Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
El rey dijo:
—Yo tengo a Gandalín por uno de los mejores escuderos del mundo, y razón será que lo consolemos.
Entonces se levantó y fue para allá donde estaba, y cuando Oriana oyó hablar de Gandalín y del duelo que hacia, perdió la color, que no se podía en los pies tener, más don Galaor y don Florestán la sostuvieron, alzándola por las manos para ir con el rey, y Mabilia, que conoció la causa de su desmayo, llegóse a ella y tomóla los brazos sobre su cuello, y Oriana dijo a Galaor y a don Florestán:
—Mis buenos amigos, si os no viere y honrare como debo, no a la voluntad, más a la gran dolencia que yo tengo, poned la culpa que lo causa.
—Señora —dijeron ellos—, con mucha razón se debe así creer, que, según el gran deseo nuestro es de os servir en todas las cosas, no sería razón que algún galardón de vuestra gran virtud y bondad no se nos siguiese.
Y dejándola, se fueron para el rey, y Oriana se acogió a su cámara, donde echada en su lecho, con grandes gemidos y congojas se revolvía, con gran deseo de saber y entender de aquél que más por voluntad que por razón y concierto alguno de sí había apartado y de todo alejado.
Oriana habló con Mabilia, diciendo:
—Mi verdadera amiga, después que en esta ciudad de Londres entramos, nunca me han faltado dolores y angustias, así que tendría por bien, si a vos parece, que al mi castillo de Miraflores, que es muy sabrosa morada, nos fuésemos algunos días, que comoquiera que mi pensamiento tengo firmé, no haber en ninguna parte mi triste corazón reposo, mas allí que en otro cabo mi voluntad se otorga que lo hallaría.
—Señora —dijo Mabilia—, debéislo hacer, así por eso como porque si la doncella de Dinamarca os trae las nuevas que deseamos, podáis sin entrevalo alguno, no solamente gozar del placer de ellas, mas darlo a aquél que con mucha razón, según la su tristeza pasada, le debe hacer; lo que aquí estando, de lo uno ni de lo otro gozar no podríais.
—¡Ay!, por Dios, mi amiga —dijo Oriana—, hagámoslo luego sin más tardar.
—Menester es —dijo Mabilia —que lo habléis a vuestro padre y madre, que, según vuestra salud desean, toda cosa que os agradare harán.
Este castillo de Miraflores estaba a dos leguas de Londres y era pequeño, mas la más sabrosa morada era que en toda aquella tierra había, que su asiento era en una floresta a un cabo de la montaña y cercada de huertas y muchas frutas llevaban y de otras grandes arboledas, en las cuales había hierbas y flores de muchas guisas, y era muy bien labrado a maravilla y dentro había salas y cámaras de rica labor y en los patios muchas fuentes de aguas muy sabrosas, cubiertas de árboles que todo el año tenían flores y frutas, y un día fue allí el rey a cazar y llevó a la reina y a su hija, y porque vio que su hija mucho se pagaba de aquel castillo por ser tan hermoso, dióselo por suyo. Y ante la puerta de él había a un techo de ballestas un monasterio de monjas, que Oriana mandó hacer después que suyo fue, en que había mujeres de buena vida. Y esa noche habló con el rey y la reina, demandándoles licencia para estar algunos días allí, la cual de grado le fue por ellos otorgada.
Pues estando el rey a su mesa, teniendo cabe sí a don Galaor y Agrajes y Florestán, les dijo:
—Yo fío en Dios, mis buenos amigos, que presto habremos buenas nuevas de Amadís, porque yo tengo enviados a buscar treinta caballeros de los buenos de mi casa, y si tales no las trajesen, tomad vosotros todos los que más quisiereis e idlo a buscar por donde viereis que con razón se debe tomar el trabajo. Pero tanto os ruego que esto sea después que pase una batalla que aplazada tengo con el rey Cildadán de Irlanda, que es muy preciado rey en armas y era casado con una hija del rey Abies, aquél que Amadís había muerto, y que la batalla había de ser ciento por ciento, y la razón de ella era por ciertas parias que aquel reino era obligado a dar a los reyes de la Gran Bretaña, y que eran convenidos que si él venciese que las parias fuesen dobladas y el rey Cildadán quedase por su vasallo, y si fuese vencido, quedase quito de todo para siempre, y que según había sabido de la gente que para lo ser contrario se aparejaba, que habrían bien menester todos los suyos y sus amigos.
Por esto que aquellos tres compañeros oyeron al rey quedaron aún mucho contra su voluntad, que más quisieran tornar luego a la demanda de Amadís, que mucho deseaban de él saber y con mucha razón, mas hubieron gran vergüenza no servir y ayudar al rey en una cosa tan señalada y de tan grande afrenta.
Después que los manteles alzaron, don Florestán mandó a Gandalín que fuese a ver a Mabilia, que se lo rogara, y él así lo hizo, y cuando ambos se vieron no pudieron excusar que no llorasen, y Gandalín le dijo:
—¡Oh, señora!, qué gran sinrazón ha hecho Oriana a vos y a vuestro linaje, que os quitó el mejor caballero del mundo. ¡Ay, qué mal empleado fue cuando la vos servísteis, qué gran sinrazón de ella habéis recibido y más aquél que nunca en hecho ni en dicho le erró! Mal empleó Dios tal hermosura y todas las otras bondades, pues que en ella había traición; pero este mal que hizo bien sé yo que ninguno perdió tanto como ella.
—¡Ay, Gandalín! —dijo ella—; ruégote ahora que no digas esto ni lo creas que errarás, que ella lo hizo con gran cuita y pesar de unas palabras que le dijeron, que con gran razón pudo tomar sospecha en que siendo ya ella en olvido puesta de tu señor, a otra por mucha afición amaba, y conmoviera que la carta fue con gran saña escrita, enviada no pensó que a tanto mal redundara, y del yerro que en esto hubo puedes creer que fue causa el sobrado y demasiado amor que le tiene.
—¡Oh, Dios! —dijo Gandalín—, cómo faltó el buen entendimiento de Oriana y vuestro y de la doncella de Dinamarca en pensar que mi señor había de hacer tal yerro contra aquélla que por la menor palabra sañuda que en ella sentía, según el gran temor que de la enojar tiene, se metiera so la tierra vivo. Y ¿qué palabras podían ser éstas que el gran juicio y virtud de vosotras así turbase para hacer morir el mejor caballero que nunca nació?.
—Ardián, el enano —dijo Mabilia—, pensando que la honra de su señor se acrecentaba, lo ha causado.
Entonces le contó todo lo que había pasado de las tres piezas de la espada, como el primer libro cuenta, y...
—No creas, Gandalín —dijo ella—, que yo ni la doncella de Dinamarca pudimos más hacer, que la saña de Oriana fue tal en pensar que hombre a quien tanto ella ama que por otra la dejase, que nunca su corazón sosegar pudo hasta enviar aquella carta sin nuestra sabiduría, que a todos nos llega el punto de la muerte, pero puedes creer que después que de Durín supo lo que Amadís hizo, ella ha quedado con tan gran cuita y dolor que esto nos da consuelo del pesar que por Amadís haber debemos.
A todas estas razones que Mabilia pasaba con Gandalín, Oriana estaba escuchando dentro en una parte de su cámara y oyó todo lo que hablaron, y como vio que ya en ello no hablaban, salió a ellos como si nada oído hubiese, y como vio a Gandalín, estremeciósele el corazón y no se pudo tener que en un estrado no cayese, y dijo llorando muy reciamente que apenas podía hablar:
—¡Oh, Gandalín! Así Dios te guarde y te haga bienaventurado, haz ahora lo que debes y cumplirás aquello a que muy obligado eres.
—Señora —dijo él, llorando—, ¿qué mandáis que yo haga.
—Que me mates —dijo ella—, que yo maté a tu señor a muy gran sinrazón y tú debes vengar la su muerte, que vengaría él la tuya si te alguno matase.
Y en esto quedó tan desacordada como si el alma salirle quisiese.
Gandalín hubo gran pesar que no quisiera allí, por ninguna cosa, ser venido. Y Mabilia, tomando del agua, se la echó por el rostro, y así que acordarla hizo suspirando y apretando muy fuertemente sus manos, una contra otra, y dijo ella:
—¡Oh, Gandalín!, ¿por qué tardas de hacer lo que debes? Por Dios no tardaría tu padre dé hacer lo que debiese.
—Señora —dijo Gandalín—, Dios me guarde de tal deslealtad hacer, que si lo pensase sería la mayor traición del mundo, y no solamente una, más dos, siendo vos mi señora y Amadís mi señor, que sé yo bien cierto que después de vuestra muerte no viviría él una hora y nunca pensé que de vos, señora, fuera yo tan mal aconsejado. Cuanto más que mi señor Amadís no es muerto, porque aunque la tristeza y angustia que por vuestra saña tomó fue en su mano de la pasar no le es la muerte, sino cuando Dios lo tuviere por bien, que si tal cabo le había de dar no le hiciera en el comienzo tan bienaventurado, y vos, señora, así lo tened, que hombre tan señalado en el mundo como éste no querrá Dios que a tan sinrazón muera.
Esto y otras muchas cosas le dijo por la conortar, que bien le aprovecharon sus razones para en algo la conortar, y ella dijo:
—Mi buen amigo Gandalín, yo me voy mañana a Miraflores, donde quiero esperar la vida o la muerte, según las nuevas me vinieren, y tú venos a ver, que Mabilia enviará por ti, que mucho me quitas de la tristeza que en mi corazón está.
—Señora —dijo Gandalín—, así lo haré, y todo lo que me mandareis.
Con esto se quitó de ellas, y pasando por donde la reina estaba llamólo e hízolo estar delante sí, y estuvo con él hablando mucho en la hacienda de Amadís y del gran pesar que por él tenía, y veníanle las lágrimas a los ojos, y díjole Gandalín:
—Señora, si os de él doléis, es gran derecho, que mucho es vuestro servidor.
—Mas buen amigo —dijo la reina— y buen defendedor, a Dios plega de nos traer de él buenas nuevas con que recibamos alguna consolación.
Y así estando Gandalín vio a una parte del palacio estar a don Galaor y Florestán, y Corisanda entre ellos, muy alegre, y parecióle muy hermosa dueña, que él nunca hasta entonces la había visto, ni sabía quién fuese, y preguntó a la reina que quién era aquella tan hermosa dueña que con tanto placer con aquellos dos hermanos hablaban. Y la reina le dijo quién era y por cuál razón había a la corte venido y cómo amaba a don Florestán, por amor del cual había morado, atendiéndole algún tiempo. Cuando esto oyó Gandalín, dijo:
—Si ella lo ama, bien se puede loar que va empleado en aquél que ha toda bondad y mesura, y pocos pueden hablar, aunque todo el mundo ande, que igual de él sean en armas, y, señora, si bien conocieseis a don Florestán, no preciaríais a ningún caballero más que a él, que en gran manera es de alto hecho de armas y en todas las otras buenas maneras.
—Así lo parece él —dijo la reina—, que hombre que tal deudo tiene con tan nobles caballeros y tan hacedores en armas, sinrazón grande sería que no pareciese a ellos mucho, según su disposición.
Así estuvo la reina hablando con Gandalín y don Florestán con su amiga, mostrándole mucho amor, porque demás de ser muy hermosa y rica le amaba tanto, sin que a otro ninguno su amor otorgado hubiese, venida de los más nobles y más altos condes que en toda la Gran Bretaña había, y allí habló con ella ante don Galaor, cómo se tornase a su tierra y que él y don Galaor y Agrajes la llevarían dos jornadas, y que en oyendo algunas nuevas ciertas de Amadís y pasando la batalla que el rey Lisuarte aplazada tenía, si él vivo quedase, se iría para ella y moraría en su tierra un gran tiempo.
—A Dios plega, por su merced—dijo ella—, de os guardar y traer buenas nuevas de Amadís, porque podáis cumplir lo que prometéis, que mucho soy en ello consolada.
Entonces se fueron al rey, y Gandalín con ellos. Pues Oriana demandó licencia esa noche al rey y a la reina, porque otro día se quería ir a Miraflores; ellos se la dieron y mandaron a don Grumedán que al alba del día saliese con ella y con Mabilia y con las otras dueñas y doncellas y las pusiese en el castillo y luego se tomase, dejando los servidores que les eran necesarios y porteros que las puertas del castillo guardasen. Don Grumedán hizo aderezar todo lo que el rey mandó, y antes que el día viniese tomó a Oriana y a todas las otras, y bien de mañana llegó con ellas a Miraflores, donde viendo Oriana lugar tan sabroso y tan fresco de flores y rosas y aguas de caños y fuentes, gran descanso, su afanado y atribulado ánimo sintió, confiando en la merced de Dios que allí vendría aquél a reparar su vida, que sin él la cruel muerte no se le podía excusar. Pues así llegada envió a mandar a Adanasta, la abadesa del monasterio, que le enviase las llaves del castillo, y de unos postigos por donde una hermosa huerta que con él se contenía, salía, y dándole a los porteros que el padre allí enviara, les mandó que cada día tuviesen cargo de cerrar las puertas y postigos y diesen las llaves de la abadesa que de noche las guardase.
Cuando Oriana se vio en aquel lugar tan sabroso, alzó las manos al cielo y dijo entre si:
—¡Ay! ¡Amadís, mi amigo, éste es el lugar adonde yo os deseo siempre tener conmigo, y de aquí jamás seré partida hasta que os vea. Y si esto por alguna guisa no puede ser, aquí me matará la vuestra soledad. Por ende mi amigo válgame la vuestra mesura y acorredme que muero, y si en algún tiempo y sazón me fuiste bien mandado y nunca me faltasteis, ahora que más me es menester os ruego y mando que me socorráis y me libréis de la muerte, y, mi buen amigo, no tardéis, que yo os lo mando, por aquel señorío que yo sobre vos he.
Y así estuvo una gran pieza amortecida hablando con Amadís, y en tal guisa como si delante sí lo tuviese; mas Mabilia la tomó por las manos y la hizo sentar en un estrado que cabe una hermosa fuente le mandó hacer, y de allí se acogió a su aposento en que muy ricas cámaras había y un patio pequeño ante la puerta de su cámara con tres árboles que todo lo cubrían, sin que en él ningún sol entrar pudiese. Oriana dijo a Mabilia:
—Sabes que mandé que las llaves nos trajesen de día, porque quiero que Gandalín nos haga otras tales, porque si mi ventura tal fuese que Amadís venga lo podamos aquí meter por la huerta y por los postigos.
—Buen acuerdo tomasteis, dijo Mabilia.
Así holgaron y descansaron aquel día y la noche, aunque con gran sobresalto a la doncella de Dinamarca esperaban. Pues otro día llegó Gandalín, y el portero díjole a Mabilia que aquel escudero le quería hablar. Oriana dijo:
—Ábranle a Gandalín, que muy buen escudero es y con nosotras fue criado, cuanto más que es hermano de leche de Amadís, a quien Dios guarde de mal.
—Dios lo haga así —dijo el portero—, que mucho sería gran pérdida y muy grande daño del mundo si tan bueno y virtuoso caballero y diestro en las armas se perdiese.
—Tú dices verdad —dijo Oriana—, y ahora te ve y haz que entre Gandalín, y volviéndose a Mabilia le dijo: