Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
El maestro Helisabad quitó luego su manto y tendiólo en el suelo, y tomáronlo él y Gandalín, y poniéndolo encima le desarmaron lo más quedo que pudieron, y cuando el maestro le vio las llagas, aunque él era uno de los mejores del mundo de aquel menester y había visto muchas y grandes heridas, mucho fue espantado y desahuciado de su vida; mas como aquel que le amaba y tenía como el mejor caballero del mundo, pensó de poner todo su trabajo por le guarecer, y catándole las heridas vio que todo el daño estaba en la carne y en los huesos, y que no le tocara en las entrañas, tomó mayor esperanza de lo sanar y concertóle los huesos y las costillas y cosióle la carne, y púsole tales medicinas y ligóle tan bien todo el cuerpo alrededor que le hizo restañar la sangre y el aliento que por allí salía. Luego le vino al caballero mayor acuerdo y esfuerzo, de guisa que pudo hablar, y abriendo los ojos dijo:
—¡Oh, Señor Dios Todopoderoso!, que por tu gran piedad quisiste venir en el mundo y tomaste carne humana en la Virgen María, y por abrir las puertas del paraíso que cerradas las tenían quisiste sufrir muchas injurias y al cabo muerte de aquella malvada y malaventurada gente. Pídote, Señor, como uno de los más pecadores, que hayas merced de mi ánima, que el cuerpo condenado es a la tierra.
Y callóse, que no dijo más. El maestro le dijo:
—Señor caballero, mucho me place de os ver con tal conocimiento, porque de Aquél que vos pedís merced os ha de venir la verdadera medicina y después de mí como de su siervo, que pondré mi vida por la vuestra y con su ayuda yo os daré guarida y no temáis de morir esta vez, solamente que os esforcéis, vuestro corazón que tenga esperanza de vivir como la tiene de morir.
Entonces tomó una esponja confeccionada contra la ponzoña y púsosela en las narices, así que le dio gran esfuerzo. Gandalín besaba las manos al maestro hincado de rodillas ante él, rogándole que hubiese piedad de su señor. El maestro le mandó que cabalgando en su caballo se fuese presto al castillo y trajese algunos hombres para que en andas llevasen al caballero antes que la noche sobreviniese. Gandalín así lo hizo, y venidos los hombres, hicieron unas andas de los árboles de aquella montaña como mejor pudieron, y poniendo en ellas al Caballero de la Verde Espada, en sus hombros al castillo lo llevaron, y aderezando la mejor cámara que allí había de ricos paños que Grasinda allí en la nave mandara poner, le pusieron en su lecho con tanto desacuerdo que no lo sentía, y así estuvo toda la noche que nunca habló, dando grandes gemidos como aquel que bien llegado estaba y queriendo hablar, mas no podía.
El maestro mandó hacer allí su cama y estuvo con él por consolarle, poniéndole tales y tan convenientes medicinas para le sacar aquella muy mala ponzoña que del Endriago cobrara que el alba del día le hizo venir un muy sosegado sueño, tales y tan buenas cosas le puso, y luego mandó quitar todos afuera, porque no lo despertasen, porque sabía que aquel sueño le era mucha consolación y al cabo de una gran pieza el sueño roto comenzó a dar voces con gran presuranza y diciendo:
—Gandalín, Gandalín, guárdate de este diablo tan cruel y malo, no te mate.
El maestro que lo oyó fue a él riendo y de muy buen talante, mejor que en el corazón lo tenía, temiendo todavía su vida, y dijo:
—Si así os guardareis vos como él, no sería vuestra fama tan divulgada por el mundo.
Y alzó la cabeza y vio al maestro y díjole:
—Maestro, ¿dónde estamos?
Él se llegó a él y tomóle por las manos y vio que aún desacordado estaba, y mandó que le trajesen de comer y diole lo que veía que para lo esforzar era necesario, y él lo comió como hombre fuera de sentido.
El maestro estuvo con él poniéndole tales remedios como aquel que era de aquel oficio el más natural que en el mundo hallarse podría, y antes que hora de vísperas fuese le tomó en todo su acuerdo, de manera que a todos conocía y hablaba, y el maestro nunca de él se partió curado de él y poniéndole tantas cosas necesarias a aquella enfermedad, que así con ellas como principalmente con la voluntad de Dios que lo quiso, vio conocidamente en las llagas que lo podrían sanar, y luego lo dijo a todos los que allí estaban, que muy gran placer hubieron, dando gracias a aquel soberano Dios porque así los habían librado de la tormenta de la mar y del peligro de aquel diablo.
Mas sobre todos era la alegría de Gandalín, su leal escudero, y el enano, como de aquéllos que de corazón entrañable lo amaban, y tornaron de muerte a vida y luego todos se pusieron al derredor, con mucho placer, de la cama del Caballero de la Verde Espada, consolándose, diciéndole que no tuviese en nada el mal que tenía según la honra y buenaventura que Dios le había dado, la cual hasta entonces en caso de armas y de esfuerzos nunca diera a hombre terrenal que igual fuese, y rogaron muy ahincadamente a Gandalín les quisiese contar todo el hecho como había pasado, pues que con sus ojos lo había visto, porque supiesen dar cuenta de tan gran proeza de caballero. Y él les dijo que lo haría de muy buena voluntad, a condición que el maestro le tomase juramento en los Santos Evangelios, porque ellos lo creyesen y con verdad lo supiesen por escrito y una cosa tan señalada y de tan gran hecho no quedase en olvido de la memoria de las gentes.
El maestro Helisabad así lo hizo, por ser más cierto de tan gran hecho. Y Gandalín se lo contó todo enteramente, así como la historia lo ha contado, y cuando lo oyeron espantábanse de ello, como de cosa de mayor hazaña de que nunca oyeran hablar y aun ninguno de ellos nunca viera al Endriago, que entre unas matas estaba caído, y por socorrer al caballero no pudieron entender en ál. Entonces dijeron todos que quería ver al Endriago. Y el maestro les dijo que fuesen y dioles muchas condiciones para remediar la ponzoña. Y cuando vieron una cosa tan espantable y tan desemejada de todas las otras cosas vivas que hasta allí ellos vieron, fueron mucho más maravillados, que antes no podían creer que en el mundo hubiese tan esforzado corazón que gran diablura osase acometer, y aunque cierto sabían que el Caballero de la Verde Espada lo había muerto, no les parecía sino que lo soñaban, y desde que una gran pieza lo miraron tornáronse al castillo, razonando unos con otros de tan gran hecho poder acabar aquel Caballero de la Verde Espada. ¿Qué os diré? Sabed que allí estuvieron más de veinte días, que nunca el Caballero de la Verde Espada hubo tanta mejoría que del lecho donde estaba le osasen levantar, pero como por Dios su salud permitida estuviese y la gran diligencia de aquel maestro Helisabad le acrecentase, en este medio tiempo fue tan mejorado que sin peligro alguno pudiera entrar en la mar, y como el maestro en tal disposición le viese, habló con él un día y díjole:
—Mi señor, ya por la bondad de Dios, que lo ha querido, que otro no fuera poderoso, vos sois llegado a tal punto que yo me atrevo con su ayuda de vuestro buen esfuerzo de os meter en la mar y que vayáis donde os pluguiere y porque nos faltan algunas cosas muy necesarias, así para lo que toca a vuestra salud como para sostenimiento de la gente es menester que se dé orden para el remedio de ello, porque mientras más aquí estuviésemos más cosas nos faltarán.
El Caballero del Enano dijo:
—Señor y verdadero amigo, muchas gracias y mercedes doy a Dios porque así me ha querido guardar de tal peligro, más por la su santa piedad que por mis merecimientos, y al su gran poder no se puede comparar ninguna cosa, porque todo es permitido y guiado por su voluntad, y a él se deben atribuir todas las buenas cosas que en este mundo pasan, y dejando lo suyo aparte y a vos, mi señor, agradezco yo mi vida, que ciertamente yo creo que ninguno de los que hoy son nacidos en el mundo no fuera bastante para me poner el remedio que vos me pusisteis. Y comoquiera que Dios me haya hecho tan gran merced, mi ventura me es muy contraria, que el galardón de tan gran beneficio como de vos he recibido no lo pueda satisfacer, sino como un caballero pobre, que otra cosa sino un caballo y unas armas posee, así rotas como las veis.
El maestro le dijo:
—Señor, no es menester para mí otra satisfacción sino la gloria que yo conmigo tengo, que es haber escapado de muerte, después de Dios, el mejor caballero que nunca armas trajo, y esto ósolo decir delante, por lo que delante mí habéis hecho, y el galardón que yo de vos espero es muy mayor que el de ningún rey ni señor grande me podía dar, que es el socorro que en vos hallarán muchas y muchos cuitados que os habrán menester para su ayuda, a los cuales vos socorréis, y será para mí mayor ganancia que otra ninguna, siendo causa, después de Dios, de su reparo.
El Caballero de la Verde Espada hubo vergüenza de que se oía loar, y dijo:
—Mi señor, dejando esto en que hablamos, quiero que sepáis en lo que más mi voluntad se determina. Yo quisiera andar todas las ínsulas de Romania, y porque me dijisteis de la fatiga de los marineros mudé el propósito y volvime la vía de Constantinopla, la cual el tiempo tan contrarío que visteis nos la quitó y pues que ya es abonado todavía, tengo deseos de a él tomar y ver aquel grande emperador, porque si Dios me tornare donde mi corazón desea sepa contar algunas cosas extrañas y que pocas veces se puede ver sino en semejantes casos. Y mi señor maestro, por el amor que me habéis os ruego que en esto no recibáis enojo, porque algún día será de mí galardonado, y de allí que nos tomemos placiendo al soberano Señor Dios al plazo que aquella muy noble señora Grasinda me puso, porque me es fuerza de lo cumplir, como vos bien lo sabéis, para que si ser pudiere, según el deseo tengo, le pueda servir algunas de las grandes mercedes que de ella si sé lo merecer tengo recibido.
De cómo el Caballero de la Verde Espada escribió al emperador de Constantinopla, cuya era aquella ínsula, cómo había muerto aquella fiera bestia y de la falta que tenía de abastecimiento, lo cual el emperador proyectó con mucha diligencia, y al caballero pagó con mucha honra y amor la honra y servicio que le había hecho en le librar aquella ínsula que perdida tenía tanto tiempo había.
—Pues que ésta es vuestra voluntad, señor —dijo el maestro Helisabad—, menester es que escribáis al emperador de cómo os ha acaecido, y traerán de allá algunas cosas que para el camino nos faltan.
—Maestro —dijo él—, yo nunca le vi ni conozco, y por esto lo remito todo a vos, que hagáis lo que mejor os pareciere, y en esto recibiré de vos una señalada merced.
El maestro Helisabad por le complacer escribió luego una carta haciendo saber al emperador todo lo que al caballero extraño llamado el de la Verde Espada acaeciera después que de Grasinda su señora se partió, y cómo habiendo hecho muy grandes cosas en armas por las ínsulas de Romania, las que otro caballero ninguno hacer pudiera, se iban la vía donde él estaba y cómo la gran tormenta de la mar los echara a la Ínsula del Diablo, donde el Endriago era, y cómo aquel Caballero de la Verde Espada, de su propia voluntad, contra el querer de todos ellos, lo había buscado y combatiéndose con él lo matara, y escribiéndole por extenso cómo la batalla pasara y las heridas conque el Caballero de la Verde Espada escapó. Así que no faltó nada que saber no lo hiciese, y que pues aquella Ínsula era ya libre de aquel diablo y estaba en su señorío, mandase poner en ella remedio como se poblase y que el Caballero de la Verde Espada le pedía por merced que la mandase llamar la Ínsula de Santa María.
Esta carta, hecha como oís, diola a un escudero su pariente que allí consigo traía, y mandóle que en aquella fusta, tomando los marineros que eran menester, pasase en Constantinopla y la diese al emperador y trajese de allá las cosas que le faltaban para su provisión.
El escudero se metió luego a la mar con su compaña, que ya el tiempo era muy enderezado, y al tercero día fue la fusta llegada al puerto, y saliendo de ella al palacio del emperador se fue, al cual halló con muchos hombres buenos, como tan gran señor lo debía estar, e hincando los hinojos le dijo:
—Vuestro siervo el maestro Helisabad manda besar vuestros pies y os envía esta carta, que recibiréis muy gran placer.
El emperador la tomó, y leyéndola vio aquello que decía, de que muy espantado fue, y dijo a una voz alta que todos lo oyeron:
—Caballeros, unas nuevas que son venidas, tan extrañas que de otras tales nunca se oyó hablar.
Entonces se llegaron más a él Gastiles, su sobrino, hijo de su hermana la duquesa de Gajaste, que era buen caballero mancebo, y el conde Saluder, hermano de Grasinda, aquélla que tanta honra al Caballero de la Verde Espada hiciera, y otros muchos con ellos. El emperador les dijo:
—Sabed lo que el de la Verde Espada, que grandes cosas de armas nos han dicho, ha hecho en las ínsulas de Romania, él se combatió de su propia voluntad con el Endriago y lo mató, y si de tal cosa como ésta todo el mundo no se maravillase, ¿qué podría venir que espanto nos diese?
Y mostróles la carta de Helisabad. Y mandó al mensajero que de palabra les contase cómo había pasado, el cual lo dijo enteramente como aquel por quien todo pasara siendo presente, entonces dijo Gastiles:
—Ciertamente, señor, cosa es ésta de gran milagro, que yo nunca oí decir que persona mortal con el diablo se combatiese sino fuesen aquellos santos con sus armas espirituales, porque estos tales bien lo podrían hacer con sus santidades, y pues tal hombre como éste es venido en vuestra tierra con gran deseo de vos servir, sin razón sería no le hacer mucha honra.
—Sobrino —dijo él—, bien decís, y aparejad vos y el conde Saluder algunas fustas y traédmelo, que como cosa que nunca se vio lo debemos mirar, y llevar con vos maestros que me traigan pintado el Endriago así como es, porque le mandaré hacer de metal, y el caballero que con él se combatió, asimismo de la grandeza y semejanza que ambos fueron, y haré poner estas figuras en el mismo lugar donde la batalla pasó y en una gran tabla de cobre escribir cómo fue y el nombre del caballero y mandaré hacer allí un monasterio en que vivan frailes religiosos que tornen a reformar aquella ínsula en el servicio de Dios, que estaba muy dañada la gente de aquella tierra con aquella visión mala de aquel enemigo.
Mucho fueron todos alegres de aquello que el emperador decía, y mucho más que todos, Gastiles y el conde, porque los mandaba ir tal viaje, donde podrían ver el Endriago y aquel que lo mató, y haciendo enderezar las fustas entraron en la mar y pasaron en la Ínsula de Santa María, que así mandó el emperador que de allí adelante nombrada fuese, y como el Caballero de la Verde Espada supo su venida, mandó ataviar allí donde posaba de lo mejor y más rico que en su fusta Grasinda mandara poner, y él era ya en tal disposición, que andaba por la cámara algunas veces, y ellos llegaron al castillo ricamente vestidos y acompañados de hombres buenos, y el Caballero de la Verde Espada salió a recibirlos ya cuanto fuera de la cámara, y allí se hablaron con mucha cortesía e hízolos sentar en los estrados que para ellos mandara hacer, y ya sabía por el maestro Helisabad cómo el conde era hermano de su señora Grasinda, y allí les agradeció mucho lo que su hermana había por él hecho. Las honras y las mercedes que de ella había recibido y cómo después de Dios ella le diera la vida dándole aquel maestro que le había guarecido y librado de la muerte. Los griegos que allí venían miraban mucho al Caballero de la Verde Espada y comoquiera que de la flaqueza mucho de su parecer había perdido, decían que nunca haber visto caballero más hermoso ni más gracioso en su hablar, estando así con mucho placer, Gastiles le dijo: