Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
Así estuvieron en aquel real quince días, tomando alarde y recibiendo los caballeros que de cada día les venían, así que hallaron que eran por todos estos que se siguen: el emperador trajo diez mil de caballo. El rey Lisuarte, mil quinientos; Gasquilán, rey de Suesa, ochocientos. El rey Cildadán, doscientos.
Pues todo aderezado, mandó el emperador y los reyes que el real moviese y la gente fuese detenida en aquella gran vega por donde habían de caminar, y así se hizo, que puestos todos en sus batallas, el emperador hizo de su gente tres haces. La primera dio a Floyán, hermano del príncipe Salustanquidio, con dos mil y quinientos caballeros. La segunda dio a Arquisil, con otros tantos. Y él quedó con los cinco mil para les hacer espaldas, y rogó al rey Lisuarte que tuviese por bien que él llevase la delantera, y así se hizo, aunque él más quisiera llevarla a su cargo, porque no tenía en mucho aquella gente y había miedo que del desconcierto de ellos les podría venir algún gran revés; pero otorgólo por le dar aquella honra. Lo cual, en semejantes casos, es mal mirado, que apartada toda afición se debe seguir lo que la razón guía.
El rey Lisuarte hizo de sus gentes dos haces; en la una puso con el rey Arbán de Norgales tres mil caballeros y que fuesen con él Norandel, su hijo, y don Guilán el Cuidador, y don Cendil de Ganota, y Brandoibás, y dio de su gente mil caballeros al rey Cildadán y a Gasquilán, con tres mil que ellos tenían, que fuese otra haz, y los otros tomó consigo y dio él su estandarte al bueno de don Grumedán, que con mucho pesar y angustia de su corazón miraba aquel troque tan malo que el rey Lisuarte había hecho en dejar la gente que contraria tenía por la que llevaba.
Pues hecho esto y concertadas las haces, movieron por el campo tras el fardaje que iba a sentar real con los aposentadores. ¿Quién os podría decir los caballos y armas tan ricas y tan lucidas y de tantas maneras como allí iban? Por cierto, muy gran trabajo sería en lo contar, solamente se dirán de ellas que el emperador y los reyes y otros algunos señalados caballeros llevaban; pero esto será cuando el día de la batalla se armaren para entrar en ella. Mas ahora no hablaremos de ellos hasta su tiempo, y contar se ha lo que hizo el rey Perión y aquellos señores que con él estaban en el real cabe la Ínsula Firme.
Cómo el rey Perión movía la gente del real contra sus enemigos, y cómo repartió las haces para la batalla.
Dice la historia que este rey Perión, como fuese un caballero muy cuerdo y de grande esfuerzo y hasta allí siempre la fortuna le había ensalzado en lo guardar y defender su honra, y se viese en una tan señalada afrenta, en que su persona e hijos y todos los más de su linaje se habían de poner y conociese al rey Lisuarte por tan esforzado y vengador de sus injurias, que al emperador ni a su gente no lo preciaba tanto como nada, en saber su condición, que siempre estaba pensando en lo que menester era porque bien se tenía por dicho que si la fortuna contraria le fuese que aquel rey como can rabioso no daría a su voluntad contentamiento con el vencimiento primero, antes con mucha diligencia y rigor, no teniendo en nada ningún trabajo, los buscaría donde quiera que fuesen, como él tenía pensado siendo vencedor de lo hacer, y a vueltas de las otras cosas que eran necesarias de proveer, tenía siempre personas en tales partes de quien supiese lo que sus enemigos hacían, de los cuales luego fue avisado cómo la gente venía ya contra ellos y en qué orden.
Pues sabido esto, luego otro día de mañana se levantó y mandó llamar todos los capitanes y caballeros de gran linaje, y díjoselo, y como su parecer era que el real se levantase y la gente junta en aquellos prados se hiciese esparcimiento de las haces por que todos supiesen a qué capitán y seña habían de acudir, y que hecho esto moviesen contra sus enemigos con gran esfuerzo y mucha esperanza de los vencer con la justa demanda que llevaban. Todos lo tuvieron por bien, y con mucha afición le rogaron que así por su dignidad real y gran esfuerzo y discreción tomase a su cargo de lo regir y gobernar en aquella jornada, y que todos le serían obedientes, él le otorgó, que bien conoció que pendían lo justo y no se podía con razón excusar de ello.
Pues mandándolo poner en obra, el real fue levantado y la gente toda armada y a caballo puesta en aquella gran vega. El buen rey se puso en medio de todos, en un caballo muy hermoso y muy grande, y armado de muy ricas armas y tres escuderos que las armas llevaban y diez pajes en diez caballos, todos de una divisa que por la batalla anduviesen y socorriesen a los caballeros con ellos que menester los hubiesen, y como él era ya de tanta edad que los más de la cabeza y barba tuviese blanco y el rostro encendido con el calor de las armas, y de la grandeza de corazón, y como todos sabían su gran esfuerzo parecía también y tanto esfuerzo dio a la gente que lo estaba mirando que les hacía perder todo pavor, que bien cuidaban que, después de Dios, aquel caudillo sería causa de les dar la gloria de la batalla, y así estando miró a don Cuadragante y díjole:
—Esforzado caballero, a vos encomiendo la delantera, y tú, mi hijo Amadís, y Angriote de Estravaus, y don Gavarte de Val Temeroso, y Enil, y Balais de Carsante, y Landín, que le hagáis compañía con los quinientos caballeros de Irlanda y mil quinientos de los que yo traje. Y vos, mi buen sobrino Agrajes, tomad la segunda haz, y vayan con vos don Bruneo de Bonamar y Branfil, su hermano, con la gente suya y con la vuestra, en que seréis mil seiscientos caballeros. Y vos, honrado caballero Grasandor, que toméis la haz tercera. Y tú, mi hijo don Florestán, y Dragonís, y Landín de Fajarque, y Elián el Lozano, con la gente de vuestro padre el rey y con Trión y la gente de la reina Briolanja, que seréis dos mil y setecientos caballeros, le haced compañía.
Y dijo a don Brián de Monjaste:
—Y vos, honrado caballero, mi sobrino, habed la cuarta haz con vuestra gente y con tres mil caballeros de los del emperador de Constantinopla, así que llevaréis cinco mil caballeros, y vayan con vos Mancián de la Puente de la Plata, y Sadamón, y Urlandín, hijo del conde de Urlanda.
Y mandó a don Gandales que tomase mil caballeros de los suyos y socorriese a las mayores prisas. Y el rey tomó consigo a Gastiles con la gente que del emperador le quedaba y púsose debajo de su seña y rogó a todos que así mirasen por ella como si el emperador allí en persona estuviese.
Concertadas las haces como habéis oído, movieron todos en sus órdenes por aquel campo, tocando muchas trompetas y otros muchos instrumentos de guerra. Oriana y las reinas y las infantas y dueñas y doncellas estábanlos mirando y rogaban a Dios de corazón les ayudase y si su voluntad fuese los pusiese en paz.
Mas ahora deja la historia de hablar de ellos, que se iban a juntar contra sus enemigos como oís, y torna a Arcalaus el Encantador.
Cómo, sabido por Arcalaus el Encantador todas estas gentes se aderezaban para pelear, envió a más andar a llamar al rey Arábigo y sus compañas.
Arcalaus el Encantador, así como oído habéis, tenía apercibido al rey Arábigo y a Barsinán, señor de Sansueña, y al rey de la Profunda Ínsula, que había huido de la batalla de los siete reyes y a todos los parientes de Dardán el Soberbio, y como supo que las gentes eran venidas al rey Lisuarte y a Amadís, envió con mucha prisa un caballero su pariente, que se llamaba Garín, hijo de Grumén, el que Amadís mató, cuando a él y a otros tres caballeros con Arcalaus el Encantador les tomó a Oriana, así como el libro primero de la historia lo cuenta, y mandóle que no holgase día ni noche hasta lo hacer saber a todos estos reyes y caballeros y les diese mucha prisa en su venida, y él quedó en sus castillos, llamando a sus amigos y los del linaje de Dardán y allegando la más gente que podía. Pues este Garín llegó al rey Arábigo, el cual halló en la gran su ciudad llamada Arábiga, que era la más principal de todo su reino, del nombre de la cual todos los reyes de allí se llamaban Arábigos, y porque su señorío alcanzaba gran parte en la tierra de Arabia, y habla con él todo lo que Arcalaus le hacía saber y con todos los otros que sus gentes tenían apercibidas, y sabido por ellos aquella nueva, luego, sin más tardar, las llamaron, y fueron todos, unos y otros, juntos y asonados cerca de una villa muy buena del señorío de Sansueña, la cual había nombre Califán, y asentaron sus tiendas en aquellos campos, y serían por todas hasta doce mil caballeros, y allí concertaron toda su flota, que fue asaz grande y de buena gente, con las más viandas que haber pudieron, como aquéllos que iban a reino extraño, y con mucho placer y tiempo aderezado fueron por su mar adelante, y a los ocho días aportaron en la Gran Bretaña, a la parte donde Arcalaus tenía un castillo muy fuerte, puerto de mar. Arcalaus tenía ya consigo seiscientos caballeros muy buenos, que todos los más de ellos desamaban mucho al rey Lisuarte y a Amadís, porque como a malos siempre lo habían corrido y muerto muchos de sus parientes, y éstos todos los más andaban huidos.
Cuando aquella flota allí aportó no os podría decir el gran placer que los unos con los otros hubieron, y sabido por las espías de Arcalaus cómo ya las gentes del rey Lisuarte y de Amadís iban unas contra otras y el camino que llevaban, luego ellos movieron con toda su compaña. La delantera hubo Barsinán, que era mancebo y recio caballero, muy deseoso de vengar la muerte de su padre y de su hermano Gandalor y de mostrar el esfuerzo y ardimiento de su corazón con dos mil caballeros y algunos arqueros y ballesteros. Arcalaus hubo la segunda haz, que podéis creer que en esfuerzo y gran valentía no era peor que él, antes, aunque la media mano derecha tenía perdida, en gran parte no se hallaría mejor caballero en armas que él era ni más valiente, sino que sus malas obras y falsedades le quitaban todo el prez que su esfuerzo ganaba, éste llevaba los seiscientos caballeros. El rey Arábigo le dio dos mil y cuatrocientos de los suyos. La tercera haz hubo el rey Arábigo y el otro rey de la Profunda Ínsula, con toda la otra gente, y llevaba consigo seis caballeros parientes de Brotajar Danfania, el que Amadís mató en la batalla de los siete reyes, cuando traía el yelmo dorado, así como lo cuenta el tercer libro de esta historia, y este Brontajar Danfania era tan valiente así de cuerpo como de fuerza que con él esperaban vencer los de su parte, y ciertamente así lo fuere sino porque Amadís vio el gran daño que en las gentes del rey Lisuarte hacía, y que mucho durase que él bastaba para dar la honra de la batalla a los de su parte, y fue para él y de un solo golpe le tullió, de manera que cayó en el campo, donde fue muerto. Estos seis caballeros que os cuento vinieron de la Ínsula Sagitaria, donde se dice que al comienzo los sagitarios hacían su habitación y eran tan grandes de cuerpo y de fuerza como aquéllos que de derecho linaje venían de los mayores y más valientes gigantes que en el mundo hubo. Pues éstos supieron esta gran batalla que se ordenaba y pusieron en sus voluntades de ser en ella, así por vengar la muerte de aquel Brontajar, que era el más principal hombre de su linaje, como por se probar con aquellos caballeros que de tan gran fama oían, y por esta causa se vinieron al rey Arábigo, al cual mucho plugo con ellos y rogóles que fuesen en su batalla, y así lo otorgaron contra su voluntad, que más quisieran que los mandara poner en la delantera. En este comedio llegó aquí el duque de Bristoya, que como quiera que él fuera por Arcalaus requerido, no había osado mostrarse, temiendo por liviana cosa lo que le decía, mas cuando vio el gran aparejo de gente que habían juntado, tuvo por buen partido de se ir para ellos, por vengar, si podía, la muerte de su padre, que mataron don Galvanes y Agrajes con Olivas, así como el libro primero de esta historia lo cuenta, y por cobrar su tierra, que el rey Lisuarte le había tomado, diciendo que su padre muriera por aleve, y consideró que si al rey Lisuarte le fuese mal, que él podría ser restituido en lo suyo y si Amadís, que se vengaban de aquéllos que tanto mal le habían hecho, y como llegó, y el rey Arábigo y aquellos señores lo vieron y les dijeron quién era, gran placer hubieron con él y mucho los esforzó con su venida, porque en más tenían aquél que era natural de la tierra y tenía en ella algunas villas y castillos con lo que traía, que a otro que extraño fuese con mucho más. Este duque fue sobresaliente con los suyos y con quinientos caballeros que el rey Arábigo le dio, pues con tal compaña, como oís, y en tal orden partieron aquellas compañas por una traviesa con las mayores guardas que poner pudieron, con acuerdo de se poner en tal parte donde estuviesen seguros y saliesen cuando fuese razón a dar en sus enemigos.
Cómo el emperador de Roma y el rey Lisuarte se iban con toda su compaña contra la Ínsula Firme a buscar sus enemigos.
La historia dice que el emperador de Roma y el rey Lisuarte partieron del real que cabe Vindilisora tenían con todas aquellas compañas que dicho os habemos, y acordaron de andar mucho espacio de camino, porque las gentes y caballos fuesen holgados, y aquel día no anduvieron más de tres leguas y asentaron su real cerca de una floresta, en un gran llano, y holgaron allí aquella noche, y otro día al alba partieron en su orden, como os contamos, y así continuaron su camino, hasta que supieron de algunas personas de la tierra cómo el rey Perión y sus compañas venían contra ellos y que los dejaban dos jornadas de donde ellos estaban. Y luego el rey Lisuarte mandó proveer que Ladasín el Esgrimidor que se llamaba, primo hermano de don Guilán, con cincuenta caballeros, fuesen descubriendo la tierra siempre delante de la hueste tres leguas, y al tercero se toparon con la guarda del rey Perión, que asimismo lo había proveído con Enil y cuarenta caballeros con él, y allí pasaron los corredores unos y otros y cada uno lo hizo saber a los suyos. Y no osaban pelear, porque así les era mandado, y las huestes llegaron de un cabo y de otro, que no había en medio más espacio de una legua de un campo grande y muy llano. En estas huestes venían muchos caballeros, grandes sabidores de guerra, de manera que muy poca ventaja se podían llevar los unos a los otros, y no pareció sino que de acuerdo de las partes la una gente y la otra hicieron fortalecer con muchas cavas y otras defensas sus reales para allí se socorrer si mal les fuese.
Así estando estas huestes como oís, llegó Gandalín, escudero de Amadís, que con Melicia de Gaula a la Ínsula Firme había venido y habíase aquejado mucho por llegar antes que la batalla se diese, y la causa de ello fue ésta: