Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
Con esta respuesta se tornaron estos dos caballeros, y sabida por aquéllos que la esperaban, mandaron tocar las trompetas de las cuales la flota muy guarnida estaba y con mucha alegría y gran grita de la más baja gente de allí movieron.
Todos aquellos grandes señores y caballeros iban muy alegres y con gran esfuerzo, y puesto en sus voluntades de no se partir de consuno ni de aquella princesa hasta dar cabo y buena cima en aquello que comenzado habían y como todos fuesen de gran linaje y en gran hecho de armas, crecíales el esfuerzo y corazones en saber el gran derecho que de su parte tenían y por se ver en discordia con dos tan altos príncipes donde no esperaban sino ganar mucha honra, comoquiera que las cosas prósperas o adversas les viniesen, y que ellos harían en esta demanda si en rotura pasase cosas de grandes hazañas, donde para siempre loados fuesen y en el mundo de ellos quedase perpetua memoria. Y como iban todos armados de armas muy ricas y eran muchos y aún a los que a sus grandezas y grandes proezas noticia no hubiese, les parecía una compaña de un gran emperador, y por cierto era lo que a duro se podrían hallar en ninguna casa de príncipe por grande que fuese tantos caballeros juntos de tal linaje y de tanto valor.
Pues qué se puede de aquí decir, sino que tú, rey Lisuarte, debieras pensar que de infante desheredado la ventura te había puesto en grandes reinos y señoríos dándote seso, esfuerzo, virtud, templanza, y la preciosa franqueza más cumplidamente que a ninguno de los mortales que en tu tiempo fuese, y por te poner la diadema o corona preciosa hacerte señor de tal caballería por la cual en todas las partes del mundo eras preciado y en gran estima tenido, y no se sabe si por la misma ventura ser tornada en desventura, o por tu mal conocimiento lo has perdido, recibiendo tan gran revés en tu gran estima y honrada fama que la satisfacción de esto en la mano de Dios es para te la dar o quitar, pero a la mi fe antes entiendo que para que con ella vivas lastimado y menoscabado de aquella alteza en que puesto estabas, que tanto más lo sentirás cuanto más los tiempos prósperos hubiste sin ninguna contradicción que mucho te doliese. Y si de esto tal te quejares, quéjate de ti mismo que quisiste sojuzgar las orejas a hombres de poca virtud y menos verdad, creyendo antes lo que de ellos oíste, que lo que tú con tus propios ojos veías, y juntos con esto ninguna piedad y conciencia diste tanto lugar a tu albedrío, que no imprimiendo en tu corazón los amonestamientos que muchos te hicieron ni los doloridos llantos de tu hija, la quisiste poner en destierro y en toda tribulación habiendo Dios adornado de tanta hermosura, de tanta nobleza y virtud sobre todas las de su tiempo, y si en algo de su honra se puede trabar según su bondad y sano pensamiento, y la fin que de ello redundó, más se debe atribuir a permisión de Dios que lo quiso y fue su voluntad que a otro yerro ni pecado. Así, que si la fortuna volviendo la rueda te fuere contraria, tú la desataste donde ligada estaba.
Pues tornado al propósito así como oís, fue la flota navegando por la mar, y a los siete días amanecieron en el puerto de la Ínsula Firme, donde en señal de alegría fueron tirados muchos tiros de lombardas.
Cuando los de la ínsula vieron allí arribadas tantas fustas fueron maravillados y todos con sus armas ocurrieron a la mar, más desde que llegados conocieron ser de su dueño Amadís por los pendones y divisas que en las gavias traían, que eran los mismos que de allí habían llevado, luego, echando los bateles salió gente y don Gandales con ellos, así para hacer el aposentamiento como para que de barcas se hiciese una puente desde la tierra hasta la fusta por donde Oriana y aquellos señores salir pudiesen.
Cómo la infanta Grasinda, sabida la victoria que Amadís hubiera, se atavió, acompañada de muchas caballeros y damas, para salir a recibir a Oriana.
De esto que os digo, la muy hermosa Grasinda que allí había quedado supo la venida y todas las cosas como pasaron y luego con mucha diligencia se aparejó para recibir a Oriana, que por las grandes nuevas que de ella sonaban por todas partes deseaba mucho ver más que a persona que en el mundo fuese. Y así como dueña de gran guisa y muy rica que ella era se quiso mostrar, que luego se vistió saya y cota con rosas de oro sembradas, puesta por extraña arte guarnecidas y cercadas de perlas y piedras preciosas de gran valor, que hasta entonces no lo había vestido ni mostrado a persona, porque la tenía para se probar en la cámara defendida como después lo hizo y encima de sus hermosos cabellos no quiso poner, salvo la corona que muy rica era, que por su hermosura y gran bondad del Caballero Griego había ganado de todas las doncellas que a la sazón en la corte del rey Lisuarte se hallaron con mucha victoria del uno y del otro, y cabalgó en un palafrén blanco guarnecido de silla y freno y las otras guarniciones todo cubierto de oro esmaltado de labores hechas con gran arte, que esto tenia ella para que si su ventura la dejase acabar aquella aventura de la cámara defendida y se tornar para la corte del rey Lisuarte con estos ricos y grandes atavíos, y se hacer conocer con la reina Brisena, y con Oriana su hija y con las otras infantas y dueñas y doncellas, y con gran gloria de volver a su tierra; mas esto tenía y estaba muy alejado de lo acabar como lo cuidaba, porque aunque ella muy guarnecida y hermosa al parecer de muchos fuese y mucho más al suyo, no se igualaba, con gran parte, con la muy hermosa reina Biolanja, que ya aquella aventura probado había sin la poder acabar. Pues con este gran atavío que oís que esta señora Grasinda llevaba, movió de su posada, y con ella sus dueñas y doncellas ricamente vestidas, y diez caballeros suyos a pie que de las riendas la llevaban sin otro alguno a ella llegar, y así fue a la ribera de la mar, donde con mucha prisa se había acabado de hacer la puente que ya oísteis, hasta la nave donde Oriana venía, y allí llegada estuvo queda a la entrada de la puente, esperando la salida de Oriana, la cual estaba ya aparejada y todos aquellos caballeros pasados a su fusta para la acompañar y vestida más convenible a su forma y honestidad a ella conforme que en acrecentamiento de su hermosura, vio esta dueña y preguntó a don Bruneo si era aquélla la dueña que viniera a la corte del rey su padre y ganara la corona de las doncellas.
Don Bruneo le dijo que aquélla era y que la honrase y allegase, que era una de las buenas dueñas del mundo de su manera, y contóle mucho de su hecho y de las grandes honras que de ella Amadís, Angriote y él habían recibido. Oriana le dijo:
—Mucha razón es que vosotros y vuestros amigos la honren y amen mucho, y yo así lo haré.
Entonces la tomaron por los brazos don Cuadragante y Agrajes, y a la reina Sardamira don Florestán y Angriote, y a Mabilia, Amadís solo, y a Olinda, don Bruneo y Dragonís, y a las otras infantas y dueñas y otros caballeros, y todos venían armados y muy alegres, riendo por la esforzar y dar placer.
Así como Oriana llegó cerca de tierra, Grasinda se apeó del palafrén e hincó las rodillas al cabo de la puente, y tomóle las manos para se las besar; mas Oriana las tiró a sí y no se las quiso dar, antes la abrazó con mucho amor, como aquélla que por costumbre tenía de ser muy humilde y graciosa con quien lo debía ser. Grasinda, como tan cerca la vio y miró la su gran hermosura, fue muy espantada, y aunque mucho se la habían lado, según la diferencia por la vista, hallaba no pudiera creer que persona mortal pudiese alcanzar tan gran belleza, y así como estaba de hinojos que nunca Oriana la pudo hacer levantar, le dijo:
—Ahora, mi buena señora, con mucha razón de no dar muchas gracias a nuestro señor y le servir la gran merced que me hizo en no estar vos en la corte del rey vuestro padre a la sazón que yo a ella vine, porque ciertamente, aunque en mi guarda y amparo traía el mejor caballero del mundo, según mi demanda ser por razón de hermosura, digo que él se pudiera ver en gran peligro si en las armas ayuda Dios al derecho como se dice, y yo fuera en ventura de ganar honra que gané, que según la gran extremidad y ventaja tiene vuestra hermosura a la mía, no tuviera en mucho aunque el caballero que por vos se compartiera fuera muy flaco que mi demanda no hubiera a la fin que hubo.
Entonces miró contra Amadís y díjole:
—Señor, si de esto he dicho recibís injuria, perdonadme, porque mis ojos nunca vieron lo semejante que delante sí tienen.
Amadís, que muy ledo estaba porque así loaban a su señora, dijo:
—Mi señora, a gran sinrazón tenía haber por mal lo que a esta noble señora habéis dicho, que si de ello me quejase sería contra la mayor verdad que nunca se pudo decir.
Oriana, que algún tanto con vergüenza estaba de así se oír loar, y más con pensamiento de la fortuna que a la sazón tenía que de se preciar de su hermosura, respondió:
—Mi señora, no quiero responder a lo que me habéis dicho, porque si lo contradijese erraría contra persona de tan buen conocimiento, y si lo afirmase sería gran vergüenza y denuesto para mí; solamente quiero que sepáis que tal cual yo soy seré muy contenta de acrecentar en vuestra honra, así como lo puede hacer una doncella pobre desheredada como yo.
Entonces rogó Agrajes que la tomase y la pusiese cabe Olinda, y la acompañase, y ella quedó con don Cuadragante, y él así lo hizo.
Y salidos todos de la puente pusieron a Oriana en un palafrén, el más ricamente guarnecido que nunca se vio, que su madre la reina Brisena le había dado para cuando en Roma entrase, y la reina Sardamira en otro, y así en todas las otras, y Grasinda en el suyo, y por mucho que Oriana porfió, nunca pudo excusar ni quitar a todos aquellos señores y caballeros que a pie no fuesen con ella, de lo cual mucho empacho llevaba; pero ellos consideraban que toda la honra y servicio que le hiciesen a ella en loor suyo se tornaba; así como oís entraron en la ínsula por el castillo y llevaron aquellas señoras con Oriana a la torre de la huerta, donde don Gandales le había hecho aparejar sus aposentamientos, que era la más principal cosa de toda la ínsula, que aunque en muchas partes de ella hubiese casas ricas y de grandes labores, aquella torre donde Apolidón había dejado los encantamientos que en la parte segunda más largo lo recuenta era la su principal morada donde más continuo su estancia era, y por esta causa obró en ella tantas cosas, y de tanta riqueza, que el mayor emperador del mundo no se atrevería ni emprendería otra semejante hacer.
Había en ella nueve aposentamientos de tres en tres a la par, unos encima de otros, cada uno de su manera, y aunque algunos de ellos fuesen hechos por ingenio de hombres que muchos habían, todo lo otro era por la arte y gran sabiduría de Apolidón, tan extrañamente labrados que persona del mundo no sería bastante de lo saber ni poder estimar, ni menos entender su gran sutileza. Y porque gran trabajo sería contar todo lo por menudo, solamente se dirá cómo esta torre estaba sentada en medio de una huerta, era cercada de alto muro de muy hermoso canto y betún, la más hermosa de árboles y otras hierbas de todas naturalezas, y fuentes de aguas muy dulces que nunca se vio. Muchos árboles había que todo el año tenían fruta, otros que tenían flores hermosas; esta huerta tenía por de dentro pegado al muro unos portales ricos cerrados todos con redes doradas, desde donde aquella verdura se parecía, y por todos ellos se andaba toda alrededor, sin que salir pudiesen de ellos, sino por algunas puertas. El suelo era solado de piedras blancas como el cristal, y otras coloradas y claras como rubíes y otras diversas maneras, las cuales Apolidón mandara traer de unas ínsulas que son a la parte de Oriente, donde se crían las piedras preciosas y se hallan en ellas mucho oro y otras cosas extrañas y diversas de las que acá en las otras tierras parecen, las cuales cría el gran hervor del sol que allí continuo hiere, pero no son pobladas salvo de bestias fieras, de guisa que hasta aquel tiempo desde gran sabidor Apolidón, que con su ingenio hizo tales artificios, en que sus hombres sin temor de se perder pudieron a ellas pasar, donde los otros comarcanos tomaron aviso, ninguno antes a ellas había pasado, así que desde entonces se pobló el mundo de muchas cosas de las que hasta allí no se habían visto, y de allí hubo Apolidón grandes riquezas. A las cuatro partes de esta torre venían de una alta sierra cuatro fuentes que la cercaban, traídas por caños de metal, y el agua de ellas salía tan alta por unos pilares de cobre dorados y por barcas de animalias que desde las ventanas primeras bien podían tomar el agua que se recogía en unas pilas redondas doradas que engastadas en los mismos pilares estaban. De estas cuatro fuentes se regaba toda la huerta.
Pues en esta torre que oís fue aposentada la infanta Oriana y aquellas señoras que oísteis, cada una en su aposentamiento, así como la merecía, y la infanta Mabilia se los mandó repartir. Aquí eran servidas de dueñas y doncellas de todas las cosas abastadamente que Amadís les mandara dar, y ningún caballero en la huerta, ni donde ellas posaban, entraba, que así le plugo a Oriana que se hiciese, y así lo envió a rogar a aquellos señores todos, que lo tuviesen por bien, por cuanto ella quería estar como en orden hasta que con el rey su padre algún asiento de concordia y paz se tomase.
Todos se lo tuvieron a mucha virtud y loaron su buen propósito, y le enviaron a decir que así en aquello como en todo lo otro que su servicio fuese, no habían de seguir si no su voluntad.
Amadís, comoquiera que su cuitado corazón a una parte ni a otra hallase asiento ni reparo, si no cuanto en la presencia de su señora se hallaba, porque aquél era todo el fin de su descanso, y sin él las grandes cuitas y mortales deseos continuo le tormentaban, como muchas veces en esta grande historia habéis oído, queriendo más el contentamiento de ella y temiendo más el menoscabo de su honra, que cien mil veces su muerte, de él más que ninguno mostró contentamiento y placer de aquello que aquella señora por bueno y honesto tenía, tomando por remedio de sus pasiones y cuidados tenerla ya en su poder en tal parte en donde al restante del mundo no temía, y donde antes que la perdiese perdería su vida en que cesarían y serían resfriadas aquellas grandes llamas que a su triste corazón continuamente abrasaban.
Todos aquellos señores y caballeros y la otra gente más baja fueron aposentados a sus guisas en aquellos lugares de la ínsula que más a sus condiciones y calidades conformes eran, donde muy abastadamente se les daban las cosas necesarias a la buena y sabrosa vida, que aunque Amadís siempre anduvo como un caballero pobre, halló en aquella ínsula grandes tesoros de la renta de ella y otras muchas joyas de gran valor que la reina su madre y otras grandes señoras le habían dado. que por las no haber menester fueron allí enviadas, y demás de esto todos los vecinos y moradores de la ínsula, que muy ricos y muy honrados eran, habían a muy buena dicha de le servir con grandes provisiones de pan y carnes y vinos y las otras cosas que darle podían.