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Authors: Charlaine Harris
La autora número uno en ventas de The New York Times Charlaine Harris ha vuelto a imaginar el mundo sobrenatural con sus “atrevidas” (The Tampa Tribune) novelas de vampiros sureños, protagonizadas por la camarera telépata Sookie Stackhouse. Ahora, por primera vez, tenemos aquí cada una de las historias que se han escrito sobre Sookie, juntas en un solo volumen.
Con un encanto sureño de cosecha propia —y un gran número de voces en su cabeza—, Sookie se ha convertido en poco tiempo en la camarera favorita de todo el mundo y en el catalizador de todas las aventuras sobrenaturales de “un mundo que es a la vez una misteriosa posibilidad y un viaje alucinante” (The Anniston Star).
Charlaine Harris
Una Pizca de Muerte
Saga Sookie Stackhouse
ePUB v1.0
Percas03.04.12
A todos los lectores que siempre
quieren una gota más de Sookie.
La primera vez que me pidieron que escribiese un relato corto sobre mi heroína, Sookie Stackhouse, no estaba segura de poder hacerlo. La historia y la vida de Sookie son tan complejas que no sabía si podría crear una corta pieza de ficción que le hiciera justicia.
Aún no las tengo todas conmigo, pero he disfrutado con el intento. Algunos esfuerzos han llegado a mejor puerto que otros. No ha sido fácil encajar los relatos en la línea argumental más amplia sin dejar cabos sueltos. Unas veces lo conseguía, pero otras no. En esta edición, he tratado de afinar la historia que más disfruté escribiendo, pero se negaba a encajar en su hueco cronológico por mucho que le aporrease («La Noche de Drácula»).
El orden de sucesión dentro de la vida de Sookie es: «Polvo de hada» (de
Powers of Detection
), «La Noche de Drácula» (de
Many Bloody Returns
), «Respuestas monosilábicas» (de
Bite
), «Afortunadas» (de
Unusual Suspects
) y «Papel de regalo» (de
Wolfsbane and Mistletoe).
«Polvo de hada» va acerca del trío de hadas, Claude, Claudine y Claudette. Tras el asesinato de Claudette, Claude y Claudine buscan la ayuda de Sookie para atrapar al culpable. Claude adquiere un papel importante en esta historia. Los hechos narrados en «Polvo de hada» tienen lugar tras lo ocurrido en
Muerto para el mundo.
En «La Noche de Drácula», Eric invita a Sookie a Fangtasia para celebrar el cumpleaños de Drácula, un evento anual que emociona sobremanera al vampiro, ya que Drácula es su héroe. Sin embargo, no está claro si el Drácula que se desvela es el auténtico. Este relato tiene lugar antes de lo ocurrido en
Más muerto que nunca.
Tras
Más muerto que nunca
, la noticia de la muerte de su prima Hadley le llega a Sookie en «Respuestas monosilábicas». Sookie se entera de su fallecimiento a través del abogado semidemonio, señor Cataliades, que va acompañado de un abominable conductor y una inesperada pasajera en la limusina.
«Afortunadas» es un cuento alegre que tiene lugar en Bon Temps durante los hechos narrados en
Todos juntos y muertos
. Amelia Broadway y Sookie se embarcan en una cacería para descubrir quién está saboteando a los agentes de seguros de la ciudad.
En Nochebuena, Sookie recibe a un visitante de lo más insospechado en «Papel de regalo». Está sola y autocompadeciéndose cuando un licántropo herido le hace un regalo muy satisfactorio. Me alegra que tenga unas vacaciones tan interesantes antes de los funestos acontecimientos que se producirán en
Muerto y enterrado.
Me lo pasé muy bien escribiendo todos estos relatos. Algunos son muy alegres y otros más serios, pero todos lanzan un pequeño destello que se corresponde con alguna faceta de la vida de Sookie y algún momento que no he podido materializar en las novelas. Espero que disfrutéis leyéndolos tanto como yo lo hice al escribirlos.
Que sigan rodando los buenos tiempos.
Charlaine Harris
Odio cuando las hadas vienen al bar. Sus propinas son de risa; no porque sean rácanas, sino porque sencillamente se les olvida. Tomemos por ejemplo a Claudine, el hada que estaba entrando por la puerta. Medía más de uno ochenta, melena negra, imponente; no parecía faltarle el dinero o la ropa (y embelesaba a los hombres como una sandía atrae a las moscas). Pero casi nunca se acordaba de dejarme siquiera un dólar. Y, encima, si es la hora del almuerzo, tienes que quitar enseguida de la mesa el cuenco con las rodajas de limón. Las hadas son alérgicas a los limones y las limas, igual que los vampiros a la plata y al ajo.
Esa noche de primavera, cuando Claudine entró en el bar, yo ya estaba de mal humor. Estaba enfadada con mi ex novio, Bill Compton, también conocido como Bill el vampiro; mi hermano Jason había vuelto a posponer la mano que me iba a echar para mover un armario y me acababa de llegar al correo el aviso del pago del impuesto inmobiliario.
Así que, cuando Claudine se sentó en una de mis mesas, me acerqué a ella con un espíritu poco saltarín.
—¿No hay vampiros hoy? —preguntó a bocajarro—. ¿Ni siquiera Bill?
A los vampiros les gustan las hadas como los huesos a los perros: les parecen buenos juguetes y aún mejor comida.
—Esta noche no —respondí—. Bill está en Nueva Orleans. Le estoy recogiendo el correo. —Sí, soy imbécil.
Claudine se relajó.
—Mi queridísima Sookie —dijo.
—Al grano, ¿qué quieres?
—Oh, una de esas asquerosas cervezas, supongo —pidió, poniendo una mueca. En realidad no le gustaba beber, aunque sí le atraían los bares. Como la mayoría de las hadas, le encantaba ser el centro de todas las atenciones y admiraciones ajenas. Sam, mi jefe, me había dicho que era una de las características de estos seres.
Le llevé la cerveza.
—¿Tienes un momento? —preguntó.
Fruncí el ceño. Claudine no parecía tan alegre como de costumbre.
—Apenas. —A los de la mesa junto a la puerta sólo les faltaba lanzar bengalas para llamar mi atención.
—Tengo un trabajo para ti.
Aunque eso implicase tratar con Claudine, quien me caía bien muy bien pero de quien no me fiaba un pelo, el trabajo me interesaba. Necesitaba el dinero, vaya.
—¿De qué se trata?
—Necesito que escuches a algunos humanos.
—¿Están ellos conformes con que lo haga?
Claudine puso ojitos inocentes.
—¿Qué quieres decir, preciosa?
Ése era el estribillo y la melodía que más odiaba yo.
—Que si están dispuestos a que yo les escuche.
—Son huéspedes de mi hermano Claude.
No sabía que Claudine tuviese un hermano. No sé mucho de las hadas; Claudine era la única a la que conocía. Si ella era el exponente del hada media, no imaginaba cómo no se había extinguido su raza. Jamás habría pensado que el norte de Luisiana fuese un lugar muy acogedor para los de su naturaleza. Esta parte del Estado es eminentemente rural, muy apegada a la Biblia. Mi pequeña ciudad, Bon Temps, apenas lo suficientemente grande como para contar con su propio Wal-Mart, tardó dos años en conocer a su primer vampiro, a partir de que éstos anunciaran públicamente su existencia e intención de vivir pacíficamente entre nosotros. Puede que ese lapso fuese algo bueno, ya que dio tiempo a la gente de por aquí a acostumbrarse a la idea antes de que apareciera Bill Compton.
Pero estaba convencida de que esta tolerancia a los vampiros tan políticamente correcta desaparecería si mis conciudadanos supieran de la existencia de los licántropos y demás cambiantes, además de las hadas. Y a saber qué más.
—Vale, Claudine. ¿Cuándo?
Los de la mesa ya empezaban a aullar.
—¡Sookie está loca! ¡Sookie está loca! —La gente sólo se arrancaba con cosas así cuando había bebido demasiado. Yo me había acostumbrado, pero no por ello dolía menos.
—¿A qué hora terminas esta noche?
Quedamos en que Claudine me recogería en casa quince minutos después de salir del trabajo. Se marchó sin apurar su cerveza. Tampoco dejó propina.
Mi jefe, Sam Merlotte, hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta en cuanto salió.
—¿Qué quería el hada? —Sam es un cambiante.
—Necesita que le haga un trabajo.
—¿Dónde?
—Dondequiera que viva, supongo. Tiene un hermano. ¿Lo sabías?
—¿Quieres que te acompañe? —Sam es un verdadero amigo. De esos con los que puedes llegar a tener fantasías de vez en cuando.
Sólo para mayores de edad.
—Gracias, pero creo que puedo arreglármelas.
—No conoces al hermano.
—Estaré bien.
Estoy acostumbrada a no dormir mucho por la noche; no sólo debido a mi profesión de camarera, sino porque, además, estuve saliendo mucho tiempo con Bill. Cuando Claudine me recogió en mi vieja casa del bosque, me había dado tiempo a cambiar el uniforme del Merlotte's por unos vaqueros negros y un conjunto de pulóver y cárdigan de un verde muy vivo (unas rebajas de JCPenney), ya que la noche empezaba a refrescar. También me solté el pelo de la habitual coleta.
—Deberías ponerte algo azul en vez de verde —dijo Claudine—. Pega más con tus ojos.
—Gracias por el consejo.
—De nada. —Claudine parecía contenta de compartir su sentido de la estética conmigo. Pero su sonrisa, normalmente tan radiante, parecía teñida de tristeza.
—¿Qué quieres que averigüe de esas personas? —pregunté.
—Hablaremos de ello cuando lleguemos —contestó, tras lo cual no abrió la boca mientras conducía hacia el este. Normalmente, Claudine no para de charlar. Empecé a pensar que aceptar ese trabajo no había sido una buena idea.
Claudine y su hermano vivían en una casa grande, estilo rancho, a las afueras de Monroe, una ciudad que no sólo contaba con su Wal-Mart, sino también con todo un centro comercial. Llamó con la mano a la puerta delantera siguiendo un código. Tras un instante, la puerta se abrió. Abrí los ojos como platos. Claudine no me dijo que su hermano y ella fueran gemelos.
Si Claude se hubiese puesto la ropa de su hermana, habría pasado por ella sin el menor problema; era escalofriante. Tenía el pelo más corto, pero tampoco demasiado; lo tenía peinado hacia atrás, hasta el cogote, pero le tapaba las orejas. Sus hombros eran más anchos, pero no vi ni rastro de vello facial, ni siquiera a esas horas ya de la noche. ¿Sería posible que las hadas no tuvieran vello corporal? Parecía un modelo de ropa interior de Calvin Klein; de hecho, si el diseñador hubiese estado allí, habría fichado a los gemelos sin pensárselo, y el contrato habría acabado lleno de sus babas.
Claude retrocedió un paso para dejarnos entrar.
—¿Es ella? —le preguntó a Claudine.
Asintió.
—Sookie, te presento a mi hermano Claude.
—Un placer —contesté, tendiendo la mano. No sin algo de sorpresa, la cogió y la estrechó. Miró a su hermana—. Es muy confiada.
—Humanos —dijo Claudine, encogiéndose de hombros.
Claude me condujo a través de un salón de lo más convencional, atravesando un pasillo revestido hasta el cuarto familiar. Había un hombre sentado en una silla. Al parecer, no tenía más opción. Era pequeño, rubicundo y de ojos marrones. Aparentaba mi edad, unos veintiséis años.
—Eh —exclamé, procurando que no me saliese un gallo—, ¿por qué está atado?
—Porque, de lo contrario, se escaparía —respondió Claude, sorprendido.