Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
—Barsinán, ves delante ti tu enemigo, que si éste muere despachado es todo. ¿No miras lo que hace el rey Lisuarte?
Barsinán tomó diez caballeros de los suyos que le aguardaban y dijo a Arcalaus:
—Ahora, ¡a él!, y muera, o muramos todos.
Entonces fueron para el rey y encontráronle de todas partes, así que le derribaron del caballo. Filispinel andaba siempre junto con los veinte caballeros que ya oísteis, con que fue a tentar la sierra, y se habían prometido compaña en aquella batalla. Como así vieron derribar al rey, díjoles:
—¡Oh, señores, ahora es tiempo de morir con él!
Entonces movieron todos y llegaron donde el rey estaba, y hallaron que le tenían derribado sobre él antes que se levantase y le habían tomado la espada, e hirieron en Barsinán y en Arcalaus y los suyos, que mal de su grado los apartaron de allí, mas ya la gente cargaba tanto de los contrarios a las voces que Arcalaus daba llamando a los suyos, que si la ventura no trajera por allí al rey Cildadán, y a Arquisil, y Norandel, y Brandoibás, con pieza de caballeros que socorrieron, el rey fuera perdido, mas éstos mataron tantos que por fuerza de armas cobraron al rey, que Norandel como llegó se dejó derribar del caballo e hirió de duros golpes a los que le tenían y cobró la espada del rey y púsosela en la mano y díjole:
—A éste mi caballo os acoged.
Y el rey así lo hizo y no partió de allí hasta que Brandoibás dio otro caballo a Norandel y le hizo cabalgar, y luego fueron a ayudar a los suyos, que se combatían tan reciamente que los contrarios no los osaban esperar. Arcalaus dijo a un caballero de los suyos:
—Di al rey Arábigo que por qué me deja matar.
Este caballero llegó al rey Arábigo y díjoselo, y él le dijo:
—Bien veo que pieza ha que era razón de los socorrer, mas dejábalo porque los contrarios se apartasen más de la villa; pero pues que lo quiere, así se haga.
Entonces tocaron las trompetas y fue con toda su gente y con él los seis caballeros de la Ínsula Sagitaria, y como los halló revueltos y cansados hirió a su salvo e hizo gran estrago en ellos. Aquellos seis caballeros que os digo hicieron cosas extrañas en derribar y matar cuantos alcanzaban, así que con los que ellos hicieron, como con la mucha gente holgada que con el rey Arábigo llegó, los del rey Lisuarte no los pudieron sufrir y comenzaron a perder el campo así como gente vencida.
El rey Lisuarte, que su hecho vio perdido y que en ninguna manera se podía cobrar, tomó consigo al rey Cildadán, y a Norandel, y a don Guilán, y Arquisil y otros de los más escogidos y púsose ante los suyos y mandó a la otra gente que se retrajesen a la villa que tenían cerca. ¿Qué os diré? Que en esta huida y vencimiento hizo tanto el rey en defender los suyos que nunca tanto su bondad y esfuerzo se mostró después que caballero fue como entonces, y asimismo todos los caballeros que con él se hallaron, pero al cabo con gran menoscabo de su gente, así muertos como muchos presos y otros heridos, fueron por fuerza embarrados por las puertas de la villa dentro, y como la gente se comenzó a apretar y los enemigos ya como cosa vencida a cargar sobre ellos, fueron muchos más los que allí se perdieron, y allí fueron derribados de los caballos el rey Arbán de Norgales y don Grumedán, con la seña del rey Lisuarte, y presos de los contrarios, y así lo fuera el rey si no porque algunos de los suyos se abrazaron con él y por fuerza lo metieron dentro en la villa, y luego las puertas fueron cerradas y la gente que allí entró fue muy poca.
Las contrarios se tiraron afuera porque les tiraban con arcos y con ballestas y llevaron consigo al rey Arbán y a don Grumedán con la seña del rey. Arcalaus quisiera que luego fueran muertos, mas el rey Arábigo no lo consintió, diciéndole que se sufriese que presto habrían al rey Lisuarte y a todos los otros y que con acuerdo de él y de otros grandes señores que allí estaban se haría de ellos justicia, y mandólos llevar a ciertos hombres de los suyos que los guardasen muy bien.
Así como os digo fue el rey Lisuarte vencido y desbaratado y su gente toda la más perdida, muertos y presos, y él y los otros con él encerrados en aquella flaca villa, donde si la muerte no, otra cosa no esperaban. Pues, ¿qué diremos que lo hizo, Dios y su ventura? Por cierto no, salvó él mismo, por tener las orejas abiertas y aparejadas, más para recibir las palabras dañosas en creer lo que aquellos malos Brocadán y Gandandel le dijeron de Amadís que lo que él con sus propios ojos veía, y más dio fe a las maldades de aquéllos que a las bondades de Amadís y de su linaje, por las cuales era puesto en la mayor altura de fama que ningún príncipe del mundo, pues dejando a Dios Nuestro Señor aparte, ¿quién le socorrerá? ¿Por ventura será reparado su daño y su peligro por Brocadán y Gandandel y los de su linaje? ¿O de aquéllos que tal oficio sin tener conciencia, como ellos tenían y tienen, que es haber envidia de los virtuosos y de los esforzados que por seguir virtud se ponen a los peligros y no envidia para desear de seguir lo que ellos siguen, sino para lo dañar y afear con todas sus fuerzas? Pues paréceme que si a éstos esperasen que prestamente sería vengada la muerte de Barsinán, señor de Sansueña, y la gran pérdida que el rey Arábigo hubo en la batalla de los siete reyes y la saña de Arcalaus. Pues, ¿de quién será remediado y socorrido? Por cierto, de aquel famoso y esforzado Amadís de Gaula, del cual otras muchas veces lo fue, como esta grande historia lo ha contado. Pues, ¿tenía mucha razón para ello, dejando el servicio de su señora aparte? Antes digo que, según los grandes y provechosos servicios, le habían hecho y el mal conocimiento que él hubo, con mucha razón y causa debiera ser en su total destrucción. Mas como este caballero fuese nacido en este mundo para ganar la gloria y la fama de él, no pensaba sino en actos nobles y de gran virtud, así como oiréis que lo hizo con este rey vencido, encerrado, puesto en el hilo de la muerte y su reino perdido.
Pues tornando al propósito, digo que después que el rey Lisuarte fue encerrado en aquélla su vida, el rey Arábigo se apartó en el campo donde estaba con aquellos grandes señores y demandándole su parecer para dar cabo en aquel negocio. Entre ellos hubo muchos acuerdos, unos contra otros, así como suele acaecer entre los que la ventura les es favorable, que tanto es el bien que no saben escoger de lo bueno lo mejor. Algunos de ellos decían que sería bueno descansar alguna pieza y hacer aparejos para el combate y poner entretanto grandes guardas porque el rey no se fuese. Otros decían que luego sería bien combatirlos antes que más remedios hacer pudiesen para su defensa, y que como estaban perdidos y medrosos, que presto serían entrados y tomados. Oído todo por el rey Arábigo, todos esperaban de seguir su determinación, porque él era el mayor y cabo de todos ellos, y dijo:
—Buenos señores y honrados caballeros, siempre oí decir que los hombres deben seguir la buena ventura cuando les viene y no buscar entrevalos ni achaques para lo dejar, antes con más corazón y diligencia tomar junto el trabajo, porque junto venga el placer, y por ende digo que sin más tardar Barsinán y el duque de Bristoya, con la gente que ellos querrán, se pasen luego de cabo de la villa, y yo y Arcalaus con el rey de la Profunda ínsula, y estos otros caballeros quedemos de esta otra, y con el aparejo que tenemos, que es este con que peleamos, sean luego acometidos nuestros enemigos antes que la noche venga, que no quedan dos horas del sol. Y si de este combate no los entramos, quitamos hemos afuera y la gente podrá refrescar algún tanto, y al alba del día tornemos a combatir, y de mí os digo, y así lo diré a todos los míos y a los otros que me seguir querrán, que no holgaré hasta morir o los tomar antes que coma ni beba, y así lo prometo como rey que mi muerte o la suya de mañana no faltará.
Grande esfuerzo y placer dio el rey Arábigo a aquellos señores, y así como lo él dijo y prometió lo otorgaron todos, y luego mandaron traer de sus provisiones muchas que traían, e hicieron comer y beber todas sus gentes, esforzándolos para el combate y diciéndoles que al cabo tenían para ser ricos y bienaventurados si por su poco corazón no lo perdiesen. Esto hecho, Barsinán, señor de Sansueña, y el duque de Bristoya, con la mitad de la gente se pasaron del cabo de la villa, y el rey Arábigo y la otra quedó a la otra parte, y luego se apearon todos y aparejaron para combatir en oyendo el son de las trompetas.
El rey Lisuarte, así como en la villa fue, no quiso holgar, que bien vio su perdimiento, y aunque conocía estar en parte donde mucho tiempo defender no se podía, acordó de poner todas sus fuerzas hasta el cabo de la mala ventura, morir como caballero antes de ser preso de aquellos tantos sus enemigos y mortales, y cuanto comió algo que los de la villa le dieron y a los suyos, luego repartió todos los caballeros con los de la villa en las partes del mundo donde más flaqueza estaba, amonestándoles y diciéndoles que después de Dios la salud y vida estaba en el defendimiento de sus manos y corazones, pero ellos eran tales que no habían menester quien buenos los hiciese, que cada uno por sí esperaba morir, como el rey su señor. Pues así estando como oís, los enemigos se vinieron de rondón al combate con aquel esfuerzo que los vencedores suelen tener, y sin ningún temor, cubiertos de sus escudos y sus lanzas en las manos, las que sanas pudieron haber, y los otros con sus espadas y los ballesteros y arqueros a sus espaldas llegaron al muro. Los de dentro los recibieron con muchas piedras y saetas, así de ballesteros como de arqueros, y como la cerca era muy baja y en algunos lugares rota, así se juntaron los unos con los otros, como si en el campo estuviesen; mas con aquel poco de defensa que los de dentro tenían, y más con su gran esfuerzo, se defendieron tan bravamente que los contrarios, perdido aquel ímpetu y arrebatamiento con que llegaron luego los más comenzaron a aflojar y desviábanse; y otros se combatían reciamente de manera que de ambas las partes hubo muchos muertos y heridos. El rey Arábigo y todos los otros capitanes que a caballo andaban nunca cesaban de meter la gente delante, y ellos llegaban a la cerca sin ningún recelo porque los suyos llegasen, y desde los caballos daban con las lanzas a los de encima del muro, así que en muy poco estuvo el rey Lisuarte de ser entrado, mas quísole Dios guardar en que la noche vino con grande oscuridad. Entonces la gente se tiró afuera, porque les fue mandado, y curaron de los heridos, y los otros se repartieron al derredor de la villa y pusieron muy gran guarda, y bien se tenían por dicho que otro día al primero combate era despachado el negocio, como lo fue.
Mas ahora os contaremos lo que Amadís y sus compañeros hicieron después que del rey Perión se partieron en socorro de este rey Lisuarte.
Cómo Amadís iba en socorro del rey Lisuarte, y lo que le aconteció en el camino antes que a él llegase.
Contado os habemos ya cómo aquel muy hermoso doncel Esplandián, con gran prisa, llegó al real del rey Perión e hizo saber a Amadís de Gaula la gran afrenta y peligro en que el rey Lisuarte, su señor, estaba, y cómo luego el rey Perión, con toda la gente, movió en su acorro trayendo la delantera Amadís con aquellos caballeros que ya oísteis, pues ahora os diremos lo que hicieron.
Amadís, después que de su padre se apartó, se aquejó mucho por llegar a tiempo que por él pudiese ser hecho aquel socorro y su señora conociese cómo con razón o sin ella siempre la tenía delante sus ojos para la servir. Y por gran prisa que a la gente dio, como el camino era largo, que desde donde él partió hasta el real donde el rey Lisuarte había estado cuando las grandes batallas hubieron, había cinco leguas, y desde allí hasta la villa de Luvaina ocho, así que eran por todas trece leguas, no pudo tanto andar que la noche no le tomase a más de tres leguas de la villa y con la gran oscuridad, y porque Amadís mandó a las guías que se acostasen, siempre a la parte de la montaña por atajar al rey Arábigo, que se le no pudiese acoger a algún lugar fuerte, erróse el camino que las guías desatinaron, y no sabía dónde ir ni si habían pasado la villa o si la dejaban atrás, lo cual dijeron luego a Amadís, y como lo oyó hubo tan gran pesar que se quería todo deshacer de congoja. Y comoquiera que él fuese el hombre del mundo más sufrido y que mejor sabía sojuzgar su saña en cualquier cosa de pasión, no se pudo entonces tanto refrenar que no se maldijese muchas veces a él y a su ventura, que tan contraria le era, y no había hombre que le hablar osase. Don Cuadragante, a quien también mucho pesaba por el rey Cildadán, que él mucho amaba y con quien tanto deudo tenía, se llegó a él y díjole:
—Buen señor, no toméis tanta congoja, que Dios sabe cuál es lo mejor, y si Él es servido por nosotros, este beneficio se haga a aquellos reyes y caballeros tanto nuestros amigos Él nos guiará, y si su voluntad no es, ninguno tiene poder de hacer otra cosa.
Y, ciertamente, según lo que después ocurrió, si aquel yerro no hubiera, no se diera tal salida ni tan honrosa para ellos, según se dio como adelante oiréis.
Pues así estando parado y que no sabían qué se hacer, preguntó Amadís a las guías si la montaña estaba cerca, y dijéronle que creían que si; según ellos, habían siempre guiado acostándose hacia ella como él les mandara; entonces dijo a Gandalín:
—Toma uno de éstos y trabaja por hallar alguna cuesta y sube en ella, que si la gente en real está, fuegos tendrán, y atina bien si algo vieres.
Gandalín así lo hizo, que como la sierra a la mano siniestra estuviese no hicieron sino andar todavía por aquella mano, y a cabo de una pieza halláronse al pie de la montaña, y Gandalín subió cuanto más pudo y miró ayuso a la parte de lo llano, y vio luego los fuegos de la gente, de que hubo muy gran placer, y llamó a la guía y mostróselos, y díjole si sabría atinar. Él dijo que sí. Entonces se tornaron a más andar sobre Amadís y la gente estaba, y contáronselo, de que hubo gran placer, y dijo:
—Pues que así es, guiad y andemos lo más presto que ser pueda, que ya gran pieza de la noche es pasada.
Así fueron todos tras la guía lo más ordenadamente que pudieron, que ellos no ,sabían del rey Perión ni él de ellos; mas de cuanto sería el rastro, tanto anduvieron y se acercaron a la villa que vieron los fuegos del real, que eran muchos, y si de ellos les plugo no es de contar, especialmente aquel esforzado de Amadís que en toda su vida nunca tanto en cosa se deseó hallar, porque el rey Lisuarte conociese que él era siempre el reparo de todas sus afrentas y que después de Dios por él se aseguraba su vida y todo su estado que bien cuidaba que de vencido o muerto de esto no podía escapar, según la poca gente suya y la mucha de sus contrarios, y que sin le ver ni hablar se tornaría, y a esta hora comenzaba a romper el alba y aún estarían de la villa una legua.