cortesía, como aquélla que era una de las cuerdas y bien criadas dueñas del mundo y después a todos los otros caballeros que llegaron a le besar las manos. A esta sazón era ya tiempo de cenar y quedaron con el rey aquellos dos reyes y otros muchos caballeros a quien dieron en la cena muchos y diversos manjares, como en mesa de tal hombre y que tantas veces lo había dado y por costumbre lo tenía. Después que cenaron, el rey hizo quedar en su palacio aquellos reyes en muy ricos aposentamientos y él se acogió a la cámara de la reina y estando en su cama le dijo:
—Dueña, si por ventura os habéis maravillado de las nuevas que os ha dicho de Oriana vuestra hija y de Amadís de Gaula, también lo hago yo, que ciertamente bien creo que de vos y de mí estaba aquel pensamiento alejado y sin ninguna sospecha de ello, no me pesa sino porque antes no lo supimos, que excusarse pudieran tantas muertes y daños como de la causa de lo no saber han sucedido. Ahora que a nuestra noticia viene y ningún remedio se pudiera buscar ni dar, que con más deshonra no fuese, tomemos por remedio que Oriana quede con el marido que le plugo tomar, pues quitada la saña y pasión de medio, no hay hoy en el mundo emperador ni principe que a él se pueda igualar, y no solamente igualar mas que con su sobrada discreción y gran esfuerzo, él no pase, siendo la fortuna más favorable que a ninguno de los nacidos, que estando como un caballero andante pobre, tiene hoy a su mandar toda la flor de los grandes y pequeños que en el mundo viven, y Leonoreta será emperatriz de Roma, que es menester que pues yo de mi propia voluntad por honra de Amadís di palabra que seríamos vos y yo y Leonoreta en la Ínsula Firme, donde nos aguardan para dar cabo en todo, os aderecéis según que conviene y mostrando el rostro con tanta alegría dejando de hablar en las cosas pasadas como en los tales actos se conviene y debe hacer.
La reina le besó las manos porque así quiso forzar su saña y fuerte corazón y venir en lo asentado, y sin más replicar le dijo que como le mandaba se pondría en obra y que tales dos hijos le quedaban y todos los otros por causa de ellos a su servicio que lo tuviese por bien y diese muchas gracias a Dios, porque así lo quiso hacer aunque su fortuna de ello no hubiese sido conforme mucho a su voluntad:
—Así holgaron aquella noche y otro día se levantó el rey y mandó al rey Arbán de Norgales su mayordomo que hiciese aparejar muy prestamente todas las cosas necesarias para aquella ida y la reina así lo hizo, porque su hija fuese como convenía a emperatriz de tan alto señorío.
Cómo el rey Perión y sus compañas se tomaron a la Ínsula Firme, y de lo que hicieron antes que el rey Lisuarte así con ellos fuese.
Ahora dice la historia que el rey Perión y sus compañas, después que el rey Lisuarte de ellos se partió a do Brisena su mujer estaba, se tornaron luego todos con sus batallas muy concertadamente como allí habían venido y con mucho placer y alegría de sus corazones se fueron camino de la Ínsula Firme.
El emperador de Roma siempre posó con Amadís en su tienda, y entrambos dormían en una cama, que nunca una hora eran partidos de uno, y toda su gente y tiendas y atavíos eran en guarda de Brondajel de Roca como su mayordomo mayor, así como lo fuera del emperador Patín, su antecesor. Las jornadas que andaban eran muy pequeñas y siempre hallaban sus posadas en lugares muy placenteros y apacibles, cuanto hacían algún poco de compaña al rey Perión en su tienda, y luego se recogían todos juntos a las tiendas de Amadís y otras veces a las del emperador. Y como todos los más fuesen mancebos y de gran guisa y crianza, nunca estaban sino jugando y burlando en cosas de placer, así que llevaban la mejor vida que tuvieran grandes tiempos había. Pues así llegaron a la Ínsula Firme, donde hallaron a Oriana y a todas las grandes señoras que allí estaban en la huerta, tan hermosas y tan ricamente vestidas que maravilla era de las ver, que no creáis que parecían personas terrenales ni mortales, sino que Dios las había hecho en el cielo y las había allí enviado.
La grande alegría que los unos y otros hubieron en se ver así juntos y sanos con tanta .honra y concierto de paz, no se os podría en ninguna manera decir. El rey Perión iba delante, y todas le hicieron muy gran acatamiento y con mucha humildad le saludaron las que así les convenía hacer y las otras le besaron las manos. Amadís llevaba por la mano al emperador y llegóse a Oriana y díjole:
—Señora, hablad a este caballero y gran principe, que nunca os vio y mucho os ama.
Ella como ya sabía que era emperador y había de ser marido de su hermana, llegóse a él y quiso hincar los hinojos y besarle las manos, mas él se bajó con muy gran acatamiento y la levantó y dijo:
—Señora, yo soy el que me debo humillar ante vos y ante vuestro marido, porque él es señor de mi tierra y de mi persona, que podéis sin falta, señora, creer que de lo uno ni otro no se hará sino lo que su voluntad y vuestra fuere.
Oriana le dijo:
—Mi señor, eso consiento yo cuanto al buen agradecimiento vuestro, más al acatamiento que a la virtud y grandeza vuestra se debe, yo soy la que con mucha obediencia os debo tratar.
Él le dio muchas gracias por ello.
Agrajes y don Florestán y don Cuadragante y don Brián de Monjaste se fueron a la reina Sardamira y a Olinda y a Grasinda, que estaban juntas, y don Bruneo de Bonamar a la de su muy amada señora Melicia y los otros señores caballeros a las otras infantas y doncellas muy hermosas y de muy gran guisa que allí estaban, y con mucho placer hablaron con ellas en lo que más sabor habían.
Amadís tomó a Gastiles, sobrino del emperador de Constantinopla, y a Grasandor, hijo del rey de Bohemia, y llególos a la infanta Mabilia su prima y díjole:
—Mi buena señora, tomar estos príncipes y hacedles honra.
Ella los tomó por las manos y sentóse entre ambos. A Grasandor plugo mucho de esto, porque como os hemos contado, el día primero que la vio fue su corazón otorgado de la amar, y conociendo quién ella era, su grande bondad y gentileza y el gran deudo y amor que le tenía Amadís, determinado estaba de la demandar por mujer y esposa y deseaba mucho verla hablar y tratarla en alguna contratación y por esto hubo mucho placer de ser ver tan cerca de ella. Pero como esta infanta fuese una doncella tan extremada en toda bondad y honestidad y gracia con parte de hermosura, tan pagado fue Grasandor de ella que muy mayor afición que de antes tenía le puso. Y así como oís, estaban todos aquellos grandes señores razonando de aquello que más deseaban, sino Amadís que había gran deseo de hablar a su señora Oriana y no podía con el emperador, y como vio a la reina Briolanja que estaba cabe don Bruneo y su hermana Melicia fue para ella y trájola por la mano y dijo al emperador:
—Señor, hablad a esta señora y hacedle compañía.
El emperador volvió el rostro, que aun hasta allí nunca había quitado los ojos de Oriana que de ver su gran hermosura estaba espantado, y como vio la reina tan lozana y tan hermosa y a las otras señoras que con aquellos grandes caballeros estaban hablando, mucho se maravilló de ver personas de todas cuantas hubiese visto y dijo a Amadís:
—Mi buen señor, yo creo verdaderamente que estas señoras no son nacidas como las otras mujeres, sino que aquel gran sabedor Apolidón por su gran arte las hizo y, las dejó aquí en esta ínsula donde las hallastes, y no puedo pensar sino que ellas y yo estamos encantados, que puedo decir y es verdad, que si en todo el mundo tal compaña como esta se buscase, no sería posible poderse hallar.
Y Amadís le abrazó riendo y díjole si había en alguna corte por grande que fuese, visto otra tal compaña. Él le dijo:
—Por cierto yo ni otro alguno la pudo ver sino fuese en la del cielo.
Ellos así estando como oís, llegó a ellos el rey Perión, que había estado hablando gran pieza con la muy hermosa Grasinda, y tomó por la mano a la reina Briolanja y dijo al emperador:
—Buen señor, estemos vos y yo si a vos placerá con esta hermosa reina y Amadís hable con Oriana, que bien creo que con ella gran placer habrá.
Y así quedaron ambos con la reina Briolanja y Amadís se fue con grande alegría a su señora Oriana y con gran humildad se sentó con ella a una parte y díjole:
—¡Oh, señora! ¿Con qué servicio os puedo pagar la merced que me habéis hecho en que por vuestra voluntad sean descubiertos nuestros amores?
Oriana dijo:
—Señor, ya no es tiempo que por vos se me diga tanta cortesía ni yo la reciba, que yo soy la que os tengo de servir y seguir vuestra voluntad con aquella obediencia que mujer a su marido debe; de aquí adelante en esto quiero conocer el gran amor que me tenéis en ser tratada de vos mi señor como la razón lo consiente, y no en otra manera, y en esto no se hable más sino tanto quiero saber qué tal queda de mi padre y cómo tomó esto nuestro.