Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
Esto decía el rey porque no fuese de él desavenido, mas no tenía en corazón de la dar a él ni otro que de aquella tierra donde ella había de ser señora la sacase. De esta respuesta que fue el Patín muy contento y esperó allí cinco días pensando recaudar aquello que tanto deseaba, mas el rey ni la reina teniéndolo por desvario no dijeron nada a su hija, mas el Patín preguntó un día al rey cómo le iba en su casamiento. Él le dijo:
—Yo hago cuanto puedo, mas menester es que habléis con mi hija y le roguéis que baga mi mandado.
El Patín se fue a Oriana y díjole:
—Señora Oriana, yo os quiero rogar una cosa, que será mucha vuestra honra y provecho.
—¿Qué cosa es?, dijo ella.
—Que hagáis mandado de vuestro padre, dijo él. Ella, qué no sabía por cuál razón se lo decía, dijo:
—Eso haré yo muy de grado, que bien cierta soy que se ganen estas dos cosas que decís: honra y provecho.
El Patín fue muy ledo de tal respuesta, que bien cuidó que ya la había ganado, y dijo:
—Yo quiero ir por esta tierra a buscar las aventuras y antes de mucho oiréis hablar de tales cosas que no con más razón os hará otorgar lo que yo deseo, y así lo dijo al rey que luego se quería partir por ver las maravillas de aquella su tierra.
El rey le dijo:
—En vos es eso, mas si me creyereis dejaros habíais de ello, que hallaréis grandes aventuras y peligrosas y muy fuertes y recios caballeros usados en armas.
—De todo eso —dijo él— me place mucho, que si ellos son fuertes y ardides no me hallarán flaco ni laso, lo que mis obras os dirán.
Y despedido de él fuese su camino muy alegre de la respuesta de Oriana y por esta causa lo iba cantando, como ya oísteis, cuando la su contraria fortuna lo guió a aquella parte donde Amadís hacía su duelo.
Ésta es la razón por donde este caballero vino de tierra tan lueñe. Pues ahora sobre el propósito tornando, que después que Durín se apartó de Amadís, siendo ya de día claro pasó por donde el Patín estaba llagado y él había de la cabeza quitado lo que del yelmo le quedara y tenía todo el rostro y el pescuezo lleno de sangre y como vio a Durín, díjole:
—Buen doncel, decidme, que Dios os haga hombre bueno, si sabéis aquí cerca algún lugar donde pudiese haber remedio de esta llaga.
—Sí sé —dijo él—, más en los que allí son es la tristeza tan sobrada que en ál no paran miente.
—¿Por qué es eso?, dijo el caballero.
—Por un caballero —dijo Durín—, que habiendo ganado aquel señorío y visto las imágenes y cosas secretas de Apolidón y su amiga, lo que otro ninguno hasta ahora ver pudo, es de allí partido con tan gran pesar que de ello no se espera si su muerte no.
—A mí me parece —dijo el caballero— que habláis de la Ínsula Firme.
—Verdad es, dijo Durín.
—¿Cómo —dijo el caballero—r ya tiene señor? Por Dios pésame que allá iba yo por me probar ende y ganar el señorío.
Durín se sonrió y dijo:
—Cierto, caballero, si de vuestra bondad algo no traéis encubierta cuanto por la que aquí mostrasteis, poca pro os tuviera y antes creo que fuera vuestra deshonra.
El caballero se levantó así como pudo y quísole echar mano de la rienda, mas Dúrín se arredró de él y como no lo pudo tomar dijo:
—Doncel, decidme quién fue el caballero que la Ínsula Firme ganó.
—Decidme vos primero quién sois, dijo Durín.
—Por eso no quedará —dijo él—. Sabed que yo soy el Patín, hermano del emperador de Roma.
—A Dios merced —dijo Durín—, que sois más alto de linaje que de bondad de armas ni de mesura; ahora sabed que el caballero por quien preguntáis es aquél que de vos se partió, que según lo que en él visteis bien podréis creer que mereció ser digno de ganar lo que ganó, y partiéndose de él se fue su vía y tomó el derecho camino de Londres, con gran gana de contar a Oriana todo lo que viera de Amadís.
Cómo don Galaor y Florestán y Agrajes se fueron en busca de Amadís, y de cómo Amadís, dejadas las armas y mudado el nombre, se retrasó con un buen viejo en una ermita a la vida solitaria.
Como Amadís se partió con gran cuita de la Ínsula Firme, ya se os dijo que fue tan encubierto que don Galaor y don Florestán, sus hermanos, y su primo Agrajes no lo sintieron y como tomó seguridad de Ysanjo que se lo no dijese hasta que otro día después de haber oído misa. Pues Ysanjo así lo hizo, que habiendo oído la misa ellos preguntaron por Amadís y él les dijo:
—Armaos y deciros he su mandado, y desde que armados fueron Ysanjo comenzó a llorar muy fieramente y dijo:
—¡Oh, señores!, qué cuita y qué dolor vino sobre nosotros en nos durar tan poco nuestro señor.
Entonces les contó cómo Amadís se partiera del castillo y la cuita y el duelo que hiciera y todo cuanto les mandara decir y lo que a él mandaba hacer de aquella tierra, y cómo les rogaba que no fuesen en pos de él, que no podían por ninguna manera ponerle remedio ni darle conorte y que por Dios no tomasen pesar por la su muerte.
—¡Oh, Santa María, val! —dijeron ellos—, a morir va el mejor caballero del mundo, menester es que pasando su mandato lo vayamos a buscar y si con nuestra vida no le pudiéramos dar consuelo, será nuestra muerte en compañía de la suya. Ysanjo dijo a don Galaor cómo le rogaba que hiciesen caballero a Gandalín y trajese consigo a Ardián, el enano. Y esto decía Ysanjo haciendo muy gran duelo y por ellos por el semejante. Galaor tomó entre sus brazos al enano, que hacía gran duelo y daba con la cabeza en una pared, y díjole:
—Ardián, vete conmigo como lo mandó tu señor, que de lo que mí fuera será de ti.
El enano le dijo:
—Señor, yo os aguardaré, mas no por señor, hasta que sepa nuevas ciertas de Amadís.
Entonces cabalgaron en sus caballos y mostrándoles Ysanjo el camino que Amadís llevara por él, todos tres se metieron y anduvieron todo el día sin que hallasen a quien preguntar y llegaron donde estaba el Patín llagado y su caballo muerto y sus escuderos que eran venidos y andaban cortando madera y ramas en que lo llevasen, que estaba muy desmayado de la mucha sangre que perdiera y no les pudo decir nada e tuzóles señal que lo dejasen y preguntaron a los escuderos que quién hiriera a aquel caballero, ellos dijeron que no sabían sino tanto que cuando ellos a él llegaron que les dijo que había justado con un caballero que de la Ínsula Firme venía y que lo derribara del primer encuentro muy ligeramente y que luego tornara a cabalgar y de un solo goloe de la espada le hiciera aquella llaga y le matara el caballo, y desde que se de él partió dijo que había sabido de un doncel que aquel caballero era el que ganó el señorío de la Ínsula Firme. Don Galaor les dijo:
—Buenos escuderos, ¿visteis vos a la parte que ese caballero fue?.
—No —dijeron ellos—, pero antes que allí llegásemos vimos por esta floresta ir un caballero armado encima de un gran caballo llorando y maldiciendo su ventura y un escudero en pos de él que las armas le llevaba y el escudo había el campo de oro y dos leones cárdenos en él y asimismo el escudero muy fuertemente llorando.
Ellos dijeron:
—Aquél es.
Entonces se fueron contra aquella parte a más andar y a la salida de aquella floresta hallaron un gran campo en que había muchas carreras a todas partes en las que había rastros, así que no podían en el suyo atinar. Entonces acordaron de se partir y que, para saber lo que cada uno había en aquella demanda buscado y por las tierras que anduviera, fuesen juntos en el día de San Juan en casa del rey Lisuarte y si hasta entonces su ventura les fuese tan contraria que de él no supiesen, que allí tomarían otro acuerdo y luego se abrazaron llorando y se partieron de en uno llevando muy firme en sus corazones de tomar todo el afán que en la demanda ocurrir pudiese hasta la acabar, mas esto fue en vano, que comoquiera muchas tierras anduvieron en que grandes cosas y muy peligrosas en armas pasaron, como aquéllos que de fuertes y bravos corazones eran y sufridores de mucho afán, no fue su ventura de saber ninguna nueva, las cuales no serán aquí recontadas, porque de la demanda fallecieron no la acabando y la causa de ellos fue que Amadís se partió donde llegado dejó al Patín, anduvo por la floresta y a la salida de ella halló un campo en que había muchas carreras y desvióse de él, porque de allí no tomasen rastro y metióse por un valle y por una montaña e iba pensando tan fieramente que el caballo se iba por donde quería, y a la hora del mediodía llegó el caballo a unos árboles que eran en una ribera de un agua que de la montaña descendía y con el gran calor y trabajo de la noche paró allí y Amadís recordó de su cuidado y miró a todas partes y no vio poblado ninguno, de que hubo placer. Entonces se apeó y bebió del agua, y Gandalín llegó, que tras él iba, y tomando los caballos y poniéndolos donde paciesen de la hierba se tomó a su señor y hallólo tan desmayado que más semejaba muerto que vivo, mas no le osó quitar de su cuidado y echóse delante de él.
Amadís acordó de su pensar a tal hora que el sol se quería poner y levantándose dio del pie a Gandalín y dijo:
—¿Duermes, o qué haces?.
—No duermo —dijo él—, mas estoy pensando en dos cosas que os atañen y si me quisiereis oír, decírosla he, si no dejarme de ello.
Amadís le dijo:
—Ve, ensilla los caballos e irme he, que no querría que me hallasen los que me buscan.
—Señor —dijo Gandalín—, vos estáis en lugar apartado y vuestro caballo según que está laso y cansado, si le no dais algún reposo no os podrá llevar.
Amadís le dijo llorando:
—Haz lo que por bien tuvieres, que holgando ni andando no tengo yo de haber descanso.
Gandalín curó de los caballos y tomó a él y rogóle que comiese de una empanada que traía, mas no lo quiso hacer y díjole:
—Señor, ¿queréis que os diga las dos cosas en que pensaba?.
—Di lo que quisieres —dijo él—, que ya, por cosa cosa que se diga ni se haga, no doy nada, ni querría más vivir en el mundo de cuanto a confesión llegado fuese.
Gandalín dijo:
—Todavía, señor, os ruego que me oigáis.
Entonces dijo:
—Yo he pensado mucho en esta carta que Oriana os envió y en las palabras que el caballero con que os combatisteis dijo, y como la firmeza de muchas mujeres sea muy liviana mudando su querer de unos en otros, puede ser que Oriana os tiene errado y quiso antes que lo vos supieseis fingir enojo contra vos. Y la otra cosa es que yo la tengo por tan buena y tan leal que no así se movería sin alguna cosa que falsamente de vos le habrán dicho que por verdadera ella la tendrá, sintiendo por su corazón que tan firme os ama, que así el vuestro debía hacer a ella, y pues que vos sabéis que la nunca errasteis, y si algo le fue dicho que se ha de saber la verdad en que seréis sin culpa, por donde no solamente se arrepentirá de lo que hizo, mas con mucha humildad os demandará perdón y tornaréis con ella a aquellos grandes deleites que vuestro corazón desea, ¿no es mejor que esperando este remedio comáis y toméis tal consuelo, con que la vida sostenerse pueda, que muriendo con tan poca esperanza y corazón perdáis a ella y perdáis la honra de este mundo y aun el otro que tengáis en condición?.
—¡Por Dios, cállate! —dijo Amadís—, que tal locura y mentira has dicho que con ello se enojarara todo el mundo y tú dícesmelo por me conortar, lo que no pienses que pueda ser. Oriana, mi señora, nunca erró en cosa ninguna y si yo muero es con razón, no porque lo yo merezca, mas porque con ello cumplo su voluntad y mando, y si yo no entendiese que por me conortar lo has dicho, yo te tajaría la cabeza, y sábete que me has hecho muy gran enojo y de aquí adelante no seas osado de me decir lo semejante, y quitándose de él se fue paseando por la ribera ayuso pensando tan fuertemente que ningún sentido en si tenía.
Gandalín adormecióse, como aquél que había dos días y una noche que no durmiera, y tornando Amadís partió ya de su cuidado, y viendo cómo tan sosegadamente dormía, fue a ensillar su caballo y escondió la silla y el freno de Gandalín entre unas espesas matas porque no pudiese ir en pos de él, y tomando sus armas se metió por lo más espeso de la montaña, con gran saña de Gandalín por lo que le dijera. Pues así anduvo toda la noche y otro día hasta vísperas. Entonces, entró en una gran vega, que al pie de una montaña estaba y en ella había dos árboles altos que estaban sobre una fuente y fue allá por dar agua a su caballo, que todo aquel día anduviera sin hallar agua, y cuando a la fuente llegó, vio un hombre de orden, la cabeza y barbas blancas, y daba de beber a un asno y vestía un hábito muy pobre de lana de cabras. Amadís le saludó y preguntóle si era de misa; el hombre bueno le dijo que bien había cuarenta años que lo era:
—A Dios merced —dijo Amadís—. Ahora os ruego que holguéis aquí esta noche por el amor de Dios, y oírme habéis de penitencia, que mucho lo he menester.
—En el nombre de Dios, dijo el buen hombre. Amadís se apeó y puso las armas en tierra, desensilló el caballo y dejólo pacer por la hierba, y él desarmóse e hincó los hinojos ante el buen hombre y comenzóle a besar los pies. El hombre bueno lo tomó por la mano y alzándolo lo hizo sentar cabe sí y vio cómo era el más hermoso caballero que en su vida visto había, pero viole descolorido y las faces y los pechos bañados en lágrimas que derramaba, y hubo de él duelo y dijo:
—Caballero, parece que habéis gran cuita y si es por algún pecado que habéis hecho y estas lágrimas de arrepentimiento de vos vienen, en buena hora nacisteis, mas si os lo causan algunas temporales cosas que según vuestra edad y hermosura por razón no debéis ser muy apartado de ellas, membraos de Dios, y alzó la mano y bendíjole y díjole:
—Ahora decid todos los pecados que se os acordaren.
Amadís así lo hizo diciéndole toda su hacienda, que nada faltó. El hombre bueno le dijo:
—Según vuestro entendimiento y el linaje tan alto donde venís no os deberíais matar ni perder por ninguna cosa que os aviniese, cuanto más por hecho de mujeres que se ligeramente gana y pierde y os aconsejo que no paréis en tal cosa mientes y os quitéis de tal locura, que lo hagáis por amor de Dios a quien no place de tales cosas y aún por la razón del mundo se debería hacer, que no puede hombre, ni debe, amar a quien le no ama.
—Buen señor —dijo Amadís—, yo soy llegado al punto que no puedo vivir sino muy poco y ruégoos por aquel Señor poderoso cuya fe vos mantenéis que os plega de me llevar con vos este poco de tiempo que durare y habré con vos consejo de mi alma, pues que ya las armas ni el caballo no me hacen menester, dejarlo he aquí e iré con vos de pie haciendo aquella penitencia que me mandares y si esto no hacéis erraréis a Dios porque andaré perdido por esta montaña sin hallar quien me remedie.