Read Una Pizca De Muerte Online
Authors: Charlaine Harris
Lo leí dos veces. Y luego una vez más.
Conduje hasta el trabajo tan sumida en mis cavilaciones, que me alegré de que no hubiese demasiado tráfico en Hummingbird Road. Giré a la izquierda para dirigirme hacia el Merlotte's, pero casi me pasé de largo el aparcamiento. En el último instante, frené y giré para meterme en la zona de aparcamiento, detrás del bar, que estaba reservada para los empleados.
Sam Merlotte, mi jefe, estaba sentado detrás de su escritorio cuando me asomé para abandonar el bolso en uno de los profundos cajones de su mesa que solía dejarnos a las camareras. Había vuelto a pasarse la mano por el pelo, ya que el halo rubio rojizo que rodeaba su cabeza era más amplio de lo normal. Levantó la mirada del papeleo de impuestos y me sonrió.
—Sookie —dijo—. ¿Cómo te va?
—Bien. Toca impuestos, ¿eh? —Me aseguré de que mi camiseta blanca estuviese bien metida en los pantalones para que la palabra «Merlotte's», bordada en el pecho izquierdo, luciera derecha. Me quité uno de mis pelos rubios del pantalón negro. Siempre me agacho para cepillarme el pelo y hacerme la coleta—. ¿No se lo llevas a un auditor de cuentas este año?
—Supongo que si empiezo mucho antes, podré acabarlo yo solo.
Todos los años decía lo mismo, y siempre acababa pidiendo cita con el auditor de cuentas, quien siempre tenía que pedir una moratoria.
—Oye, ¿has recibido una de éstas? —pregunté, mostrándole la invitación.
Soltó el bolígrafo con cierto alivio y tomó el papel de mi mano. Tras escrutar su contenido, contestó:
—No. No creo que inviten a muchos cambiantes de todos modos. Puede que al líder de la manada local, o a algún ser sobrenatural que les haya hecho un importante servicio... como tú.
—No soy sobrenatural —repliqué, sorprendida—. Sólo tengo un... problema.
—La telepatía es mucho más que un simple problema —dijo Sam—. El acné es un problema. La timidez es un problema. Leer la mente de los demás es un don.
—Por supuesto —contesté. Rodeé el escritorio para dejar mi bolso en el cajón y Sam se levantó. Yo mido casi uno setenta, y Sam me supera por unos ocho centímetros. No es demasiado alto, pero sí más fuerte que el humano típico de su tamaño, ya que Sam es un cambiante.
—¿Vas a ir? —preguntó—. Halloween y el cumpleaños de Drácula son las únicas fiestas que celebran los vampiros, y tengo entendido que montan unas buenas.
—Aún no me he decidido —respondí—. Luego, cuando empiece mi descanso, quizá llame a Pam. —Pam, la lugarteniente de Eric, era lo más parecido a una buena amiga que tenía entre los vampiros.
La localicé en Fangtasia poco después de la puesta de sol.
—¿De verdad existió el conde Drácula? Creí que era una invención —le dije, después de contarle que había recibido la invitación.
—Sí, existió —me confirmó Pam—. Vlad Tepes. Era un rey valaco cuya capital se encontraba en Târgoviște, creo. —Pam daba muy por hecho la existencia de una criatura que yo pensaba que era una invención compartida de Bram Stoker y Hollywood—. Vlad III fue un hombre más feroz y sediento de sangre que cualquier vampiro, y eso antes de ser convertido. Disfrutaba ejecutando a la gente, empalándola en largas estacas de madera. Podía tardar horas en morir.
Me estremecí. Qué asco.
—Su propio pueblo lo temía, por supuesto. Pero los vampiros locales admiraban a Vlad hasta el punto de que lo convirtieron cuando estaba al borde de la muerte, fundando así una nueva era para el vampirismo. Después de que unos monjes lo enterraran en una isla llamada Snagov, se levantó a la tercera noche para convertirse en el primer vampiro moderno. Hasta entonces, los vampiros eran como... Bueno, asquerosos. Eran un absoluto secreto. Raídos y sucios, vivían en agujeros dentro de los cementerios, como animales. Pero Vlad Dracul había sido un soberano, y no iba a vestirse con harapos ni a vivir en un agujero sin una buena razón. —Pam parecía orgullosa.
Traté de imaginar a Eric vestido con harapos y viviendo en un agujero, pero me resultó casi imposible.
—Entonces ¿todo eso no fue un sueño de Stoker basado en cuentos populares?
—Sólo algunas partes. Por supuesto, no sabía mucho acerca de lo que Drácula, como él lo llamó, podía hacer o no, pero se emocionó tanto tras conocer al príncipe que se inventó muchos de los detalles que, según él, darían brío a su relato. Fue como si Anne Rice se hubiera encontrado con Louis: una especie de primera
Entrevista con el vampiro
. Más tarde, Drácula no quedó muy contento con que Stoker lo pillara en un momento de debilidad, pero no podía negar que disfrutaba de la notoriedad.
—Pero él no estará allí, ¿verdad? Quiero decir que los vampiros de todo el mundo celebrarán el acontecimiento.
Pam respondió con mucha cautela:
—Algunos creen que se presenta en alguna parte cada año; una aparición sorpresa. Las probabilidades son tan remotas, que su aparición en nuestra fiesta sería como que nos tocase la lotería. Pero algunos creen que podría pasar.
Oí de fondo la voz de Eric diciendo:
—Pam, ¿con quién estás hablando?
—Vale —cortó Pam, sacando todo un acento estadounidense con un ligero toque británico—. Tengo que dejarte, Sookie. Luego te veo.
En cuanto colgué el teléfono del despacho, Sam me advirtió:
—Sookie, si vas a la fiesta, por favor, mantente alerta y con los ojos abiertos. A veces, los vampiros se dejan llevar por la excitación que les produce la Noche de Drácula.
—Gracias, Sam —contesté—. Descuida, tendré cuidado. —Por muchos que fueran los vampiros a los que considerara mis amigos, siempre tenía que estar alerta. Hace unos años, los japoneses habían inventado una sangre sintética que satisface las necesidades nutricionales de los vampiros, lo que permitió que saliesen de las sombras y ocupasen su sitio en la sociedad de Estados Unidos. A los vampiros británicos les fue bastante bien también y, en general, a todos los vampiros de la Europa Occidental no les fue mal después de la Gran Revelación (el día que anunciaron su existencia mediante representantes cuidadosamente seleccionados). Sin embargo, muchos vampiros sudamericanos lamentaron salir al descubierto, y los chupasangres de los países musulmanes... Bueno, digamos que quedaron muy pocos. Los vampiros de las partes más inhóspitas del mundo se esforzaban por emigrar a países que los tolerasen, con el resultado de que nuestro Congreso estaba trabajando en varias leyes para limitar el asilo político a los no muertos. La consecuencia era que estábamos recibiendo un flujo de vampiros de todo tipo de acentos intentando entrar en el país. La mayoría de ellos entraban por Luisiana, ya que aquí éramos notablemente amistosos con la Gente Fría, como los llamaba
Fangbanger Xtreme.
Era más divertido pensar en vampiros que oír los pensamientos de mis conciudadanos. Naturalmente, mientras iba de mesa en mesa, hacía mi trabajo con una gran sonrisa, porque me gustan las buenas propinas, pero no conseguía poner todo mi empeño en ello. Había sido un día cálido para ser enero, cerca
de los diez
grados, y los pensamientos de la gente ya anunciaban la primavera.
Procuro no escuchar, pero soy como una radio que capta muchas señales. Algunos días puedo controlar la recepción mejor que otros. Hoy no dejaba de recibir retazos sueltos. Hoyt Fortenberry, el mejor amigo de mi hermano, estaba pensando en los planes de su madre para que le plantase diez nuevos rosales en su ya amplio jardín. Melancólico, pero obediente, trataba de calcular el tiempo que le llevaría la tarea. Arlene, mi vieja amiga y también camarera, se preguntaba si lograría que su nuevo novio le hiciera la gran pregunta, pero lo cierto es que era un pensamiento perenne en Arlene. Como las rosas, florecía cada año.
Mientras limpiaba derrames y corría de la cocina a las mesas con cestas de pollo (la clientela sobrenatural abundaba esa noche) mis pensamientos se centraban en cómo conseguir un vestido formal para ir a la fiesta. Tenía un viejo vestido del baile de graduación, hecho a mano por mi tía Linda, pero se había quedado irremediablemente pasado de moda. Tengo veintiséis años, y tampoco contaba con ningún vestido de dama de honor que pudiera servir. Ninguno de mis amigos se había casado, salvo Arlene, que lo había hecho tantas veces que ni siquiera se acordaba de la figura de la dama de honor. Las pocas prendas de calidad que solía llevar a los eventos vampíricos acababan, de alguna manera, arruinadas... Algunas de formas muy desagradables.
Normalmente, hacía una parada en la tienda de ropa de mi amiga Tara, pero cerraba a las seis. Así que, cuando salí de trabajar, me dirigí hacia el centro comercial de Pecanland, en Monroe. En Dillard's tuve suerte. A decir verdad, estaba tan contenta con ese vestido que me lo habría llevado aunque no hubiese estado a la venta, pero lo habían rebajado a veinticinco de los ciento cincuenta dólares originales; todo un triunfo. Era de color rosa, con un escote de lentejuelas y gasa por la parte de abajo. No tenía tirantes y era de corte muy sencillo. Llevaría el pelo suelto y los pendientes de perlas de mi abuela, así como unos zapatos de tacón plateados que también estaban muy rebajados.
Resuelto ese importante aspecto, escribí una cortés nota de aceptación y la metí en el buzón. Estaba lista.
Tres noches después me vi llamando a la puerta trasera de Fangtasia, sosteniendo la prenda entre las manos.
—Tu aspecto es un poco informal —dijo Pam al dejarme entrar.
—No quería arrugar el vestido —respondí al entrar, asegurándome de que el vestido no arrastraba. Fui directamente al cuarto de baño.
La puerta del aseo no tenía cerradura. Pam se quedó fuera, asegurándose de que nadie me interrumpía. La lugarteniente de Eric sonrió al verme salir con mis prendas informales hechas un ovillo bajo el brazo.
—Tienes buen aspecto, Sookie —me halagó. Había elegido para sí un vestido de esmoquin de lamé plateado. Estaba imponente. Yo tengo el pelo un poco ondulado. El de Pam, sin embargo, es de un rubio más pálido que el mío y completamente liso. Las dos tenemos los ojos azules, pero los suyos son de un tono más claro y más redondos; y no parpadea mucho—. Eric estará muy satisfecho.
Me sonrojé. Eric y yo tuvimos una historia. Pero como padece amnesia con respecto a ella, básicamente no se acuerda de nada. Pam sí.
—Como si me importara lo que piensa —solté.
Pam esbozó una torva sonrisa.
—Ya —respondió—. Eres totalmente indiferente. Como él.
Traté de aparentar que aceptaba sus palabras en su aspecto más superficial, omitiendo la carga de sarcasmo. Para mi sorpresa, Pam me dio un leve beso en la mejilla.
—Gracias por venir —dijo—. Puede que le anime verte. Ha estado trabajando mucho estos últimos días.
—¿Por qué? —pregunté, aunque no estaba muy segura de querer saberlo.
—¿Alguna vez has visto
¡Es la gran calabaza, Charlie Brown!
?
Me detuve en seco.
—Claro —contesté—. ¿Y tú?
—Oh, sí —asintió ella tranquilamente—. Muchas veces. —Me dio un momento para que lo asimilara—. Eric se pone igual cuando se acerca la Noche de Drácula. Todos los años cree que Drácula escogerá su fiesta para aparecer. Eric hace un mundo de planes; se desgasta como pocas veces en el año. Envió las invitaciones de vuelta a la imprenta dos veces, por eso salieron tan tarde. Ahora que la noche ha llegado por fin, está de los nervios.
—¿Es un caso de adoración que roza la locura?
—Se te da bien definir las cosas —dijo Pam, admirada. Estábamos fuera del despacho de Eric y podíamos escucharle rugir.
—No está muy contento con el nuevo barman. Afirma que no hay bastantes botellas de la sangre que se rumorea puede preferir el conde, según una entrevista que le hizo
American Vampire.
Traté de imaginarme a Vlad Tepes, empalador de tantos de sus compatriotas, charlando desenfadadamente con un periodista. Tenía claro que no querría estar en el pellejo del entrevistador.
—¿Y qué marca es? —Me sacudí para retomar el hilo de la conversación.
—Dicen que el Príncipe de las Tinieblas prefiere Royalty.
—Agh. —¿Por qué no me sorprendía?
Royalty era una marca de sangre embotellada muy escasa. Creía que la marca era un mero rumor, hasta ahora. Royalty estaba confeccionada en parte con sangre sintética y en parte con sangre real; sangre, como se podrá suponer, de gente con título nobiliario. Antes de que os imaginéis a afanados vampiros emboscados a la caza del monísimo príncipe Guillermo, dejad que os diga que había muchos nobles menores en Europa dispuestos a dar su sangre a cambio de una suma astronómica.
—Después de un mes entero de llamadas, conseguimos dos botellas. —Pam parecía bastante molesta—. Han costado más de lo que nos podemos permitir. Siempre pensé que mi creador era más empresario que otra cosa, pero este año parece que Eric se ha pasado. Royalty no dura eternamente, ¿sabes? Es por la sangre auténtica que contiene... Y ahora le preocupa que las dos botellas no sean suficientes. Hay mucha leyenda alrededor de Drácula; ¿quién sabe lo que es verdad y lo que no? Ha oído que Drácula sólo bebe Royalty... o sangre de verdad.
—¿Sangre de verdad? Pero eso es ilegal, a menos que conozcas a un donante voluntario.
Cualquier vampiro que tomase sangre de un humano en contra de la voluntad de éste podía ser ejecutado por estaca o luz solar, a elección del vampiro. La ejecución solía llevarla a cabo otro vampiro que trabajaba para el Estado. Yo, personalmente, pensaba que cualquier vampiro que tomase por la fuerza la sangre de un humano merecía ser ejecutado, porque ya había suficientes fanáticos de los vampiros dispuestos a donar la suya.
—Y ningún vampiro puede matar a Drácula, ni siquiera levantarle la mano —dijo Pam, adelantándose a mis propios pensamientos—. Tampoco es que queramos dañar a nuestro príncipe, por supuesto —añadió apresuradamente.
«Sí, claro», pensé.
—Es reverenciado de tal manera que cualquier vampiro que atente contra él deberá ver amanecer. Además, se espera de nosotros que le ofrezcamos asistencia financiera.