Amadís de Gaula (54 page)

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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
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Cuando ella esto oyó, en su corazón sintió grande alegría en saber que aquello que por sano y por tan cierto tenía, tanto al contrario era del su pensamiento y asimismo le contó cómo don Galaor y Florestán y Agrajes probando la aventura de la cámara defendida no la pudieran acabar y quedaron tan tullidos como si muertos fueran y cómo después la probó Amadís y la acabó, ganando el señorío de aquella Ínsula, que era la más hermosa del mundo y más fuerte, y cómo habían entrado todos en la cámara que era la más extraña y rica que hallarse podría.

Oído esto por Oriana, dijo:

—Cállate un poco, y alzando las manos al cielo comenzó a rogar a Dios que Él por la su piedad enderezase como ella, presto, pudiese estar en aquella cámara con aquél que por su gran bondad la ganara. Entonces le dijo:

—Ahora me di, ¿qué hizo Amadís cuando mi carta le diste?.

A Durín le vinieron las lágrimas a los ojos y díjole:

—Señora, yo os aconsejaría que no lo quisieseis saber porque habéis hecho la mayor crudeza y diablura que nunca doncella en el mundo hizo.

—¡Ay, Santa María, val! —dijo Oriana—, ¿qué me dices?.

—Dígoos —dijo Durín— que matasteis a la mayor sinrazón que ser podría con vuestra saña, el mejor y más leal caballero que nunca hubo mujer, ni habrá en tanto que el mundo durare. Maldita fue la hora en que tal cosa fue pensada y maldita sea la muerte que antes no me mató, porque nunca con tal mensaje fuera que si yo supiera lo que llevaba, antes me fuera a perder por el mundo que ante él parecer, pues que vos en lo mandar y yo en lo llevar fuimos causa de su muerte.

Entonces, le contó lo que Amadís hizo y dijo cuando la carta le diera, y cómo se salió de la Ínsula Firme y lo que dijo en la ermita, y cómo de allí se partió de ellos solo y se metió por la montaña, y que siguiéndole él y Gandalín contra su defendimiento lo hallaron cabe la fuente, no osando aparecer ante él y el dolorido llanto que allí hizo, cómo pasó por allí el Patín cantando y las palabras que dijo y la batalla que Amadís con él hubo y después se partió de él diciendo a Gandalín que no le estorbase la muerte, sino que no fuese con él, así que no quedó cosa que no le dijese como pasara y él lo viera.

Cuando Oriana esto oyó en mayor grado que de la ira y la saña vencida, quebrada la braveza del su corazón, de la piedad sojuzgada fue, causándolo aquel gran señorío que la verdad sobre la mentira tiene. Así que juntó en su pensamiento la culpa suya, con la cual aquél que sin ella estaba padecía; tal fuerza tuvieron que casi muerta sin ningún sentido la dejaron, sin sola una palabra poder decir.

Durín, como así la vio, piedad hubo de ella, pero bien vio que lo merecía y fuese a Mabilia y a la doncella de Dinamarca y díjoles:

—Acorred a Oriana, que bien le hace menester, que paréceme, si erró, su parte le cabe, y fuese a su posada y ellas se fueron a Oriana, y viéndola tan desacordada, cerraron la puerta de la cámara y echándole agua por el rostro, la hicieron acordar, y como habló dijo:

—Ay, cautiva sin ventura!, que maté la cosa del mundo que más amaba. ¡Ay, mi señor!, yo os maté a gran tuerto y con gran razón moriré yo por vos, aunque vuestra muerte será mal vengada con la mía, que vos, mi señor, siendo leal no seréis satisfecho en que la desleal y malaventurada muera.

Esto decía ella con tanto dolor y angustia, como si el corazón se le despedazase, mas aquellas sus servidoras y amigas, enviando por Durín y sabiendo todo lo que pasara enteramente, acorrieron con aquella medicina que ellos ambos habían menester para su remedio, que después de le haber dado muchos consuelos le hicieron escribir una carta con palabras muy humildes y ruegos muy ahincados, como adelante más por extenso se dirá, para Amadís, que dejadas todas las cosas se viniese a ella, que en el su castillo de Miraflores, donde su gran yerro sería enmendado, le atendía, la cual se encomendó a la doncella de Dinamarca que con mucho placer todo el afán que venirle pudiese tomaría por dar reparo a las dos personas que ella más amaba, porque sin sospecha de ninguna cosa aquel viaje mejor hacer pudiese.

Habiendo dicho Durín que Amadís en su llanto mentara mucho a su amo don Gandales, creyendo que antes allí que en otra parte estaría, acordaron que la doncella llevase dones a la reina de Escocia y le dijese nuevas de Mabilia, su hija, y de la reina a ella las trajese.

Oriana habló con la reina, su madre, haciéndole saber cómo enviaban aquella doncella con aquel mandado. Ella lo tuvo por bien, asimismo envió con ellas sus donas.

Esto así concertado, tomando consigo a Durín, su hermano, y a un sobrino de Gandales, que Enil se llamaba, que nuevamente allí para buscar su señor era venido, caminando hasta un puerto que llamaban Vegil, que es de la Gran Bretaña, hacia Escocia, entraron en una barca y en cabo de siete días que navegaron fue arribada en una villa que se llamaba Poligez y desde allí se fue derechamente al castillo de Gandales y hallóle que andaba a caza con sus escuderos y fuese para él y él vino contra ella y saludáronse, y don Gandales vio en su lenguaje que era extranjera, y preguntóle de dónde era y ella le dijo:

—Soy mensajera de unas doncellas que mucho os aman, que envían conmigo dones a la reina de Escocia.

—Buena doncella —dijo él—, decidme, si os pluguiere, quién son.

—Oriana, la hija del rey Lisuarte y Mabilia, que vos conocéis.

—Señora —dijo él—, vos seáis muy bien venida y vamos a mi casa y holgaréis y desde allí os llevaré a la reina.

Ello lo tuvo por bien y fuéronse de consuno y hablando de algunas cosas, preguntóle Gandales por Amadís, su criado, de que ella fue muy triste, considerando que allí no estaba y por no le hacer pesar no le dijo cómo era perdido, mas que después que de la corte partió por vengar a Briolanja no tornara a ella, antes pensaban allá, cuando yo partí, que era venido a esta tierra con Agrajes, su primo, por ver a vos que lo criasteis y a la reina, su tía. Yo le traía cartas de la reina Brisena y de otras sus amigas con que habría placer.

Esto decía ella porque si encubierto estuviese, sabiendo lo que ella decía tendría por bien de la ver y hablar. Mas Gandales no sabía nada de él y fue muy honrada y servida de todos y de la mujer de Gandales, que muy noble dueña era y luego se fue donde la reina estaba y diole las cartas y dones que le enviaban.

Capítulo 50

De cómo Guilán el Cuidador tomó el escudo y tas armas de Amadís, que halló a la Fuente de la Vega sin guardia ninguna, y las trajo a la corte del rey Lisuarte.

Después que don Guilán el Cuidador se partió de la fuente donde halló las armas de Amadís, como se os ha contado, anduvo siete días por el camino contra la corte del rey Lisuarte y siempre llevaba el escudo de Amadís a su cuello, que nunca lo quitó salvo en dos lugares, que le fue forzado de se combatir, que lo daba a sus escuderos y tomaba el suyo, y el uno fue que se encontró con dos caballeros, sobrinos de Arcalaus, y conocieron el escudo y quisiéronselo tomar diciendo que lo llevarían a su tío o la cabeza de aquél que lo traía; mas don Guilán, sabiendo que del linaje de tan mal hombre eran, dijo:

—Ahora os tengo en menos, y luego se acometieron bravamente, que los dos caballeros eran mancebos y recios. Mas don Guilán, aunque de más días fuese, era más valiente y usado en armas. Y comoquiera que la batalla alguna pieza duró, al cabo mató uno de ellos y el otro huyó contra la montaña, y don Guilán quedó herido, pero no mucho, y fuese su camino como antes, y esa noche albergó en casa de un caballero que conocía e hízole mucha honra y a la mañana diole una lanza, que la suya fue quebrada en la justa pasada que había habido, y anduvo tanto por su camino que llegó a un río, que se llama Guiñón, y el agua era grande, y había en él una puente de madera tan ancha como pudiese venir un caballero e ir otro, y al cabo de él vio estar un caballero que la puente quería pasar, que tenía un escudo verde, y una banda blanca en él, y conociólo, que era Ladasín, su primo, y a la otra parte estaba un caballero que defendía el pasaje y a grandes voces decía:

—Caballero, no entréis en el puente, si no queréis justar.

—Por vuestra justa —dijo Ladasín—, no dejaré yo de pasar.

Entonces, embrazando el escudo se metió por el puente. Y el otro caballero que a la puente guardaba estaba en un caballo bayo grande y a su cuello tenía un escudo blanco y un león pardo en él y el yelmo otrosí, y el caballero era grande de cuerpo y cabalgaba muy apuesto, y como vio a Ladasín en la puente dejóse ir a él al más correr de su caballo, y justaron ambos en la entrada de la puente y así vino que Ladasín y su caballo cayeron del puente en el agua y él echó mano de unas ramas de sauces que alcanzó y con grande afán salió a la orilla, que cayera de alto y más el peso de las armas y el que lo derribó tomóse por el puente su paso y púsose donde antes estaba, y don Guilán llegó a su primo y él y sus escuderos sacáronlo del agua y quitáronle el escudo y el yelmo y díjole:

—Ciertamente, primo, a pocas fuerais muerto si vuestro gran corazón no lo estorbara en vos asir a estas ramas y todos los caballeros deberían dudar las justas de los puentes, porque los que las guardan tienen ya sus caballos amaestrados, ganan honra más por ellos que por sus valentías, Por mi grado antes rodearía ahora por otro cabo, mas pues así os aconteció, conviene que os vengue si pudiere, y en tanto pasó el caballo de Ladasín de otra parte y el caballero mandólo tomar a sus hombres y metiéronlo en una torre que estaba en medio del río, que era hermosa fortaleza y pasaban a ella por un puente de piedra.

Don Guilán quitó el escudo de Amadís y dio a sus escuderos y tomó el suyo y su lanza y fuese a la puente, mas el otro caballero que lo guardaba, vino luego contra él y corrieron el uno contra el otro al más ir de sus caballos, y el encuentro fue tan grande que el caballero fue movido de la silla y cayó en el río, y Guilán cayó en el puente y por poco cayera en el agua si no se tuviera a los maderos, y el caballero, que en el agua cayó, asióse al caballo de Guilán, que cabe si lo halló y sacólo fuera y los escuderos de Guilán tomaron el caballo del otro y Guilán miró y vio estar al caballero al pie del puente, y tenía su caballo por las riendas y estábase sacudiendo del agua y díjole:

—Mandadme dar mi caballo e irnos hemos.

—¿Cómo —dijo el caballero—, con tanto os pensáis ir de aquí?.

—Con tanto —dijo Guilán—, que ya hicimos en el pasaje lo que debíamos.

—Eso puede ser —dijo él—, que ambos caímos, la batalla no es partida hasta que a las espadas vengamos.

—¿Cómo dijo don Guilán—, por fuerza queréis que me combata con vos? ¿No basta el enojo que nos habéis hecho, que los puentes a todos son comunes para por ellos pasar?.

—No me curo yo de eso —dijo él—, que todavía conviene que sintáis cómo corta mi espada o por fuerza o de grado.

Y entonces saltó en el caballo, sin poner pie en el estribo, tan ligero, que era maravilla de lo ver, y enderezó su yelmo muy prestamente y fuese poner en camino por donde Guilán había de pasar y díjole:

—Don caballero, decidme antes que nos combatamos si sois natural de la tierra del rey Lisuarte o de su corte.

—¿Por qué lo preguntáis?, dijo Guilán.

—Ahora pluguiese a Dios que yo tuviese al rey Lisuarte como tengo a vos —dijo el caballero—, que yo juro por la mi cabeza que nunca él más reinase.

Don Guilán fue de esto muy sañudo y dijo:

—Cierto, sí, mi señor, el rey Lisuarte aquí estuviese como yo, presto castigaría esa vuestra locura, que de mí os digo que soy natural y morador en Su casa y por lo que dijisteis tengo gana de me combatir con vos, lo que antes no tenía, y si yo puedo haré que de vos no reciba enojo ni de servicio ese rey que decís.

El caballero se rió como en desdén y dijo:

—Yo te prometo que antes de mediodía serás puesto en tal estrecho que muy escarnecido le llevarás mi mandado y quiero que sepas quién yo soy y qué de mi parte le darás.

Don Guilán, que con la gran saña le, quería acometer, sufrióse por saber quién era.

—Ahora —dijo él—, sábete que he nombre Gandalod y soy hijo de Barsinán, señor de Sansueña, aquél que el rey Lisuarte mató en Londres, y los dones que tú le llevarás son las cabezas de cuatro caballeros de su casa que yo allí tengo presos en mi torre, y el uno de ellos es Giontes, su sobrino y la tu mano derecha cortada al tu cuello.

Don Guilán metió mano a su espada y dijo

—Asaz hay en ti amenaza, si con ella me espantase, y fue para él, y el otro asimismo, y acometiéronse con gran saña, comenzando su batalla tan brava y de tanta crudeza, que maravilla era los ver, que ellos se herían de todas partes de tan duros y esquivos golpes, sin que holganza alguna en sí tomasen, que Ladasín y los escuderos que miraban eran espantados y creían que ninguno de ellos podría quedar tal, aunque vencedor fuese que pudiese escapar de la muerte, mas lo que les guarecía era que como ambos fuesen muy usados en las armas, guardábanse mucho de los golpes y aunque las armas se cortaban, las armas no padecían, y cuando ellos así andaban, no pensando sino en se matar, oyeron sonar un cuerno encima de la torre, de que Gandalod fue maravillado y cuitóse de dar fin a su batalla por saber lo que sería y juntado con don Guilán echó los brazos en él y asiéronse tan reciamente, que movidos de las sillas cayeron de los caballos en tierra y anduvieron abrazados un rato revolviéndose en el campo, mas cada uno apretó bien su espada en la mano y don Guilán se desenvolvió de él, y levantóse primero y diole dos golpes, mas el otro levantado, comenzaron su batalla muy más fuerte y peligrosa que de antes, porque estando a pie llegábase el uno al otro muy mejor que de caballo, y cuitábanse mucho por le dar fin, y don Guilán cuidó que el cuerno se tañía para socorrer a Gandalod y Gandalod creía que alguna traición era en la fortaleza, así que cada uno sin holgar ni descansar probaba toda su fuerza contra el otro, mas después, que a pie fueron don Guilán comenzó a mejorar mucho, de que Ladasín hubo muy gran placer y sus escuderos que lo miraban, porque ya Gandalod no se podía cubrir bien de eso que del escudo tenía, ni herir con la espada golpe que dañar pudiese, tanto andaba aguardando y diole en descubierto un golpe en el brazo que se lo cortó con la mano, así que le cayó en tierra y la su espada que tenía en el, y Gandalod dio una gran voz y quiso huir contra la torre, mas Guilán lo alcanzó y tiróle tan recio por el yelmo, que se lo sacó de la cabeza y dio con él a sus pies, y púsole la espada en el rostro diciendo:

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