Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
Beltenebros estuvo con su señora tres días, después que ganara la espada y el tocado de flores, y al cuarto día salió de allí a medianoche solo, solamente sus armas y caballo, que a su escudero Enil él le mandó que se fuese a un castillo que al pie estaba de una montaña, cerca donde la batalla se había de dar, que era de un caballero viejo que Abradán se llamaba, del cual todos los caballeros andantes mucho servicio recibían, y esa noche pasó cabe la hueste del rey Lisuarte, y anduvo tanto, que al quinto día llegó allí y halló a Enil, que ese día había venido, con que mucho le plugo y del caballero fue muy bien recibido, y allí estando, llegaron dos escuderos, sobrinos del huésped, que veía de donde la batalla había de ser, y dijeron que el rey Cildadán era con sus caballeros llegado y que posaban en tiendas junto a la ribera de la mar y sacaban las armas y caballos y que vieran llegar allí a don Grumedán y Giontes, sobrino del rey Lisuarte, y que pusieran treguas hasta el día de la batalla, y asimismo que ninguno de los reyes metiese en ella más de cien caballeros, como asentado estaba. El huésped les dijo:
—Sobrinos, ¿qué os parece de esa gente, que Dios maldiga?.
—Buen tío —dijeron ellos—, no es de hablar según son fuertes y temerosos, que os diremos sino que, si Dios milagrosamente no ayuda a la parte de nuestro señor el rey, no es su poder contra ellos como nada.
Al huésped le vinieron las lágrimas a los ojos, y dijo:
—¡Oh, Señor poderoso, no desamparéis al mejor y más derecho rey del mundo!.
—Buen huésped —dijo Beltenebros—, no desmayéis por gente brava, que muchas veces la bondad y la vergüenza vences a la soberbia y valentía, y ruégoos mucho que lleguéis al rey y le digáis cómo en vuestra casa queda un caballero que se llama Beltenebros, que me haga saber el día de la batalla, porque yo seré ahí luego.
Cuando esto oyó, fue muy ledo, y dijo:
—¡Cómo, señor! ¿Vos sois el que envió a la corte del rey mi señor a don Cuadragante y el que mató aquel bravo gigante Famongomadán y a su hijo cuando llevaban presa a Leonoreta y a sus caballeros? Ahora os digo que si yo he hecho algún servicio a los caballeros andantes, que con este solo galardón me tengo por satisfecho de todos ellos, y lo que mandéis haré de grado.
Entonces, tomando consigo aquéllos sus sobrinos, se fue adonde ellos le guiaron, y halló que el rey Lisuarte y toda su compaña eran llegados a media legua de sus enemigos y que otro día sería la batalla, y díjole el mandado que llevaba, con que hizo al rey y a todos muy alegres, y dijo:
—Ya no nos falta sino un caballero para el cumplimiento de los ciento.
Don Grumedán dijo:
—Antes entiendo, señor, que os sobran, que Beltenebros bien vale por cinco.
De esto pesó mucho a don Galaor y Florestán y Agrajes, que no les placía de ninguna honra que al Beltenebros se diese, más por la envidia de sus grandes hechos que por otra enemistad alguna, mas calláronse.
Siendo avisado Abradán de lo por qué viniera, despedido del rey se tornó a su huésped, y contóle el placer y gran alegría que el rey y todos los suyos hubieron con su mandado y cómo para cumplimiento de los ciento no les faltaba más de un caballero. Oído esto de Enil, apartando a Beltenebros por una puerta e hincando los hinojos ante él, le dijo:
—Comoquiera que yo, señor, no os haya servido, atreviéndome a vuestra gran virtud, quiero demandaros merced y ruégoos por Dios que me lo otorguéis.
Beltenebros lo levantó suso, y dijo:
—Demanda lo que quisieres que yo hacer pueda.
Enil le quiso besar las manos, mas él no quiso, y dijo:
—Señor, demándoos que me hagáis caballero y que roguéis al rey que me meta en el cuento de los cien caballeros, pues que uno le falta.
Beltenebros le dijo:
—Amigo Enil, no entre en tu corazón querer comenzar tan gran hecho como éste será y tan peligroso. Y yo no lo digo. por no te hacer caballero, mas por lo que a ti conviene comenzar en otros más ligeros hechos.
—Mi buen señor —dijo Enil—, no puedo yo aventurar tanto peligro, aunque la muerte me sobreviniese, por ser en esta batalla cuanto es la honra grande que de ella ocurrirme puede, que si saliere vivo, siempre me será honra y prez en ser contado en el número de tales cien caballeros y seré por uno de ellos tenido, y si muriese, sea la muerte muy bien venida, porque mi memoria será junta con los otros preciados caballeros que allí han de morir.
A Beltenebros le vino una piedad amorosa al corazón, y dijo entre sí:
—Bien parece ser tú de aquel linaje del preciado y leal don Gandales, mi amo; y respondióle:
—Pues que así te place, así sea.
Luego se fue a su huésped y rogóle que le diese para aquél su escudero unas armas, que le quería hacer caballero. El huésped se las dio de buen grado, y velándolas aquella noche Enil en la capilla y dicha al alba del día una misa, hízole Beltenebros caballero, y luego se partió para la batalla y su huésped con él con los dos sus sobrinos, que les llevaban las armas, y llegando donde habían de ser, hallaron al buen rey Lisuarte que ordenaba sus caballeros para ir a sus enemigos, que en un campo llano le atendían, y cuando vio a Beltenebros, así él como los suyos, tomaron en sí muy gran esfuerzo, y Beltenebros dijo:
—Señor, vengo a cumplir mi promesa, y traigo un caballero conmigo en lugar de aquél que supe que os faltaba.
El rey lo recibió con mucha alegría, y el caballero suyo puso en el cumplimiento de los ciento.
Entonces movió contra sus enemigos, hecha un haz de su gente, que para más no había. Pero delante del rey, que enmedio del haz iba, pusieron a Beltenebros y su compañero, y don Galaor, y Florestán, y Agrajes, y a Gandalac, amo de don Galaor, y sus hijos Bramandil y Gavus, que ya don Galaor hiciera caballero, y Nicorán de la Puente Medrosa, y Dragonís, y Palomir, y Pinorante, y Giontes, sobrino del rey, y el preciado don Bruneo de Bonamar, y a su hermano Branfil, y don Guilán el Cuidador. Éstos iban delante, todos juntos, como oís, y delante de ellos iba aquel honrado preciado viejo don Grumedán, amo de la reina Brisena, con la seña del rey.
El rey Cildadán tenía su gente muy bien parada, y delante de sí, los gigantes, que eran muy esquiva gente, y con ellos, veinte caballeros de su linaje de ellos, que eran muy valientes, y mandó estar en un otero pequeño a Madanfabul, el gigante de la Ínsula de la Torre Bermeja, y diez caballeros con él, los más preciados que allí tenía, y mandó que no moviesen dende hasta que la batalla vuelta fuese y todos fuesen cansados, y que entonces, hiriendo bravamente, procurasen de matar o prender al rey Lisuarte y lo llevar a las naos.
Así como oís, se fueron unos a otros con mucha ordenanza y muy paso. Mas cuando fueron llegados, encontráronse los que delante iban tan bravamente, que muchos de ellos al suelo fueron, mas luego se juntaron las batallas ambas, con tan gran saña y crudeza que la fuerte valentía suya dio causa que muchos caballos por el campo, sin sus señores, quedando ellos muertos y otros mal llagados. Así que con mucha causa se puede decir ser aquel día airado y doloroso para aquéllos que allí se hallaron.
Pues hiriendo y matando unos a otros pasó la tercia parte del día, sin saber ninguna holganza con tanto rigor y trabajo de todos, que por ser el gran hervor del verano, con el gran calor que hacía, así ellos como sus caballos, muy lasos y cansados, andaban a maravilla, y los llagados perdían mucha sangre, de manera que las vidas, no pudiendo sostener, muertos allí en el campo quedaban, especialmente aquéllos que de los fuertes gigantes heridos eran. En aquella hora, Beltenebros hacía grandes maravillas en armas, teniendo aquélla su muy buena espada en su mano, derribando y matando los que delante sí hallaba, aunque mucho le impedía el cuidado de guardar al rey en las grandes prisas donde le veía, que como siendo vencido la entera deshonra suya fuese, así lo era la gloria siendo vencedor, y esto le daba causa de poner en la mayor afrenta a sus guardadores, mas visto por don Galaor y Florestán y Agrajes las extrañas cosas por Beltenebros hechas, iban teniendo con él, dando y sufriendo tantos golpes que la grande envidia habida de ellos hizo señalar en gran ventaja de todos los de su parte, y don Bruneo se juntaba con ellos y aguardaba a don Galaor, que como león sañudo por se igualar a la bondad de Beltenegros, no temiendo los fuertes golpes de los gigantes ni la muerte que a otros veía ante sus ojos padecer, se metía con la su espada entre sus enemigos, hiriendo y matando con ellos, y yendo así como oís, con corazón tan airado y sañudo, vio delante sí al gigante Cildadán de la montaña Defendida, que con una pesada hacha daba tan grandes golpes a los que alcanzar podía, que más de seis caballeros derribados tenía, pero que estaba llagado en el hombro de un golpe que don Florestán le diera, que le salía mucha sangre, y don Galaor apretó la espada en la mano y fue para él y diole un tan gran golpe por encima de su yelmo en soslayo, que todo cuanto alcanzó de él con la una oreja, le derribó, y no parando allí la espada, cortóla hasta de la hacha por cabe las manos. Cuando el gigante tan cerca lo vio, no teniendo con qué herirlo pudiese, echó los brazos en él con tanta fuerza que, quebradas las cinchas, llevó tras sí la silla, y don Galaor cayó al suelo, teniéndole tan apretado que nunca de sus fuertes brazos salir pudo, antes le parecía que todos los sus huesos le menuzaban, mas antes que el sentido perdiese, don Galaor cobró la espada que colgada de la cadena tenía, metiéndosela al gigante por la vista, hízole perder la fuerza de los brazos, así que a poco rato fue muerto. Él se levantó tan cansado de la grande fuerza que pusiera y de la mucha sangre que de las heridas se le iba, que la espada nunca sacar pudo de la cabeza del gigante, y allí se ayuntaron de ambas partes muchos caballeros por los socorrer, que hicieron la batalla más dura y cruel que en todo el día había sido, entre los cuales llegó el rey Cildadán le da su parte y Beltenebros de la otra, y dio al rey Cildadán dos golpes de la espada en la cabeza, tan grandes, que, desapoderado de toda su fuerza, le hizo caer del caballo ante los pies de don Galaor, el cual le tomó la espada que es le cayera y comenzó con ella a dar grandes golpes a todas partes, hasta que la fuerza y el sentido le faltó, y no se pudiendo tener, cayó sobre el rey Cildadán así como muerto. A esta hora se juntaron los gigantes Gandalac y Albadanzor e hiriéronse ambos de las mazas, de tan fuertes golpes que ellos y los caballos fueron a tierra, y Albadanzor hubo él un brazo quebrado y Gandalac la pierna, mas él y sus hijos mataron a Albadanzor. Entonces eran de ambas partes muertos más de ciento y veinte caballeros y pasaba el mediodía, y Madanfabul, el gigante de la Ínsula de la Torre Bermeja, que en el otero estaba, como ya oísteis, miró a esta sazón la batalla, y como vio tantos muertos y los otros cansados y sus armas por muchos lugares rotas y los caballos heridos, pensó que ligeramente con sus compañeros podía a los unos y otros vencer, y movió del otero tan recio y tan sañudo que maravilla era, diciendo a grandes voces a los suyos:
—¡No quede hombre a vida y yo tomaré o mataré al rey Lisuarte.
Y Beltenebros, que así lo vio venir, que entonces tomara un caballo holgando de uno de los sobrinos de Abradán, su huésped, púsose delante del rey llamando a Florestán y Agrajes, que cabe sí vio, y con ellos se juntaron don Bruneo de Bonamar, y Branfil, y Guilán el Cuidador, y Enil, que mucho en aquella batalla había hecho, por donde siempre en gran fama tenido fue.
Todos éstos, aunque de grandes heridas ellos y sus caballos estaban, se pusieron delante del rey, y delante de Madanfabul venía un caballero llamado Sarmadán el León, el más fuerte y valiente en armas que todos los del linaje del rey Cildadán, y era su tío. Y Beltenebros salió de los suyos a él, y Sarmadán le hirió con la lanza en el escudo, y aunque se quebró, pasóselo e hízole una llaga, mas no grande, y Beltenebros lo hirió de la espada en posando cabe él en derecho de la vista del yelmo, al través de tal golpe que los ojos entrambos fueron quebrados y dio con él en el suelo sin sentido ninguno, mas Madanfabul y los que con él venían hirieron tan bravamente, que los más que con el rey Lisuarte estaban fueron derribados, y Madanfabul fue derecho para el rey con tanta braveza que los que con él estaban no fueron poderosos de se lo defender, por heridas que le diesen, y echóle el brazo sobre el pescuezo y tan recio le apretó que, desapoderado de toda su fuerza, lo arrancó de la silla e íbase con él a las naos. Beltenebros, que así lo vio llevar, dijo:
—¡Oh, Señor Dios!, no os plega que tal enojo haya Oriana, e hirió el caballo de las espuelas y su espada en la mano, alcanzando al gigante de toda su fuerza lo hirió en el brazo diestro con que al rey llevaba y cortóselo cabe el codo y cortó al rey una parte de la loriga, que le hizo una llaga de que mucha sangre se salió, y quedando él en el suelo, el gigante huyó como hombre tullido. Cuando Beltenebros vio que por aquel golpe había muerto aquel bravo gigante y librado al rey de tal peligro, comenzó a decir a grandes voces:
—¡Gaula, Gaula, que yo soy Amadís!.
Y esto decía hiriendo en los enemigos, derribando y matando muchos de ellos, lo cual era en aquella sazón muy necesario, porque los caballeros de su parte estaban muy destrozados, de ellos heridos y otros a pie y otros muertos. Y los enemigos habían llegado holgados y con grande esfuerzo y con gran voluntad de matar cuantos alcanzasen, y por esta causa se daba Amadís gran prisa.
Así que bien se puede decir que el su grande esfuerzo era el reparo y amparo de todos los de su parte, y lo que más embravecer le hacía era don Galaor, su hermano, que a pie lo vio muy cansado y después no lo había visto, aunque por él mucho mirado había, y cuidó que era muerto, y con esto no encontraba caballero que lo no matase.
Cuando los del rey Cildadán vieron tanto daño en los de su parte y las grandes cosas que Amadís hacía, tomaron por caudillo a un caballero del linaje de los gigantes, muy valiente, que Gandacuriel había nombre y hacía tal estrago en los contrarios, que de todos era mirado y señalado y con él pensaban vencer a sus enemigos. Mas a esta hora, Amadís, con gran saña que traía y gana de matar los que alcanzaba, metióse entre los contrarios, tanto que se hubiera de perder. Y habiendo ya el rey Lisuarte tomado un caballo, estando con él don Bruneo de Bonamar, y don Florestán, y don Guilán el Cuidador, y Ladasín y Galvanes sin Tierra, y Olivas, y Grumedán, el cual la seña le habían entre sus brazos cortado, viendo a Amadís en peligro socorrióle como buen rey, aunque de muchas heridas andaba llagado, con gran placer de todos por saber que aquel Beltenebros Amadís fuese, y todos juntos entraron entre sus enemigos hiriendo y matando, así que no los osaban atender. Y dejaban a Amadís ir donde quería, de manera que la ventura lo guió donde Agrajes, su primo, y Palomir, y Branfil, y Dragonis estaban a pie, que los caballos les habían muerto, y muchos caballeros sobre ellos que matarlos querían, y ellos estaban juntos y se defendían muy bravamente, y como así los vio, dio voces a don Florestán, su hermano, y a Guilán el Cuidador, y con ellos los socorrió, y salió a él un caballero muy señalado, que Vadamigar había nombre, al cual el yelmo de la cabeza habían derribado, y dio a Amadís una gran lanzada por el cuello del caballo, que el hierro de la lanza le pasó de la otra parte, mas él lo alcanzó con la espada y hendióle hasta las orejas, y como cayó, dijo: