Read Una Pizca De Muerte Online
Authors: Charlaine Harris
Me pregunté si los demás vampiros también estarían obligados a sacarle brillo a los colmillos del conde.
La puerta del despacho de Eric se abrió de repente con tanta vehemencia que rebotó. Volvió a abrirla, esta vez con más tranquilidad, y emergió de ella.
Se me aflojó la mandíbula. Estaba literalmente para comérselo. Eric es muy alto, ancho de hombros y rubio, y esa noche llevaba un traje que no había salido de ningún gran almacén. Se lo habían hecho a medida, y tenía el aspecto del mejor James Bond. Impoluta tela negra sin el menor rastro de hilos, una camisa nívea y un lazo atado a mano al cuello, con ese increíble pelo derramándosele por la espalda...
—James Bond —murmuré. Los ojos de Eric brillaban de emoción. Sin decir nada, me aferró como si estuviésemos bailando y me plantó un beso de los que cortan la respiración: labios y lengua, vamos, todo el juego oscilatorio de una sola vez. Ay madre, ay madre, ay madre. Cuando me fallaron las piernas, me ayudó para mantenerme en pie. Su brillante sonrisa reveló unos refulgentes colmillos.
Eric lo había disfrutado también.
—Hola a ti también —susurré con torpeza, una vez segura de que volvía a respirar.
—Mi deliciosa amiga —dijo Eric, e hizo una reverencia.
No estaba segura de que ése fuese el apelativo correcto hacia mí, y tendría que darle un voto de confianza acerca de mi calidad de «deliciosa».
—¿Cuál es el plan de esta noche? —pregunté con la esperanza de que mi anfitrión no tardase mucho en tranquilizarse.
—Bueno, bailar, escuchar música, beber sangre, contemplar el espectáculo y aguardar la aparición del conde —detalló Eric—. Me alegro mucho de que hayas venido. Tenemos muchos invitados especiales, pero tú eres la única telépata.
—Vale —dije con un hilo de voz.
—Estás especialmente encantadora esta noche —comentó Lyle. Llevaba todo el rato justo detrás de Eric y no me había dado cuenta. De rostro menudo y estrecho y pelo negro de punta, Lyle carecía de la presencia que había adquirido Eric a lo largo de mil años de existencia. Lyle era de Alexandria, y estaba de visita en Fangtasia porque deseaba empaparse de sus claves de éxito antes de abrir su propio bar de vampiros. Llevaba una nevera portátil y tenía mucho cuidado de mantenerla equilibrada.
—La Royalty —explicó Pam con su voz neutral.
—¿Puedo verla? —pregunté.
Eric levantó la tapa y mostró el contenido: dos botellas azules (por lo de la sangre azul, supuse), con etiquetas que mostraban como logotipo una tiara y la solitaria palabra «Royalty» escrita con letras góticas.
—Muy bonitas —comenté, poco impresionada.
—Quedará muy satisfecho —concluyó Eric, más feliz de lo que jamás le había escuchado.
—Pareces extrañamente seguro de que él..., de que Drácula vaya a aparecer —dije. El pasillo estaba atestado. Nos dirigimos a la zona pública del club.
—He mantenido una charla de negocios con el representante del Maestro —confesó—. Le he manifestado el honor que supondría, para mí y mi establecimiento, contar con su presencia esta noche.
Pam se volvió hacia mí y puso los ojos en blanco.
—Lo sobornaste —traduje. De ahí que Eric estuviera tan emocionado este año y la adquisición de las botellas de Royalty.
Jamás había pensado que Eric idolatrase a nadie que no fuese él mismo. Tampoco habría pensado que estuviera dispuesto a gastarse una buena suma de dinero en ello. Eric era encantador y emprendedor, y cuidaba de sus empleados, pero la primera persona en su lista de admiraciones era él mismo, y su propio bienestar ocupaba el primer lugar de su lista de prioridades.
—Mi querida Sookie, no pareces exultante —comentó Pam, lanzándome una traviesa sonrisa. Pam disfrutaba revolviendo un poco, y esa noche se presentaba como un gran terreno abonado. Eric volvió la cabeza para mirarme y la expresión de Pam se relajó a su habitual impasibilidad.
—¿No crees que vaya a ocurrir, Sookie? —preguntó él. A sus espaldas, Lyle puso los ojos en blanco. Estaba claramente hasta las narices de la fantasía de Eric.
Yo sólo quería ir a una fiesta con un vestido bonito y pasármelo bien, pero allí me encontraba, inmersa en un barranco verbal.
—Supongo que lo sabremos en su momento, ¿no? —contesté felizmente, y Eric pareció quedar satisfecho—. El club está precioso. —Por lo general, Fangtasia era el lugar más monótono que cupiera imaginarse; aparte del patrón de colores rojo y gris y los neones. Los suelos eran de cemento, las mesas y sillas de sobrio metal, y los reservados no eran mucho mejores. Me costaba creer que el local hubiese sufrido tal transformación. Habían colgado banderas del techo. Cada una era blanca, con un oso rojo en el centro: un estilizado animal elevado sobre sus patas traseras y una garra lista para atacar.
—Es una réplica del estandarte personal del Maestro —dijo Pam, respondiendo a la pregunta que llevaba implícita mi dedo apuntado—. Eric pagó a un historiador de la Universidad de Luisiana para que lo buscara. —Por su expresión, estaba claro que le habían colado el timo del siglo.
En el centro de la pequeña pista de baile de Fangtasia habían colocado un trono sobre un estrado. Cuando me acerqué a él, tuve la seguridad de que Eric lo había alquilado a una compañía de circo. No pintaba mal desde unos diez metros, pero de cerca... no tanto. Sin embargo, lo habían adornado con un henchido cojín rojo, listo para las posaderas del Príncipe de las Tinieblas. El estrado ocupaba el centro exacto de una alfombra cuadrada negra. Habían cubierto también las mesas con manteles blancos o rojo oscuro, con rebuscados centros de flores. No pude evitar la carcajada al ver uno de esos centros: en medio de la explosión de claveles rojos y verdes hojas había ataúdes en miniatura y estacas a escala real. Al fin sale a la superficie el sentido del humor de Eric.
En vez de la WDED, la cadena de radio hecha por y para los vampiros, habían puesto una melodía de violín muy emotiva que resultaba tan abrasiva como inquietante.
—Música de Transilvania —informó Lyle, poniendo una cara estudiadamente inexpresiva—. Más tarde, el DJ Duque de la Muerte nos llevará a un viaje musical —añadió, como si prefiriese comerse un puñado de caracoles.
Vi un pequeño bufé pegado a la pared, junto a la barra, reservado para seres que se alimentaban de comida, así como una amplia fuente de sangre para los que no. Ésta, que fluía con parsimonia hacia una grada de cuencos de brillante y lechoso cristal, estaba rodeada de copas. Me pareció un «poquito» excesivo.
—Caramba —comenté débilmente mientras Eric y Lyle se dirigían hacia la barra.
Pam meneó la cabeza con desesperación.
—La de dinero que hemos gastado —dijo.
No era muy sorprendente que la sala estuviera llena de vampiros. Reconocí a algunos de los chupasangres: Indira, Thalia, Clancy, Maxwell Lee y Bill Compton, mi ex. Había al menos otros veinte a los que sólo había visto una o dos veces, todos ellos vampiros que residían en la Zona Cinco, controlada por Eric. Y otros pocos a los que no conocía de nada, como el tipo de detrás de la barra, que debía de ser el nuevo barman. Este puesto en Fangtasia cambiaba de manos muy rápidamente.
Había también en el bar algunas criaturas que no eran ni vampiros ni humanos, sino miembros de la comunidad sobrenatural de Luisiana. El líder de la manada de licántropos de Shreveport, el coronel Flood, estaba sentado a una mesa con Calvin Norris, el líder de una pequeña comunidad de hombres pantera que vivían en los alrededores de Hotshot, a las afueras de Bon Temps. El coronel Flood, ahora retirado de la Fuerza Aérea, estaba muy rígido, embutido en un buen traje, mientras que Calvin llevaba puesta su propia idea de prendas de fiesta: camisa y botas de vaquero, téjanos nuevos, y un sombrero negro completando el conjunto. Me hizo un saludo con él cuando me divisó y me lanzó un gesto de admiración con la cabeza. El gesto del coronel Flood fue menos personal, pero igualmente amistoso.
Eric invitó también a un tipo bajito y ancho que me recordó poderosamente a un duende al que conocí en una ocasión. Estaba convencida de que era de la misma raza. Los duendes son irritables e increíblemente fuertes, y cuando están enfadados su tacto quema, así que decidí permanecer a buena distancia de ese ejemplar. Estaba enzarzado en una intensa conversación con una mujer muy delgada con mirada enfadada. Llevaba por prenda un conjunto de hojas y viñas. Mejor no preguntar.
Por supuesto, no había ningún hada. Son tan embriagadoras para los vampiros como el agua azucarada para los colibríes.
Tras la barra estaba el miembro más reciente del personal de Fangtasia, un tipo bajo y corpulento de larga y ondulada cabellera negra. Tenía una nariz prominente y ojos grandes, y recibía las comandas con un aire de diversión mientras iba de acá para allá preparando las bebidas.
—¿Quién es ése? —pregunté, moviendo la cabeza hacia la barra—. ¿Y quiénes son esos vampiros raros? ¿Eric está expandiendo el negocio?
—Si vas de tránsito durante la Noche de Drácula —dijo Pam—, el protocolo dicta que te presentes en la sede del sheriff más cercano y formes parte de la celebración. Por eso hay vampiros a los que no conoces. El nuevo barman es Milos Griesniki, un inmigrante recién llegado de las Viejas Patrias. Es asqueroso.
Me quedé mirando a Pam.
—¿Yeso? —pregunté.
—Es un tipo ruin, una sanguijuela.
Nunca había oído a Pam expresar opiniones tan fuertes. Miré al vampiro con curiosidad.
—Trata de descubrir cuanto dinero tiene Eric y cuánto recauda el bar, además de cuánto cobran nuestras camareras humanas.
—Hablando de ellas, ¿dónde están? —Las camareras y el resto del personal habitual, todas ellas
groupies
de los vampiros (comúnmente conocidas como colmilleras) solían estar muy a la vista, y no pasaban nada desapercibidas, vestidas con transparencias negras y maquilladas tan pálidas como para parecer vampiras de verdad.
—Es demasiado peligroso que vengan esta noche —contestó Pam llanamente—. Notarás que Indira y Clancy están sirviendo a los invitados. —Indira vestía un precioso sari, cuando solía ponerse vaqueros y camiseta, así que supe enseguida que había hecho un esfuerzo para estar a la altura de la ocasión. Clancy, que tenía un revuelto cabello rojizo y brillantes ojos verdes, llevaba un traje. También era toda una novedad en él. En lugar de una corbata normal, llevaba al cuello un pañuelo atado con un lazo suelto. Cuando captó mi mirada, se llevó la mano de la cabeza a los pantalones para atraer mi admiración. Sonreí y lo saludé con la cabeza, aunque, a decir verdad, prefería a Clancy con su ropa de tío duro y sus botas pesadas.
Eric revoloteaba de mesa en mesa. Abrazaba, hacía reverencias y hablaba con todo el mundo como exigía la ocasión, y yo no sabía si aquello resultaba entrañable o preocupante. Decidí que era un poco de las dos cosas. Definitivamente había descubierto el punto débil de Eric.
Hablé unos minutos con el coronel Flood y Calvin. El coronel estaba tan cordial y distante como de costumbre; le importábamos poco los que no éramos licántropos y, ahora que se había retirado, trataba con gente normal sólo cuando era estrictamente necesario. Calvin me dijo que le había cambiado el techo a su casa y me invitó a ir de pesca con él cuando hiciera más calor. Sonreí, pero no me comprometí a nada. A mi abuela le encantaba pescar, pero yo sólo aguantaba un par de horas, como mucho, antes de entrarme ganas de hacer otra cosa. Observé cómo Pam desempeñaba sus labores de lugarteniente, asegurándose de que todos los vampiros estuvieran contentos, reprendiendo con severidad al barman cuando metía la pata con alguna bebida. Milos Griesniki le devolvió una expresión ceñuda que me provocó un escalofrío. Si había allí alguien sobradamente capaz de cuidar de sí misma, ésa era Pam.
Clancy, que llevaba dirigiendo el funcionamiento del club desde hacía más de un mes, comprobaba cada mesa para asegurarse de que había ceniceros limpios (algunos de los vampiros fumaban) y de que los vasos sucios y demás material usado eran retirados lo antes posible. Cuando el DJ Duque de la Muerte se hizo con las riendas, la música cambió volviéndose más marchosa. Algunos de los vampiros se animaron a tomar la pista de baile, meneándose con el abandono extremo del que sólo eran capaces los no muertos.
Calvin y yo bailamos un par de veces, pero no podíamos competir en la liga de los vampiros. Eric me reclamó para un lento, pero estaba claramente distraído en sus pensamientos sobre lo que le depararía la noche; en más de una ocasión, padecí su preocupación por Drácula en las uñas de los dedos de los pies.
—Alguna noche —susurró— sólo estaremos tú y yo.
Cuando terminó la canción, tuve que volver a tomar un largo trago bien cargado de hielo. Mucho hielo.
A medida que se acercaba la medianoche, los vampiros fueron aglomerándose alrededor de la fuente de sangre y las copas llenas del rojo fluido. Los huéspedes no vampiros también se levantaron. Yo estaba de pie junto a la mesa donde había estado charlando con Calvin y el coronel Flood cuando Eric puso sobre su mesa un gong de mano y empezó a golpearlo. Si hubiese sido humano, habría mostrado sus mejillas ruborizadas por la emoción; al ser un vampiro, eran sus ojos los que ardían. Eric parecía precioso y aterrador a la vez, dada su determinación.
Cuando la última reverberación se redujo a silencio, Eric alzó su copa y anunció:
—En este día memorable, nos reunimos en la reverencia y rogamos al Señor de las Tinieblas que nos honre con su presencia. ¡Oh, Príncipe, manifestaos!
Permanecimos en un expectante silencio, a la espera de la gran calabaza..., digo, del Príncipe de las Tinieblas. Justo cuando la cara de Eric empezaba a dar muestras de abatimiento, una voz seca rompió la tensión.
—¡Mi leal hijo, así pues, me revelo!
Milos Griesniki saltó por encima de la barra, quitándose la chaqueta, la camisa y los pantalones y mostrando... un increíble mono hecho de un material negro elástico con lentejuelas. No me habría sorprendido en una chica que fuese a su baile de promoción, sin mucho dinero pero con muchas ganas de parecer poco convencional y muy sexy. Con su abultado cuerpo, negra melena y bigote, la prenda de una pieza hacía que pareciera el acróbata de un circo de tercera.
Se produjo un excitado murmullo generalizado.
—Bueno... —dijo Calvin—. Vaya mierda. —El coronel Flood asintió secamente para mostrar su absoluto acuerdo con dicha apreciación.