Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
Así pasaron aquel día holgando por aquellos campos, aderezando todos sus armas y caballos para la batalla, aunque las armas todas eran hechas de nuevo, tan ricas y tan lucidas, como adelante se dirá.
Otro día, de gran mañana, llegó al puerto el maestro Helisabad con la gente de Grasinda en que venían quinientos caballeros y arqueros. Cuando Amadís lo supo tomó a Angriote y a don Bruneo, y fue a los recibir con aquella voluntad y amor que la razón le obligaba, e hicieron salir toda la gente de la mar y aposentáronla en el real con la otra y Libeo, sobrino del maestro, con ella como su capitán. Y ellos tomaron al maestro entre sí y con mucho placer lo llevaron al rey Perión y Amadís le dijo quién era y lo que por él había hecho, como la tercera parte de esta historia lo cuenta en la muerte del Endriago, y cómo no les pudiera venir a tal tiempo persona que tanto les aprovechase. El rey lo recibió bien y de buen talante, y díjole:
—Mi buen amigo, quede para después de la batalla, si vivos fuéremos, la disputa a quien debe agradecer más Amadís mi hijo, a mí, que después de Dios de nada lo hice, o a vos, que de muerto lo tornasteis vivo.
El maestro le besó las manos, y con mucho placer le dijo:
—Señor, sea así como lo mandáis, que hasta que más se vea no quiero daros la ventaja de a quién es más obligado.
Todos hubieron placer de lo que el rey dijo y de la respuesta del maestro Helisabad, y luego dijo al rey:
—Mi señor, yo os traigo dos nuevas que os cumplen saber, y son: que el emperador de Roma es ya partido con su flota, en la cual, según soy certificado de personas que allá envié, lleva diez mil caballos, y así mismo me llegó mandado de Gastiles, sobrino del emperador de Constantinopla, como ya era dentro en la mar con ocho mil caballos que su tío envió en ayuda de Amadís, y que a su creer este tercero día será en el puerto.
Todos cuantos lo oyeron fueron mucho alegres y muy esforzados con tales nuevas, especial la gente de más baja condición, pues así como oís estaba el rey Perión con toda aquella compaña, atendiendo la gente que venía y aderezando las cosas necesarias a la batalla.
Cómo el emperador de Roma llego a la Gran Bretaña con su flota, y de lo que él y el rey Lisuarte hicieron.
Dice la historia que Giontes, sobrino del rey Lisuarte, después que de Grasandor se partió, como habéis oído, él se fue derechamente a Roma, y así con su prisa como con la que el emperador se daba, muy prestamente fue armada gran flota y guarnecida de aquellos mil caballeros que ya os contamos, y luego el emperador se metió en la mar, y sin ningún embargo que en el camino hubiese, llegó en la Gran Bretaña a aquel puerto de la comarca de Vindilisora, donde sabía que el rey Lisuarte estaba, y como él lo supo, cabalgó con muchos hombres buenos, y con aquellos dos reyes, el rey Cildadán, y fuelo a recibir y cuando llegó ya toda la más de la gente era de la mar salida, y el emperador con ella; y como se vieron fuéronse a abrazar y recibiéronse con mucho placer. El emperador le dijo:
—Si alguna mengua o enojo vos, rey, habéis por mi causa recibido, yo estoy aquí que con doblada victoria vuestra honra será satisfecha, y así como yo sólo fui la causa de ello, así querría que sólo con los míos se me diese lugar para tomar la venganza, porque a todos fuese ejemplo y castigo que a tan alto hombre como yo soy ninguno se atreviese a enojar.
El rey le dijo:
—Mi buen amigo y señor, vos y vuestra gente venís maltratados de la mar, según el largo camino; mandadlos salir aposentar y refrescarán del trabajo pasado, y entre tanto habremos aviso de nuestros enemigos y sabido podréis tomar el lugar y consejo que más os placerá.
El emperador quisiera que luego fuera la partida, mas el rey, que mejor que él sabía lo que necesario era, y con quien había la cuestión, detúvolo hasta el tiempo convenible, que bien veía que en aquella batalla estaba todo su hecho.
Así estuvieron en aquel real bien ocho días allegando la gente que de cada día venía al rey.
Pues acaeció que andando un día el emperador y los reyes y otros muchos caballeros cabalgando por aquellas vegas y prados alrededor del real, que vieron venir un caballero armado en su caballo y un escudero con él que le traía las armas, y si alguno me preguntase quién era yo le diría que Enil, el buen caballero, sobrino de don Gandales, y como al real llegó preguntó si estaba allí Arquisil, un pariente del emperador Patín, y fuele dicho que sí, y que cabalgaba con el emperador, y cuando esto oyó fue muy alegre, y fuese donde vio andar la gente, que bien pensó que allí estaría, y cuando a ellos llegó, halló que el emperador y aquellos reyes estaban hablando en un prado cerca de una ribera en las cosas que a la batalla pertenecían, y Enil supo que con ellos estaba Arquisil, y él se fue para ellos y saludólos muy humildemente, y ellos le dijeron que fuese bien venido, y qué demandaba. Enil, cuando esto oyó, dijo:
—Señores, vengo de la Ínsula Firme con mandado de aquel noble caballero Amadís de Gaula, mi señor, hijo del rey Perión, a un caballero que se llama Arquisil.
Cuando esto oyó Arquisil que por él preguntaba, dijo:
—Caballero, yo soy el que vos demandáis; decid lo que quisiereis, que oído será.
Enil le dijo:
—Arquisil, Amadís de Gaula os hace saber cómo llamándose el Caballero de la Verde Espada, estando en la corte del rey Tafinor de Bohemia, llegó allí un caballero llamado don Garadán con otros once caballeros a le acompañar, de los cuales vos fuisteis el uno, y que él hubo batalla con el dicho don Garadán, en la cual fue vencido y muerto como vos visteis. Y que luego, otro día, la hubo con vos y con vuestros compañeros él y otros caballeros como se asentó, y que siendo vos y ellos vencidos os tomó en su prisión. De la cual, a ruego vuestro, se hizo libre, y que le prometisteis como leal caballero que cada que por él fueseis requerido os tomaríais en su poder, y ahora por mi os llama que cumpláis lo que hombre de tan alto lugar y tan buen caballero como vos sois debe cumplir.
Arquisil dijo:
—Cierto, caballero, en todo lo que habéis dicho, habéis dicho verdad, que así pasó como decís; solamente queda si aquel caballero que se llamaba de la Verde Espada, si es Amadís de Gaula.
Algunos caballeros de los que allí estaban le dijeron que sin duda lo podía creer. Entonces, Arquisil dijo al emperador:
—Oído habéis, señor, lo que este caballero me pide, de que no me puedo excusar, sino cumplir lo que soy obligado, porque podéis creer que él me dio la vida y me quitó que no me matasen aquéllos que gran voluntad lo tenían, y por esto, señor, suplico no os pese de mi ida, que si la dejase en tal caso no era razón que hombre tan poderoso y de tan alto linaje como vos me tuviese por su deudo ni en su compañía.
El emperador, como era muy acelerado y las más veces miraba más al contentamiento de su pasión o afición que a la honestidad de la grandeza de su estado, dijo:
—Vos, caballero, que de parte de Amadís habéis venido, decidle que harto debe estar de me hacer los enojos que los pequeños suelen a los grandes hacer, que de otra manera bien apartado está, y que venido es el tiempo en que él sabrá quién yo soy, y lo que puedo, y que me no escapará en ninguna parte, ni en esa cueva de ladrones en que se acoge, que no me pague lo que me ha hecho con las setenas a la satisfacción de mi voluntad; y vos, Arquisil, cumplid lo que os piden, que no tardará mucho que vos no meta en mano este de quien soy preso, para que hagáis de ello lo que os placerá.
Enil, cuando aquello oyó, fue sañudo, pospuesto todo temor dijo:
—Bien creo, señor, que Amadís os conoce, que ya otra vez os vio más como caballero andante que como gran señor, y asimismo vos a él, que no os partisteis de su presencia tan livianamente. Pues en lo de ahora, así como vos venís de otra forma, así él viene a os buscar, lo pasado júzguelo quien lo sabe, y Dios lo por venir, que a él sin otro alguno es dado.
Como el rey Lisuarte aquello oído hubo, receló que por mandado del emperador aquel caballero algún daño recibiese, de lo cual él sentiría gran pesar, y así lo había habido de todo lo que le había oído decir, porque muy apartado era de su condición, sino como rey honesto en la palabra y en la obra muy riguroso, antes que el emperador nada dijese, tomóle por la mano y díjole:
—Vamos a nuestras tiendas, que es tiempo de cenar, y este caballero goce de la libertad que los mensajeros suelen y deben tener.
Así se fue el emperador tan sañudo, como si el enojo fuera con otra tan grande como él. Arquisil llevó a Enil a su tienda, e hízole mucha honra, y luego se armó y cabalgando en su caballo fue con él. Pues aquí no cuenta de cosa que le acaeciese, sino que llegaron a la Ínsula Firme en paz y concordia, y como cerca del real fueron y Arquisil vio tanta gente, que ya la del emperador de Constantinopla era llegada, fue mucho maravillado de lo ver. Y calló, que no dijo nada, antes mostró que no lo miraba. Y Enil lo llevó a la tienda de Amadís, donde así de él como de otros muchos nobles caballeros fue muy bien recibido. Pues así estuvo Arquisil cuatro días que Amadís le traía consigo, y le mostraba toda la gente, y los señalados caballeros, y decíale sus nombres, los cuales, por sus bondades y grandes hechos de armas, eran muy conocidos por todas partes del mundo. Mucho se maravillaba de ver tal caballería, en especial de aquellos muy hermosos caballeros, que bien creía que si algún revés el emperador había de haber no era sino por éstos, que de la otra gente no temía mucho ni se curaba de ellos, si tales caudillos no tuviesen, que el esfuerzo todos los de su parte, y bien vio que el emperador su señor había menester grande aparejo para les dar batalla, y teníase por malaventurado ser en tal tiempo preso, que si muy lejos estuviese oyendo decir de una cosa tan señalada y tan grande como aquélla, vendría ser en ella, pues en ella estando y no lo poder ser, teníase por el más desventurado caballero del mundo, y cayó en tal pensamiento que si lo sentir ni querer las lágrimas le caían por las haces, y con esta gran congoja acordó de tentar la virtud y nobleza de Amadís. Así fue que estando el esforzado Amadís y otros muchos grandes señores y esforzados caballeros en la tienda del rey Perión, y Arquisil con ellos, que aún no era dicho dónde había de tener prisión, él se levantó donde estaba y dijo al rey:
—Señor, la vuestra merced sea de me oír delante estos caballeros con Amadís de Gaula.
El rey le dijo que de grado le oiría todo lo que él tuviese por bien de decir. Entonces Arquisil contó allí todo lo que le aconteció en la batalla que don Garadán y él y otros sus compañeros hubieron con Amadís y con los caballeros del rey de Bohemia y cómo fueron vencidos y maltratados, y muerto don Garadán, y cómo Amadís, por su gran mesura, le quitó a él de las manos de aquéllos que gran sabor e intención tenían de lo matar, y cómo a ruego y petición suya le soltó y dejó ir y pudiese dar algún reparo a sus amigos, que llagados estaban, dejándole en prenda su fe y su palabra como su preso, de lo acudir cada que por él fuese requerido, como más largo lo cuenta la parte tercera de esta historia, y que ahora fuera por Amadís llamado, y era venido, como todos veían, para cumplir su palabra y estar en aquella parte donde por él le fuese mandado y señalado; pero que si Amadís, usando con él de aquella liberalidad que su gran mesura y virtud con todos los a su gracia y ayuda habían menesteres acostumbrado, tenía en le dar licencia para que en aquella batalla que se esperaba dar tan señalada en el mundo pudiese al emperador su señor servir como debía, que él prometía, como leal y buen caballero, delante de él y de todos los que allí presentes serían, si vivo quedase, de venir donde le fuese mandada a cumplir su prisión. Amadís, que a la sazón en pie con él estaba, por le honrar, le respondió:
—Arquisil, mí buen señor, si yo hubiese de mirar a las soberbias y demasiadas palabras del emperador vuestro señor, con mucho rigor y gran crueldad trataría todas sus cosas sin temer que por ello en ninguna desmesura cayese; mas como vos sin cargo seáis y el tiempo nos haya traído a tal estado que la virtud de cada uno de nos será manifiesta, tengo por bien de venir en lo que pedido habéis y doy os licencia que podáis ser en esta batalla, de la cual sin peligro saliendo seáis en esta ínsula dentro de diez días a cumplir lo que por mí y los de mi parte os fuere mandado.
Arquisil se lo agradeció mucho y así lo prometió.
Algunos podrán decir que por cuál razón se hace tanta mención de un caballero tal como éste, tan poco nombrado en esta tan gran historia. Digo que la causa de ello es así, porque en lo pasado éste con mucho esfuerzo, trató todas las afrentas que por él pasaron, como adelante oiréis, por su gran linaje y noble condición llegó a ser emperador de Roma y siempre tuvo a Amadís, que fue la principal causa de alcanzar un tan gran señorío, en lugar de verdadero hermano, como cuando sea tiempo y sazón más largo se recontará.
Pues de allí salidos aquellos señores, recogidos en sus tiendas y albergues, Arquisil se armó, y cabalgando en su caballo se despidió de Amadís y todos los que con él estaban y se tornó por el camino que viniera, y no cuenta la historia de cosa que le acaeciese, sino que llegó a la hueste del emperador, donde dio a todos mucho placer con su venida, y aunque muchas cosas le preguntaron, no quiso decir sino solamente la gran cortesía que de aquel noble caballero Amadís había recibido, que bien podéis creer que sus cortesías eran tales y tantas que apenas en ningún caballero en aquel tiempo se podrían hallar. Y quiero que sepáis que la causa porque estos caballeros caminaban tan largos caminos sin aventura hallar, como en los tiempos pasados, era porque no entendían todos en otra cosa salvo en aderezar y aparejar las cosas necesarias para la batalla, que entremeterse en las otras demandas que a ésta empachasen les semejaba según la grandeza de aquella afrenta, que era cosa de menos valor.
Llegado Arquisil al real, habló con el emperador aparte, y díjole la verdad de todo, así de la gran gente de sus contrarios como de los caballeros señalados que allí estaban, de los cuales le contó por nombre todos los más de ellos, y cómo Amadís de Gaula le había dado licencia para ser en aquella batalla, y en ello no le penaba mucho, y que lo que había sabido era que en sabiendo que él movía de allí con la hueste, movería luego para él sin ningún temor y de que todo le avisaba porque hiciese lo que más cumplía a su servicio.
El emperador cuando esto oyó, aunque muy soberbio y desconcertado fuese, como oído habéis, y así lo era cierto en todas las cosas que hacía, conociendo la bondad de este caballero, por la cual él le tenía mucho amor y que no le diría sino la verdad, cuando esto oyó fue desmayado, así como lo suelen ser todos aquéllos que su esfuerzo dependen más en palabras que en obras, y no quisiera ser puesto en aquella demanda, que bien conoció la gran diferencia de la una gente a la otra y nunca él pensó, según el gran poder suyo, junto con el del rey Lisuarte, que Amadís tuviera facultad ni aparejo para salir de la Ínsula Firme y que allí lo cercaran, así por la tierra como por la mar, de manera que, o por hambre o por otro castigo alguno, pudiera cobrar a Oriana y la falta y mengua que sobre su honra tenía, y de allí adelante, mostrando más esperanza y esfuerzo que en lo secreto tenía, procuró de se conformar con la voluntad del rey Lisuarte y de aquellos hombres buenos.