Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
—Señor, bien tengo creído todo lo que me decís, que como rey guardaréis este niño, pues Dios le quiere guardar, y pues tanto os agrada de saber de él, dígoos que yo lo hallé y crié por muy extraña aventura.
Entonces le contó cómo lo tomara de la boca de la leona envuelto en aquellos ricos paños, y cómo lo criara a la leche de ella y de una oveja hasta que hubo ama natural, que fue una mujer de un su hermano que llamaron Sargil, y así se llama el otro mozo que con él visteis, y dijo:
—Cierto, señor, yo creo que el niño es de alto lugar, y quiero que sepáis que tiene una cosa la más extraña que nunca se vio. Y es ésta, que cuando le bauticé halléle en la diestra parte del pecho unas letras blancas en oscuro latín que dicen Esplandián, y así le puse el nombre. Y en la parte siniestra, en derecho del corazón, tiene siete letras más ardientes y coloradas como un fino rubí, pero no las puedo leer, que son fuera del latín y de nuestro lenguaje.
El rey le dijo:
—Maravillas me decís, padre, de que nunca oí hablar, y bien creo yo que pues la leona le trajo tan pequeño como decís que no lo podría tomar sino cerca de aquí.
—Eso no lo sé yo —dijo el ermitaño—, ni curemos de saber más de ello de lo que a Nuestro Señor Dios place.
—Pues mucho os ruego —dijo el rey— que seáis mañana a comer conmigo aquí, en esta floresta, a la fuente de las Siete Hayas, y allí hallaréis a la reina y a sus hijas y otros muchos de nuestra compaña, y llevad a Esplandián con la leona así como lo hallasteis, y el otro mozo, vuestro sobrino, que derecho he yo de le hacer bien por su padre Sargil, que fue buen caballero y sirvió bien al rey mi hermano.
Cuando esto oyó el santo hombre Nasciano, dijo:
—Yo lo haré como vos, señor, mandáis, y a Dios plega por su merced que se a su servicio.
El rey, cabalgando en su caballo, se tornó por el sendero que allí viniera, y anduvo tanto que llegó a las tiendas dos horas después de mediodía, y halló allí a don Galaor y a Norandel y Guilán el cuidador que llegaban entonces con dos ciervos muy grandes que habían muerto, con que holgó y rió mucho, pero de su aventura no les dijo nada, y demandando los manteles para comer, llegó don Grumedán y dijo:
—Señor, la reina no ha comido y pídeos por merced que antes que comáis habléis con ella, que así cumple.
Él se levantó luego y fue allá, y la reina le mostró una carta cerrada con una esmeralda muy hermosa, y pasaban por ella unas cuerdas de oro y tenía unas letras en derredor que decían:
—Éste es el sello de Urganda la desconocida—; y dijo—: Sabed, señor, que cuando yo venía por el camino pareció allí una doncella muy ricamente vestida, en un palafrén, y con ella un enano encima de un caballo overo hermoso, y aunque llegaron a ella a los que delante de mí iban, no les quiso decir quién era, ni tampoco a Oriana ni a las infantas que con ella iban, y como yo llegué salió a mí y díjome:
—Reina, toma esta carta y léela con el rey hoy en este día antes que comáis, y partiéndose luego de mí, y el enano tras ella aguijonando el palafrén, se apartó tanto y tan presto que no hube lugar de preguntarle ninguna cosa.
El rey abrió la carta y leyóla, y decía así:
—Al muy alto y muy honrado rey Lisuarte: Yo, Urganda la Desconocida, que os mucho amo os aconsejo de vuestra pro, que al tiempo que el hermoso doncel criado de las tres amas desvariadas pareciese que lo améis y guardéis mucho y aun él os meterá en gran placer y quitará del mayor peligro que nunca hubisteis. Él es de alto linaje, y sabed rey que de la leche de su primera ama será tan fuerte y tan bravo de corazón que a todos los valientes de su tiempo pondrá en sus hechos de armas gran oscuridad, y la de la su segunda ama será manso, mesurado, humilde y de muy buen talante, y sufriendo más que otro hombre que en el mundo haya. Y de la crianza de la su tercera ama será en gran manera sesudo y de tan gran entendimiento, muy católico y de buenas palabras, y en todas las sus cosas será pujado y extremado entre todos, y amado y querido de los buenos tanto que ningún caballero será su igual, y los sus grandes hechos en armas serán empleados en el servicio del muy alto Dios, despreciando él aquello que los caballeros de este tiempo más por honra de vanagloria del mundo que de bueno conciencia siguen, y siempre traerá así en la su diestra parte, y a su señora en la siniestra, y aún más te digo, buen rey, que este doncel será ocasión de poner entre ti y Amadís y su linaje paz que durará en tus días, lo cual en otro ninguno es otorgado.
El rey, acabando la carta de leer, santiguóse en ver tales razones, diciendo:
—La sabiduría de esta mujer no se puede pensar ni escribir —y dijo a la reina—: Sabed que hoy he hallado este mismo doncel que Urganda dice.
Y contóle en qué manera le vio con la leona, y cómo se fue al ermitaño y lo que de él supo, y cómo había de ser con ellos el otro día a comer, y que traería aquel niño. Mucho fue leda la reina de lo oír por ver el doncel extraño y por hablar con aquel santo hombre algunas cosas de su conciencia, y partiéndose el rey de ella, diciéndole que de ello ninguna cosa dijese, se fue a su tienda a comer, donde halló muchos caballeros que lo atendían, y allí estuvo hablando con ellos en las cazas que habían hecho, y diciéndoles que otro día ninguno fuese a cazar, porque les quería leer una carta que Urganda la Desconocida le enviara, y mandó a los monteros que llevasen todas las bestias que allí eran a un valle apartado donde todo el día detrás estuviesen. Esto hacía él porque no se espantasen de la leona.
Así como oís pasaron aquel día holgando por aquel prado, que era lleno de flores y de hierba fresca y verde.
Otro día vinieron todos a la tienda del rey, y allí oyeron misa, y luego el rey los tomó a todos consigo y fuese a la tienda de la reina, que sentada estaba cabe una fuente en un prado muy fresco para el tiempo, que era en el mes de mayo, y tenía las alas alzadas. Así que todas las dueñas e infantas y otras doncellas, de gran guisa se parecían, como eran en sus'estrados. Y allí llegaban los caballeros de gran cuenta a las hablar. Y siendo así todos, mandó el rey que leyesen la carta de Urganda que ya oísteis, la cual oyeron y fueron maravillados qué doncel tan bienaventurado sería aquél. Mas Oriana, que más que todos en ello catara, suspiró por su hijo que perdiera, pensando que por ventura podría ser aquél. El rey les dijo:
—¿Qué os parece esta carta?
—Ciertamente, señor —dijo don Galaor—, yo no dudo de pasar así como ella lo dice, por otras cosas muchas dichas por Urganda que tan verdaderas han salido, y aunque por ventura a muchos plega con la venida de este doncel, cuando Dios por bien tuviere de nos le mostrar, a mí con razón debe placer más que a todos, pues que será causa de ser cumplida la cosa que yo más deseo es ver en vuestro amor y servicio a mi hermano Amadís con todo mi linaje, como ya lo fueron.
El rey le dijo:
—Todo es en la mano de Dios; Él hará su voluntad y con ella seremos contentos.
Pues así estando, como oís, hablando en estas cosas vieron venir al ermitaño y sus criados con él. Esplandián venía delante, y Sargil su collazo tras él; y traía la leona en una traílla asaz flaca, en pos de ellos venían dos arqueros, aquéllos que ayudaron a criar a Esplandián en la montaña y traían en una bestia el ciervo que el rey viera matar y en otra dos corzos, y liebres y conejos que matara Esplandián, y ellos con sus arcos, y los dos sabuesos traía Esplandián en una traílla, y en pos de ellos venía el santo hombre Nasciano. Y cuando los de las tiendas vieron tal compaña y la leona tan grande y tan medrosa, levantáronse arrebatadamente, e íbanse a poner delante del rey, mas él tendió una vara e hizo que estuviesen en sus lugares, diciendo:
—Aquél que el poder de traer la leona tiene, os defenderá de ella.
Don Galaor dijo:
—Bien sea eso, mas a mí semeja que flaca defensa tenemos en el montero que la trae si ella se ensaña, y cosa maravillosa parece ver esto.
Los niños y los arqueros atendieron que el hombre bueno pasase delante, y siendo ya cerca del rey les dijo:
—Amigos, sabed que éste es el santo hombre Nasciano, que en esta montaña hace su vivienda. Vamos a él que nos dé su bendición.
Entonces se fueron a hincar de hinojos ante él, y el rey le dijo:
—Siervo de Dios bienaventurado, dadnos la bendición.
Él alzó la mano y dijo:
—En el su Nombre la recibid como de hombre pecador.
Y luego le tomó el rey y fue con él a la reina; mas cuando las mujeres vieron la leona tan fiera que revolvía los ojos a una y otra parte mirándolas y traía la su lengua bermeja por los bezos y mostraba los dientes tan fuertes y tan agudos que gran espanto les tomaba en la ver.
La reina y su hija y todas recibieron muy bien a Nasciano, y todas eran mucho maravilladas de la gran hermosura del doncel y dijo:
—Señora, traemos a vos aquí esta caza.
Y el rey le llegó así y dijo:
—Buen doncel partirla como vos quisiereis.
Esto hacía para ver lo que él haría en ello. El doncel dijo:
—La caza es vuestra, y vos dadla a quien vos quisiereis.
—Todavía —dijo el rey— quiero que vos la partáis.
El doncel hubo vergüenza y vínole una color al rostro como una rosa que mucho más hermoso lo hizo, y dijo:
—Señor, tomad vos el ciervo para vos y para vuestros compañeros, y fuese a la reina, que con su amo Nasciano hablaba, e hincando los hinojos le besó las manos y diole los corzos, y miró a su diestra, y parecióle que después de la reina no había ninguna más digna de ser honrada según su preferencia que Oriana su madre, que no lo conocía, y llegó a ella hincadas las rodillas y dioles las perdices y conejos y díjole:
—Señora, nos no cazamos con nuestros arcos otra caza sino ésta.
Oriana le dijo:
—Hermoso doncel, Dios os haga bien andante en vuestras cazas y en todo lo ál.
El rey lo llamó y Galaor y Norandel, que más cerca de él estaban, lo tomaron y abrazábanlo muchas veces como que la naturaleza que con él habían los atraía a ello. Entonces mandó el rey que todos callasen, y dijo al hombre bueno:
—Padre, amigo de Dios, ahora decid delante de todos, la hacienda de este doncel como a mí la dijisteis.
El hombre bueno les contó allí cómo saliendo de su ermita viera cómo traía una leona brava aquel doncel en la boca envuelto en ricos paños, para gobierno de sus hijos. Y cómo por la gracia de Dios se lo pusiera a sus pies. Y cómo le diera de su leche así ella como una oveja que él tenía parida, hasta que lo dio a criar a una ama, y contóles todas las cosas que en su crianza le acaecieron que no faltó nada, como el libro lo ha contado. Cuando Oriana y Mabilia y la doncella de Dinamarca esto oyeron, miráronse unas a otras y las carnes les temblaba de placer, conociendo verdaderamente ser aquel niño hijo de Amadís y de Oriana, el que la doncella de Dinamarca perdiera, como ya oísteis. Mas cuando vino el ermitaño a decir de las letras blancas y coloradas que en el pecho le halló, las cuales hizo allí ver a todas, de todo en todo creyeron ser su sospecha verdadera, de lo cual era tan gran alegría en sus ánimos que no se puede contar. Principalmente la muy hermosa Oriana cuando del todo conoció ser aquel su hijo que por perdido lo tenía.
El rey demandó al santo hombre Nasciano los donceles con mucha eficacia, para los hacer criar, el cual viendo que más para aquello que para la vida que él les daba los había Dios hecho, aunque gran soledad en sí sintiese, se los otorgó, mas con gran dolor que en su corazón quedaba, porque amaba mucho a Esplandián.
Y cuando el rey en su poder los tuvo, dio a Esplandián a la reina, que sirviese ante ella, y desde a poco tiempo le dio ella a su hija Oriana, que le mucho con él plugo, como aquélla que lo había parido.
Así como oís fue este niño en guarda de su madre, teniéndole perdido, como ya oísteis, huyendo con él de gran miedo sacado de la boca de aquella muy fiera leona, criado a su leche. Éstas son maravillas de aquel muy poderoso Dios y guardador de todos nosotros que Él hace cuando es su voluntad. Y a otros hijos de reyes y grandes señores ser criados en las ricas sedas, y en las cosas muy blancas y delicadas, y con tanto amor de quien los cría, con tanto regalo y cuidado sin dormir, sin sosegar los que en cargo los tienen con un pequeño accidente y flaco mal, son salidos de este mundo, quiérelo Dios que así pase como justo en todo, y así como cosa justa se debe recibir por los padres y madres dándole gracias porque quiso hacer su voluntad, que como las nuestras, errar no pueda.
La reina se confesó con aquel santo padre, y Oriana asimismo, al cual hubo de descubrir todo el secreto suyo y de Amadís, y como aquel niño era su hijo, y por cuál ventura lo perdiera, lo que hasta allí a persona del mundo no lo había dicho sino a aquéllos que lo sabían, rogándole que tuviese de él memoria en sus oraciones. El hombre bueno fue muy maravillado de tal amor en persona de tan alto lugar que muy más que otra obligada era a dar buen ejemplo de sí, y reprendiéndola mucho diciéndole que se dejase de tan gran yerro, sino que la no absolviera, y sería su ánima puesta en peligro. Mas ella le dijo llorando cómo al tiempo que Amadís la quitara de Arcalaus el Encantador, donde primero la conoció, tenía de él palabra como de marido se podía y debía alcanzar. De esto fue el ermitaño muy alegre, y fue causa de mucho bien para muchas gentes que fueron remediadas de las muertes crueles que esperaban, así como el cuarto libro más largo lo dirá. Entonces la absolvió y le dio penitencia cual convenía, y luego se fue para el rey, y tomando a Esplandián consigo abrazándole, llorando le dijo:
—Criatura de Dios, que por Él me fuiste dado a criar, Él te guarde y defienda y te haga hombre bueno al su santo servicio.
Y besándolo le echó la bendición y lo entregó al rey, y despedido de él y de la reina y de todos, tomando consigo la leona y los arqueros se tornó a su ermita, donde mucho hará de él mención la historia adelante. El rey se tornó con su compaña a la villa.
De cómo el Caballero de la Verde Espada, después que se partió del rey Tafinor de Bohemia para las Ínsulas de Romania, vio venir una muchedumbre de compañía, donde venía Grasinda y un caballero suyo llamado Brandasidel, y quiso por fuerza hacer al Caballero de la Verde Espada venir ante su señora Grasinda, y de cómo se combatió con él y lo venció.
Contado os habemos ya, cómo el Caballero de la Verde Espada, al tiempo que del rey Tafinor de Bohemia se partió, su voluntad era de se meter por las Ínsulas de Romania, por haber oído ser allí bravas gentes, y así lo hizo, no por el derecho camino, mas andando a unas y a otras partes, quitando y enmendando muchos tuertos y agravios, que a personas flacas así hombres como mujeres, por caballeros soberbios se hacían, en lo cual muchas veces fue herido y otras veces doliente, así que le convenía mal su grado holgar. Pero cuando en las partes de Romania fue, allí pasó él de los mortales peligros con fuertes caballeros y bravos gigantes, que con gran peligro de su vida quiso Dios otorgarle la victoria de todos ellos, ganando tanta prez y tanta honra que como por maravilla era de todos mirado. Mas ni por esto no tuvieron tanta fuerza estas grandes afrentas y trabajos que de su corazón pudiesen apartar aquellas encendidas llamas y mortales cuitas y deseos que por su señora Oriana le venían. Y por cierto podéis creer que si no fuera por los consejos de Gandalín, que siempre lo esforzaba, no tuviera él tanto poder en sí que el su triste y atribulado corazón no fuese en lágrimas deshecho. Pues así andando por aquellas tierras en la vida que oís, discurriendo por todas las partes que él podía, no teniendo holganza del cuerpo ni del espíritu, aportó a una villa puerto de mar enfrente de Grecia, sentada en hermoso sitio y muy poblada de grandes torres y huertas al cabo de la tierra firme, y había en nombre Sadiana, y por ser grande parte del día por pasar, no quiso entrar en ella, mas íbala mirando que le parecía hermosa, y pagábase de ver el mar que lo no viera después que de Gaula partió, que serían ya pasados más de dos años, y yendo así, vio venir por la ribera de la mar contra la villa una gran compaña de caballeros y dueñas y doncellas, y entre ellos, una dueña vestida de muy ricos paños, sobre la cual traían un paño hermoso en cuatro varas por la defender del sol. El Caballero de la Verde Espada, que no holgaba en ver gentes sino en andar sólo pensando en su señora, desvióse del camino por no haber razón de los encontrar. Y no fue mucho alongado de ellos que vio venir contra sí un caballero en un gran caballo y bien armado, blandiendo una lanza en su mano que parecía quererla quebrar. El caballero era valiente de cuerpo, muy membrudo y bien cabalgante, así que parecía haber en sí gran fuerza, y una doncella de la compana de la dueña ricamente vestida con él, y como vio que contra él venían, estuvo quedo. La doncella llegó delante, y dijo: