Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
El rey Lisuarte, que iba por su camino, siempre tuvo recelo de aquella gente, aunque no sabía cierto dónde estuviese, mas de lo que algunos de los de la tierra le habían dicho, como siempre veían gente en aquella montaña a la parte de la mar, mas ninguno a ella acostarse osaba; ni el rey había tenido tiempo de proveer en ello lo que menester era, tanto tenía que hacer en lo que delante sí tenía. Y yendo por su camino, como dicho es, fue avisado de algunos de la comarca cómo habían visto gente de caballo ir encubiertos por encima de los cerros de aquella sierra. El rey, como fuese muy apercibido y de vivo corazón, luego pensó lo que vino, que no se podría partir de aquella gente si a su parte acostasen sin gran batalla, la cual por entonces temía, por ver su gente tan maltratada de las batallas pasadas; pero con su fuerte corazón no tardó de poner el remedio que cumplía, y llamando al rey Cildadán y a los capitanes todos, les dijo las nuevas que había sabido de aquellas gentes y que les rogaba tuviesen todas sus gentes armadas y en buena orden, porque si menester fuese los hallasen con aquel recaudo que convenía a caballeros. Todos le respondieron que así como lo mandaba se cumpliría por ellos y que creyese que antes que mengua ni daño recibiesen perderían las vidas. Algunos hubo que secretamente le dijeron que lo debía hacer saber al rey Perión, porque aquella gente era mucha y holgada y que había recelo que no se podría sin gran peligro de ellos partir, que mirasen que todos eran sus enemigos, que si la ventura contraria le fuese que no habría en ellos piedad ni dejarían de hacer el mal que pudiesen. Éstos fueron don Grumedán y Brandoibás, que hacían cuenta si esto se hiciese que el rey su señor no habría de quien temer y que por este camino la paz sería más firme y abreviada entre ellos. Mas el rey, que como muchas veces os hemos dicho, siempre temió más la pérdida de la honra que el aseguramiento de la vida, respondióles que las cosas no estaban tanto al cabo del bien que quisiese encargarse de sus contrarios, que podría ser que lo que ahora se les figuraba gran afrenta que al fin saldría al contrario y que no pensasen en ál, sino en herir reciamente a los enemigos si viniesen, como siempre en las cosas de mayores afrentas que aquélla era en que se habían visto lo hicieran. Y luego mandó a Filispinel que con veinte caballeros se acostasen a la montaña y lo más cuerdamente que pudiese ser, de manera que no se perdiese tomase algún aviso, y así lo hizo como él lo mandó. Entretanto, hizo reposar la gente, que había ya andado hasta cuatro leguas, y que las bestias refrescasen porque si ser pudiese llegasen a Luvaina sin más reparar, porque él más temía de ser acometido de noche que de día, y si la gente reparase que no sería en su mano según estaban fatigados de los poder excusar que se no desarmasen y no durmiesen, de manera que asaz poca gente le podría desbaratar, y cuanto una pieza reposaron mandó que cabalgasen y llevó delante sí todo el fardaje y los heridos, aunque en aquellos días de la tregua había enviado todos los más a aquella villa.
Filispinel se fue derecho a la montaña y con gran recaudo que puso sintió luego las espías y la gente de Esclavor, y cuando él con los más de los que llevaba fue a vista de los contrarios envió el aviso al rey, haciéndole saber cómo había hallado aquellos pocos caballeros que siempre iban atalayando y que creía que la otra gente no estaría muy lejos. El rey no hacía sino andar su camino con harta prisa, porque la afrenta, si viniese, le tomase cerca de aquélla su villa, que hacía cuenta que, aunque bien cercada no estuviese, que mejor en ella que en el campo se podría reparar. Así que en poca de hora se alejó gran pieza de la montaña.
Esclavor, sobrino del rey Arábigo, como vio lo habían descubierto, enviólo hacer saber a su tío y que su parecer era que sin detenimiento alguno debería descender de la montaña a lo llano, que pues descubiertos eran que el rey Lisuarte no quería parar, sino en parte que a su ventaja fuese. Cuando este mensajero llegó al rey Arábigo, toda su gente estaba de buen reposo, aparejando para la noche, sin pensamiento alguno de acometer a sus enemigos de día, y no pudieron tan presto armarse y cabalgar que como la gente mucha fuese que gran pieza no tardase y lo que más embarazo les puso fue los malos pasos de la montaña, que así como para se defender habían escogido lo más áspero y fuerte, así para ofender lo hallaban muy contrario. Pues así como oís, esta gente comenzó a seguir al rey Lisuarte, pero antes que de la montaña saliesen él iba ya tan gran trecho que por mucho que, después que a lo llano salieron y aguijaron tras él, no lo pudieron alcanzar hasta bien cerca de la villa; mas Arcalaus, como sabía la tierra, iba dirigiendo al rey Arábigo que se no aquejase porque la gente no se fatigase, que pues a vista los llevan no era posible podérseles ir y que no tuviesen en nada que se le acogiesen a la villa, que él la sabía muy bien, y que más peligroso estaría en ellas que en el campo, según sus pocas fuerzas.
En este comedio acaeció que por voluntad de Dios, porque aquella mala gente su mal deseo no pusiese en efecto, que el buen hombre y santo ermitaño envió a Esplandián, su criado, y a Sargil, su sobrino, al rey Lisuarte a le hacer saber cómo el negocio estaba en buen estado y que lo más presto que él pudiese seria con él el Luvaina para dar orden cómo los cuatro caballeros de ambas partes se juntasen. Cuando estos donceles llegaron al real del rey, halláronlo partido pieza había, y ellos siguieron la vía que llevaba y anduvieron tanto que llegaron al lugar donde el rey había reposado y allí supieron cómo iba con recelo y con más prisa y apresuraron su camino por lo alcanzar, y antes que la hueste del rey viesen vieron descender la gente de la montaña a gran andar y luego pensaron que era la del rey Arábigo, que estando con la reina Brisena oyeron decir de aquella gente. Y vieron cómo la reina enviaba lagunas gentes de unos lugares a otros a la parte donde se decía estar aquella compaña, y como así lo viesen ir con tanto poder y el rey su señor con tan poco y tan fatigada su gente que los no podría sufrir y se vería en tan gran peligro, de lo cual Esplandián mucho dolor y pesar hubo. Dijo a Sargil:
—Hermano, sígueme y no holguemos hasta que si ser pudiere el rey mi señor sea socorrido, porque aquella mala gente no le puedan empecer.
Entonces volvieron las riendas a los palafrenes y tornaron por el camino, que venían al más andar que pudieron todo lo que del día les quedó y de la noche, que nunca pasaron, y otro día al alba llegaron al real del rey Perión, que aquel día no había andado más de cuatro leguas, y halló asentado su real en una ribera de muchos árboles y huertas y tenía a la parte de la montaña su guarda de muchos caballeros, porque también hubo nuevas de unos pastores de aquella gente, y como movían del lugar donde estaban recelóse de ellos, y por esta causa mandó poner gran guarda, y como allí llegaron fuese Esplandián derechamente a la tienda de Amadís y halló al buen hombre ermitaño que se levantaba y quería caminar, y cuando así, con tanta prisa, vio al doncel, díjole:
—Mi buen hijo, ¿qué venida tan apresurada es ésta?
Él le dijo:
—Mi señor padre, tanto es de prisa que hasta que con Amadís no hable no os lo puedo contar.
Entonces descabalgó del palafrén y entró a la cama donde Amadís estaba armado, que estuvo toda la noche en la guarda del campo y al alba se vino a dormir y reposar, y despertándole. le dijo:
—¡Oh, buen señor!, si en algún tiempo vuestro noble corazón deseó grandes hazañas, venida es la hora donde su grandeza mostrar puede, que aunque hasta aquí por muy grandes afrentas y muy peligrosas haya pasado, ninguna tan señalada como ésta ser pudo. Sabréis, buen señor, cómo la gente que se ha dicho estar en la montaña con el rey Arábigo va cuanto más puede sobre el rey Lisuarte mi señor, y creo, señor, que, según la muchedumbre de ella y a poca y mal reparada del rey, no se le puede excusar gran peligro. Así que, después de Dios, el solo remedio vuestro es el suyo.
Amadís, como aquello oyó, levantóse muy presto y dijo:
—Buen doncel, esperadme aquí, que si yo puedo vuestro trabajo no será en balde.
Entonces se fue luego a la tienda del rey Perión, su padre, y contándole aquellas nuevas le suplicó mucho que le diese licencia para hacer aquel socorro, del cual mucha honra y gran prez podría recibir y sería muy loado en todas las partes donde se supiese, y esto le pidió Amadís hincados los hinojos, que nunca levantarse quiso hasta que el rey, como era allegado a toda virtud y nunca su tiempo pasó sin en semejantes cosas de gran fama, le dijo:
—Hijo, hágase como tú lo quieres, y toma la delantera con la gente que te placerá, que yo te seguiré, que si con este rey Lisuarte hemos de tener paz, esto lo hará más firme. Y si la guerra, más vale que por nos sea destruido que por otros, que por ventura serían más nuestros enemigos que ahora lo es él.
Y luego mandó tocar las trompetas y los añafiles, y como la gente estaba toda armada y sospechosa de rebato, luego a caballo fueron cada uno con su capitán. El rey Perión y Amadís habían hecho cabalgar a Gasquiles, el sobrino del emperador de Constantinopla, y con sus señas se salieron del real, tras la cual salieron todas las otras, y como todos fueron en el campo el rey les dijo las nuevas que había sabido y rogóles mucho que no mirando lo pasado quisiesen mostrar su virtud en socorrer aquel rey con tan mala gente y tan gran necesidad estaba. Todos lo tuvieron por bien, y dijeron que como lo él mandaba se haría. Entonces Amadís tomó consigo a don Cuadragante y a don Florestán, su hermano, y a Angriote de Estravaus, y Gavarte de Val Temeroso, y Gandalín, y Enil, y cuatro mil caballeros, y al maestro Helisabad, que allí en esta jornada, como en las batallas pasadas, hizo cosas maravillosas de su oficio, dando la vida a muchos de los que haber no la pudieran sino por Dios y por él.
Con esta compaña tomó el camino y el rey, su padre, y todos los otros en sus batallas ordenadas tras él.
Mas ahora deja el cuento de hablar de ellos, que se iban a más andar, y torna a contar lo que los reyes en este medio tiempo hicieron.
De la batalla que el rey Lisuarte hubo con el rey Arábigo y sus compañas, y cómo el rey Lisuarte fue vencido y socorrido por Amadís de Gaula, que nunca faltó de socorrer al menesteroso.
Contado os habemos cómo el rey Lisuarte fue avisado de los caballeros que a la montaña envió cómo habían visto ya las atalayas del rey Arábigo, y cómo él, con gran prisa, se iba por llegar a la su villa de Luvaina, porque si afrenta alguna le viniese así se pudiese reparar, que según la gente llevaba mal parada de las batallas pasadas que ya oísteis, bien tenía creído que aquel gran poder de sus enemigos no lo podía sufrir. Pues así fue que él, yendo su camino, las compañas del rey Arábigo le siguieron hasta que fue noche, y siempre llevaban a Esclavor con los diez de caballo y otros cuarenta que el rey su tío le envió junto consigo, y según la gente de la montaña anduvo después que al llano bajaron bien lo pudieron alcanzar, mas la noche hacía tan oscura que no se veían los unos a los otros, y por esta causa y también por lo que Arcalaus dijera de la poca fuerza de la villa donde ellos llevaban esperanza, no curaron de pelear con ellos, mas fueron todavía a sus espadas y sus corredores casi envueltos con los del rey Lisuarte. Así anduvieron hasta que vino al alba del día, que muy cerca unos de otros se vieron y a poco trecho de la villa. Entonces el rey Lisuarte, como esforzado príncipe, reposó con todos los suyos e hizo de su gente dos haces, la primera dio al rey Cildadán, y con él, Norandel, su hijo, y el rey Arbán de Norgales, y don Guilán el Cuidador, y Cendil de Ganota, y con ellos hasta dos mil caballeros. En la segunda fue Arquisil y Flamíneo, romanos, y Giontes, su sobrino, y Brandoibás, y otros muchos caballeros de su compaña, y con ellos hasta seis mil caballeros, que si estas dos batallas estuvieron separadas de armas y caballos holgados no tuvieran mucho que temer a sus enemigos, mas todo lo tenían al revés que las armas eran todas rotas por muchos lugares de las batallas pasadas, y los caballos muy flacos y cansados, así del trabajo grande pasado como del presente, que en todo aquel día y noche no habían parado sino muy poco, de lo cual mucho daño se les siguió, como adelante oiréis.
El rey Arábigo traía en su delantera a Barsinán, señor de Sansueña, que, como es dicho, era un caballero mancebo esforzado, ganoso de ganar honra y de vengar la muerte de su padre y de Gandalod, hermano, el que don Guilán venció y lo llevó preso al rey Lisuarte y lo mandó en Londres despeñar de una torre, al pie de la cual fue su padre quemado, como lo cuenta el primer libro de esta historia, y llevaba consigo dos mil caballeros y las otras batallas tras él, como dicho es.
Pues como fue el día claro y se viesen cerca unos de otros, fuéronse a acometer reciamente, de manera que de los encuentros primeros muchos caballos fueron sin señores, y Barsinán quebró su lanza y puso mano a su espada y dio grandes golpes con ella, como aquél que era valiente y estaba con gran saña. Norandel, que delante los suyos venía, encontróse con un tío de este Barsinán, hermano de su madre, que fue gobernador de la tierra después que su padre de Barsinán fue muerto, hasta que este su sobrino entró en la edad de la saber regir, y diole tan gran encuentro que le falsó el escudo y la loriga y pasó la lanza a las espaldas y dio con él muerto en tierra sin detenimiento alguno. El rey Cildadán derribó otro caballero que venía con éste, que era de los buenos de la compaña de Barsinán. Y así hirieron de grandes golpes don Guilán y el rey Arbán de Norgales y los otros que con ellos venían, todos muy señalados y escogidos caballeros, de manera que la haz de Barsinán fuera desbaratada sino porque Arcalaus socorrió, y aunque él tenía perdida la mitad de la mano derecha, que Amadís le cortó, llamándose Baltenebros, cuando mató a Lindoraque, su sobrino, con el grande uso de las armas se mandaba ya con la mano siniestra como con la otra, y en su llegada fueron los de su parte muy esforzados y tornaron a cobrar gran ardimiento en sus corazones, de manera que muchos de los del rey Lisuarte fueron muertos y mal llagados, derribados de los caballos. Arcalaus se metió entre ellos y hacía grandes cosas en armas, así como aquél que era valiente y esforzado, pero a esta hora viereis hacer maravillas al rey Cildadán, y Norandel, y don Guilán y a Cendil de Ganota, que éstos eran escudo y amparo de todos los suyos; pero todo no valiera nada si el rey Lisuarte no socorriera, que los contrarios, como fuesen más y más holgados, ya los traían de vencida, mas el rey Lisuarte, que nunca perdió punto en lo que hacer debía en las grandes afrentas que se halló, fue delante de los suyos más ganoso de recibir muerte que dejar de hacer lo que era obligado, y al primero que delante sí halló fue un hermano de Alumas, el que mató don Florestán sobre las doncellas que los enanos guardaban a la fuente de los olmos, que era primo, cohermano de Dardán el Soberbio, y encontróle y saltóle todas sus armas y dio con él muerto en tierra, y su gente hirió tan recio en los otros que les hicieron perder gran pieza del campo. El rey metió mano a su espada y daba tan grandes golpes con ella que a cualquiera que alcanzaba a derecho golpe no había menester maestro, y aquella hora tomó consigo tan gran saña que, olvidando todo peligro, se metió entre los enemigos, hiriendo y matando en ellos. Arcalaus, que de ante había sabido las armas que traía por le conocer y lucir en cualquiera manera que él mejor pudiese, que tales eran sus maneras, cuando así lo vio tan desviado de los suyos fue para Barsinán y díjole: