Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
—¡Oh, mi señora Oriana!, vos me habéis llegado a la muerte por el defendimiento que me hacéis, que yo no tengo de pasar vuestro mandado pues guardándole no guardo la vida. Esta muerte recibo a sin razón, de que mucho dolor tengo, no por la recibir, pues con ella vuestra voluntad se satisface, que no podría yo en tanto la vida tener que por la menor cosa que a vuestro placer tocase no fuese mil veces por la muerte trocada. Si esta saña vuestra con razón se tomara, mereciéndolo llevar a la pena, yo y vos, mi señora, el descanso en haber ejecutado vuestra ira justamente y esto os hiciera vivir tan alegre vida que mi alma doquiera que vaya de vuestro placer en sí sentiría gran descanso, mas como yo sin cargo sea, siendo por vos sabido ser la crudeza que contra mi se hace, más con pasión que con. razón, desde ahora, lo que en esta vida durare y después en la otra comienzo a llorar y plañir la cuita y grande dolor que por mi causa sobrevendrá y mucho más por no le quedar remedio, siendo yo de esta vida partido, y además de esto dijo:
—¡Oh, rey Perión de Gaula!, mi padre y mi señor, cuán poca razón tenéis vos no sabiendo la causa de mi muerte de os ella doler. Antes, según vuestro grande valor y de vuestros preciados hijos debéis tomar consuelo porque siendo yo obligado a seguir vuestras grandes proezas, aborrecido, desesperado como caballero cautivo, que los duros golpes de la fortuna resistir no puedo, yo mismo por consuelo y remedio la muerte tome, pero sabiendo la razón de ello cierto soy yo que no me culparéis, mas a Dios plega que no lo sepáis, pues que vuestro dolor al mío remediar no puede, antes, siendo por mí sentido en muy mayor cantidad acrecentado sería.
Esto así dicho, estuvo un poco que no habló, mas luego con gran llanto y fuertes gemidos dijo:
—¡Oh, bueno y leal caballero!, mi amo Gandales, de vos llevo yo gran pesar porque mi contrario fortuna no me dejó os galardonase aquel beneficio tan grande que de vos recibí, porque vos, mi buen amo, me sacasteis de la mar tan pequeña cosa como de esa noche nacido, dísteisme vida y crianza como a propio hijo, y así como los mis primeros días en vuestros días se aumentaron, los postrimeros en ellos feneciesen muy holgada la mi ánima de este mundo se partiría, lo cual hacer no se pudiendo siempre de vos en gran deseo seré, y asimismo habló en el su leal amigo Angriote de Estravaus y en el rey Arbán de Norgales y en Guillán el Cuidador y los otros sus grandes amigos, y al cabo dijo:
—¡Oh, Mabilia, mi prima y señora, y vos, buena doncella de Dinamarca!, donde tardó tanto la vuestra ayuda y socorro que así me dejasteis matar, cierto, mis buenas amigas, no me tardara yo habiendo menester mi ayuda en os socorrer, ahora veo yo bien, pues vos me desamparasteis, que todo el mundo es contra mí, y todos son tratadores en la mi muerte.
Y callóse, que no dijo más dando muy grandes gemidos, y Gandalín y Durín que lo oían hacían gran duelo, mas no osaban ante él aparecer.
Pues ellos así estando pasaba por un camino que cerca de ellos era un caballero cantando, y cuando cerca de donde estaba Amadís llegó, comenzó a decir:
—¡Amor, amor!, mucho tengo que os agradecer por el bien que de vos me viene y por la grande alteza en que me habéis puesto sobre todos los otros caballeros, llevándome siempre de bien en mejor, que vos me hicisteis amar a la muy hermosa reina Sardamira, creyendo yo tener su corazón extrañamente con la honra que de esta tierra llevaré y ahora por me poner en muy mayor bienaventuranza me hicisteis amar la hija del mejor rey del mundo y ésta es aquella hermosa Oriana, que en el mundo par no tiene; amor, ésta me hicisteis vos amar, y daisme esfuerzo para la servir, y desde que esto hubo dicho fuese so un árbol grande que cerca del camino estaba, que allí quería él atender hasta la mañana, mas de otra guisa le avino, que Gandalín dijo a Durín:
—Quedaos, y yo quiero ir a ver lo que Amadís querrá hacer, y yendo donde él estaba hallóle que se levantara ya y andaba buscando su caballo, que no hallaba, y como vio a Gandalín dijo:
—¿Quién eres tú, que ende andas?, por merced que me lo digas.
—Señor —dijo él—, soy Gandalín, que os quiero traer vuestro caballo.
Él le dijo:
—¿Quién te mandó venir a mí sobre mi defendimiento? Sábete que me has hecho gran pesar y daca, dame mi caballo y vete tu vía no te detengas aquí más, si no harásme que mate a ti y a mí.
—Señor —dijo Gandalín—, por Dios, dejaos de eso y decidme si oísteis las locuras que dijo un caballero que allí está.
Y esto le decía por le poner en alguna saña que la otra algo hiciese olvidar. Amadís le dijo:
—Bien oí cuanto dijo y por eso quiero yo mi caballo en que me vaya de aquí, que mucho he tardado.
—¿Cómo —dijo Gandalín—, no haréis más contra el caballero?.
—¿Y qué tengo yo de hacer?, dijo Amadís.
—Que os combatáis con él —dijo Gandalín— y le hagáis conocer su locura, y Amadís le dijo:
—Como eres loco en esto que dices, sábete que no tengo seso ni corazón ni esfuerzo, que todo es partido cuando perdí la merced de mi señora que de ella y no de mí me venía todo, y así ella lo ha llevado, y sabes que tanto valgo para me combatir cuanto un caballero muerto, que en toda la Gran Bretaña no hay tan cautivo ni tan flaco caballero que ligeramente no me matase si con él me combatiese, que te diré que soy el más vencido y desesperado de todos los que en el mundo son.
Gandalín le dijo:
—Señor, mucho me pesa de a tal tiempo fallecer vuestro corazón y gran bondad y por Dios hablad paso, que allí está Durín que oyó el duelo que hicisteis y todo lo que el caballero dijo.
—¿Cómo —dijo Amadís—, aquí está Durín?.
—Sí —dijo él—, que entrambos vinimos juntos y pienso que viene por ver lo que hacéis, porque lo sepa contar a quien acá lo envió.
Amadís le dijo:
—Pésame de lo que me has dicho; pero, sabiendo que allí estaba Durín, crecióle el corazón y esfuerzo, y dijo:
—Ahora me dad el caballo y guíame al caballero.
Gandalín se lo trajo y las armas y él cabalgó y tomó las armas y Gandalín fue a le mostrar el caballero, y no tardó que le vieron estar debajo de un árbol y tenía el caballo por las riendas y llegóse cerca de él Amadís y díjole:
—Vos, caballero, que estáis holgando, conviene que os levantéis y que veamos cómo sabéis mantener amor de quien vos tanto loáis.
El caballero se levantó y dijo:
—¿Quién eres tú que tal me preguntas? Ahora verás cómo mantendré amor si conmigo te osares combatir, que te haré poner espanto a ti y a todos los que de amor son desamparados.
—Ahora lo veremos —dijo Amadís—, que yo soy de aquellos desamparados de él y soy sólo el que jamás en él fiara, porque con grandes servicios que le hice me dio mal galardón no lo mereciendo, a vos don caballero enamorado, diré más, que nunca en él hallé tanta verdad que siete tanto de mentira no hallase. Ahora venid, mantened su razón, veamos si ganó más en vos que perdió en mí, y cuando esto decía ensañóse como aquél a quien contra toda razón su señora le dejara.
El caballero cabalgó y tomó sus armas y dijo:
—Vos, caballero, desesperado de amor y despreciador de todo bien en que hablar no debíais, que si amor os desamparó hizo ende gran razón, que tal como vos no era para le acompañar ni servir. Y viendo él que no le valíais os apartó de sí e idos luego, no estéis más aquí, que solamente de os ver me toma gran enojo y cualquiera arma que en vos pusiese la despreciaría por ello, y quísose ir. Y Amadís le dijo:
—Caballero, o vos no queréis defender amor sino con palabras, o vos vais con cobardía.
—¿Y cómo, caballero —dijo él—, yo te dejaba por no te preciar nada y tú cuidas que por temor? Gran demandador eres de tu daño, ahora te guarda, si pudieres.
Entonces, corrieron los caballos a todo poder uno contra otro, lo más recio que pudieron e hiriéronse de las lanzas en los escudos, así que los falsaron y detuvieron en los arneses que eran muy fuertes, mas el caballero que era enamorado fue a tierra sin ningún detenimiento y al caer llevó las riendas en la mano y cabalgó luego en su caballo así como aquél que era valiente y ligero y Amadís le dijo:
—Si mejor no mantenéis amor de la espada que de la lanza, mal empleado es en vos el buen galardón que os ha dado.
El caballero no respondió ninguna cosa, mas metió mano a la espada muy sañudo y fuese para él y Amadís que ya la espada en la mano tenía, movió contra él e hiriéronse ambos y el caballero lo hirió en el brocal del escudo, así que el golpe fue en soslayo y metió por él un palmo de la espada y cuando la quiso sacar no pudo y Amadís apretó la espada en la mano y alzóse sobre los estribos y diole un gran golpe por encima del yelmo, así que tajó cuanto alcanzó del almófar del arnés y cortóle la cabeza hasta el casco y la espada bajó y dio en el cuello del caballo y cortó la mitad de él, así que entrambos fueron al suelo y el caballo murió luego. Y el caballero quedó tan desacordado que no sabia de sí. Amadís, que lo vio estar, atendió un poco por ver si acordaría, que pensaba que muerto era, y cuando algo más acordado le vio díjole:
—Caballero, cuando en vos ganó el amor y con vos con él sea vuestro y suyo que yo irme quiero.
Y partiéndose de él llamó a Gandalín y vio a Durín que con él estaba, que todo lo pasado había visto y díjole:
—Amigo Durín, el mi desamparamiento no ha par, ni la mi cuita y soledad no es de sufrir, y conviene que muera y a Dios plega que cedo sea, y la muerte me haría ya holganza según de este tan esquivo y cruel dolor soy atormentado. Ahora vete en buenaventura y salúdame mucho a Mabilia, mi buena prima, y a la buena doncella de Dinamarca, tu hermana, y diles que se duelan de mí, que voy a morir a la mayor sinrazón que nunca en el mundo caballero murió y diles que gran cuita llevo en el mi corazón por ellas, que tanto me amaban y tanto por mí hicieron sin que de mí ningún galardón hubiesen.
Esto decía él llorando muy fieramente a maravilla, y Durín estaba delante de él llorando, así que no le podía responder. Amadís lo abrazó y encomendólo a Dios y besóle la halda del ames y despidióse de él.
Entonces aparecía el alba y Amadís dijo a Gandalín:
—Si quieres ir conmigo no me estorbes de ninguna cosa que yo haga, ni diga, sino luego dende aquí te ve; él le respondió que así lo haría y dándole las armas mandóle que sacase la espada del escudo y la diese al caballero, y se fuese en pos de él.
Que recuenta quién era el caballero vencido de Amadís, y de las cosas que le habían antes acaecido que fuese vencido por Amadís.
Este caballero herido, de que ya os contamos, había nombre Patín y era hermano de don Sidón que a la sazón era emperador de Roma y era el mejor caballero en armas de todas aquellas tierras, tanto, que de todos los del imperio era muy temido, y el emperador había mucha vejez y no tenía heredero ninguno, que todos pensaban que este Patín sucedería en el imperio. Él amaba una reina de Cerdeña llamada Sardamira, que era mujer muy apuesta y hermosa doncella, que siendo sobrina de la emperatriz se había criado en su casa y tanto la sirvió, que le hubo de prometer si de casar hubiese, que antes casaría con él que con otro. El Patín oyendo esto, tomando consigo mayor orgullo que el de su primo natural tenía, que no era poco, díjole:
—Mi amiga, yo he oído decir que el rey Lisuarte tiene una hija que por el mundo de gran hermosura es loada y yo quiero ir a su corte y diré que no es tan hermosa como vos y que esto combatiré a los dos mejores caballeros que lo contrario dijeren, que me dicen que los hay allí muy preciados en armas y si no los venciere en un día quiero que aquel rey me mande tajar la cabeza.
—Eso no hagáis vos —dijo la reina—, que si aquella doncella es muy hermosa, no me quita a mí la parte que Dios me dio si alguna es, y en otra cosa de más razón y menos soberbia podéis mostrar vuestra bondad, que esta demanda en que os ponéis de más de no ser honesta para hombre de tan alto lugar como vos, según es fuera de razón y soberbiosa, no debéis de ella esperar buen fin.
—Comoquiera que avenga —dijo él—, esto que digo cumpliré en vuestro servicio y amor grande que os tengo, en señal que así como vos sois la más hermosa mujer del mundo, sois amada del mejor caballero que en él hallarse podría.
Y así se despidió de ella, y con sus ricas armas y diez escuderos pasó en la Gran Bretaña y fuese luego donde supo que el rey Lisuarte era, el cual, como así acompañado le vio, pensó que sería hombre de manera y recibiólo muy bien y desde que fue desarmado, todos lo miraban como era grande de cuerpo y que por razón debía en sí tener gran valentía. El rey le preguntó quién era. Él le dijo:
—Rey, yo os lo diré, que no vengo a vuestra casa me en cubrir, sino para me os hacer conocer, sabed que yo soy el Patín, hermano del emperador de Roma y tanto que vea a la reina y a su hija Oriana, sabréis la causa de mi venida.
Cuando el rey oyó ser hombre de tan alto lugar abrazólo y díjole:
—Buen amigo, mucho nos place con vuestra venida y a la reina y a su hija y a todas las otras de mi casa veréis cuando os pluguiere.
Entonces, lo sentó consigo a la mesa, donde comieron como en mesa de tal hombre. El Patín miraba a todas partes y como veía tantos caballeros, maravillábase de los ver, y no tenía en tanto como nada la casa del emperador, su hermano, ni ninguna otra que él hubiese visto. Don Grumedán lo llevó a su posada por mandado del rey, y le hizo mucha honra. Otro día, después de haber oído misa, el rey tomó consigo a Patín y a don Grumedán, y fuese para la reina, que ya sabía quién era por el rey. Recibido de ella hízolo sentar ante sí y cabe su hija que muy menoscabada era de la hermosura que tener solía, por la saña que ya oísteis. Cuando el Patín la vio fue espantado y entre sí decía que todos los que la loaban no decían la mitad de lo que ella era hermosa, así que fue su corazón mudado de aquello porque viniera y puesto en haberla con todas sus fuerzas, y pensó que siendo él de tal gran guisa y tan bueno en sí y que habría el imperio que si la demandase en casamiento que no le sería negada y apartando al rey y a la reina les dijo:
—Yo soy venido a vuestra casa por casamiento mío y de vuestra hija y esto es por la bondad vuestra y por la su hermosura, que si otras yo quisiese de tan gran guisa hallaría según quien yo soy y lo que espero tener.
El rey le dijo:
—Mucho os agradecemos lo que dicho habéis, mas yo y la reina hemos prometido nuestra hija de no la casar contra su voluntad, y convendrá que la hablemos antes de os responder.