Amadís de Gaula (49 page)

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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
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—Este escudo es de don Cuadragante, hermano del rey Abies de Irlanda, que no había más de doce días que aquella aventura probara y llegara al padrón de mármol donde ningún caballero había llegado y él era venido de su tierra a la Gran Bretaña por se combatir con Amadís por vengar la muerte del rey Abies, su hermano. Desde que Amadís vio los escudos mucho dudó aquella aventura pues que tales caballeros no lo acabaron. Y salieron del palacio y fueron al arco de los leales amadores y llegando al sitio que la entrada defendía Agrajes se llegó al mármol y descendiendo de su caballo y encomendándose a Dios dijo:

—Amor, si os he sido leal membraos de mí, y pasó el marco, y llegando so el arco la imagen que encima estaba comenzó un son tan dulce que Agrajes y todos los que lo oían sentían gran deleite, y llegó al palacio donde las imágenes de Apolidón y de Grimanesa estaban, que no le pareció sino propiamente vivas, y miró al jaspe y vio allí dos nombres escritos y el suyo y el primero que vio decía:

—Esta aventura acabó Mandanil, hijo del duque de Borgoña, y el otro decía:

—Éste es el nombre de don Bruneo de Bonamar, hijo de Vallados, el marqués de Troque, el suyo decía:

—Éste es Agrajes, hijo de Languines, rey de Escocia, y este Mandanil amó a Guinda Flamenca, señora de Flandes, y don Bruneo no había más de ocho días que aquella aventura acabara y aquélla que él amara era Melicia, hija del rey Perión de Gaula, hermana de Amadís.

Entrando Agrajes, como oís, el arco de los leales amadores, dijo Amadís a sus hermanos:

—¿Probaréis vosotros esta aventura?.

—No —dijeron ellos—, que no somos tan sojuzgados a esta pasión que la merezcamos acabar.

—Pues vos sois dos —dijo Amadís—, haceos compañía, y si yo pudiere la haré a mi primo Agrajes.

Entonces, dio su caballo y sus armas a su escudero Gandalín y fuese adelante lo más presto que él pudo, sin temor ninguno, como aquél que sentía no había errado a su señora, no solamente por obra, mas por pensamiento, y como fue so el arco, la imagen comenzó a hacer un son mucho más diferenciado en dulzura que a los otros hacía, y por la boca de la trompa lanzaba flores muy hermosas que gran olor daban y caían en el campo muy espesas, así que nunca a caballero que allí entrase fue lo semejante hecho y pasó donde eran las imágenes de Apolidón y Grimanesa. Con mucha afición los estuvo mirando, pareciéndole muy hermosas y tan frescas como si vivas fuesen, y Agrajes, que algo de sus amores entendía, vino contra él, de donde por la huerta andaba mirando las extrañas cosas que en ella había y abrazándolo le dijo:

—Señor primo, no es razón que de aquí adelante nos encubramos nuestros amores, mas Amadís no le respondió y tomándole por la mano se fueron mirando aquel lugar que muy sabroso y deleitoso era de ver.

Don Galaor y Florestán, que de fuera los atendían y viendo que tardaban, acordaron de ir a ver la cámara defendida y rogaron a Ysanjo, el gobernador, que se la mostrase. Él les dijo que le placía, y tomándolos consigo fue con ellos y mostróles la cámara por de fuera y los padrones que ya oísteis y don Florestán dijo:

—Señor hermano, ¿qué queréis hacer?.

—Ninguna cosa —dijo él—, que nunca hube voluntad de acometer las cosas de encantamiento.

—Pues holgaos —dijo don Florestán—, que yo ver quiero lo que hacer podré.

Entonces, encomendándose a Dios y poniendo su escudo delante y la espada en la mano, fue adelante y entrando en lo defendido sintióse herir de todas partes con lanzas y espadas de tan grandes golpes y tan espesos, que le semejaba que ningún hombre lo podría sufrir, mas como él era fuerte y valiente de corazón no quedaba de ir adelante, hiriendo con su espada a una y otra parte, y parecíale en la mano que serían hombres armados y que la espada no cortaba. Así pasó el padrón de cobre y llegó hasta el de mármol y allí cayó, que no pudo ir más adelante, tan desapoderado de toda su fuerza, que no tenía más sentido que si muerto fuese y luego fue lanzado fuera del sitio como lo hacían a los otros.

Don Galaor, que así lo vio, hubo de él mucho pesar y dijo:

—Comoquiera que mi voluntad de esta prueba apartada estuviese no dejaré de tomar mi parte del peligro, mandando a los escuderos y al enano que de él no se partiesen y le echasen del agua fría por el rostro, tomó sus armas y encomendándose a Dios fuese contra la puerta de la cámara y luego se hirieron de todas partes de muy duros y grandes golpes, y con gran cuita, llegó al padrón de mármol y abrazóse con él y detúvose un poco, mas cuando un paso dio adelante fue tan cargado de golpes que no lo pudiendo sufrir, cayó en tierra, así como don Florestán, con tanto desacuerdo que no sabía si era muerto ni si vivo, y luego fue lanzado fuera, así como los otros.

Amadís y Agrajes, que gran pieza había andado por la huerta, tornáronse a las imágenes y vieron allí en el jaspe su nombre escrito, que decía:

—Éste es Amadís de Gaula, el leal enamorado, hijo del rey Perión de Gaula.

Y así estando leyendo las letras con gran placer, llegó al marco, Ardián, el enano, dando voces, dijo:

—Señor Amadís, acorred, que vuestros hermanos son muertos.

Y como esto oyó salió de allí presto y Agrajes tras él y preguntando al enano qué era lo que decía, dijo:

—Señor, probaron de vuestros hermanos en la cámara y no la acabaron y quedaron tales como muertos.

Luego, cabalgaron en sus caballos y fueron donde estaba y hallólos tan maltrechos como ya oísteis, aunque ya más acordados. Agrajes, como era de gran corazón, descendió presto del caballo y al mayor paso que pudo se fue con su espada en la mano contra la cámara hiriendo a una y a otra parte, mas no bastó su fuerza de sufrir los golpes que le dieron y cayó entre el padrón de cobre y el mármol y aturdido como los otros lo llevaron fuera. Amadís comenzó a maldecir la venida que allí hicieran y dijo a don Galaor, que ya casi en su acuerdo estaba:

—Hermano, no puedo excusar mi cuerpo de lo no poner en el peligro que los vuestros.

Galaor lo quisiera detener, mas él tomó presto sus armas y fuese adelante rogando a Dios que le ayudase, y cuando llegó al lugar defendido, paró un poco y dijo:

—¡Oh, mi señora Oriana!, de vos me viene a mí todo el esfuerzo y ardimiento; membraos, señora, de mí a esta sazón en que tanto vuestra sabrosa membranza me es menester, y, luego, pasó adelante y sintióse herir de todas partes duramente y llegó al padrón de mármol, y pasando de él parecióle que todos los del mundo eran a lo herir y oía gran ruido de voces como si el mundo se fundiese y decía:

—Si este caballero tornáis no hay ahora en el mundo otro que aquí entrar pueda, pero él con aquella cuita no dejaba de ir adelante, cayendo a las veces de manos y otras de rodillas, y la espada con que muchos golpes diera había perdido de la mano y andaba colgada de una correa que no la podía cobrar. Así, luego, a la puerta de la cámara y vio una mano que le tomó por la suya y lo metió dentro y oyó una voz que dijo:

—bien venga el caballero, que pasando de bondad aquél que este encantamiento hizo, que en su tiempo par no tuvo, será de aquí señor.

Aquella mano le pareció grande y dura como de hombre viejo, y en el brazo tenía vestida una manga de jamete verde y como dentro en la cámara fue, soltóle la mano que no la vio más, y él quedó descansado y cobrado en toda su fuerza, y quitándose el escudo del cuello y el yelmo de la cabeza, metió la espada en la vaina y agradeció a su señora Oriana aquella honra que por su causa ganara.

A esta sazón todos los del castillo que las voces oyeran de cómo le otorgaban el señorío y le vieran dentro, comenzaron a decir en alta voz:

—Señor, hemos cumplido a Dios loor, lo que tanto deseado teníamos.

Los hermanos que más acordados eran y vieron cómo Amadís acabara lo que todos habían faltado fueron alegres por el gran amor que le tenían, y como estaban, se mandaron llevar a la cámara, y el gobernador con todos los suyos llegaron a Amadís y por señor le besaron las manos. Cuando vieron las cosas extrañas que dentro de la cámara había de labores y riquezas, fueron espantados de lo ver, mas no era nada con un apartamento que allí se hacía, donde Apolidón y su amiga albergaban, que éste era de tal forma que no solamente ninguno podría alcanzar a hacer lo más ni entenderlo cómo hacer se podría, y era de tal forma, que estando dentro podían ver claramente lo que de fuera se hiciese, y los de fuera por ninguna guisa verían nada de dentro. Allí, estuvieron todos una gran pieza con gran placer los caballeros, porque en su linaje hubiese tal caballero que pasase de bondad a todos los del mundo presentes y cien años a zaga, los de la Ínsula por haber cobrado tal señor con quien esperaban ser bienaventurados y señorear desde allí otras muchas tierras.

Ysanjo, el gobernador, dijo a Amadís:

—Señor, bien será que comáis y descanséis y mañana serán aquí todos los hombres buenos de la tierra y os harán homenaje, recibiéndoos por señor.

Con esto se salieron, y entrados en un gran palacio, comieron aquéllo que aderezado estaba, y holgando aquel día, luego, el siguiente, vinieron allí asonados todos los más de la Ínsula, con grandes juegos y alegrías y quedando ellos por sus vasallos, tomaron a Amadís por su señor, con aquellas seguridades que en aquel tiempo y tierra se acostumbraban.

Así como la historia ha contado, fue la Ínsula Firme por Amadís ganada en cabo de cien años que aquel hermoso Apolidón la dejó con aquellos encantamientos, que verdaderos testigos fueron que en todo este medio tiempo nunca allí aportó caballero que a la su bondad pasase. Pues si de esto tal gloria y fama alcanzó, júzguenlo, aquéllos que las grandes cosas con las armas trataron vencedores y vencidos, los primeros sintiendo en si lo que este caballero Amadís sentir pudo y los otros la victoria esperando, al contrario convertida la desventura suya llorando. Pues que estos dos extremos, ¿cuál habremos el mejor? Por cierto digo, que el primero según la flaqueza humana, que medida no tiene, puede traer con soberbia grandes pecados, y el segundo, gran desesperación. ¿Quién se pondrá entre ellos que lo mejor lleve, aquel juicio razonable dado del Señor verdadero a los hombres sobre todas las cosas vivas, que conoce lo próspero y adverso no ser durable, doctrinado y esforzando el corazón a que uno y otro sojuzgue? Este podría alcanzar el medio bienaventurado, ¿pues tomará este medio Amadís de Gaula en lo que ahora la movible fortuna le apareja mostrando los venenos y ponzoñas que en medio de estas tales alegrías de esta tan grande alteza escondidos tenía? Yo creo que no, antes así como sin medida las cosas hasta allí favorables le acorrieron sin entrevalo alguno ni combate que con la fortuna habido hubiese, así sin comparación su corazón y discreción serán de ellas vencidos y sojuzgados, no le valiendo ni remediando las fuertes armas la sabrosa membranza de su señora, la braveza grande del corazón, mas la gran piedad de aquel señor que por reparo de los pecadores y de los atribulados en este mundo vino, como ahora lo triste y después lo alegre se os contará.

Como ya se dijo antes de esto, en la primera parte de esta grande historia, cómo siendo Oriana por las palabras que al enano oyó de las piezas de la espada a la ira y saña sojuzgada y puesta en tan gran alteración que muy poco fruto sacaron Mabilia ni la doncella de Dinamarca de los verdaderos consejos que por ella le fueron dados y ahora se os contará lo que sobre esto hizo ella, desde aquel día siempre dando lugar a que la su pasión suya creciese, mudada su acostumbrada condición que era estar en la compañía de aquéllas, apartándose con mucha esquiveza todo lo más del tiempo estaba sola pensando cómo podría en venganza de su saña dar la pena que mereciera aquél que la causara, y acordó que pues la presentía apartada era que en ausencia todo su pensamiento por escrito manifiesto le fuese, y hallándose sola en su cámara tomando de su cofre tinta y pergamino, una carta le escribió que decía así:

CARTA QUE LA SEÑORA ORIANA ENVIÓ A SU AMANTE AMADÍS

—Mi rabiosa queja acompañada de sobrada razón da lugar a que la flaca mano declare lo que el triste corazón encubrir no puede, contra vos, el falso y desleal caballero Amadís de Gaula, pues ya es conocida la deslealtad y poca firmeza que contra mí, la más desdichada y menguada de ventura sobre todas las del mundo, habéis mostrado, mudando vuestro querer de mí, que sobre todas las cosas os amaba, poniéndole en aquélla que según su edad para la amar ni conocer su discreción basta y pues otra venganza mi sojuzgado corazón tomar no puede, quiero, todo el sobrado y mal empleado amor que en vos tenía, apartarlo. Pues gran yerro sería querer a quien, a mí desmandado, todas las cosas desame por le querer y amar. ¡Oh, qué mal empleé y sojuzgué mi corazón, pues en pago de mis suspiros y pasiones burlada y desechada fui! Y pues que este engaño es ya manifiesto no parezcáis ante mí ni en parte donde yo sea. Porque sé cierto que el muy encendido amor que os había es tornado, por vuestro merecimiento, en muy rabiosa y cruel saña y con vuestra quebrantada fe y sabidos engaños id a engañar a otra cautiva mujer como yo, que así me vencí de vuestras engañosas palabras, de las cuales ninguna salva ni excusa serán recibidas, antes sin os ver plañiré con mis lágrimas mi desastrada ventura y con ellas daré fin a mi vida, acabando mi triste planto.

Acabada la carta, cerróla con sello que Amadís muy conocido, puso en el sobrescrito:

—Yo soy la doncella herida de punta de espada por el corazón, y vos sois el que me heristeis.

Y hablando en gran secreto con un doncel que Durín se llamaba, hermano de la doncella de Dinamarca, le mandó que no holgase hasta llegar al reino de Sobradisa, donde hallaría a Amadís, y aquella carta le diese y que mirase el leer de ella su semblante y que aquel día le aguardase, no tomando de él respuesta aunque dársela quisiese.

Capítulo 45

De cómo Durín se partió con la carta de Oriana para Amadís, y vista de Amadís la carta, dejó todo lo que tenía emprendido y se fue con una desesperación a una selva escondidamente.

Pues Durín, cumpliendo el mandato de Oriana, partió luego en un palafrén muy andador, así que en cabo de diez días fue llegado en Sobradisa, donde la hermosa reina Briolanja era, la cual, siendo él en su presencia llegado, le parecía la más hermosa mujer (después de Oriana) que él había visto y sabido de ella cómo dos días antes que él llegase, Amadís y sus hermanos y su cohermano Agrajes de allí se partieran.

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