Amadís de Gaula (70 page)

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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
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Cuando Oriana esto oyó, perdida la color, fue muy desmayada pensando que Urganda, descubriendo algo de ella y de su amigo, serían en gran peligro y vergüenza puestos, y así lo fueron todas aquellas que allí amigos tenían, mas sobre todos lo tuvieron Mabilia y la doncella de Dinamarca, creyendo que sobre ellas el mayor peligro podía venir. Oriana miró a Amadís, que cerca le tenía, y como él entendió su temor, llegóse a ella y díjole:

—Señora, no hayáis miedo, que no se hablará así como vos pensáis.

Entonces dijo a la reina:

—Señora, preguntad a Urganda quién fue aquella que de aquí el tocado de las flores llevó.

Y la reina le dijo:

—Amiga, decidnos, si os pluguiere, esto que Amadís saber quiere.

Ella dijo riendo:

—Mejor lo debería él saber que no yo, que anduvo en compaña y llevó gran afán en la librar de las manos de Arcalaus el Encantador y de Lindoraque.

—¿Yo, señora? —dijo Amadís—. Esto no podría ser que yo la conociese ni a mí mismo, como vos lo sabéis, porque queriéndose de mí encubrir, como lo hizo, de vos en balde le trabajara.

—Pues que así es —dijo ella— quiero decir lo que de ello sé.

Entonces habló en una voz alta que todos lo oyeron, diciendo:

—Aunque Amadís como doncella allí aquella prueba la trajo, cierto es sino dueña y fuela por aquél que dio causa a que ella el tocado de las flores ganase, por le tan ahincadamente amar, y sabed que es natural del señorío del rey y vuestro y de parte de su madre no es de esta tierra, y en este señorío hace su morada y está bien heredada en él, y si algo le falta es no temer a su voluntad y a aquél que tanto ama como querría, y no os diré más de su hacienda ni Dios quiera que por mí se descubran las cosas que a otras convienen que encubiertas sean, y quien conocerla quisiere búsquela en el señorío del rey, donde su afán será perdido.

A Oriana se le sosegó el corazón y a todas las otras. La reina le dijo:

—Creo lo que decís, pero tanto como antes de ello sé, sino que pensando ser doncella, decís que es dueña.

—Esto basta, sin que de ello más sepáis —dijo Urganda—, pues que honrando vuestra corte mostró su gran lealtad.

Con esto que Oriana oyó fue sosegada de su alteración y todas las otras. Con esto se fueron a comer, que aderezado lo tenían, como en casa donde siempre acostumbraban hacer. Urganda pidió a la reina que la dejase aposentar con Oriana y con la reina Briolanja.

—Así sea —dijo la reina—, mas entiendo que sus locuras os enojarán.

—Más enojo harán —dijo Urganda— sus hermosuras a los caballeros que de ellas se guardaren, que contra ellas no bastará esfuerzo ni valentía ni discreción para les excusar el peligro más grave que la muerte.

La reina le dijo riendo:

—Entiendo que ligeramente les serán perdonados los caballeros que hasta ahora han atormentado y muerto.

Urganda hubo mucho placer de lo que la reina dijo, y despedida de ella se fue con Oriana a su aposentamiento, que era una cuadra en que cuatro camas había, una de la reina Briolanja, y otra de Oriana, y otra de Mabilia, y la otra para Urganda. Allí holgaron hablando en muchas cosas que placer les daban hasta que se acostaron. Mas, después que todas dormían, Urganda vio cómo Oriana despierta estaba, y díjole:

—Amiga y señora, si vos no dormís razón hay que os despierte aquél que nunca sin vuestra vista sueño ni holganza hubo, y así van las holganzas unas por otros.

Oriana hubo vergüenza de aquello que le decía, mas Urganda, que lo entendió, díjole:

—Mi señora, no temáis de mí, porque yo vuestros secretos sepa, que así como vos los guardaré, y si algo dijese será tan encubierto que cuando sabido sea ya el peligro de ello no podría dañar.

Oriana le dijo:

—Señora, hablad paso, porque de estas señoras que aquí están oído no sea.

Urganda dijo:

—De ese miedo yo os quitaré.

Entonces sacó un libro tan pequeño que en la mano se cerraba, e hízole poner allí la mano y comenzó a leer en él, y dijo:

—Ahora sabed que por cosa que les hagan no despertarán, y si alguna aquí entrare luego en el suelo caerá dormida.

Oriana se fue a la reina Briolanja y quísola despertar, mas no pudo y comenzó trabándola de la cabeza y de los brazos y colgándola de la cama, y otro tanto a Mabilia, mas ni por eso despertaron, y llamó a la doncella de Dinamarca, que a la puerta de la cuadra estaba, y como dentro entró cayó dormida. Entonces con mucho placer se fue a echar con Urganda en su cama, y díjole:

—Señora, mucho os ruego que pues vuestra gran discreción y saber alcanzas las cosas por venir, me digáis algo de aquello que a mí acaecer podría antes que venga.

Urganda la miró riendo, como en desdén, y dijo:

—Mi hija amada, ¿vos cuidáis que sabiendo lo que pedís si de vuestro daño fuese que lo haríais? No lo creáis, que lo que es por aquel muy alto Señor permitido y ordenado ninguno es poderoso de lo estorbar, así de bien como de mal, si él no lo remedia; mas pues que tanto sabor habéis que algo os diga, así lo haré, y mirad si sabiendo lo haréis algo de vuestra pro.

Entonces le dijo:

—En aquel tiempo que la gran cuita presente te será y por ti muchas gentes de gran tristeza atormentadas, saldrá el fuerte león con sus bestias y de los sus grandes bramidos los tus guardadores asombrados, serás dejada en sus muy fuertes uñas, y el afamado león derribará de la tu cabeza la alta corona, que más no será tuya, y el león hambriento será de la tu carne apoderado, así que la meterá en las sus cuevas, con que la su rabiosa hambre amansada será. Ahora, mi buena hija, mira lo que harás, que esto ahí ha de venir.

—Señora —dijo Oriana—, muy contenta fuera en no os haber preguntado nada, pues que en tan gran pavor me habéis puesto con tan extraño y cruel fin.

—Señora y hermosa hija —dijo ella—, no queráis vos saber aquello que vuestra discreción ni fuerza son para lo estorbar bastantes, pero de las cosas encubiertas muchas veces las personas temen aquello que de alegrarse debían, y en tanto sed vos muy leda, que Dios os ha hecho hija del mejor rey y reina del mundo con tanta hermosura que por maravilla es en todas partes divulgada y os hizo amar a aquél que sobre todos los que honra y prez tienen y procuran luce como el día sobre las tinieblas, del cual, según las cosas pasadas y por vos vistas, sin duda podéis segura estar de ser vos aquélla que más a su propia vida ama; de esto debéis, mi señora, recibir gran gloria en ser señora, sobre aquél que por su merecimiento del mundo todo, merecía ser señor y ahora es ya tiempo que estas señoras despertadas sean.

Entonces sacando el libro de la cuadra todas fueron en su acuerdo. Así como oís holgó allí Urganda, siendo muy viciosa de lo que menester había, y en cabo de algunos días rogó al rey que mandase juntar todos sus caballeros, y la reina sus dueñas y doncellas, porque les quería hablar antes que se partiese. Esto se hizo luego en una grande y hermosa sala ricamente guarnida, y Urganda se puso en lugar donde todos oírla pudiesen. Entonces dijo al rey;

—Señor, pues que las cartas que os envié a vos y a don Galaor guardasteis al tiempo que de vos se partió Beltenebros habiendo la espada ganado y la su doncella el tocado de las flores, ruégoos mucho que las hagáis aquí traer, porque claramente se conozca haber yo sabido las cosas antes que viniesen.

El rey las hizo traer y leer a todos, y vieron cómo todo aquello que en ellas se dijera se había enteramente cumplido, de que muy maravillados fueron, y mucho más del gran esfuerzo del rey en haber osado, sobre palabras tan temerosas, entrar en la batalla, y allí vieron cómo por los tres golpes que Beltenebros hizo fue la batalla vencida: el primero, cuando ante los pies de don Galaor derribó al rey Cildadán; el segundo, cuando mató aquel muy esforzado Sarmadán el León; el tercero, cuando socorrió al rey que Madanfabul, el bravo gigante de la Torre Bermeja, lo llevaba so el brazo a se meter en las naos y le cortó el brazo cabe el codo, de que socorrido el rey el gigante fue muerto. También se cumplió lo que de don Galaor dijo, que su cabeza sería puesta en poder de aquél que aquellos tres golpes haría. Esto fue cuando Amadís en su regazo lo tuvo como muerto al tiempo que a las doncellas que se lo demandaron lo entregó.

—Mas ahora —dijo Urganda— os quiero decir algunas cosas de las que por venir están, según los tiempos unos en pos de otros vinieren —y dijo así—: Contienda se levantará entre el gran culebro y el fuerte león en que muchas animalias bravas ayuntadas serán. Grande ira y saña les sobrevendrá, así que muchas de ellas la cruel muerte padecerán. Herido será el gran raposo romano de la uña del fuerte león, y cruelmente despedazada la su pelleja, por donde parte del gran culebro será en gran cuita. Aquella sazón la oveja mansa cubierta de lana negra entre ellos será puesta, y con la su grande humildad y amorosos halagos amansará la rigurosa y gran braveza de sus fuertes corazones y apartará los unos de los otros. Mas luego descenderán los lobos hambrientos de las ásperas montañas contra el gran culebro, y siendo de ellos vencido con todas sus animalias encerrado será en una de las cuevas. Y el tierno unicornio, poniendo la su boca en las orejas del fuerte león con los sus bramidos le hará del gran sueño despertar, y haciéndole tomar consigo algunas de las sus bravas animalias, con paso muy apresurado será en el socorro del gran culebro puesto y hallarlo ha mordido y adentellado de los hambrientos lobos, así que mucha de la su sangre por entre las sus fuertes conchas derramada será, y sacándolo de las sus rabiosas bocas, todos los lobos serán despedazados y maltrechos, y siendo restituida la vida del gran culebro lanzando de sus entrañas toda la su ponzoña, consentirá ser puesta en las crueles uñas del león de la blanca cervatilla que en la temerosa selva, dando contra el cielo los piadosos balidos, estará retraída. Ahora, buen rey, hazlo escribir, que así todo avendrá.

El rey dijo que así lo haría, pero que por entonces no entendía de ello nada.

—Pues tiempo vendrá —dijo— que a todos será muy manifiesto.

Y Urganda miró a Amadís y viole estar pensando, y díjole:

—Amadís, ¿qué piensas en lo que nada te aprovecha? Déjate de ello y piensa un mercado que has ahora de hacer. En aquel punto a la muerte serás llegado por la ajena vida y por la ajena sangre darás la tuya, y de aquel mercado, siendo tuyo en martirio, de otro será la ganancia y el galardón que dende habrás será saña y alongamiento de tu voluntad, y esa tan cruda y rica espada trastornará los tus huesos y tu carne en tal manera que serás en gran pobreza de la tu sangre y serás en tal estado que si la mitad del mundo tuyo fuese, la darías en tal que ella quebrada fuese o echada en algún lago donde nunca se cobrase, y ahora cata qué harás, que todo así como digo avendrá.

Amadís, viendo que todos en él los ojos tenían puestos, dijo con semblante alegre, así como lo él tenía:

—Señora, por las cosas pasadas de vos dichas podemos creer esta presente cosa ser verdadera, y como yo tengo creído ser mortal y no poder alcanzar más vida de la que a Dios pluguiere, más es mi cuidado en dar fin justamente en las grandes y graves cosas donde honra y fama se gana que en sostener la vida, así que si yo hubiese de temer las espantosas cosas, con más razón lo haría en las presentes que cada día me ocurren que en las ocultas que por venir están.

Urganda dijo:

—Tan gran trabajo sería pensar quitar el gran esfuerzo de ese vuestro corazón como sacar toda el agua de la mar.

Entonces dijo al rey:

—Señor, yo me quiero ir, acuérdeseos de lo que antes os dije, como quien vuestra honra y servicio desea. Cerrad las orejas a todos y más a aquéllos en quien malas obras sintiereis.

Con esto se despidió de todos y con sus cuatro compañeros, sin querer que otros algunos la acompañasen se fue a su nave, la cual entrada en la alta mar de una gran tiniebla fue cubierta.

Capítulo 61

De cómo el rey Lisuarte andaba hablando con sus caballeros que quería combatir la isla del Lago Ferviente por liberar de la prisión al rey Arbán de Norgales y Angriote de Estravaus, y cómo estando así vino una doncella gigante por la mar y demandó al rey, delante la reina y su corte, que Amadís se combatiese con Ardán Canileo, y si fuese vencido Ardán Canileo, quedaría la isla sujeta al rey y darían los presos que tanto sacar deseaban, y si Amadís fuese vencido, que no quedarían más de cuanto le dejasen llevar su cabeza a Madasima.

Partida Urganda, como habéis oído, pasando algunos días andando el rey Lisuarte por el campo hablando con sus caballeros en la pasada que hacer quería a la Ínsula de Mongaza, donde el Lago Ferviente, para sacar de la prisión al rey Arbán de Norgales y Angriote de Estravaus, vieron por la mar venir una nao que al puerto de aquella villa a desembarcar venía, y luego se fue allá por saber quién venía en ella. Cuando el rey llegó venía ya en un batel una doncella y dos escuderos, y como a la tierra llegaron, la doncella se levantó y preguntó si era allí el rey Lisuarte. Dijéronle que sí, mas mucho fueron todos maravillados de su grandeza, que en toda la corte no había caballero que con un gran palmo a ella igualase y todas sus facciones y miembros eran razón de su altura y era asaz hermosa y ricamente vestida, y dijo al rey:

—Señor, yo os traigo un mensaje, y si os pluguiere decirlo he ante la reina.

—Así se haga, dijo el rey. Y yendo a su palacio la doncella se fue tras él. Estando, pues, ante la reina y ante todos los caballeros y mujeres de la corte la doncella, preguntó si era allí Amadís de Gaula, aquél que antes Beltenebros se llamaba. Él respondió y dijo:

—Buena doncella, yo soy.

Ella lo miró de mal semblante, y dijo:

—Bien puede ser que vos seáis, mas ahora aparecerá si sois tan bueno como sois loado.

Entonces sacó dos cartas que los sellos de oro traían, y la una dio al rey y la otra a la reina, las cuales eran de creencia.

El rey dijo:

—Doncella, decid lo que quisiereis, que oíros hemos.

La doncella dijo:

—Señor Gromadaza, la giganta del Lago Ferviente, y la muy hermosa Madasima y Ardán Canileo el Dudado, que para los defender con ellas está, han sabido cómo queréis ir sobre su tierra para la tomar, y porque esto no se podría hacer sin gran pérdida de gente dicen así que lo pondrán en juicio de una batalla en esta guisa: que Ardán Canileo se combatirá con Amadís de Gaula, y si lo venciere o matare, que quedando la tierra libre le dejen llevar su cabeza al Lago Ferviente, y si él vencido o muerto . fuere, que darán toda su tierra a vos, señor, y al rey Arbán de Norgales y Angriote de Estravaus, que presos tienen, los cuales serán luego traídos aquí; y si Amadís tanto los ama como ellos piensan y quieren hacer verdadera la esperanza que en él tienen, otorgue la batalla por librar tales dos amigos, y si él fuere vencido o muerto llévelos Ardán Canileo, y si otorgar no la quiere, luego delante sí verá cortadas sus cabezas.

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