Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
Así estando, don Brián de Monjaste se vino a la reina, y ella lo fue abrazar, y díjole:
—Mi buen señor, ¿qué tal venís?
Él le dijo:
—Señora, muy bueno y mucho alegre de haber habido tal dicha que en alguna cosa os pudiese servir; una herida traigo, mas merced a Dios no es peligrosa.
Entonces mostró el escudo, y vieron cómo una saeta se lo había pasado con parte del brazo en que lo tenía. La reina, con las sus hermosas manos, se la quitó lo más paso que pudo, y le ayudó a desarmar, y curándosela como otras muchas veces otras mayores le habían curado, que sus escuderos, así de él como de todos los otros caballeros andantes, siempre andaban apercibidos de las cosas que para de presto eran necesarias a las heridas.
Todos fueron muy alegres de aquella buena dicha que les vino, y cuando quisieron ir tras la nao de Trión vieron cómo iba lejos, y dejáronse de ella. Y alzaron sus velas y fuéronse su camino derechamente a la Ínsula Firme, sin ningún entrevalo que les viniese. Acaeció, pues, que a la hora que ellos al puerto llegaron, que Amadís y todos los más de aquellos señores andaban en sus palafrenes holgando por una gran vega que debajo de la cuesta del castillo estaba, como otras muchas veces lo hacían, y como viesen aquellas fustas al puerto llegar fuéronse hacia allá por saber cuyas fuesen, y llegando a la mar hallaron los escuderos de don Cuadragante y de don Brián de Monjaste que salían de un batel e iban a les hacer saber su venida, y de la reina Briolanja, porque la saliesen a recibir, y como vieron a Amadís y aquellos caballeros, dijéronles e} mandado de sus señores, con que muy alegres fueron, y llegáronse todos a la ribera de la mar, y los otros desde la nao se saludaron con mucha risa y gran alegría, y don Brián de Monjaste les dijo:
—¿Qué os parece cómo venimos más ricos que fuimos? No lo habéis así hecho vosotros, sino estar encerrados como gente perdida.
Todos se comenzaron a reír, y le dijeron que pues tan ufano venía que mostrase la ganancia que había hecho; entonces echaron en la mar una barca asaz grande, y entraron en ella la reina y ellos ambos y otros hombres que los pusieron en tierra, y todos aquellos caballeros se apearon de sus palafrenes y fueron a besar las manos a la reina; mas ella no las quiso dar; antes los abrazó con mucho amor. Amadís llegó a ella y quísole besar las manos, mas cuando lo vio tomóle entre sus muy hermosos brazos, y así lo tuvo un rato que nunca le dejó, y las lágrimas le vinieron a los ojos, que le caían por sus muy hermosas haces con el placer que hubo en lo ver, porque desde la batalla que el rey Lisuarte hubo con el rey Cildadán, que lo vio en Fenusa, aquella villa donde el rey estaba, no lo había visto, y aunque ya su pensamiento fuese apartado de pensar de lo haber por casamiento, ninguna esperanza de ello tuviese. Éste era el caballero del mundo que ella más amaba, y por quien antes pondría su persona y estado en peligro de lo perder, y cuando le dejó no le pudo hablar; tanto estaba turbada de la gran alegría.
Amadís le dijo:
—Señora, muchas gracias a Dios doy que me trajo donde os pudiese ver, que mucho lo deseaba, y ahora más que en otro tiempo, porque con vuestra vista daréis mucho placer a estos caballeros y mucho más a vuestra buena amiga la infanta Oriana, que creo que ninguna persona le pudiera venir que tanta alegría le diese como vos, mi buena señora, la daréis.
Ella respondió y le dijo:
—Mi buen señor, por eso partí yo de mi reino principalmente por os ver, que era la cosa del mundo que yo más deseaba, y Dios sabe la congoja que hasta aquí he tenido en pasar tan largo tiempo sin que de vos, mi señor, yo pudiese saber ningunas nuevas, aunque mucho lo he procurado, y ahora, cuando mi mayordomo me dijo de vuestra ventura y me dio vuestra carta, luego pensé, dejando todo lo que mandasteis a buen recaudo, de me venir a vos, y a esta señora que decís, porque ahora es tiempo que sus amigos y servidores le muestren el deseo y amor que le tienen; mas si no fuera por Dios y por estos caballeros que por gran ventura conmigo juntó, mucho peligro y enojo de mi persona pudiera pasar en este viaje, lo cual ellos dirán, como quien lo remedió por su gran esfuerzo, y esto quede para más espacio.
Después que la reina salió salieron todas sus dueñas y doncellas y caballeros, y sacaron las bestias que traían, y para la reina un palafrén tan guarnido como a tal señora convenía, y cabalgaron todos y todas, y fuéronse al castillo donde Oriana estaba, la cual, como su venida supo, hubo tan gran placer que fue cosa extraña, y rogó a Mabilia y a Grasinda y a las otras infantas que a la entrada de la huerta la saliesen a recibir, y ella quedó con la reina Sardamira en la torre. Cuando la reina Sardamira vio el placer que todos mostraban con las nuevas que les trajeron, dijo a Oriana:
—Mi señora, ¿quién es esta que viene que tanto placer ha dado a todos?
Oriana le dijo:
—Es una reina, la más hermosa, así de su parecer como de su fama, que yo en el mundo sé, como ahora la veréis.
Cuando la reina Briolanja llegó a la puerta de la huerta y vio tantas señoras y tan bien guarnidas, mucho fue maravillada, y hubo el mayor placer del mundo por haber allí venido, y volvióse contra aquellos caballeros, y díjoles:
—Mis buenos señores, a Dios seáis encomendados, que aquellas señoras me quitan, que no quiera vuestra compañía más—, y riendo muy hermosamente se hizo apear y se metió con ellas y luego la puerta fue cerrada.
Todas vinieron a ella y la saludaron con mucha cortesía, y Grasinda fue mucho maravillada de su hermosura y gran apostura, y si a Oriana no hubiera visto, que ésta no tenía par, bien creyera que en el mundo no había mujer que tan bien como aquélla pareciese. Así la llevaron a la torre donde Oriana estaba, y cuando se vieron, fueron la una a la otra los brazos tendidos, y con mucho amor se abrazaron. Oriana la tomó por la mano y llególa a la reina Sardamira, y díjole:
—Reina señora, hablad a la reina Sardamira y hacedle mucha honra, que bien lo merece.
Y ella así lo hizo, que con gran cortesía se saludaron guardando cada una de ellas lo que a sus reales estados convenía, y tomando a Oriana en medio se sentaron en su estrado, y todas las otras señoras alrededor de ellas. Oriana dijo a la reina Briolanja:
—Mi buena señora, gran cortesía ha sido la vuestra en me venir a ver de tan lejos tierras, y mucho os lo agradezco, porque tal camino no se pudo hacer sino con sobra de mucho amor.
—Mi señora —dijo la reina—, a gran desconocimiento y a muy mal comedimiento me debiera ser contado si en este tiempo en que estáis no diese a entender a todo el mundo el deseo que tengo de vuestra honra y del crecer vuestro estado, especialmente siendo este cargo tan principal de Amadís de Gaula, a quien yo tanto amo y debo, como vos, mi señora, sabéis. Y cuando esto supe de Tantiles, que aquí se halló, luego mandé apercibir todo mi reino que vengan a lo que él mandare, y parecióme que entretanto debía hacer este camino para os acompañar y ver a el que mucho deseaba ver, más que a ninguna persona de este mundo, y estar mi señora con vos hasta que vuestro negocio se despache, que a Nuestro Señor plega que sea como vos lo deseáis.
—Así le plega a Él —dijo Oriana—; por su santa piedad y esperanza tengo que don Cuadragante y don Brián de Monjaste traerán algún asiento con mi padre.
Briolanja, que sabía la verdad que ninguno traían, no se la quiso decir. Así estuvieron hablando con gran pieza en las cosas que más placer les daban, y cuando fue hora de cenar la doncella de Dinamarca dijo a Oriana:
—Acuérdeseos, señora, que la reina viene de camino y querrá cenar y descansar, y es ya tiempo que os paséis a vuestro aposentamiento y la llevéis con vos y sus doncellas, pues es vuestra huésped.
Oriana le preguntó y dijo si estaba todo aderezado. Ella le dijo que sí. Entonces tomó a la rema Briolanja por la mano, y despidióse de la reina Sardamira, y de Grasinda, las cuales se fueron a sus aposentamientos, y fuese con ella a su cámara, mostrándole mucho amor.
Y desde que fueron llegadas, Briolanja preguntó quién era aquella tan bien guarnida y hermosa dueña que cabe la reina Sardamira estaba. Mabilia le dijo cómo se llamaba Grasinda, y que era muy noble dueña y muy rica, y díjole la causa porque había venido a la corte del rey Lisuarte, y la grande honra que allí Amadís le hizo ganar y la honra que ella le hizo no le conociendo, y contóle muy por extenso todo lo que había pasado con Amadís, que ella mucho amaba llamándose el Caballero de la Verde Espada, y cómo llegó al punto de la muerte cuando mató al Endriago y le sanó un maestro que esta dueña le dio, el mejor que en gran tierra se podría hallar. Todo se lo contó, que no faltó ninguna cosa. Cuando la reina esto oyó, dijo:
—Mezquina de mí, porque antes no lo supe, que llegó a me hablar y pasé por ella muy livianamente, pero remedio habrá, que aunque su merecimiento no lo mereciese, sólo por haber hecho tanta honra con tanto provecho a Amadís soy yo mucho obligada de la honrar y hacer placer todos los días de mi vida, porque después de Dios no tengo yo otro reparo de mis trabajos, ni que a mi corazón contentamiento dé, sino este caballero, y en cenando la mandad llamar, porque quiero que me conozca.
Oriana dijo:
—Reina, mi amiga: no sola sois vos la que por esta causa honrarla debe, que veisme aquí que si por ese caballero que habéis dicho no fuese, yo sería hoy la más perdida y desventurada mujer que nunca nació, porque estaría en tierras extrañas con tanta soledad que no me fuera sino la muerte, y desheredada de aquello de que Dios me hizo señora, y como ya habéis sabido, este noble caballero socorredor y amparador de los corridos sin a ello le mover otra cosa sino su noble virtud, se ha puesto en esto que veis, porque mi justicia sea guardada.
—Amiga señora —dijo la reina—, no hablemos en Amadís, que éste nació para semejantes cosas, que así como Dios lo extremó y apartó en gran esfuerzo de todos los del mundo, así quiso que fuese en todas las otras bondades y virtudes.
Pues asentadas a la mesa, fueron de muchos manjares y diversos servidas, así como convenía a tan grandes princesas, y hablando en muchas cosas que les agradaban y desde que hubieron cenado, mandaron a la doncella de Dinamarca que fuese por Grasinda y le dijese que la reina le quería hablar. La doncella así lo hizo, y Grasinda vino luego con ella, y cuando entró donde ellas estaban, la reina Briolanja la fue a abrazar, y díjole:
—Mi buena amiga, perdonadme que no supe quien erais cuando aquí vine, que si lo supiera con más amor y afición os recibiera, porque vuestra virtud lo merece, y por la gran honra y buena obra que de vos Amadís recibió, somos sus amigos mucho obligados a o.s lo agradecer, y de mi os digo que nunca en tiempo seré que lo pueda pagar que no lo haga, porque aunque de lo mío lo dé de lo suyo le doy de todo lo que yo tengo.
—Mi buena señora —dijo Grasinda—, si alguna honra hice a este caballero que decís, yo soy tan satisfecha y contenta de ella como nunca persona lo fue de persona a quien placer hubiese hecho, y lo que me decís agradezco yo mucho más a vuestra virtud que a la deuda en que él me desea, que pluguiese a Dios que lo demás en que él me ha pagado lo que de mi recibió dé lugar a que se lo sirva.
Entonces Mabilia le dijo:
—Mi buena señora, decidnos si os pluguiere cómo hubisteis conocimiento de Amadís, y por qué causa en vos halló tan buen acogimiento, pues que no lo conocíais ni sabíais su nombre.
Ella se lo contó todo, como la tercera parte de esta historia más largo lo cuenta. Y mucho rieron de Brandasidel, el que hizo ir en el caballo cabalgando aviesas, la cola en la mano, y díjoles cómo lo había tenido mal llagado en su casa algunos días, y cómo antes que en aquella tierra fuese había oído decir de él muy grandes y extrañas cosas en armas que había hecho por todas las ínsulas de Romania y de Alemania, donde todos los que las sabían eran maravillados de cómo por un solo caballero fueron tales cosas tan peligrosas acabadas, y de los tuertos y grandes agravios que había enmendado por muchas dueñas y doncellas, y otras personas que su ayuda y acorro hubieron menester, y cómo lo había conocido por el enano y por la verde espada que traía, cuyo nombre él se llamaba, y asimismo les contó toda la batalla que con don Cuadragante hubo, y la que después pasó con los otros once caballeros, y que por los vencer quitó al rey de Bohemia de muy cruda guerra con el emperador de Roma, y otras muchas cosas les contó que de él en aquellas partes había sabido, que serían largas de escribir, y entonces les dijo:
—Por estas cosas que de él oía, y por lo que de él vi, en presencia quiero, señoras, que sepáis lo que conmigo misma me aconteció. Yo fui tan pagada de él y de sus grandes hechos que, como quiera que yo fuese para en aquella tierra asaz rica y gran señora, y él anduviese como un pobre caballero, sin que de él más noticia hubiese sino lo dicho, tuviera por bien de lo tomar en casamiento y pensara yo que en tener su persona ninguna reina de todo el mundo me fuera igual. Y como le vi tan mesurado y con grandes pensamientos y congojas, y sabiendo la fortaleza de su corazón, sospeché que aquello no le venía sino por causa de alguna mujer que él amase, y por más me certificar hablé con Gandalín, que me pareció muy cuerdo escudero, y preguntéselo, y él, conociendo dónde mi pensamiento tiraba, por una parte me lo negó y por otra me dio a entender que no sería cuita por él, sino por alguna que amase. Y bien vi yo que lo dijo porque me quitase de aquel pensamiento y no procediese más adelante, pues que de ello no habría fruto ninguno; yo se lo agradecí mucho, y de aquella hora delante me aparté de más pensar en ello.
Briolanja cuando esto le oyó miró contra Oriana riendo, y díjole:
—Mi señora, paréceme que este caballero, por más partes que yo pensaba, anda sembrando esta dolencia, y acuérdeseos lo que os hube dicho en este caso en el castillo de Miraflores.
—Bien se me acuerda —dijo Oriana. Esto fue que la reina Briolanja, yendo a ver a Oriana a este castillo de Miraflores, como el segundo libro lo dice, le dijo casi otro tanto que con Amadís le había acaecido.
Pues así en aquello como en otras cosas estuvieron hablando hasta que fue hora de dormir, y Grasinda se despidió de ellas, y se tomó a su cámara y ellas quedaron en la suya, y a la reina Briolanja hicieron en la cámara de Oriana una cama cabe la suya, porque ella y Mabilia dormían juntas y así se echaron a dormir donde aquella noche descansaron y holgaron.