Amadís de Gaula (126 page)

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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
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Después que aquellos caballeros del rey Lisuarte se partieron, mandó llamar al rey Arbán de Norgales, y a don Grumedán, ya Guillan el Cuidador, y díjoles:

—Amigos, ya sabéis en lo que estoy puesto con estos caballeros de la Ínsula Firme y la gran mengua que de ellos he recibido, y, ciertamente, si yo no tomase la enmienda de manera que aquel gran orgullo que tiene sea quebrantado, no me tendría por rey, ni pensaría que por tal ninguno me tuviese, y por dar aquella cuenta de mi que los cuerdos deben dar, que es hacer sus cosas con gran consejo y mucha deliberación, quiero, como os hube dicho, me digáis vuestro parecer, porque sobre ello yo tome lo que más a mi servicio cumple.

El rey Arbán, que era buen caballero y muy cuerdo, y que mucho deseaba la honra del rey, le dijo:

—Señor, estos caballeros y yo hemos mucho pensado y hablado como nos lo mandasteis, por os dar el mejor consejo que nuestros juicios alcanzaren, y hayamos que pues vuestra voluntad es de no venir en ninguna concordia con aquellos caballeros, que con mucha diligencia y gran discreción se debe buscar el aparejo para que sean apremiados y su locura refrenada, que nosotros, señor, de una parte vemos que los caballeros en la Ínsula Firme están son muchos, y muy poderosos en armas, como vos lo sabéis, que ya por la bondad de Dios todos ellos fueron mucho tiempo en vuestro servicio, y demás de lo que ellos pueden y valen somos certificados que han enviado a muchas partes por grandes ayudas, las cuales creemos que hallarán, porque son de gran linaje, así como hijos y hermanos de reyes y de otros grandes hombres; y pues sus personas han ganado otros muchos amigos, y cuando así vienen gentes de muchas partes prestamente se allega gran hueste, y de la otra parte, señor, vemos vuestra casa y corte muy despojada de caballeros, más que en ningún tiempo que en la memoria tengamos, y la grandeza de vuestro estado ha traído en os poner en muchas enemistades que ahora mostrarán las malas voluntades que contra vos tienen, que muchas dolencias de éstas acostumbran a descubrir las necesidades que con las bonanzas están suspensas y callas, y así por estas causas como por otras muchas que decirse podrían sería bien que vuestros servidores y amigos sean requeridos y se sepa lo que en ellos tenéis, en especial el emperador de Roma, a quien ya más que a vos toca esto, como la reina os dijo, y visto el poder que se os apareja así, señor, podéis tomar el rigor o el partido que se os ofrece.

El rey se tuvo por bien aconsejado y dijo que así lo quería hacer, y mandó a don Guilán que él tomase cargo de ser el mensajero para el emperador, que a tal caballero como él convenía tal embajada. Él le respondió:

—Señor, para eso y mucho más está mi voluntad presta a os servir, y a Dios plega por la su merced que así como lo yo deseo se cumpla en acrecentamiento de vuestra honra y gran estado, y el despacho sea presto, que vuestro mandamiento será puesto luego en ejecución.

El rey le dijo:

—Con vos no será menester sino creencia, y es ésta que digáis al emperador cómo él de su voluntad me envió a Salustanquidio y Brondajel de Roca, su mayordomo, con otros asaz caballeros que con ellos vinieron a demandar mi hija Oriana para se casar con ella, que yo por le contentar y le tomar en mi deudo contra la voluntad de todos mis naturales, teniendo a ésta por señora de ellos después de mis días, me dispuse a se la enviar, comoquiera que con mucha piedad mía y mucho dolor y angustia de su madre por la ver apartar de nosotros en tierras tan extrañas, y que recibida por los suyos con sus dueñas y doncellas, y entrados en la mar fuera de los términos de mis reinos, Amadís de Gaula, que con otros caballeros sus amigos salieron con otra flota de la Ínsula Firme, y que desbaratados todos los suyos, y muerto Salustanquidio, fue por ellos tomada su hija con todos los que vivos quedaron y llevada a la misma ínsula, donde la tienen, y que ha enviado a mí sus mensajeros, por los cuales me profieren algunos partidos, pero yo conociendo que a él más que a mi toca este negocio no he querido venir con ellos en ninguna contratación hasta se lo hacer saber, y que sepa que con lo que yo más satisfecho sería es que allí donde ellos la tienen por nosotros cercados fuesen, de tal suerte, que diésemos a todo el mundo a conocer que ellos como ladrones y salteadores aquello hicieron, y nosotros como grandes príncipes habíamos castigado este insulto tan grande, que tanto nos toca. Y vos decidle lo que en este caso os pareciese allende de esto, y si en esto acuerda que se pongan luego en ejecución, porque las injurias siempre crecen con la dilación de la enmienda que de ellas se debe tomar.

Don Guilán le dijo:

—Señor, todo se hará como lo mandáis, y a Dios plega que mi viaje haya aquel efecto que en mi voluntad está de os servir.

Y tomando una carta por do creído fuese, se partió a entrar en la mar, y lo que hizo la historia lo contará adelante.

Esto hecho mandó el rey llamar a Brandoibás, y mandóle que fuese a la Ínsula de Mongaza a don Galvanes, que luego con toda la gente de la ínsula para él se viniese, y dende se pasase a Irlanda al rey Cildadán y le dijese otro tanto, y trabajase con el mayor aparejo de guerra que haber pudiese, se viniese a él donde supiese que estaba; asimismo mandó a Finispinel que fuese a Gasquilán, rey de Suecia, y le dijese en lo que estaba, y pues que era caballero tan famoso y tanto se agradaba y procuraba hazañas, que ahora tenía tiempo de mostrar la virtud y ardimiento de su corazón; y así envió a otros muchos sus amigos aliados y servidores, y a todo su reino, que estuviesen apercibidos para cuando estos mensajeros tornasen, y mandó buscar muchos caballos y armas por todas partes para hacer la más gente de caballo que pudiese.

Mas ahora dejaremos esto, que no se dirá más hasta su tiempo, por decir lo que Arcalaus el Encantador hizo. Cuenta la historia que estando Arcalaus el Encantador en sus castillos esperando siempre de hacer algún mal, como él y todos los malos de costumbre lo tienen, llególe esta gran nueva de la discordia y gran rotura que entre el rey Lisuarte y Amadís estaba, y si de ello hubo placer, no es de contar, porque eran los dos hombres del mundo a quien él más desamaba, y nunca de su pensamiento ni cuidado se partía, pensar en cómo seria causa de su destrucción, y pensó qué podría hacer en tal coyuntura como ésta con que dañar les pudiese, que su corazón no se podía otorgar de ser en ayuda de ninguno de ellos, y como en todas las maldades era muy sutil, acordó de trabajar en que se juntase otra tercera hueste, así de los enemigos del rey Lisuarte como de Amadís, y ponerla en tal parte que si batalla hubiesen que muy ligeramente pudiesen los de su parte vencer y destruir los que quedasen, y con este pensamiento, y deseo cabalgó en su caballo, y tomando consigo los servidores que menester había, y fuese por sus jornadas así por tierra como por la mar al rey Arábigo, que tan maltratado había quedado de la batalla que él y los otros seis reyes, sus compañeros, hubieron con el rey Lisuarte, como lo cuenta la parte tercera de esta historia del gran daño y mengua que en ella, de Amadís y de su linaje, había recibido, y como a él llegó, le dijo:

—¡Oh, rey Arábigo!, si aquel corazón y esfuerzo que a la grandeza de tu real estado se requiere tener tienes, y aquella discreción con que gobernarlo debes, aquella contraria fortuna que el tiempo pasado te fue enemiga, con mucho arrepentimiento de ello te quiere dar la enmienda tal que con doblada victoria el gran menoscabo de tu honra sea satisfecho, lo cual si sabio eres conocerás ser en tu mano el remedio. Tú, rey, sabrás como yo, estando en mis castillos con gran cuidado de pensar en tu pérdida y buscar cómo reparada fuese, porque del acrecentamiento de tu real estado ocurre a mi como a servidor tuyo muy grandísimo provecho, supe por nueva muy cierta cómo los tus grandes enemigos y míos, el rey Lisuarte y Amadís de Gaula, con en todo el extremo de rotura el uno contra el otro, y sobre causa de tal calidad que ningún medio ni remedio se espera ni puede haber sino gran batalla y cuestión con destrucción del uno de ellos, o por ventura de entrambos, y si mi consejo quisiereis tomar es cierto que no solamente será remedio de la pérdida que por el pasado de mí hubiese, mas para que con muchos más señoríos tu estado será crecido, y después de todos aquéllos que tus servicios queremos.

El rey Arábigo, cuando esto le oyó y vio a Arcalaus llegar de tan lueñas tierras y con tanta prisa, dijo:

—Amigo Arcalaus, la grandeza del camino y la fatiga de vuestra persona me dan causa a que vuestra venida en mucho tenga, y creer todo aquello que me dijereis, y quiero que por extenso me sea declarado esto que me decís, porque mi voluntad nunca por tiempo adverso dejará de seguir lo que a la grandeza de mi persona conviene.

Entonces, Arcalaus le dijo:

—Sabrás, rey, que el emperador de Roma, queriendo tomar mujer, envió al rey Lisuarte que le diese a su hija Oriana, el cual, viendo su grandeza, aunque esta infanta es su derecha heredera de la Gran Bretaña, se la dispuso a se la dar, y entrególa a un primo cohermano del mismo emperador llamado Salustanquidio, príncipe muy poderoso, y llevándola con gran compaña de romanos por la mar, salió a ellos Amadís de Gaula con muchos caballeros sus amigos, y muerto este príncipe y destruida toda su flota, y presos, y muertos otros muchos de los que en ella hallaron, fue robada y tomada Oriana, y llevada a la Ínsula Firme, donde la tienen. La mengua que de esto viene al rey Lisuarte y al emperador ya lo puedes conocer. Y quiero que sepas que este Amadís de quien te hablo es uno de los caballeros de las armas de las sierpes que contra ti fueron, y contra los otros seis reyes que contigo estuvieron en la gran batalla que con el rey Lisuarte hubiste, y éste fue el que el yelmo dorado traía, que por virtud de su alta proeza y gran esfuerzo la victoria de las tus manos fue quitada. Así que, por esto que te digo, el rey Lisuarte de un cabo, y Amadís de otro, llaman la más gente que pueden, donde con razón se debe y puede juzgar por el mismo emperador por vengar tu gran lástima de su corazón y menguada de su honra vendrá en persona, pues de aquí puedes juzgar habiendo batalla que daño de ella les puede ocurrir, y si tú quieres llamar tus compañas, yo te daré por ayudador a Barsinán, señor de Sansueña, hijo del otro Barsinán que el rey Lisuarte hizo matar en Londres, y darte he más a todo el gran linaje del buen caballero Dardán el Soberbio, que Amadís en Vindilisora mató, que será gran compañía de muy buenos caballeros, y asimismo haré venir al rey de la Profunda Ínsula que contigo escapó de la batalla, y con toda esta gente nos podremos poner en tal parte, donde por mí serán guiados, que dada la batalla por ellos, así a los vencidos como a los vencedores llevarán muy seguramente en las manos sin ningún peligro de tus gentes, pues que puede de aquí redundar, sino que de más de ganar tan gran victoria, toda la Gran Bretaña te será sujeta, y tu real estado puesto en la más alta cumbre que de ningún emperador del mundo. Ahora mira, rey poderoso, si por tan pequeño trabajo y peligro quieres perder tan gran gloria y señorío.

Cuando el rey Arábigo esto oyó, mucho fue alegre, y díjole:

—Mi amigo Arcalaus, gran cosa es esta que me habéis dicho, y comoquiera que mi voluntad tenga de no tentar más la fortuna, gran locura sería dejar las cosas que con mucha razón a dar grande honra y provecho se ofrecen, porque si como se espera salen, y la misma razón las guía, reciben los hombres aquel fruto que su trabajo merece, y si al contrario les sale, hacen aquello que por virtud son obligados, dando la cuenta de sus honras que darse debe, no teniendo en tanto las desventuras pasadas que el remedio de ellas cuando el caso se ofrece dejen de probar sin los tener sumidos, y abatidos, y deshonrados todos los días de su vida. Y pues que así es lo que en mí será de mis gentes y amigos, perded cuidado, en lo otro proveed con aquella afición y diligencia que veis que para semejante caso conviene.

Arcalaus, tomada esta palabra del rey, se partió para Sansueña y habló con Barsinán, trayéndole a la memoria la muerte de su padre y de su hermano Gandalot, el que venció don Guilán el Cuidador, el cual le mandó despeñar de una torre, al pie de la cual su padre fuera quemado, y asimismo le dijo cómo en aquel tiempo le tenía su hecho acabado para que su padre fuese rey de la Gran Bretaña, que tenía preso al rey Lisuarte y a su hija, y cómo por el traidor de Amadís le fuera todo quitado, que ahora tenía tiempo de no solamente ser vengado de sus enemigos a su voluntad, mas que aquel gran señorío que su padre errado había, él estaba en disposición de lo cobrar, y que tuviese corazón, que sin él las grandes cosas pocas veces se podían alcanzar, y que si la fortuna a su padre fue tan contraria, que de ello arrepentida a él quería hacer la satisfacción del daño recibido. Y asimismo le dijo cómo el rey Arábigo con todo su poder se aparejaba, porque veía la cosa tan vencida que se no podía errar en ninguna manera, y todas las otras ayudas que para este negocio tenía ciertas, y otras cosas muchas como aquél que tal oficio siempre había usado y muy gran maestro de maldades había salido. Como Barsinán fuese mancebo muy orgulloso, y en lo malo a su padre pareciese, con poca premia y trabajo le trajo a todo lo que quiso, y con corazón muy ardiente y soberbia demasiada le respondió:

—Que con toda afición y voluntad sería en este viaje, llevando consigo toda la más gente de su señoría, y de fuera de todos los que seguirle quisiesen.

Arcalaus, cuando oyó estas razones, fue alegre de cómo hallaba aparejo al contentamiento de su voluntad, y díjole que fuese todo apercibido para cuando el aviso le enviase, porque esto era necesario que fuese mirado con diligencia.

Y desde allí fue prestamente y con corazón alegre al rey de la Profunda Ínsula, y razonó con él muy gran pieza, y tanto le dijo y tales desazones le dio que así como a éstos le hizo mover y apercibir toda su gente muy en orden, como aquél que de lo tal necesidad tenía. Esto hecho, se tornó a su tierra y habló con los parientes de Dardán el Soberbio, por cuanto creía a todos con la semejante, había venir mucho provecho, y lo más secreto que pudo se concertó con ellos, diciéndoles el grande aparejo que tenían. Así estuvo esperando al tiempo para poner en obra lo que habéis oído.

Mas ahora no habla la historia de él hasta su tiempo y torna a contar lo que le acaeció a don Cuadragante y a don Brián de Monjaste después que de la corte del rey Lisuarte partieron.

Capítulo 97

Cómo don Cuadragante y Brián de Monjaste con fortuna se perdieron en la mar, y cómo la ventura les hizo hallar a la reina Briolanja, y lo que con ella les acaeció.

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