Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
—Amiga, ¿no veis cómo es amado y preciado Amadís de todos y aun de los hombres simples que de las cosas poco conocimiento han?.
—Bien lo veo, dijo Mabilia.
—Pues qué haré yo —dijo ella— sino morir, aquél que siendo tan amado y preciado de todos a mí amaba y él preciaba más que a sí mismo, que yo fui causa de su muerte, ¡maldita fue la hora en que yo nacía!, pues por mi locura y mala sospecha hice tan gran sinrazón.
—Dejaos de eso —dijo Mabilia— y tened buena esperanza, que muy poco para el remedio de ellos aprovecha lo que hacéis.
En esto entró Gandalín, que de ellas muy bien recibido fue, y sentándolo consigo le contó Oriana cómo había enviado a la doncella de Dinamarca con la carta que para Amadís llevaba y las palabras que en ella iban, y díjole:
—¿Parécete, Gandalín, que me querrá perdonar?.
—Señora, en buen pleito habláis —dijo él—. Paréceme que mal conocéis su corazón que por Dios por la más chica palabra que en la carta va, él se meta so la tierra vivo si vos se lo mandáis, cuanto más venir a vuestro mandamiento, especialmente llevársela la doncella de Dinamarca y señora, mucho soy alegre de esto que me habéis dicho, porque si todo el mundo lo buscase no bastaría tanto de lo hallar como la doncella sola, porque pues de mí se quiso esconder no creo que a otro alguno mostrase quisiese. Y vos, señora, con esperanza de las buenas nuevas que os traerá no dejéis de tener mejor vida, porque el venido no os vea tan alongada de vuestra hermosura, si no echará a huir de vos.
A Oriana le plugo mucho de aquello que Gandalín le decía, y díjole riendo:
—Cómo, ¿tan fea te parezco?.
Y él dijo:
—Cuanto si tan fea aparecéis a vos, esconderos habéis donde ninguno os viese.
—Pues por eso —dijo ella— me vine yo a morar a este castillo, que si Amadís viniese y quisiese echar a huir delante de mí que no lo pudiese hacer.
—Ya lo viese yo en esta prisión —dijo Gandalín— y suelto de la otra donde vuestros amores lo tienen.
Entonces le mostraron las llaves y dijéronle que trabajase como otras tales se hiciesen, porque, venido su señor, como él lo esperaba, pudiese Oriana sin entrevalo alguno cumplir lo que le enviara decir, que lo tendría consigo. Gandalín las tomó, y yéndose a Londres trájoles otras tales llaves como aquéllas, que otra diferencia no habían, sino ser las primeras viejas y las otras nuevas. Mabilia mostró las llaves a Oriana, y díjole:
—Señora, éstas serán causa de juntar con vos aquél que sin vos vivir no puede, y pues que hemos cenado y toda la gente del castillo es sosegada, vámoslas a probar.
—Vamos —dijo Oriana—, y a Dios plega por su merced que ellas sean reparadoras en aquello que por mi poco seso fue dañado.
Y tomándose por las manos se fueron solas a los postigos, que ya oísteis que del castillo a la huerta salían, y siendo ya cerca del primero dijo Oriana:
—Por Dios, amiga, muerta soy de miedo, que no he poder de ir con vos.
Mabilia la tomó por la mano, y díjole riendo:
—No temáis nada donde yo fuere, que os defenderé, que soy prima del mejor caballero del mundo y voy en su servicio; aguardadme sin miedo.
Oriana no pudo estar que no riese, y dijo:
—Pues en vuestra guarda voy, no debo temer según la fianza que tengo en la vuestra gran bondad de armar.
—Pues por tal me conocéis —dijo Mabilia—, ahora vamos adelante, y veréis ya cómo acabaré esta aventura, y si en ella fallezco, yo juro que en todo este año no echaré escudo al cuello ni ceñiré espada.
Y tomándose, riendo, por las manos, llegaron al postigo primero, el cual sin entrevalo alguno fue abierto, y así lo fue el otro, así que vieron toda la huerta. Oriana dijo:
—¿Qué será que según la pared de esta huerta es alta no podrá subir Amadís por ella—.
—No penséis en esto —dijo Mabilia—, que yo lo tengo mirado y allí donde la pared se junta con el muro se hace un rincón y con un madero que de fuera se ponga y nosotras dándole las manos, sin mucha pena subirá; mas este ardimiento es vuestro y vos llevaréis la paga de él.
Oriana la tomó por el tocado y derribóselo en el suelo, y estuvieron ambas por una pieza con gran risa y placer y tornaron a cerrar los postigos y fuéronse a dormir, y acostándose Oriana en el lecho dijo Mabilia:
—Quiera Dios, señora, que aquí os ayunte con aquel cautivo que está desesperado, pues le es tanto menester.
Oriana dijo:
—A Él plega por su piedad de se apiadar de nos y de él.
—De lo que en Dios es —dijo Mabilia— no tengáis cuidado, que Él pondrá el remedio que a su servicio sea, comed y dormid, porque vuestra hermosura cobre lo mucho que perdido tiene, como Gandalín os dijo.
Con esto durmieron aquella noche con más sosiego que las pasadas, y la mañana venida, después de haber oído misa, salieron al corral de las hermosas fuentes y hallaron que entonces llegaba Gandalín, que por su mandado de ellas cada día venía de Londres a las ver, y tomándolo consigo se acogieron al patio de los tres árboles hermosos y allí dijeron cómo las llaves eran muy buenas y las palabras que Mabilia dijera cuando las probaba de que todos mucho rieron, y él les contó lo que con Amadís pasara, diciéndole por le conortar mal de Oriana y que con la saña que de ello hubo, estuvo muy cerca de lo matar, y cómo por aquello, viéndole dormido, le escondió la silla y el freno y lo dejara en la montaña donde nunca más de él pudiera saber ninguna nueva y:
—Señora —dijo él—, así como yo gran mentira le dije en lo vuestro, así luego recibí la pena que merecía, que cuando desperté y hallé que era ido sin mí sin arma alguna me quedara sin duda me diera la muerte.
Oriana le dijo:
—¡Ay, por Dios, Gandalín! No me digas más, que cierta soy que me ama sin arte y quebrántame el corazón que la vida y la muerte con las buenas o contrarias nuevas que de él me vinieren junto lo quiero recibir, sin que más angustias y dolores que los pasados me sobrevengan.
De cómo estando el rey Lisuarte sobre tabla entro un caballero extraño, armado de todas armas, y desafió al rey y a toda su corte, y de lo que Florestán pasó con él, de cómo Oriana fue consolada y Amadís hallado.
A su mesa estando el rey Lisuarte, y habiendo alzado los manteles y queriéndose de él despedir don Galaor y don Florestán y Agrajes para llevar a Corisanda, entró por la puerta del palacio un caballero extraño armado de todas armas, sino la cabeza y las manos, y dos escuderos con él. Y traía en la mano una carta de cinco sellos, e hincados los hinojos la dio al rey, y díjole:
—Haced leer esta carta y después diré a lo que vengo.
El rey la leyó, y viendo que de creencia era, le dijo:
—Ahora podéis decir lo que os placerá.
—Rey —dijo el caballero—, yo desafío a ti y a todos tus vasallos y amigos de parte de Famongomadán, el jayán del Lago Hirviente y de Cartadaque, su sobrino, el jayán de la montaña defendida, y de Mandansabul, su cuñado, el jayán de la Torre Bermeja, y por don Cuadragante, su hermano del rey Abies de Irlanda, y por Arcalaus, el Encantador. Y mándate decir que tienes en ellos muerte, así tú como todos aquéllos que tuyos se llamaren, y hácente saber que ellos con todos aquellos grandes amigos suyos serán contra tí en ayuda del rey Cildadán en la batalla que con él aplazada tienes, pero si tú quieres dar a tu hija Oriana a Madasima, la muy hermosa hija del dicho Famongomadán para que sea su doncella y la sirva, que no te desafiarán, ni te serán enemigos, antes casarán a Oriana con Bagasante, su hermano, cuando vieren que es tiempo, que es tal señor que bien será en él empleada tu tierra y la suya. Y ahora, rey, mira lo que mejor te vendrá: o la paz como la quieren, o la más cruda guerra que venirte podrá con hombres que tanto pueden.
El rey le respondió riendo como aquél que en poco su desafío tenía, y díjole:
—Caballero, mejor es la guerra peligrosa que la paz deshonrosa, que mala cuenta podría yo dar a aquel Señor que en tal alteza me puso, si por falta de corazón con tanta mengua y tanto abiltamiento la bajase, y ahora os podéis ir, y decidles que antes querría la guerra todos los días de mi vida con ellos y al cabo en ella morir, que otorgar la paz que me demandan, y decidme dónde los hallará un mi caballero, porque por él sepan esta mi respuesta que a vos se da.
—En el Lago Ferviente —dijo el caballero— los hallará quien los buscare, que es en la Ínsula que llaman Monganza, así a ellos como a los que consigo han de meter en la batalla.
—Yo no sé —dijo el rey—, según la condición de los gigantes, si mi caballero podrá ir y venir seguro.
—De eso no pongáis duda —dijo él—, que donde está don Cuadragante no se puede cosa contra razón hacer y yo lo tomo a mi cargo.
—En el nombre de Dios —dijo el rey— ahora me decid cómo habéis nombre.
—Señor —dijo él—, he nombre Landín, y soy sobrino de don Cuadragante, hijo de su hermana, y somos venidos a esta tierra por vengar la muerte del rey Abies de Irlanda, y nos pesa que no podemos hallar aquél que lo mató, ni sabemos si es muerto o vivo.
—Bien puede ser —dijo el rey—, mas ahora pluguiese a Dios que supieseis ser él vivo y sano, que después todo se haría bien.
—Yo entiendo —dijo Landín— por qué lo decís, porque creéis ser aquél el mejor caballero de los que habéis visto; mas cualquier que yo sea hallarme habéis en la batalla vuestra y del rey Cildadán, y allí os serán manifestadas mis obras buenas o contrarias en el más daño vuestro que yo pudiere.
—Mucho me pesa —dijo el rey—, que más os querría para mi servicio, mas bien creo que ende no faltará con quien .os combatáis.
—Ni a ellos —dijo el caballero—quien se lo resista hasta la muerte.
Cuando esto oyó don Florestán ensañóse ya cuanto por aquél osase, decir que buscaba a su hermano Amadís, y díjole:
—Caballero, yo no soy de esta tierra ni vasallo del rey, así que entre vos y mí no atañe ninguna cosa de esto que a él habéis dicho, ni yo en razón de ello no digo nada, porque en su casa hay otros muchos mejores para decir y hacer, pero porque vos decís que andáis a Amadís buscando y no lo halláis, en lo cual creo yo no ser vuestro daño, y si conmigo, que soy don Florestán, su hermano, os place combatir a condición que si vencido fuereis os quitéis de esta demanda, y si yo muerto fuere algo de vuestro enojo y mengua se satisface, yo lo haré porque aquel sentimiento que vos tenéis por el rey Abies, aquél y mucho más crecido tendrá Amadís por la mi muerte.
—Don Florestán —dijo Landín—, bien veo que habéis sabor de la batalla, mas yo la dudo a más no poder, porque tengo de ir con la respuesta de esta embajada a señalado día, y también porque aquellos señores me tomaron fianza que en otra cosa de afrenta no me entremetiese, pero si de allí yo saliere vivo haberla he con vos a día señalado.
—Landín —dijo don Florestán—, vos lo decís como buen caballero y honrado, porque los que con semejantes mensajes vienen han de negar su voluntad propia por seguir la de aquéllos cuyo mandado traen, porque de otra guisa, aunque a vuestra honra satisfacer pudieseis, la suya, por vuestra tardanza, se podría menoscabar, siendo todo a cargo vuestro, y por eso tengo por bien que sea como lo decís.
Y tendiendo las lúas en señal de gajes, las dio al rey, y Landín la halda del arnés, así que a consentimiento de ambos quedó la batalla treinta días después que la de los reyes pasase.
Entonces mandó el rey a un caballero, su criado, que Filispinel había nombre, que en compañía de Landín fuese a desafiar aquéllos que a él desafiaron. Pues partidos estos dos caballeros, como oís, el rey quedó hablando con don Galaor y Florestán y Agrajes y otros muchos que en el palacio estaban, y díjoles:
—Quiero que veáis una casa en que habréis placer.
Entonces mandó llamar a Leonoreta, su hija, con todas sus doncellas pequeñas que viniesen a danzar así como solían, lo que nunca había mandado después que las nuevas de ser perdido Amadís le dijeran, y el rey le dijo:
—Hija, decid la canción que por vuestro amor Amadís hizo siendo vuestro caballero.
La niña, con las otras sus doncellas, la comenzaron a cantar, la cual decía así:
Leonoreta sin roseta
blanca sobre toda flor
sin roseta no me meta
en tal cuita vuestro amor.
Sin ventura yo en locura
me metí;
en vos amar es locura
que me dura
sin me poder apartar,
oh, hermosa sin par,
que me da pena y dulzor
sin roseta no me meta
en tal cuita vuestro amor.
De todas las que yo veo
no deseo
servir otra sino a vos,
bien veo que mi deseo
es devaneo
do no me puedo partir,
pues que no puedo huir
de ser vuestro servidor,
no me meta sin roseta
en tal cuita vuestro amor.
Aunque mi queja parece
referirse a vos, señora,
otra es la vencedora
otra es la matadora
que mi vida desfallece;
aquesta tiene el poder
de me hacer toda guerra;
aquesta puede hacer
sin yo se lo merecer
que muerto Viva so tierra.
Quiero que sepáis por cuál razón Amadís hizo este villancico por esta infanta Leonoreta. Estando en un día hablando con la reina Brisena, Oriana y Mabilia y Olinda, dijo a Leonoreta que dijese a Amadís que fuese su caballero, y la sirviese muy bien no mirando por otra ninguna. Ella fue a él y díjole como ellas lo mandaron. Amadís y la reina, que se lo oyeron, rieron mucho, y tomándola Amadís en sus brazos la sentó en el estrado, y díjole:
—Pues vos queréis que yo sea vuestro caballero, dadme alguna joya en conocimiento que me tenga por vuestro.
Ella quitó de su cabeza un prendedero de oro con unas piedras muy ricas y dióselo. Todas comenzaron a reír de ver cómo la niña tomaba tan de verdad lo que en burla le habían aconsejado, y quedando Amadís por su caballero hizo por ella el villancico que ya oísteis. Y cuando ella y sus doncellas lo decían estaban todas con guirnaldas en sus cabezas y vestidas de ricos paños de la manera que Leonoreta los traía, y era asaz hermosa, pero no como Oriana, que con ésta no había par ninguna en el mundo, y fue a tiempo, como adelante se dirá, emperatriz de Roma, y las doncellitas suyas eran doce, todas hijas de duques y de condes y otros grandes señores, y decían tan bien y tan apuesto aquel villancico, que el rey y todos los caballeros habían muy gran placer de lo oír.