Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
Él, tomando su rastro, tanto anduvo que a la Ínsula Firme llegó al tiempo que Amadís entraba debajo del arco de los leales amadores y vio que la imagen hizo por él más que por los otros había hecho, y comoquiera que cuando Amadís de allí salió por las nuevas que de sus hermanos le dijeran y lo vio con Gandalín no le dio la carta, ni después hasta que en la cámara defendida entró, y de todos los de la Ínsula por señor fue recibido, y esto hizo él por consejo de Gandalín, que sabiendo ser la carta de Oriana, temiendo lo que en ella venir podría, ora que fuese alegre o triste, que entre su señor hubiese recibido aquel señorío que otra alguna alteración o entrevalo le viniese, que bien cierto era él, que no solamente aquello, mas el mundo que suyo fuese, dejaría luego por cumplir lo que por ella le fuese mandado.
Mas, después que las cosas sosegadas fueron, Amadís mandó llamar a Durín por le preguntar nuevas de la corte del rey Lisuarte y venido a su mando y paseando con él por una huerta asaz deleitosa y apartado de sus hermanos una pieza y de todos los otros que ende estaban, le fue preguntando si venía de la corte del rey Lisuarte, que le dijese las nuevas que de ella sabía. Durín le respondió y dijo:
—Señor, yo dejo la corte en la disposición que era cuando de allá os partisteis, pero yo a vos vengo con mandado de mi señora Oriana, y por esta carta veréis la causa de mi venida.
Amadís tomó la carta y aunque su corazón grande alegría sintiese con ella, temiendo que Durín nada de su secreto sabría, encubriólo lo más que pudo y la tristeza no pudo hacer que, habiendo leído las fuertes y temerosas palabras que en ella venían, no bastó el esfuerzo ni el juicio, que claramente no mostrase ser llegado a la cruel muerte, con tantas lágrimas, con tantos suspiros, que no parecía sino ser hecho pedazos su corazón, quedando tan desmayado y fuera de sentido como si ya el ánima de las carnes partida fuera. Durín, que mucho sin sospecha de esto estaba, cuando aquello vio, llorando muy fuertemente, maldecía a sí y a su aventura y a la muerte, porque antes que allí llegase no le había sobrevenido. Amadís, no pudiendo estar en pie, sentóse en la hierba que allí estaba y tomó la carta que se le había de las manos caído y cuando vio el sobrescrito que decía:
—Yo soy la doncella herida a punta de espada por el corazón, y vos sois el que me heristeis, su cuita fue tan sin medida que por una pieza estuvo amortecido, de que Durín fue muy espantado y quiso llamar a sus hermanos, pero como él vio el secreto que para tal cosa se requería tener, hubo recelo que a Amadís haría gran enojo, mas siendo él ya recordado dijo con gran dolor:
—Señor Dios, ¿por qué os plugo de me dar muerte sin merecimiento?, y después dijo:
—¡Ay, lealtad!, que mal galardón dais a aquél que os nunca faltó, hicisteis a mi señora que me falleciese, sabiendo vos cuántas mil veces por la muerte pasaría que pasar su mandado, y tornando a tomar la carta, dijo:
—Vos sois la causa de mi doloroso fin y porque más presto me sobrevenga iréis conmigo, y metióla en su seno y dijo a Durín:
—¿Mandáronte otra cosa que me dijeses?.
—No, dijo él.
—Pues llevarás mi mandato, dijo Amadís.
—No, señor —dijo él—, que me defendieron que no lo llevase.
—¿Y Mabilia y tu hermana no te dijeron algo que me dijeses?.
—No supieron —dijo Durín— de mi venida, que mi señora me mandó que de ellas la encubriese.
—¡Ay, Santa María, valme! —dijo Amadís—. Ahora veo que la mi desventura es sin remedio.
Entonces se fue a un arroyo, que salía de una fuente y lavóse el rostro y los ojos y dijo a Durín que llamase a Gandalín y que viniesen solos. Él así lo hizo, y cuando a él llegaron halláronlo como muerto, y así estuvo una gran pieza cuidando y cuando acordó dijo que le llamasen a Ysanjo, el gobernador, y como él vino, díjole:
—Quiero que como leal caballero me prometáis que hasta mañana después que mis hermanos oyeren misa no diréis ninguna cosa de cuanto ahora veréis.
Él así lo prometió y otra tal fianza tomó de aquellos dos escuderos. Luego mandó a Ysanjo que le hiciese tener secretamente abiertas las puertas del castillo y Gandalín que sacase sus armas y caballo fuera sin que persona lo sintiese. Ellos se fueron a cumplir lo que les mandaba y él quedó pensando en un sueño que aquella noche pasada soñara que le pareciera hallar encima de un otero cubierto de árboles en su caballo y armado, y al derredor de él, mucha gente que hacía grande alegría, y que llegaba por entre ellos un hombre que le decía:
—Señor, comed de esto que en esta bujeta traigo, y que le hacía comer de ello y parecíale gustar la más amarga cosa que hallarse podría y sintiéndose con ellos muy desmayado y desconsolado, soltaba la rienda del caballo e íbase por donde él quería y parecíale que la gente, que antes alegre estaba, se tornaba tan triste .que él había duelo de ella. Mas el caballo se alongaba con él lejos y le metía por entre unos árboles donde veía un lugar de unas piedras que de agua eran cercadas y dejando el caballo y las armas se metía allí como que por ello esperaba descanso y que venía a él un hombre viejo, vestido de paños de orden y le tomaba por la mano llegádolo a sí mostrando piedad, y decíale unas palabras en lenguaje que no las entendía y con esto despertara y ahora le parecía que comoquiera que por vano lo había tenido, que como verdadero lo hallaba y cuando así en esto pensando estuvo una pieza, tomando a Durín consigo, hablando con él, y escondiendo el rostro de sus hermanos y de la otra gente, porque su pasión no sintiesen, se fue a la puerta del castillo, donde halló los hijos de Ysanjo, que la puerta abierta tenían e Ysanjo que fuera estaba, Amadís le dijo:
—Id vos conmigo y queden vuestros hijos y haced que no digan de esto ninguna cosa.
Entonces, se fueron ambos a la ermita que al pie de la peña estaba, y allí iba ya con ellos Gandalín y Durín. Amadís iba suspirando y gimiendo con tanta angustia y dolor que los que lo veían eran puestos en dolor en así lo ver y demandando las armas se armó y preguntó a Ysanjo que de qué santo era aquella iglesia. Él le dijo que de la Virgen María y que allí muchas veces se hacían milagros. Él entró dentro e hincados los hinojos en tierra, llorando, dijo:
—Señora Virgen María, consoladora y reparadora de los atribulados: a vos Señora, me encomiendo, que me acorráis con vuestro glorioso Hijo, que haya piedad de mí, y si su voluntad es de me no remediar el cuerpo, haya merced de esta mi ánima en este mi postrimero tiempo, que otra cosa, si la muerte, yo no espero, y luego llamó a Ysanjo y díjole:
—Quiero que como leal caballero prometáis de hacer lo que aquí os diré, y volviéndose a Gandalín le tomó entre sus brazos llorando fuertemente y así lo tuvo una pieza, sin que hablarle pudiese y díjole:
—Mi buen amigo Gandalín, yo y tú fuimos en uno y a una leche criados, y nuestra vida siempre fue de consuno y yo nunca fui en afán ni en peligro en que tú no hubieses parte, y tu padre me sacó de la mar tan pequeña cosa, como de esa noche nacido, y criáronme como buen padre y madre a hijo mucho amado. Y tú, mi leal amigo, nunca pensaste sino en me servir y yo esperando que Dios me daría alguna honra con que algo de tu merecimiento satisfacer pudiese, ha me venido esta gran desventura, que por más cruel de la propia muerte la tengo, donde conviene que nos partamos y yo no tengo que te dejar sino solamente esta Ínsula y mando a Ysanjo y a todos los otros, por el homenaje que me tienen hecho, que tanto que de mi suerte sepan, te tomen por señor, y comoquiera que este señorío tuyo sea, mando que lo gocen tu padre y madre en sus días y después a ti libre quede. Esto por cuanta crianza en mí hicieron, que mi ventura no me dejó llegar a tiempo de les satisfacer lo que ellos merecen y lo que yo deseaba.
Entonces, dijo a Ysanjo que de las rentas de la Ínsula, que guardadas, tenía, tomase tanto para que allí en aquella ermita pudiese hacer un monasterio a honra de la Virgen María, en que pudiesen bien vivir treinta frailes y les diesen renta para se sostener. Gandalín le dijo:
—Señor, nunca vos cuita hubisteis en que de vos yo fuese partido, ni ahora lo seré por ninguna cosa, y si vos muriereis yo no quiero vivir, que después de la vuestra muerte nunca Dios me dé honra ni señorío, y éste que a mí me dais, dadlo a alguno de vuestros hermanos que yo no lo tomaré ni los he menester.
—Cállate, por Dios —dijo Amadís—, no digas tal locura ni me hagas pesar, pues lo nunca hiciste, y cúmplase lo que yo quiero, que mis hermanos son tan bienaventurados y de tan alto hecho de armas que bien podrán ganar grandes tierras y señoríos para sí y aun para lo dar a otros.
Entonces dijo:
—¡Ay, Ysanjo!, y buen amigo, mucho pesar tengo por no ser a tiempo que os pudiese honrar como vos lo merecéis, pero yo os dejo entre tales que lo cumplirán por mí.
Ysanjo le dijo llorando:
—Señor, pídoos que me llevéis con vos y yo pasaré lo que vos pasaréis y esto demando en pago de la voluntad que me tenéis.
—Mi amigo —dijo Amadís—, así tengo que lo haríais, pero esta mi dolencia no la puede socorrer sino Dios y a Él quiero que me guíe por la su piedad sin llevar otra compañía, y dijo a Gandalín:
—Amigo, si quisiereis ser caballero, sélo luego con estas mis armas, que pues tan bien las guardaste con razón deben ser tuyas, que a mí ya poco me hacen menester, sino hágate mi hermano don Galaor y dígaselo Ysanjo de mi parte y sírvelo y guárdalo en mi lugar, que sábete que a éste amé yo siempre sobre cuantos son en mi linaje y de él llevo gran pesar en mi corazón, más que de todos los otros, y esto es con razón porque vale más y me fue siempre muy humilde, por donde ahora me pone en doblada tristeza y dile que le encomiendo yo a Ardián, el mi enano, que le traiga consigo y no le desampare y di al enano que viva con él y lo sirva.
Cuando ellos esto oyeron hacían gran duelo sin le responder ninguna cosa por le no hacer enojo. Amadís lo abrazó diciendo:
—A Dios os encomiendo que nunca pienso de jamás os ver, y defendiéndoles que en ninguna manera fuesen en pos de él, puso las espuelas a su caballo sin se le acordar tomar el yelmo ni escudo ni lanza, y metióse muy presto por la espesa montaña, no a otra parte sino donde el caballo lo quería llevar, y así anduvo hasta más de la medianoche sin sentido ninguno hasta que el caballo topó en un arroyuelo de agua que de una fuente salía, y con la sed se fue por él arriba hasta que llegó a beber en ella y dando las ramas de los árboles a Amadís en el rostro recordó en su sentido y miró a una y otra parte, mas no vio sino espesas matas y hubo gran placer creyendo que muy apartado y escondido estaba, y tanto que su caballo bebió apeóse de él y atándole a un árbol se sentó en la hierba verde para hacer su duelo, mas tanto había llorado que la cabeza tenía desvanecida, así que se adormeció.
De cómo Gandalín y Durín fueron tras Amadís, en rastro del camino que había llevado, y lleváronle las armas que había dejado, y de cómo lo hallaron y se combatió con un caballero y le venció.
Gandalín, que en la ermita quedara con los otros que oísteis, cuando así vio ir a Amadís dijo muy fieramente llorando:
—No estaré que no vaya en pos de él, aunque me lo defendió y llevarle he sus armas, y Durín le dijo:
—Yo te quiero hacer compañía esta noche y mucho me placería que con mejor acuerdo lo hallásemos.
Y luego, cabalgando en sus caballos se despidieron de Ysanjo, y se metieron por la vía que él fuera e Ysanjo se fue al castillo y echóse en su lecho con muy gran pesar; mas Gandalín y Durín, que por la floresta se metieron, anduvieron a todas partes y la ventura que los guió cerca de donde Amadís estaba, relinchó su caballo que los otros sintió y luego conocieron que allí era y fueron muy paso por entre las matas, porque no los sintiese, que no osaban ante él aparecer, y siendo más cerca del encubierto y llegó a la fuente y vio que Amadís dormía sobre la hierba, y tomando su caballo se tornó con él donde Durín quedara y quitándoles los frenos dejáronlos pacer y comer en las ramas verdes y estuvieron quedos, mas no tardó mucho que Amadís no despertó, que con el gran sobresalto del corazón no era el sueño reparo y levantóse en pie y vio que la luna se ponía y que aún había buen rato de la noche por pasar y por ser la floresta espesa estuvo quedo, y tornándose a sentar dijo:
—¡Ay, ventura, cosa liviana y sin raíz!, ¿por qué me pusiste en tan gran alteza entre los otros caballeros, pues tan ligeramente de ella me descendiste? Ahora veo bien que más tu mal en una hora puede dañar, que tu bien aprovechar en mil años, porque si deleites y placeres en los tiempos pasados me diste, cruelmente me los robando me has dejado en mucha mayor amargura que la muerte, y pues que así, ventura, te placía hacer debieras igualar lo uno con lo otro, que bien sabes tú si alguna holganza y descanso en lo pasado me otorgaste, que no fue sin ser mezclado con grandes angustias y congojas. Pues que en esta crudeza de que ahora me atormentas, siquiera reservaras en ella alguna esperanza donde esta mi cuitada vida en algún rinconcillo se pudiera recoger, mas tú has usado de aquel oficio que establecida fuiste, que es al contrario del pensamiento de los hombres mortales, que teniendo por ciertas y durables aquellas honras, pompas y vanas glorias perecederas que de ti nos vienen, como firmes las tomamos, no nos acordando que demás de los tormentos que nuestros cuerpos reciben en las sostener las almas son en la fin en gran peligro y duda de su salvación puestas. Mas si con aquellos claros ojos del entendimiento, que el Señor muy alto nos dio, siendo oscurecidos con nuestras pasiones y aficiones, tus mudanzas mirar quisiésemos por mucho mejor lo adverso que lo tuyo próspero deberíamos tener, porque lo próspero, siendo a nuestras calidades y apetitos conforme, abrazándonos con aquellas dulzuras que adelante se nos representan, en el fin de grandes amarguras y honduras sin ningún remedio somos caídos, y lo adverso siendo al contrario, no de la razón, mas de la voluntad, si lo que ella codicia desechásemos, seríamos subidos de lo bajo a lo alto en perpetua gloria, mas yo triste sin ventura, ¿qué haré? Que ni el juicio ni mis flacas fuerzas bastan a resistir tan grave tentación que si todo lo del mundo siendo mío me quitarás solamente la voluntad de mi señora dejando, ésta bastaba para me sostener en alteza bienaventurada, pero ésta faltando, no pudiendo yo sin ella la vida sostener, digo que sin comparación es contra mí tu crueldad. Yo te ruego, en pago de te haber sido tan leal servidor, que por cada momento y hora la muerte no trague, si a ti es otorgado con los tormentos la vida quitar, me la quites, habiendo piedad de aquello que tú sabes que viviendo padezco, y desde que esto hubo dicho callóse, y estuvo desmayado una pieza del mucho llorar, que no sabía parte de sí y dijo: