Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
Pues así como oís fue traída la princesa Oriana a la Ínsula Firme con aquellas señoras y aposentada, y todos los caballeros que en su servicio y socorro estaban.
Cómo Amadís hizo juntar aquellos señores, y el razonamiento que les hizo y lo que sobre ello acordaron.
Amadís, comoquiera que gran esfuerzo mostrase como lo él tenía, mucho pensaba en la salida que de este gran negocio podría ocurrir, como aquél sobre quien lo cargaba, aunque allí estuviesen muchos príncipes y grandes señores y caballeros de alta guisa, y tenía ya su vida condenada a muerte o salir con aquella gran empresa que a su honra amenazaba y en gran cuidado ponía, y cuando todos dormían él velaba pensando en el remedio que ponerse debía, y con este cuidado con acuerdo y consejo de don Cuadragante y de su primo Agrajes, hizo llamar a todos aquellos señores que en la posada de don Cuadragante se juntasen en una gran sala que en ella había que de las más ricas de toda la ínsula era. Y allí venidos todos, que ninguno faltó, Amadís se levantó en pie, teniendo por la mano al maestro Helisabad, a quien él siempre mucha honra hacía, y hablóles en esta guisa:
—Nobles príncipes y caballeros, yo os hice aquí juntar por traer a vuestras memorias cómo por todas las partes de! mundo vuestra fama corre se sabe los grandes linajes y estados de donde vosotros venís, y que cada uno de vos en s,us tierras podía vivir con muchos vicios y placeres, teniendo muchos servidores, con otros grandes aparejos que para recreación de la vida viciosa y holgada se suelen procurar y tener, allegando riquezas a riquezas. Pero vosotros, considerando haber tan gran diferencia en el seguir de las armas, o en los vicios y ganar los bienes temporales como es entre el juicio de los hombres y las animalias brutas, habéis desechado aquello que muchos codician, y tras que muchos se pierden, queriendo pasar grandes fortunas por dejar fama toda, siguiendo este oficio militar de las armas, que desde el comienzo del mundo hasta este nuestro tiempo ninguna buena ventura de las terrenales al vencimiento y gloria suya se pudo ni puede igualar, por donde hasta aquí, ningunos otros intereses ni señoríos habéis cobrado sino poner vuestras personas llenas de muchas heridas en grandes trabajos peligrosos hasta las llegar mil veces punto y estrecho de la muerte, esperando y deseando más la gloria y fama que otra alguna ganancia que de ello venir pudiese, en galardón de lo cual si lo conocer queréis, la próspera y favorable fortuna vuestra ha querido traer a vuestras manos una tan gran victoria como al presente tenéis. Y esto no lo digo por el vencimiento hecho a los romanos, que según la diferencia de vuestra virtud a la suya no se debe tener en mucho; mas por ser por vosotros socorrida y remediada esta tan alta princesa y de tanta bondad que no recibiese el mayor desaguisado y tuerto, que ha grandes tiempos que persona de tan gran guisa recibió, por causa de lo cual demás de haber mucho acrecentado en vuestra fama habéis hecho gran servicio a Dios usando de aquello para que nacisteis, que es socorrer a los corridos, quitando los agravios y fuerza que les son hechas, y lo que en más se debe tener y más contentamiento nos debe dar es haber descontentado y enojado a dos tan altos y poderosos príncipes, como es el emperador de Roma y el rey Lisuarte, con los cuales si a la justicia y razón llegar no se quisieren, nos convendrá tener grandes debates y guerras. Pues de aquí, nobles señores, ¿qué se puede esperar? Por cierto, otra cosa no, salvo como aquéllas que la razón y la verdad mantienen en mengua y menoscabo suyo de los que la desechan y menosprecian, ganar nosotros muy grandes victorias que por todo el mundo suenen, y si de su grandeza algo se puede tener, pues no estamos tan despojados de otros muchos y grandes señores parientes y amigos que ligeramente no podamos henchir estos campos de caballeros y gentes en tan gran número que ningunos contrarios, por muchos que sean, puedan ver con una jornada la Ínsula Firme. Así que, buenos señores, sobre esto cada uno diga su parecer, no de lo que quiere, que mucho mejor que yo conocéis y queréis la virtud y a lo que sois obligados, mas de lo que para sostener esto y lo llevar adelante con aquel esfuerzo y discreción se debe hacer.
Con mucha voluntad, aquella graciosa y esforzada habla que por Amadís se hizo de todos aquellos señores oída fue, los cuales, considerando haber entre ellos tantos que muy bien según su gran discreción y esfuerzo responder sabrían, por una pieza estuvieron callados, convidándose los unos a los otros que hablasen. Entonces don Cuadragante dijo:
—Mis señores, si por bien lo hubiereis, pues que todos calláis, diré lo que mi juicio a conocer y responder me da.
Agrajes dijo:
—Señor don Cuadragante, todos os lo rogamos que así lo hagáis, porque según quien vos sois, y las grandes cosas que por vos han pasado, y con tanta honra al fin de ellas llegasteis, a vos más que a ninguno de nosotros conviene la respuesta.
Don Cuadragante le agradeció la honra que le daba, y dijo contra Amadís:
—Noble caballero, vuestra gran discreción y buen comedimiento ha tanto contentado nuestras voluntades, y así habéis dicho lo que hacer se debe, que haber de responder replicando a todo seria cosa de gran prolijidad y enojo a quien lo oyese, y solamente será por mí dicho lo que al presente remediarse debe, lo cual es que pues vuestra voluntad en lo pasado no ha sido proseguir pasión ni enemistad, sino solamente por servir a Dios y guardar lo que como caballero tenéis jurado, que es quitar las fuerzas especialmente de las dueñas y doncellas que fuerza ni reparo tienen, sino de Dios y vuestro, que sea esto por vuestros mensajeros manifestado al rey Lisuarte, y de vuestra parte sea requerido haya conocimiento del yerro pasado y se pongan en justicia y razón con esta princesa su hija, desatando la gran fuerza que por él se le hace, dando tales seguridades, que con mucha causa y certenidad de no ser nuestras honras menoscabadas se la podamos y debamos restituir, y de lo que de él a nosotros toca no le hacer mención alguna, porque esto acabado, si acabarse puede, yo fío tanto en vuestra virtud y esfuerzo grande, que aun él nos demandará la paz, y se tendrá por muy contento si por vos le fuere otorgada, y entretanto que la embajada va, por cuanto no sabemos cómo las cosas sucederán, y quién demandarnos quisiera nos halle, no como caballeros andantes, mas como príncipes y grandes señores, sería bien que nuestros amigos y parientes, que muchos son, por nosotros sean requeridos, para que cuando llamarse convenga, puedan venir a tiempo que su trabajo haya aquel afecto que debe.
Cómo todos los caballeros fueron muy contentos de todo lo que don Cuadragante propuso.
De la respuesta de don Cuadragante fueron muy contentos aquellos caballeros, porque su parecer no quedaba nada por decir. Y luego fue acordado que Amadís lo hiciese saber al rey Perión su padre, pidiéndole toda la ayuda y favor, así de él y de los suyos como de los otros que sus amigos y servidores fuesen, para cuando llamado fuese. Asimismo enviase a todos los otros que él sabia que le podían y le querían acudir, que muchos eran, por los cuales grandes cosas en su honra y provecho hiciera con gran peligro de su persona. Y que Agrajes enviase o fuese al rey de Escocia, su padre, a lo semejante, y don Bruneo enviase al marqués, su padre, y a Branfil, su hermano, que con gran diligencia aparejase toda la más gente que haber pudiese, yo no partiese de allí hasta saber su mandado, y que así lo hiciesen todos los otros caballeros que allí estaban, que estados y amigos tenían.
Don Cuadragante dijo que enviaría a Landín, su sobrino, a la reina de Irlanda, y que creía que si el rey Cildadán, su marido, acudía al rey Lisuarte con el número de la gente que le era obligado, que ella daría lugar a todos los de su reino que le quisiesen venir a servir, y que así de aquellos como de sus vasallos y otros amigos suyos se llegaría buena gente. Esto así acordado rogaron a Agrajes y a don Florestán que lo hiciesen saber a la infanta Oriana, porque sobre todo mandase lo que más su servicio fuese, y así se salieron todos juntos del ayuntamiento con mucho esfuerzo, especial los que eran de más baja condición, que en alguna manera tenían este negocio por muy grave, temiendo la salida de él más que lo mostraban, y como ahora veían el gran cuidado y proveimiento de los grandes, y que por razón de ello gran socorro se esperase, crecíales el esfuerzo y perdían todo temor. Y llegando a la puerta del castillo por aquélla que toda la ínsula se mandaba, vieron por la cuesta subir un caballero armado en su caballo y cinco escuderos con él que las armas le traían y otros atavíos de su persona. Todos estuvieron quedos hasta saber quién sería, y como de más cerca lo vieron, conocieron que era don Brián de Monjaste, de que muy gran placer se les siguió porque de todos era amado y tenido por buen caballero, y por cierto tal era que dejando aparte ser de tan alto lugar como hijo de Ladasán, rey de España, él por su persona en discreción y esfuerzo era tenido en todas partes donde le conocían en gran reputación, y demás de esto era el caballero del mundo que más a sus amigos amase, y nunca con ellos estaba sino en burlas de placer, como aquél que muy discreto y de linda crianza era, y así ellos le amaban y holgaban mucho con él, y todos juntos descendieron por la cuesta ayuso a pie, como estaban, y él cuando los vio mucho fue maravillado, y no pudo pensar que ventura los hiciera juntar, aunque algo le habían dicho después que de la mar salió en aquella tierra y apeóse del caballo, y fue contra ellos, los brazos tendidos y dijo:
—Juntos os quiero abrazar, que a todos tengo por uno.
Entonces llegaron los que delante iban y tras ellos Amadís.
Y cuando don Brián lo vio si hubo de ello gran placer, esto no es de contar, porque de más del gran deudo que con él tenía, como ser hijos de dos hermanos que la madre de este don Brián, mujer del rey de España era hermano del rey Perión, que era el caballero del mundo que más amaba y díjole riendo:
—¿Aquí sois vos? Pues en vuestra busca venía yo, que aunque todas las venturas nos faltasen, tendríamos harto que hacer en os buscar según os escondéis.
Amadís le abrazó y díjole:
—Decid lo que quisiereis, que venido sois en parte donde presto tomaré la enmienda, y estos señores os mandan que subáis en vuestro caballo, y os metáis en esta ínsula donde una prisión está aparejada para los semejantes que vos.
Entonces llegaron todos los otros a lo abrazar, y aunque contra su voluntad, lo hicieron subir en su caballo, y ellos a pie se fueron con él por la cuesta arriba, hasta que llegaron a la posada de Amadís, donde descabalgó, y sus primos Agrajes y don Florestán lo desarmaron y lo mandaron traer un manto de escarlata que se cubriese, y como desarmado fue y enderredor de sí vio tantos y tan nobles caballeros de quien sus bondades y proezas sabía, díjoles:
—Compaña de tantos buenos no pudo sin gran misterio y causa ser aquí allegada: decídmelo, señores, que mucho lo deseo saber, porque algo he oído después que en esta tierra entré.
Todos rogaron a Agrajes que por él la relación le fuese hecha, el cual como aquél que en todo lo pasado presente había sido, y así en ello y en lo porvenir gran gana tuviese de lo acrecentar y favorecer se lo dijo todo, así como la historia lo ha contado, culpando al rey Lisuarte y loando y aprobando con gran afición lo que aquellos caballeros habían hecho y querían adelante hacer.
Cuando Brián de Monjaste esto oyó, en mucho lo tuvo como persona de gran discreción que antes a la salida que a. la entrada mira, y si por hacer estuviera, no sabiendo el secreto de los amores de Amadís, pudiera ser que su consejo fuera al contrario, y a lo menos que por otras vías más honestas se templara el negocio sin venir en tanto rigor como al presente estaba, que según el conocimiento él tenía del rey Lisuarte en ser tan sospechoso y guardador de su honra, y la injuria fuese tan crecida, bien consideró que así tan crecida se había de buscar la venganza, pero viendo la cosa ser llegada en tal estado que más ayuda que consejo se requería especial siendo el cabo de ello Amadís con mucha afición aprobó lo hecho, loando la gran virtud que con Oriana habían usado, haciéndoles cierta su persona con la más gente de su padre que él haber pudiese para lo sostener, y díjoles que quería ver la infanta Oriana porque de él supiese cómo enteramente había de seguir su servicio.
Amadís le dijo:
—Señor primo, vos veníais de camino y estos señores no han comido, y en tanto que vuestra venida se les envía decir, reposar y comer, y a la tarde se podrá mejor hacer.
Don Brián lo tuvo por bueno, y con esto aquellos señores de él, despedidos se fueron a sus posadas, y la tarde venida, Agrajes y don Florestán que señalados por aquéllos estaban para hablar con Oriana como dicho es, tomaron consigo a don Brián y todos tres se fueron ricamente vestidos a donde Oriana estaba y halláronla que los esperaba en el aposento de la reina Sardamira, acompañada de todas aquellas señoras que habéis oído, y la historia os ha recontado. Pues llegados allí, don Brián se fue a Oriana e hincó los hinojos por le besar las manos, mas tirólas ellas a sí y no se las quiso dar, antes lo abrazó y lo recibió con mucha cortesía, así como en aquélla toda la nobleza del mundo se hallaba, y díjole:
—Mi señor don Brián, vos seáis muy bien venido, que aunque según vuestra nobleza y virtud, en cualquier tiempo ser muy bien recibido merecía en este presente mucho más lo debe ser, y porque tengo creído que aquellos nobles caballeros amigos vuestros os habrán hecho relación de todo lo pasado, remitiéndome a ellos será excusado decir yo ninguna cosa ni tampoco traeros a la memoria lo que en ello haber debéis, porque según lo habéis usado y acostumbrado, mas para dar consejo que para lo pedir, hasta vuestra discreción.
Don Brián le dijo:
—Mi señora, la causa de mi venida ha sido como ha mucho tiempo que me yo partiese de la batalla que el rey vuestro padre hubo con los siete reyes de las ínsulas y en España me fuese a mi padre, estando en una cuestión que él tenía con los africanos, supe cómo mi primo y señor Amadís era ido en tierras extrañas, donde de él ningunas nuevas se sabían, y como éste sea la flor y espejo de todo mi linaje, y aquél a quien yo más precio y amor tenga, tanto dolor me puso su ausencia en mi corazón que trabajé como en aquel debate algún asiento se diese, por me poner en demanda de lo buscar. Y considerando que en esta ínsula suya antes que en otra alguna parte podría algunas nuevas hallar de mi primo, vine por aquí donde mi buena dicha y ventura me guió, así por lo haber hallado como ser venido en tiempo que el deseo que siempre tuve de os servir por obra pueda parecer, y como señora habéis dicho, ya sé lo que ha pasado, y aun pienso algo de lo que de ello puede redundar, según la dura condición del rey vuestro padre, y comoquiera que venga y la ventura lo guiare, mi persona está con toda voluntad ofrecida y aparejada al remedio de ello.