Amadís de Gaula (151 page)

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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
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—Pues decid a esa dueña que decís que esta flota que aquí veis va allá, y que no haya recelo de se llegar a ella, que en ella van tales personas con que habrá mucho placer de ir en su compaña.

Cuando esto oyó aquel hombre, muy prestamente fue y muy alegre y díjole a su señora y ella mandó echar un batel en el agua y un caballero en él, y que supiese si era verdad lo que aquél decía. Éste llegó a la nao donde la reina estaba y dijo a aquellos caballeros:

—Señores, por la fe que a Dios debéis, que me digáis si aquella nao que allí está, en que una dueña viene de gran guisa que va a la Ínsula Firme si podrá seguramente llegarse aquí, por que este escudero dijo que vosotros ibais este mismo camino.

Angriote le dijo:

—Amigo, verdad os ha dicho el escudero, y esa dueña que decís puede venir segura, que aquí no va ninguna de quien daño reciba, antes de quien habrá toda la ayuda que justamente se le hacer pudiere, contra quien mal le querrá hacer.

—A Dios merced —dijo el caballero—, ahora os pido por cortesía que la atendáis, y yo luego le haré venir a vos, que pues sois caballeros, gran dolor habréis cuando supiereis su hacienda.

Luego se tornó a la nao, y como dijo lo que había hallado, derechamente se fueron a la nao donde la reina estaba, que aquélla les pareció de más rico aparato, pues allí llegados salió una dueña toda cubierta de un paño negro la cabeza y el rostro, y preguntó quién venía en aquellas naos. Angriote le dijo:

—Dueña, aquí viene una reina señora de Gaula, que va a la Ínsula Firme.

—Pues señor caballero —dijo la dueña—, mucho os pido por lo que sois a virtud obligado, que tengáis manera como yo con ella hable.

Angriote le dijo:

—Esto luego se hará, y entrad en esta nao, que ella es tal, señora, que habrá placer con vos, así como lo ha con todos los otros que la demandan.

La dueña entró en la nao y Angriote la tomó por la mano y la metió a la reina y dijo:

—Señora, esta dueña os quiere ver.

—Ella sea muy bien venida —dijo la reina—, y pregúntoos, Angriote, que me digáis quién es.

Entonces la dueña se llegó a ella y la saludó y dijo:

—Señora, a eso no sabrá responder ese buen caballero, porque no lo sabe, mas de mí lo sabréis y no será poco de contar, según la desastrada ventura y gran fatiga que sin lo merecer es sobre mí venida. Pero quiero, mi buena señora sacar fianza de vos si seré segura y toda mi compañía si lo que dijere por ventura os mueva antes a saña que piedad.

La reina respondió que seguramente podía decir lo que quisiese. Entonces la dueña comenzó a llorar muy agriamente y dijo:

—Mi buena señora, aunque de aquí no llevo otro reparo sino descansar en contar mis desdichas a tan alta señora como vos, será algún descanso a mi atribulado corazón. Vos sabréis que yo fui casada con el rey Dacia y en su compañía me vi muy bienaventurada reina, del cual hube dos hijos y una hija, pues esta hija que por mi mala ventura fue por mí engendrada, el rey su padre y yo la casamos con el duque de la provincia de Suecia, un gran señorío que con nuestro reino confina, las bodas de los cuales, así como con mucho placer y grandes fiestas y alegría fueron celebradas, así después muy grandes llantos y dolores han traído, y como este duque sea mancebo y codicioso de señorear, como quiera que lo haber pudiese y el rey mi marido entrado en días hizo cuenta que matando a él, tomando a los dos mis hijos que son mozuelos, que el mayor no pasa de catorce años, prestamente podría por parte de su mujer ser rey del reino, y así como lo pensó lo puso en obra, que fingiendo que se venía a holgar a nuestro reino y que nuestra honra era venir muy acompañado, saliendo el rey mi marido con mucho placer a lo recibir y con sana voluntad, el malo traidor lo mató por su mano, y Dios que quiso guardar a los mozos como venían detrás en sus palafrenes se acogieron a la ciudad donde habían salido, y con ellos todos los más de nuestros caballeros y otros que después con mucha afrenta y peligro, asimismo entraron, porque aquel traidor luego los cercó y así los tiene, pues a la sazón yo había ido a una romería que tenía prometida, que es una iglesia muy antigua de Nuestra Señora, que está en una roca cuanto media legua metida en la mar; allí fui avisada de la mala ventura que tenia sin la saber, y como me viese sola no tuve otro remedio sino que en este navio en que allí me había pasado, me acogí como señora vengo, con intención de me ir a la Ínsula Firme a un caballero que se llama Amadís, y a otros muchos de gran cuenta que me dice ser allí con él, y contarles he esta tan grande traición, donde tanto mal me viene y pedirles he que hayan piedad de aquellos infantes y no los dejen matar a tan gran tuerto que solamente algunos que fuesen que esforzasen los míos y los acaudillasen, aquel malo no osaría estar allí mucho tiempo.

La reina Elisena y aquellos caballeros fueron maravillados de tan gran traición y hubieron mucha piedad de aquella reina, y luego la reina la tomó por la mano y la hizo sentar cabe sí, y díjole:

—Mi buena señora, si no os he hecho el acatamiento que vuestro real estado merece, perdonadme, que os no conocía ni sabía el estado de vuestra hacienda como ahora lo sé, y podéis creer, que vuestra pérdida y fatiga me ha puesto gran piedad y congoja, en ver que la contraria fortuna a estado ninguno perdona por grande que sea, y aquél que más contento y ensalzado se vea, aquél debe más temer sus mudanzas. Porque cuando más seguros a su parecer están, entonces les viene aquello que a vos, mi buena señora, le ha venido, y pues Dios aquí os trajo, tengo por bien que vayáis en mi compañía hasta la Ínsula Firme y allí hallaréis el recaudo que vuestra voluntad desea, como lo hallan cuantos lo han habido menester.

—Ya lo sé, mi buena señora —dijo la reina de Dacia—, que al rey mi señor contaron unos caballeros que pasaban en Grecia las cosas que son pasadas sobre que Amadís tomó la hija del rey Lisuarte, que la desheredaba por otra hija menor y la enviaba al emperador de Roma por mujer, y esto me dio causa de buscar este bienaventurado caballero, socorredor de los cuitados que tuerto reciben.

Cuando Angriote y sus compañeros oyeron lo que la reina Elisena dijo, todos tres se le hincaron de rodillas delante y la suplicaron mucho que les diese licencia para que por ellos fuese aquella reina socorrida y vengada, si la voluntad de Dios fuese, de tan gran traición, y que esto se podía muy bien hacer, porque ya estaba muy cerca de la Ínsula Firme, donde embarazo alguno por razón no se esperaba. La reina quisiera que primero llegaran donde estaba el rey su marido, mas ellos la ahincaron tanto que lo hubo de otorgar. Pues luego se metieron en su nao con sus armas y caballos y servidores y dijeron a la reina de Dacia que les diese quién los guiase y que ella se fuese con la reina Elisena a la Ínsula Firme. Ella les respondió que no quedaría, antes quería ir con ellos, que su vista valdría mucho para reparar y remediar el negocio. Así se fueron de consuno, pues vieron su voluntad, y la reina Elisena y don Galaor fueron su camino, y sin cosa que les acaeciese llegaron una mañana al puerto de la Ínsula Firme, y cuando fue sabida su venida, cabalgaron el rey, su marido, y sus hijos, con el emperador y con todos los otros caballeros para la recibir. Oriana quisiera con aquellas señoras ir con ellos, mas el rey la envió a rogar que no lo hiciese ni tomase aquel trabajo, que él la llevaría luego para ella, y así quedó.

Pues la reina y don Galaor salieron de la mar a tierra, y allí fueron con mucho placer recibidos. Amadís, después que besó las manos a su madre, fue a abrazar a don Galaor, y él le quiso besar las manos, mas no quiso, antes estuvo una pieza preguntándole por su mal, y don Galaor diciendo que ya estaba mucho mejorado y que más lo estaría de allí adelante, pues que los enojos y señas de entre él y el rey Lisuarte eran atajados.

Después que el emperador y todos los otros señores saludaron a la reina, pusiéronla en un palafrén y fuéronse al castillo, al aposentamiento de Oriana, que estaba ella y las reinas y grandes señoras, con muy ricos atavíos, para la recibir a la puerta de la huerta. El emperador la llevaba de rienda y no quiso que descabalgase sino en sus brazos. Pues cuando entró donde Oriana estaba, ella tenía por las manos a las reinas Sardamira y Briolanja, y con ellas llegó a la reina Elisena, y todas tres se le hincaron de hinojos delante, con aquella obediencia que a verdadera madre se debía. La reina las abrazó y besó y las levantó por las manos. Entonces llegaron Mabilia, y Melicia, y Grasinda, y todas las otras señoras y besáronle las manos, y tomándola en medio se iban con ella a su aposentamiento. En esto llegó don Galaor, y no se os podría decir el amor que Oriana le mostró, pues después que Amadís no había en el mundo caballero que ella más amase, así por la parte de su amigo, que sabía que mucho lo amaba, como por el amor tan grande que el rey Lisuarte, su padre, le tenía tan verdadero, y el deseo de don Galaor de le servir contra todos los del mundo, así como por la obra muchas veces había parecido. Todas las otras señoras le recibieron muy bien. Amadís tomó a la reina Briolanja por la mano y díjole:

—Señor hermano, esta hermosa reina os encomiendo, que ya otras veces visteis y la conocéis.

Don Galaor la tomó consigo, sin ningún empacho, como aquél que no se espantaba ni turbaba en ver mujeres, y dijo:

—Señor, a vos tengo en gran merced, que me la dais, y a ella, porque me toma y quiere por suyo.

La reina no le dijo nada, antes le embermejó el rostro, que la hizo muy más hermosa. Galaor la miraba, que desde que se partió de Sobradisa, cuando allá trajo a don Florestán, su hermano, y después un poco tiempo en la corte del rey Lisuarte, cuando vino a buscar a Amadís, nunca la había visto, y aquella sazón era muy moza, más ahora estaba en su perfección de edad y hermosura, y pagóse tanto de ella y tan bien le pareció, que aunque muchas mujeres había visto y tratado, como esta historia donde de él habla lo cuenta, nunca su corazón fue otorgado en amor verdadero de ninguna, sino de esta muy hermosa reina, y asimismo ella lo fue de él, que sabiendo su gran amor, así en armas como en todas las otras buenas maneras que el mejor caballero del mundo debía tener, todo el grande amor que a su hermano Amadís tenía puso con este caballero, que ya por marido tenía, y como así sus voluntades tan enteramente entonces se juntaron, así permaneciendo en ello, después que a su reino se fueron, tuvieron la más graciosa y honrada vida y con más amor que se os no podría enteramente decir, y hubieron sus hijos, muy hermosos y muy señalados caballeros, que acabaron grandes cosas y peligrosas en armas y ganaron grandes tierras y señoríos. Así como lo contaremos en un ramo de esta historia que se llama las Sergas de Esplandián, porque hay enteramente esto será contado, con el cual gran compañía tuvieron antes que emperador de Constantinopla fuese y después que lo fue.

Pues hecho este recibimiento a esta noble reina Elisena y aposentada con aquellas señoras donde otro ninguno entraba sino el rey Perión, que así estaba acordado hasta que el rey Lisuarte y la reina Brisena y su hija viniesen y se hiciesen los acatamientos dé Oriana y de todas las otras en su presencia. Todos se fueron a sus posadas a holgar en muchos pasatiempos que en aquella ínsula tenían, especialmente los que eran aficionados a monte y a caza, porque fuera de la ínsula, en la tierra firme, cuanto una legua había muy hermosas arboledas y matras de montes muy espesos, que como la tierra estaba muy guardada, todo era lleno de venados, y puercos, y conejos, y otras bestias salvajes, de las cuales muchas mataban, así con canes y redes como corriéndolas a caballo en sus paradas.

Había también para cazar con aves muchas liebres y perdices y otras aves de ribera, así que en aquel rinconcillo tan pequeño era junta toda la flor de la caballería del mundo y quien en mayor alteza la sostenía, y toda la hermosura que en él se podría hallar, y después grandes vicios y deleites, que os habemos dicho y otros infinitos que no se pueden contar, así naturales como artificiales, hechos por encantamientos de aquel muy gran sabidor Apolidón, que allí los dejó.

Mas ahora deja el cuento de hablar de estos señores y señoras que estaban esperando al rey Lisuarte y a su compaña por contar lo que acaeció a don Bruneo, y a Angriote, y a Branfil, que se iban con la reina de Dacia, como ya oísteis.

Capítulo 122

De lo que aconteció a don Bruneo de Bonamar y a Angriote de Estravaus y a Branfil en el socorro que iban a hacer a la reina de Dacia.

Dice la historia que Angriote de Estravaus, y don Bruneo de Bonamar y Branfil, su hermano, después que de la reina Elisena se partieron, que fueron por la mar adelante por donde los guiaban aquéllos que el camino sabían. Y la reina, con su turbación como con el placer de haber hallado ayudadores para su prisa, nunca les preguntó de dónde ni quién eran. Y yendo, así como os digo, un día les dijo:

—Buenos señores y amigos, aunque en mi compaña os llevo, no sé más de vuestra hacienda de lo que antes que os hallase ni viese sabia, mucho os ruego que, si os pluguiere, me lo digáis, porque sepa trataros en aquel grado que a vuestra honra y mía conviene.

—Buena señora —dijo Angriote—, comoquiera que el saber nuestros hombres— según el poco conocimiento de nosotros tenéis, no acrecienta ni mengua en vuestro descanso ni remedio, pues que os place saberlo, decíroslo hemos. Sabed que estos dos caballeros son hermanos, y al uno llaman don Bruneo de Bonamar y al otro Branfil, y don Bruneo es en deudo de hermandad, por su esposa, con Amadís de Gaula, a quien ibais demandar, y yo he nombre Angriote de Estravaus.

Cuando la reina oyó decir quiénes eran, dijo:

—¡Oh, mis buenos señores!, muchas gracias doy a Dios porque a tal tiempo os hallé, y a vosotros, por el descanso y placer que a mi afligido espíritu habéis dado en me hacer sabedora de quién erais, que, aunque no os conozco, que nunca os vi, vuestras grandes nuevas suenan por todas partes, que aquellos caballeros de Grecia que a la reina Elisena dije que por mi tierra habían pasado, al rey, mi marido, dijeron y contaron las grandes batallas pasadas entre el rey Lisuarte y Amadís, y aquéllos, contándole las cosas que habían visto, le dijeron los nombres de todos los más principales caballeros que en ellas fueron y muchas de las grandes caballerías por ellos hechas, y acuérdome que entre los mejores fuisteis allí contados, lo cual mucho agradezco a Nuestro Señor, que ciertamente con mucho cuidado he venido en vos ver tan pocos, y no saber el recaudo que para esta gran necesidad traía, mas ahora iré con mayor esperanza que mis hijos serán remediados y defendidos de aquel traidor.

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