Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
Así que muchas afrentas y peligros pasó y muchas heridas hubo, las cuales alcanzando la victoria y honra de todos por gloria se tenían, y de ellas fue curado por aquel maestro que consigo llevaba. Pues andando en esta gran revuelta, navegando de unas islas a otras y de otras a otras, los marineros sintiéndolo por mucha fatiga al maestro se querellaron de ello, y él diciéndolo al Caballero del Enano, acordóse que comoquiera que su voluntad aparejada estuviese en acabar de ver todas aquellas tierras que pues la de ellos en fatiga lo sentía, que derechamente volviesen la nao la vía de Constantinopla, porque en aquella ida y venida si Dios no lo conturbase llegaría al cabo del año a Grasinda prometido. Con este acuerdo a placer de todos los de la nave tomaron el viaje de Constantinopla con viento bueno y enderezado.
En el segundo libro os contamos cómo el Patín, siendo caballero sin estado alguno, no solamente esperando de lo haber después de la muerte del Siudán, su hermano, que emperador de Roma era, por no tener hijo que el imperio heredase, oyendo la gran fama de los caballeros que a la sazón en la Gran Bretaña eran en servicio del rey Lisuarte, acordó de se venir a probar con ellos, y comoquiera que a la sazón fuese muy enamorado de la reina Sardamira, reina de Cerdeña, y por su servicio aquel camino empezase, llegado a casa del rey Lisuarte, donde muy honradamente según su gran linaje recibido fue, viendo a la muy hermosa Oriana, su hija, que en el mundo par de hermosura no tenía, tanto fue de ella pagado que olvidando el viejo amor, siguiendo aquel nuevo a su parte en casamiento le demandó, y aunque la respuesta con alguna esperanza honesta fuere, la voluntad del rey, muy apartada de tal juntamiento era, mas él teniendo que alcanzado había lo que deseaba, queriendo mostrar sus fuerzas, creyendo ser con ello de aquella señora más amado, por aquellas tierras a buscar los caballeros andantes para se con ellos combatir se fue, y su desventura que así lo siguió fue aportar en la floresta donde Amadís aquella sazón desesperado de su señora haciendo un llanto muy doloroso estaba, y allí habiendo primero sus razones, el Patín loándose del amor y Amadís quejándose de él, hubieron su batalla en la cual el Patín fue en tierra del justar y después cobrando el caballo de un solo golpe de la espada fue tan mal herido en la cabeza que llegó muchas veces al punto de la muerte, por causa de lo cual dejando en pendencia el casamiento de Oriana se tornó en Roma, donde a poco tiempo, muriendo el emperador, su hermano, él por emperador tomado fue, y no se le olvidando aquella pasión en que Oriana a su corazón puesto había, creyendo con el mayor estado en que puesto era más ligeramente la cobrar, acordó de la demandar otra vez al rey Lisuarte en casamiento, lo cual encomendó a un primo suyo, Salustanquidio llamado, príncipe de Calabria, caballero famoso en armas, y con él a Brondajel de Roca, su mayordomo mayor, y al arzobispo de Talancia, y con ellos hasta trescientos hombres, y la reina hermosa Sardamira con copia de dueñas y doncellas para la guarda de Oriana cuando la trajesen. Ellos, viendo ser aquello la voluntad del emperador, comenzaron a aderezar las cosas convenibles al camino, lo cuál adelante más largo se contará.
De cómo el noble Caballero de la Verde Espada, después de partido de Grasinda para ir a Constantinopla, le forzó fortuna en el mar, de tal manera que te arribó en la Ínsula del Diablo, donde halló una bestia fiera llamada Endriago.
Por la mar navegando el Caballero de la Verde Espada con su compaña la vía de Constantinopla, como oído habéis, con muy buen viento, súbitamente tornado al contrario como muchas veces acaece, fue la mar tan embravecida, tan fuera de compás, que ni la fuerza de la fusta que grande era, ni la sabiduría de los mareantes no pudieron tanto resistir, que muchas veces en peligro de ser anegada no fuese. Las lluvias eran tan espesas y los vientos tan apoderados y el cielo tan oscuro, que en gran desesperación estaban de ser las vidas remediadas por ninguna manera, ni lo podían creer así él, como el maestro Helisabad y los otros todos, si no fuese por la gran misericordia del muy alto Señor, y muchas veces la fusta, así de día como de noche, se les henchía de agua que no podían sosegar, ni comer, ni dormir, sin grandes sobresaltos, pues otro concierto alguno en ella no había, sino aquel que la fortuna le placía que tomase. Así anduvieron ocho días sin saber ni atinar a cuál parte de la mar anduviesen sin que la tormenta un punto ni momento cesase, en cabo de los cuales, con la gran fuerza de los vientos, una noche antes que amaneciese, la fusta a la tierra llegada fue tan reciamente, que por ninguna guisa la podían despegar. Esto dio gran consuelo a todos, como si de muerte a la vida tornados fueran, mas la mañana venida, reconociendo los marineros en la parte que estaban, sabiendo ser allí la Ínsula que del Diablo se llamaba, donde una bestia fiera toda la había despoblado, en dobladas angustias y dolores sus ánimos fueron, teniéndolo en muy mayor grado de peligro que el que en la mar esperaban, e hiriéndose con las manos en los rostros llorando fuertemente, al Caballero de la Verde Espada se vinieron sin otra cosa le decir. Él, muy maravillado de ser allí su alegría en tan tristeza tornada, no sabiendo la causa de ello, estaba como embarazado, preguntándoles qué cosa tan súbita y breve, tan presto su placer en gran lloro mudara.
—¡Oh, caballero! —dijeron ellos—, tanta es la tribulación, que las fuerzas no bastan para la recontar. Mas cuéntela ese maestro Helisabad que bien sabe por qué razón esta Ínsula del Diablo tiene nombre.
El maestro, que no menos turbado que ellos era esforzado por el Caballero del Enano, temblando sus carnes, turbada la palabra con mucha gravedad y temor, contó al caballero lo que saber quería diciendo así:
—Señor Caballero del Enano; sabed que de esta ínsula que aportados somos fue señor un gigante. Bandaguido llamado, el cual con su braveza grande y esquiveza, hizo sus tributarios a todos los más gigantes que con él comarcaban. Éste fue casado con una giganta mansa, de buena condición y tanto cuanto el marido con su maldad de enojo y crueldad hacía a los cristianos matándolos y destruyéndolos; ella con piedad los reparaba cada vez que podía. En esta dueña hubo Bandaguido una hija, que después que en talle de doncella fue llegada tanto la naturaleza ornó y acrecentó en hermosura, que en gran parte del mundo otra mujer de su grandeza ni sangre que su igual fuese no se podía hallar, mas como la gran hermosura sea luego junto con la vanagloria y la vanagloria con el pecador, viéndose esta doncella tan graciosa y lozana y tan apuesta y digna de ser amada de todos y ninguno por la braveza del padre no la osara emprender, tomó por remedio postrimero amar de amor feo y muy desleal a su padre, así que muchas veces siendo levantada su madre de cabe su marido, la hija viniendo allí mostrándole mucho amor, burlando y riendo con él lo abrazaba y besaba. El padre luego al comienzo aquello tomaba con aquel amor que de padre a hija se debía, pero la muy gran continuación y la gran hermosura demasiada suya y la muy poca conciencia y virtud del padre, dieron causa que sentido por él a qué tiraba el pensamiento de la hija, que aquel malo y feo deseo de ella hubiese efecto. De donde debemos tomar en ejemplo que ningún hombre en esta vida tenga tanta confianza de sí mismo que deje de esquivar y apartar la conversación y contratación, no solamente de las parientas y hermanas, más de sus propias hijas, porque esta mala pasión venida en el extremo de su natural encendimiento, pocas veces el juicio, la conciencia, el temor son bastantes de ponerle tal freno con que la retraer puedan. De este pecado tan feo y yerro tan grande se causó luego otro mayor. Así como acaece aquéllos que olvidando la piedad de Dios y siguiendo la voluntad del enemigo malo, quieren con un gran mal remediar otro, no conociendo que la medicina del pecador verdadera es el arrepentimiento verdadero y la penitencia, que le hace ser perdonado de aquel alto Señor, que por semejantes yerros se puso después de muchos tormentos en la Cruz, donde como hombre verdadero murió y fue como verdadero Dios resucitado. Que siendo este malaventurado padre en amor de la hija encendido, y ella asimismo en el suyo, porque más sin empacho el su mal deseo pudiesen gozar, pensaron de matar aquella noble dueña su mujer de él y madre de ella, siendo el gigante avisado de sus falsos ídolos en quien él adoraba, que si con su hija casase, sería engendrada una tal cosa en ella la más brava y fuerte que en el mundo se podría hallar, y poniéndolo por obra aquella malaventurada hija, que su madre más que a sí misma amaba, andando por una huerta, andando con ella, fingiendo la hija ver en un pozo una cosa extraña y llamando a la madre que lo viese, diole de las manos y echándola en lo hondo en poco espacio ahogada fue. Ella dio voces diciendo que su madre cayera en el pozo, acudieron todos los hombres y el gigante, que el engaño sabía, y como vieron la señora que muy amada de todos ellos era muerta, hicieron grandes llantos, mas el gigante les dijo: "No hagáis duelo, que esto los dioses lo han querido y yo tomaré mujer en quien será engendrada tal persona por donde todos seremos muy temidos y enseñoreados sobre aquéllos que mal nos quieren". Todos callaron por miedo del gigante y no osaron hacer otra cosa. Y luego ese día, públicamente ante todos, tomó por su mujer a su hija Bandaguida, en la cual aquella malaventurada noche fue engendrada una animalia por ordenanza de los diablos, en quien ella y su padre y marido creían de la forma que aquí oiréis. Tenía el cuerpo y el rostro cubierto de pelo, y encima había conchas sobrepuestas unas sobre otras, tan fuertes que ninguna arma las podía pasar, y las piernas y pies eran muy recios y gruesos, y encima de los hombros había alas tan grandes que hasta los pies le cubrían, y no de péndolas, mas de un cuero negro como la pez luciente, velloso, tan fuerte que ninguna arma la podía empecer, con las cuales se cubría como lo hiciese un hombre con un escudo y debajo de ellas le salían brazos muy fuertes así como de león, todos cubiertos de conchas más menudas que las del cuerpo, y las manos había de hechura de águila, con cinco dedos y las uñas tan fuertes y tan grandes que en el mundo podía ser cosa tan fuerte que entre ellas entrase que luego no fuese deshecha. Dientes tenía dos en cada una de las quijadas, tan fuertes y tan largos, que de la boca un codo le salían. Y los ojos grandes y redondos, muy bermejos, como brasas, así que de muy lueñe siendo de noche eran vistos y todas las gentes huían de él. Saltaba y corría tan ligero que no había venado que por pies se le pudiese escapar, comía y bebía pocas veces y algunos tiempos ninguna, que no sentía en ello pena ninguna, toda su holganza era matar hombres y las otras animalias vivas, y cuando hallaba leones y osos, que algo se le defendían, tornaba muy sañudo y echaba por sus narices un humo tan espantable que semejaba llamas de fuego y daba unas voces roncas y espantosas de oír, así que todas las cosas vivas huían ante él como ante la muerte. Olía tan mal, que no había cosa que no emponzoñase, era tan espantoso cuando sacudía las conchas unas con otras y hacía crujir los dientes y las alas que no parecía sino que la tierra hacía estremecer. Tal es esta animalia, Endriago llamado, como os digo —dijo el maestro Helisabad—. Y aún más os digo, que la fuerza grande del pecado del gigante y de su hija causó que en él entrase el enemigo malo que mucho en su fuerza y crueldad acrecienta.
Mucho fue maravillado el Caballero de la Verde Espada de esto que el maestro le contó de aquel diablo. Endriago llamado, nacido de hombre y de mujer, y la otra gente muy espantado, mas el caballero le dijo:
—Maestro, pues, ¿cómo cosa tan desemejada pudo ser nacida de, cuerpo de mujer?
—Yo os lo diré —dijo el maestro—, según se halla en un libro que el emperador de Constantinopla tiene, cuya fue esta ínsula, y hala perdido porque su poder no basta para matar este diablo, y sabed —dijo el maestro— que sintiéndose preñada aquélla de Bandaguido lo dijo al gigante y él hubo dello mucho placer, porque veía ser verdad lo que sus dioses le dijeran y así creía que sería lo ál, y dijo que era menester tres o cuatro amas para que lo criasen, pues que había de ser la más fuerte cosa que hubiese en el mundo, pues creciendo aquella mala criatura en el vientre de la madre, como era hechura y obra del diablo, hacíala adolecer muchas veces. Y la color del rostro y de los ojos eran jaldados de color de ponzoña, mas todo lo tenía ella por bien creyendo que según los dioses lo habían dicho, que sería aquel su hijo el más fuerte y más bravo que se nunca viera, y que tal fuese que buscaría manera alguna para matar a su padre y que se casaría con el hijo, que este es el mayor peligro de los malos, enviciarse y deleitarse tanto en los pecados, que aunque la gracia del muy alto Señor en ellos expira, no solamente no la sienten ni la conocen, mas como cosa pesada y extraña le aborrecen y desechan, teniendo el pensamiento y la obra en siempre creer en las maldades como sujetos y vencidos de ellas. Venido pues el tiempo parió un hijo y no con mucha premia, porque las malas cosas hasta la fin siempre se muestran agradables. Cuando las amas que para le criar aparejadas estaban vieron criatura tan desemejada mucho fueron espantadas, pero habiendo gran miedo al gigante callaron y envolviéronle en los paños que para él tenían, y atreviéndose una de ellas más que las otras dio de la teta y él la tomó tan fuertemente que la hizo dar grandes gritos, y cuando se lo quitaron cayó ella muerta de la mucha ponzoña que la penetrara. Esto fue dicho luego al gigante y viendo aquel su hijo maravillóse de tan desemejada criatura y acordó de preguntar a sus dioses por qué le dieran tal hijo, y fuese al templo donde los tenía y eran tres, el uno figura de hombre, el otro de león y el tercero de grifo, y haciendo sus sacrificios les preguntó por qué le habían dado tal hijo. El ídolo que era figura de hombre le dijo: "Tal convenía que fuese, porque así como sus cosas serán extrañas y maravillosas, así conviene que lo sea él, especialmente en destruir los cristianos, que a nosotros procuran de destruir, y por esto yo le di de mí semejanza en hacerle conforme al albedrío de los hombres, de que todas las bestias carecen". El otro ídolo le dijo: "Pues yo quise dotarlo de gran braveza y fortaleza como los leones lo tenemos". El otro dijo: "Yo le di alas y uñas, y ligereza sobre cuantas animalias serán en el mundo". Oído esto por el gigante díjoles: "¿Cómo lo criaré que el ama fue muerta luego que le dio la teta?". Ellos le dijeron: "Haz que las otras dos amas le den de mamar y éstas también morirán, mas la otra que quedare criélo con la leche de tus ganados hasta un año, y en este tiempo será tan grande y tan hermoso como lo somos nosotros que hemos sido causa de su engendramiento, y cata que te defendemos que por ninguna guisa tú, ni tu mujer ni otra persona alguna no lo vean en todo este año, sino aquella mujer que te decimos que de él cure". El gigante mandó que lo hiciesen así como los ídolos se lo dijeron y de esta forma fue criada aquella esquiva bestia, como oís. En cabo del año que supo el gigante del ama cómo era muy crecido y oíanle dar unas voces roncas y espantosas, acordó con su hija que tenía por mujer de ir a verlo y luego entraron en la cámara donde estaba, y viéronle andar corriendo y saltando. Y como el Endriago vio a su madre vino para ella y saltando echóle las uñas al rostro; y hendióle las narices y quebróle los ojos, y antes que de sus manos saliese fue muerta. Cuando el gigante lo vio, puso mano a la espada para lo matar, y dio se con ella en la pierna tal herida que toda la tajó y cayó en el suelo, y a poco rato fue muerto. El Endriago saltó por encima de él, y saliendo por la puerta de la cámara, dejando toda la gente del castillo emponzoñada, se fue a las montañas, y no pasó mucho tiempo, que los unos muertos por él, y los que barcas y fustas pudieron haber para huir por la mar, que la Ínsula no fuese despoblada, y así lo está, pasa ya de cuarenta años. Esto es lo que yo sé de esta mala y endiablada bestia, dijo el maestro.