Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
—Señora —dijo ella—, pues que tal es vuestro conocimiento, excusado será hacer yo de ello más salva.
En esto hablando, llegó Agrajes con Olinda y las doncellas que con ella se habían apartado. Cuando Oriana la vio, levantóse a ella y abrazábala como si mucho tiempo pasara que no la viera, y ella le besaba las manos, y volviéndose a Agrajes lo abrazó con gran amor, y así recibió a todos los caballeros que con él venían, y dijo contra Gavarte de Val Temeroso:
—Mi amigo Gavarte, bien os quitasteis de la promesa que me disteis, y cómo os lo agradezco y el deseo que tengo de lo galardonar, el Señor del mundo lo sabe.
—Señora —dijo él—, yo he hecho lo que debía como vuestro vasallo que soy, y vos, señora, como mi señora natural, cuando el tiempo fuere acuérdeseos de mí, que siempre seré en vuestro servicio.
A esta sazón eran allí juntos todos los más honrados caballeros de aquella compaña, los cuales a un cabo de la nao se apartaron por hablar qué consejo tomarían, y Oriana llamó a Amadís a un cabo del estrado, y muy paso le dijo:
—Mi verdadero amigo, yo os ruego y mando, que aquel verdadero amor que me tenéis, que ahora más que nunca se guarde el secreto de nuestros amores y no habléis conmigo apartadamente, sino ante todos, y lo que os pluguiere decirme en secreto habladlo con Mabilia y pugnad cómo de aquí nos llevéis a la Ínsula Firme, porque estando en lugar seguro Dios proveerá en mis cosas, como Él sabe que tengo la justicia.
—Señora —dijo Amadís—, yo no vivo sino en esperanza de os servir, y si ésta faltase, faltarme había la vida, y como lo mandáis se hará, y en esta ida de la Ínsula bien será que con Mabilia lo enviéis a decir a estos caballeros, porque parezca que más de vuestra gana y voluntad que de la mía procede.
—Así lo haré —dijo ella—, y bien me parece. Ahora vos id —dijo— a aquellos caballeros.
Amadís así lo hizo, y hablaron en lo que adelante se debía hacer; mas como eran muchos, los acuerdos eran diversos, que a los unos parecía que debían llevar a Oriana a la Ínsula Firme, otros a Gaula y otros a Escocia, a la tierra de Agrajes, así que no se acordaban. En esto llegó la infanta Mabilia y cuatro doncellas con ella. Todos la recibieron muy bien y la pusieron entre sí, y ella les dijo:
—Señores, Oriana os ruega por vuestras bondades y por el amor que en este socorro le habéis mostrado que la llevéis a la Ínsula Firme, que allí quiere estar hasta que sea en el amor de su padre y madre, y ruégaos, señores, que a tan buen comienzo deis el cabo mirando su gran fortuna y fuerza, que se le hace, y hagáis por ella lo que por las otras doncellas hacer soléis que no son de tal alta guisa.
—Mi buena señora —dijo don Cuadragante—, el bueno y muy esforzado de Amadís y todos los caballeros que en su socorro hemos ido, estamos de voluntad de le servir hasta la muerte, así con nuestras personas como con las de nuestros parientes y amigos, que mucho pueden y mucho serán, y todos seremos juntos en su defensa contra su padre y contra el emperador de Roma, si a la sazón y justicia no se allegaren con ella, y decidle que si Dios quisiere que así como dicho tengo se hará sin falta, y así lo tengo firme en su pensamiento, y ayudándonos Dios, por nosotros no faltará, y si con deliberación y esfuerzo este servicio se le ha hecho, que así con otro mayor y mayor acuerdo será por nos sostenido, hasta que su seguridad y nuestras honras satisfechas sean.
Todos aquellos caballeros tuvieron por bien aquello que don Cuadragante respondió, y con mucho esfuerzo otorgaron que de esta demanda nunca serían partidos hasta que Oriana en su libertad y señorío restituida fuese, siendo cierta y segura de los hacer, si ella más que su padre y madre la vida poseyese. La infanta Mabilia se despidió de ellos y se fue a Oriana, y por ella sabida la respuesta y recaudo de su mensaje le traía fue muy consolada, creyendo que la permisión del justo juez lo guiaría de forma que la fin fuese la que ella deseaba.
Con este acuerdo se fueron aquellos caballeros a sus naves por mandar poner reparo en los presos y despojo que muchos eran, y dejaron con Oriana todas sus doncellas y a la reina Sardamira con las suyas, y a don Bruneo de Bonamar, y Landín de Fajarque, y a don Gordán, hermano de Angriote de Estravaus; y a Sarquiles, su sobrino, y Orlandín, hijo del conde de Irlanda; y a Enil, que andaba llagado de tres llagas, las cuales él encubría como aquel que era esforzado y sufridor de todo afán. A estos caballeros fue encomendada la guarda de Oriana y de aquellas señoras de gran guisa que con ella eran y no se partiesen de ella hasta que en la Ínsula Firme puestas fuesen, donde tenían acordado de las llevar.
Libro 4Acábase el Tercer Libro del noble y virtuoso caballero Amadís de Gaula
Capítulo 82Aquí comienza el Cuarto Libro del noble y virtuoso caballero Amadís de Gaula, hijo del Rey Perión y de la Reina elisena, en que trata de sus proezas y grandes hechos de armas que él y otros caballeros de su linaje hicieron
Del muy grande duelo que hizo la reina Sardamira sobre la muerte del príncipe Salustanquidio.
Contado os ha la parte tercera de esta gran historia en el fin y cabo de ella, cómo el rey Lisuarte, contra la voluntad de todos los grandes y pequeños de sus reinos y de otros muchos que su servicio deseaban, entregó a los romanos su hija Oriana para la casar con el Patín, emperador de Roma, y cómo fue por Amadís y sus compañeros, que en la Ínsula Firme juntos se hallaron, en la mar tomada, y muerto el príncipe Salustanquidio, y presos Brondajel de Roca, mayordomo mayor del emperador, y el duque de Ancona, y el arzobispo de Talancia y otros muchos de los suyos muertos y presos y destrozada toda la flota en que la llevaban, y ahora os diremos lo que de esto sucedió. Sabed que vencida esta gran batalla Amadís, con otros caballeros de su parte, dejando a Oriana y a la reina Sardamira y a todas las otras dueñas y doncellas que con ella estaban en su nao y ciertos caballeros que les guardasen, entraron en otra nave y fueron a mandar poner recaudo en la flota de los romanos y en el despojo, que muy grande era, y los presos que demás de ser muchos, la mayor parte eran de gran valor, que tales convenía enviar en semejante embajada, y llegados a la fusta donde el príncipe Salustanquidio muerto estaba, oyeron grandes voces y llantos, y sabida la causa de ello era que los suyos, así caballeros como otra gente, estaban alderredor de él haciendo el mayor duelo del mundo, contando sus bondades y grandeza, así que los de Agrajes, que la fusta ocupada tenían, no los podían quitar ni apartar de allí. Amadís mandó que a otra nave los pasasen porque cesase el duelo que hacían, mandó poner el cuerpo de Salustanquidio en una arca para la hacer dar la sepultura que a tal señor convenía, comoquiera que enemigo fuese, pues como bueno muriera en servicio de su señor. Y esta fue la causa que así de él como de los otros vivos quedaron hubieron compasión, mandando expresamente que la vida les fuese dada. Lo cual en los virtuosos caballeros acaecer debe, que apartada la ira y la saña la razón quedando libre de conocimiento al juicio, que siga la virtud.
El murmullo de este llanto fue tan grande que la nueva llegó a la nao donde Oriana estaba, como aquella gente hacían aquel duelo por aquel príncipe, de guisa que polla reina Sardamira fue sabido, porque aunque hasta entonces supiese y por sus ojos hubiese visto ser toda la flota de su parte destruida y muchos muertos y presos, no había llegado a su noticia la muerte de aquel caballero, y como lo oyó salió con el gran pesar de todo su sentido, y olvidando el miedo y gran temor que hasta allí tuviera, deseando más la muerte que la vida, con mucha pasión y gran alteración, torciendo sus manos una con otra, llorando muy fuertemente, se dejó caer en el suelo, diciendo estas palabras:
—¡Oh, príncipe generoso, de muy alto linaje, luz y espejo de todo el imperio romano, qué dolor y pesar será la tu muerte a muchos y muchas que te amaban y servías y de ti esperaban grandes bienes y mercedes, o qué nueva tan dolorida será para ellos cuando supieren la tu malaventura y desastrado fin! ¡Oh, gran emperador de Roma, qué angustia y dolor habrás en saber la muerte de este príncipe, tu primo, a quien tanto tú amabas, y le tenías como un fuerte escudo de tu imperio, y la destrucción de tu flota con muertes tan mancilladas de tus nobles caballeros. Y sobre todo, haberte tomado por fuerza de armas, en tan gran deshonra tuya, la cosa del mundo que más amabas y deseabas. Bien puedes decir que si la fortuna de un caballero andante que las venturas seguía y de tan pequeño estado te ensalzó a te poner en tan alta cumbre, como es la silla y cetro y corona imperial, que con duro azote quiso abajar tu honra hasta la poner en el abismo y centro de la tierra, que de este tal golpe no se te puede seguir sino uno de dos extremos: o disimular quedando el más deshonrado príncipe del mundo, o lo vengar poniendo tu persona y gran estado en mucha congoja y fatiga de espíritu y al cabo tener de ello la salida muy dudosa, que por cierto en lo que yo he visto después que en la Gran Bretaña mi desastrada ventura me trajo, no hay en el mundo tan alto emperador ni rey a quien estos caballeros y los de su linaje, que muchos y poderosos son, no den guerra y batalla, y creído tengo comoquiera que de ellos tanto mal y dolor me ha venido, ser la flor de toda la caballería del mundo. Y más llora ya mi afligido corazón los vivos y los males que de esta desventura adelante se esperan, que los muertos que ya su deuda han pagado.
Oriana que así la vio hubo de ella piedad, porque la tenía por muy cuerda y de buen talante, sino la primera vez que la habló en el hecho del emperador, de que ella hubo gran enojo y le rogó que en ello más no le hablase, siempre le halló con mucho comedimiento, y como persona de gran discreción para nunca más la enojar antes diciéndole cosas con que placer le diese, y llamó a Mabilia y díjole:
—Mi amiga, poned remedio en aquel llanto de la reina, y consolarla como vos lo sabéis hacer, y no miréis a cosa que diga ni haga, porque como veis está casi fuera de sentido, teniendo mucha razón de se quejar más a lo que yo soy obligada y a lo que debe hacer el vencedor al vencido teniéndolo en su poder.
Mabilia, que era de muy gentil gracia, llegó a la reina, e hincando los hinojos, tomándola por las manos le dijo:
—Noble reina y señora, no te conviene a persona de tan alto linaje como vos así de vencer y sojuzgar de la fortuna, aunque todas las mujeres naturalmente seamos de flaca complexión y corazón, mucho bien parece en los antiguos ejemplos de aquéllas que con fuertes ánimos quisieron pagar la deuda a sus antecesores, mostrando en las cosas adversas la nobleza del linaje y sangre donde vienen. Y comoquiera que ahora sintáis este tan gran golpe de la contraria fortuna vuestra, acuérdeseos que ella misma os puso en gran honra y alteza, no para que más tiempo de ello gozar pudieseis de cuanto la su movible voluntad os otorgase, y más a su cargo y culpa que vuestra la habéis, porque siempre le plugo y place de trabucar y ensayar estos semejantes juegos, y con esto debéis mirar que sois en poder de esta noble princesa que con mucho amor y voluntad que os tiene se duele de vuestra pasión, teniendo en la memoria de os hacer aquella compañía y cortesía que vuestra virtud y real estado demanda.
La reina le dijo:
—Oh, muy noble y graciosa infanta, aunque la discreción de vuestras palabras es de tanta virtud que a todo desconsuelo consolar podrían por grande que él fuese, la mi desastrada suerte es tanto grado que mis apasionados y flacos espíritus no la pueden sufrir, y si alguna esperanza para esta tan grande desesperación a la memoria me ocurre, no es otra sino verme como decís en poder de esta tan alta y noble señora, que por su gran virtud no consentirá que mi estima y fama sea menoscabada, porque éste es el mayor tesoro que toda mujer más guardar debe y haber temor de lo perder.
Entonces la infanta Mabilia, con grandes promesas la hizo cierta y segura, que así como ella lo quería, Oriana lo mandaría cumplir, y levantándola por las manos la hizo sentar en un estrado donde muchas de aquellas señoras que allí estaban le vinieron a hacer compañía.
Cómo con acuerdo y mandamiento de la princesa Oriana aquellos caballeros la llevaron a la Ínsula Firme.
Después que Amadís y aquellos caballeros salieron de la fusta de Salustanquidio y vieron cómo la flota de los romanos era en poder de los suyos sin ninguna contradicción, juntáronse todos en la nave de don Florestán y hubieron su acuerdo que pues el querer de Oriana y el parecer de ellos era que se fuesen a la Ínsula Firme, que sería bueno ponerlo luego por obra, y mandaron poner todos los presos en una fusta, y que Gavarte del Val Temeroso y Landín, sobrino de don Cuadragante, con copia de caballeros, los guardasen y pusiesen a recaudo y en otra nave mandaron poner el despojo que muy grande era y lo guardasen don Gandales, amo de Amadís, y Saramón, que dos muy cuerdos y fieles caballeros eran, y en todas las otras naves repartieron gente de armas y marineros para que las guiasen, y ellos se quedaron cada uno en las suyas así como de la Ínsula Firme salieron.
Esto aparejado rogaron a don Bruneo de Bonamar y a Angriote de Estravaus que lo hiciesen saber a Oriana y les trajesen su querer de lo que mandaba, porque así se cumpliese.
Estos dos caballeros entraron en una barca y pasaron a la nave donde ella estaba, y entraron en su cámara e hincaron los hinojos ante ella y dijéronle:
—Buena señora, todos los caballeros que aquí son ayuntados en vuestro acorro para seguir vuestro servicio, os hacen saber cómo toda la flota es aparejada y en disposición de mover de aquí, quieren saber vuestra voluntad, porque aquélla cumplirán con toda afición.
Oriana les dijo:
—Mis grandes amigos, si este amor que todos demostráis, y a lo que por mí os habéis puesto, yo en algún tiempo no hubiese lugar de galardonarlo, desde ahora desesperaría de mi vida, mas yo tengo fucia en Nuestro Señor que por la su merced querrá que así como en la voluntad lo tengo, por obra lo pueda cumplir, y decid a estos nobles caballeros que el acuerdo que sobre eso se tomó se debe poner en obra, que es ir a la Ínsula Firme y allí llegados tomar se ha consejo de lo que se debe hacer, que esperanza tengo en Dios, que Él es justo juez y conoce todas las cosas que esto que ahora parece en tanta rotura lo guiara y reducirá en mucha honra y placer, porque de las cosas justas y verdaderas como ésta lo es, aunque el comienzo se muestra áspero y trabajoso, como al presente parece, de la fin no se debe esperar sino buen fruto, y de las contrarias aquello que la falsedad y deslealtad suele dar.